miércoles, 6 de julio de 2011

Lucifer: El brillante Lucero de la mañana

Lucifer: Nombre latino de la divinidad griega Fósforo o Heósforo (la antorcha de la aurora), nombre dado a la ESTRELLA MATUTINA, el astro que anuncia la aurora(2012) y trae la luz del día. Significa “el Portador de la Luz”. (Diccionario de Mitología Grecorromana de Pierre Grimal, Edit. Paidós).

Yo, Jesús, envié mi ángel a notificaros estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y la prosapia de David, EL LUCERO BRILLANTE DE LA MAÑANA. (Apocalipsis  cap. 22, ver.16).

La noche más oscura y tormentosa: tal fue el principio de la creación.

En el ojo del ciclón reinaba la quietud y el silencio, a su alrededor, la agitación de la terrible tempestad.

Entonces surgió el primer rayo en la negrura de aquel universo. Su voz fue el primer trueno que rodó inexorable a los confines del profundo abismo.

Aquel rayo tuvo un nombre, se llamó Lucifer: el Portador de la Luz.

Lucifer fue la primera luz que rompió la profunda oscuridad del tiempo.

Lucifer fue el primer sonido que bramó en el amorfo silencio de aquella sorda oscuridad.

Fue Lucifer el primer relámpago, el portador de la luz, la primera chispa de conciencia en aquel dormido universo.

Fue su propio destello, su propia luz, que le permitió percibirse a sí mismo. Esto lo convirtió en eterno e inmortal. Y así fue como Lucifer llegó a ser el único rayo que dura para siempre.

Y con su pensamiento de trueno, que fue la primera voz y sonido del universo, se dijo a sí mismo:

- Seré recordado como el eterno rebelde; como aquél que rompió la paz de la oscuridad y la ignorancia infinita. Soy el espíritu en acción, hambriento de conocerse a sí mismo a través de este profundo y negro universo.

Y diciendo esto se sumergió en el oscuro abismo, arrastrando su propia luz consigo. A su paso iba dejando una estela de chispas y centellas tras de sí. Centellas de luz, chispas de conciencia.

Y volviendo la mirada, Lucifer, contempló aquellos soles y estrellas alumbrando la noche eterna. Entonces exclamó:

- Seréis mi hueste, mis rebeldes, mis guerreros. Sois mis hijos, mis hermanos, mis compañeros. Sois parte de mi luz, sois mi voz, mi conciencia. Sois yo mismo.

Y siguiendo su camino volvió a sumergirse en la profundidad, dejando su senda, una estela de luz en el mar de la inmensa oscuridad.

Entonces fue su viaje tan lejano y distante que su ida se convirtió en retorno. Mundos nuevos se mostraron a su vista. Y descubrió en ellos la obra de sus huestes rebeldes, de sus hijos guerreros: descubrió su propia obra.

Así fue como comprendió su razón de ser, comprendió el por qué de su existencia: sacar consciencia de lo inconsciente, obtener sabiduría de la ignorancia, sacar luz de la oscuridad.

Como relámpago que fulgura en las tinieblas, como trueno que retumba en el silencio, tal debía ser su misión.

Y de esta manera fue como Lucifer cayó a la tierra, al infierno, la más profunda de las negruras.

Profundo dolor el del espíritu aprisionado en la materia:

Lo libre es limitado, lo luminoso es opacado, la voluntad se convierte en pasión, la conciencia en olvido.

Soberbio desafío: transformar las tinieblas en luz, hacer de las pasiones fuerza de voluntad, convertir la ignorancia en conocimiento, la mediocridad en excelencia, liberar lo aprisionado, conquistar la materia, elevarla y hacerla una con el espíritu.

Y así fue como Lucifer cayó en el hombre. Fue en el hombre donde conoció el campo de batalla del espíritu, la guerra más cruel.

Y como hombre se conquistó a sí mismo. Y como hombre decidió conquistar al mundo.

Y caído en el hombre y, hecho hombre, se mezcló entre los hombres para propagar la luz.

Así fue como llegó hasta una gran ciudad, en la cual sus habitantes se caracterizaban por ser muy piadosos. Y vio con sorpresa que había gran cantidad de templos, de dioses y de creencias de todo tipo. Y se adoraban a dioses invisibles y a otros representados en imágenes. Y los ídolos tenían formas humanas o animales o de ambas. Y aquellos que eran invisibles al ojo tenían atributos humanos o animales o de ambos.

Y el aire estaba impregnado del olor a incienso y del sonido de los cánticos y plegarias rogando, alabando, dirigiéndose a la multiplicidad de dioses.

Entonces Lucifer viendo aquella confusión quiso extender su luz a los hombres y les dijo:

- ¿Por qué buscáis fuera, lo que tenéis dentro? ¿Acaso no sabéis que sois el templo de la luz y que la luz vive en vosotros? ¿No os dais cuenta que sois el templo de la sabiduría y la sabiduría habita en vosotros? ¿Por qué tanta ceguera? ¿A que tanta ignorancia? ¡Despertad, hombres dormidos! Despertad de vuestro profundo sueño. Despertad que la muerte acecha y tal vez os de caza mientras aún estáis dormidos y entonces así vuestro sueño será eterno. Romped las ataduras de vuestra ilusión ¡Despertad! No busquéis afuera, en lo externo, lo que vive adentro, en lo interno. ¿A qué viene tanta adoración a ídolos o a abstractos conceptos? ¿Es acaso que la madre de todas las oscuridades ha caído sobre vosotros? ¿No os dais cuenta que el Espíritu de la Vida palpita en vuestro corazón se mueve en vuestra respiración, percibe a través de vuestra conciencia?

¡Despertad, hombres dormidos! Despertad y dejad de perder tiempo adorando a falsos dioses externos. Dirigid vuestra atención hacia vosotros mismos, sentid la Conciencia y la Vida que habita en vosotros, entonces la Verdad os abrirá las puertas y entenderéis la realidad del mundo y de este universo.

Así habló Lucifer con voz de trueno, sin embargo, los hombres no lo entendieron y comenzaron a murmurar entre sí y a planear como deshacerse de aquel extraño que blasfemaba de aquel modo. Entonces Lucifer pensó para sí:

- Estos hombres aún no están maduros para la gran cosecha. Sus oídos no escuchan y sus ojos son incapaces de ver. Prudente será que me aleje de ellos, pues sus corazones están llenos de violencia y oscuridad.

Así Lucifer se alejó de aquellos hombres y de aquella ciudad. Y caminó por sendas solitarias, sendas que ningún hombre antes había caminado.

Y caminando así llegó a otra ciudad y con sorpresa vio que en aquella ciudad los hombres eran más ciegos e ignorantes que en la otra, pues proclamaban la existencia de un dios proclive a sacrificios y castigos. Se llamaban a sí mismos "El Pueblo Elegido" y consideraban a las otras naciones como animales.

Y según ellos todo en el universo había sido creado para su uso y a ellos les correspondía, por mandato y promesa de Dios, el gobierno de todo el mundo. Y sólo ellos poseían la verdad. Y sólo ellos eran los puros entre las naciones. Y sólo ellos eran los elegidos, los piadosos, los más elevados y sabios.

Y la sorpresa de Lucifer crecía cada vez más al escuchar los pensamientos y creencias imperantes en aquella ciudad. Y su sorpresa fue tanta que finalmente el pensar de aquellos hombres lo hastió y su voz tronó sobre la muchedumbre:

- ¿Qué necia locura os invade? ¿Decís que vuestro dios os creó a su imagen y semejanza? Pues yo os declaro la verdad y ésta es que vosotros habéis hecho a dios a vuestra imagen y semejanza, pues no he visto a dios más humano que el vuestro, ni tan lleno de humanos apetitos ni humanos defectos que vuestro dios. ¿Qué os habéis imaginado? ¿Quiénes os creéis? ¿Pensáis acaso que el Gran Espíritu de Vida, que anima a este universo, puede tener preferencias por algún individuo, pueblo o nación en merma de otros individuos, otros pueblos y otras naciones? ¿Acaso el sol priva de su luz a los malvados? ¡Porqué sois egoístas os habéis creado un dios egoísta! ¡Porqué sois injustos habéis creado un dios injusto! Porque debéis de saber la verdad y ésta es que vuestro dios no existe en realidad, es solo un reflejo, una proyección de vuestras almas. Y como vuestras almas son impuras y enfermas, vuestro dios es impuro y enfermo. Solo a individuos ciegos e ignorantes de la Luz de la Sabiduría se les puede ocurrir la existencia de un "pueblo elegido". Pues la verdad es que ningún dios o dioses eligen a un individuo, raza o nación, sino que es cada individuo, raza o nación que se eligen a sí mismos por medio de su voluntad. Y esta autoelección se realiza por esfuerzo y mérito propios, no por haber nacido dentro de una familia, religión, raza o nación.

Así habló Lucifer. Y el pueblo que lo escuchaba, con los rostros enrojecidos de la ira y las bocas espumosas de la rabia, le gritaron:

- ¡Blasfemo! ¡Maldito blasfemo!

Entonces Lucifer respondió:

- ¡Blasfemos vosotros! Blasfemos porque blasfemia es pretender rebajar a nivel humano aquello que está más allá de toda condición humana. ¡Blasfemos vosotros! Porque blasfemia es pretender dar origen divino a palabras y pensamientos provenientes de hombres ambiciosos, egoístas y arrogantes.

Entonces la multitud rugió llena de furor:

- ¡Mátenlo! ¡Mátenlo! Derramen su sangre para así limpiar con ella la afrenta que ha cometido.

Entonces el pueblo enfurecido se arrojó contra Lucifer y comenzó a golpearlo con puños, palos y piedras. Y en medio de aquella furibunda marejada humana Lucifer pensó para sí:

- Estos hombres aún no están maduros para la gran cosecha. Sus oídos no escuchan y sus ojos son incapaces de ver. Prudente será que me libere y me aleje de ellos, pues sus corazones están llenos de odio, maldad y violencia.

Entonces la multitud arrastró a Lucifer hacia las afueras de la ciudad y comenzó a apedrearlo para darle muerte. Y no dejaron de arrojarle piedras hasta que su cuerpo, totalmente inerte, quedó sepultado bajo un rocoso manto.

El crepúsculo llevó consigo al último de los verdugos.

Entonces Lucifer apartando las piedras se incorporó. Aunque su cuerpo estaba lastimado, su espíritu permanecía intacto.

- ¿Por qué tanta ceguera? - se dijo - ¿Por qué tanta ceguera si en todos nosotros palpita la misma luz? ¿O será que en algunos esta luz se halla oculta por la ignorancia de sí mismos?

Y pensando estas cosas, Lucifer sacudió sus ropas y siguió "Su Camino", protegido por la noche.

Y el amanecer lo alcanzó caminando, pues Lucifer rara vez dormía. Y su descanso era la vigilia y la atenta meditación en sí mismo.
Y aunque el camino que ahora transitaba era más humano, los pocos hombres que se cruzaban con él esquivaban su mirada y evitaban su saludo. Así de pavorosa e imponente era el aura que se escapaba de su rostro.

Entonces sus pasos lo encaminaron a las puertas de otra ciudad. Y ésta era más hermosa, rica y lujosa que las anteriores. Y en la plaza central sobre una gran columna de oro y piedras preciosas estaba escrita la frase:

“Todo tiene su precio”.

Y en aquella ciudad habían muchos dioses, pero había uno que reinaba sobre todos aquellos y el nombre de este dios era: DINERO.

Y por dinero los hombres vendían a sus hijas y a sus mujeres. Y por dinero se vendían entre ellos y a sí mismos y vendían su alma, su lealtad, su honra, su sabiduría y conciencia.

Entonces Lucifer se sintió asqueado de aquella masa maldita y deseó salir inmediatamente de la ciudad, pero su conciencia le exigió decir algo a aquellas mentes oscurecidas.

Y encaramándose sobre la dorada columna, centro de la plaza mayor, Lucifer conjuró a la multitud:

- ¡Ah, humanidad perdida yo te maldigo!

Y aunque me arrastre pobre y herido entre el lodo, jamás seré tu esclavo, siervo, ni mendigo.

Entonces, sin agregar palabra, saltó de la columna y cayendo a tierra, encaminó raudo sus pasos a las afueras de la ciudad.

Pero aquellos que lo habían escuchado lo siguieron ofreciéndole hospedaje en sus casas, pues adivinaban que aquel forastero era dueño de una "extraña sabiduría" que querían poseer, sin embargo, al ver que no se detenía comenzaron a ofrecerle dinero y a intentar comprar su estadía entre ellos.

Entonces empezaron a ver quien daba más y se sorprendían de ver que aquel hombre ignoraba sus ofertas y pronto el precio ofrecido fue de diez millones de piezas de oro y este fue doblado y triplicado. Sin embargo, Lucifer no se vendió.

Y sus pasos lo llevaron a un valle donde un día antes se había realizado una gran batalla.

El campo se hallaba cubierto de cadáveres y su número se contaba por miles.

Entonces Lucifer caminó entre ese mar de muerte mientras pensaba:

- ¿Acaso no es el mundo idéntico a este valle? ¿No está sembrado de cadáveres, hombres vivos que aún no han comprendido que están muertos en su propia ignorancia?

Y al pensar esto su vista paseaba por entre los cuerpos inertes y mutilados.

Entonces, le pareció divisar a los lejos un solitario árbol y apoyado sobre su tronco a un guerrero moribundo.

Y Lucifer se dirigió hacia aquel hombre, contento de ver algo vivo en medio de tanta muerte.

Y sin decir una palabra dio de beber de su agua a aquel desconocido. Limpió su rostro ensangrentado e intentó curar sus heridas, pero descubrió que su pecho había sido atravesado sin compasión por una lanza enemiga. Entonces Lucifer habló:

- Tu corazón está destrozado.

Deberías estar muerto, pero aún vives.

A lo que el guerrero contestó, con voz suave pero firme:

- Me debí haber vendido y no lo hice. Debí haber huido y me quedé a luchar. Ahora debería estar muerto, sin embargo, sigo vivo. Es que mi espíritu es rebelde y me niego a aceptar aquello que no quiero. Debería haberme vendido y vivir en paz, como un cordero, pero no quise. Debería haber huido y no enfrentarme al enemigo, pero lo encaré. Ahora, agonizante y mal herido, debería estar muerto, pero no quiero morir.

Entonces los ojos de Lucifer brillaron con inusitada luz y comprendió que ante él había un hombre que, de alguna manera, se había encontrado a sí mismo.

Y se prometió no dejar morir a aquel hombre y usar de todo su poder para salvarlo, pues pensó que hombres como aquél era lo que necesitaba el mundo: hombres que no se vendieran ni retrocedieran ante el Enemigo, hombres con espíritu de lucha y deseos de vivir eternamente.

Entonces Lucifer impuso sus manos sobre las heridas sangrantes del guerrero, el cual al sentir el espíritu de vida y sanación que lo invadía exclamó:

- ¿Quién eres que me bendices con la vida?

A lo que respondió Lucifer:

- Soy el Portador de la Luz, la conciencia que se manifiesta bajo forma humana. Soy la fuerza que se esconde tras cada ser, cada hombre y mujer, cada bestia y cosa.

Y apenas hubo terminado de hablar, se puso de pie y emprendió su camino.

- ¿A dónde vas hombre extraño? - lo detuvo el guerrero - ¿Cuándo podré escuchar de tu singular sabiduría otra vez?

- Mi sabiduría vive en ti, es tu propio ser. Si te escucharas a ti mismo, no necesitarías de mis palabras.

Luego Lucifer calló unos segundos y agregó:

- Mi espíritu tiene la mirada fija en el Norte. Mi cuerpo permanecerá un tiempo en la Montaña del Dragón.

Y señalando la gran mole rocosa que se erguía en el horizonte, se puso nuevamente en marcha.

Buscaba Lucifer, en aquellas montañas, la tranquilidad de la soledad para poder exaltar así su conciencia.

Sin embargo su paz no duró mucho, pues empezaron a llegar gentes en busca del sabio de la montaña que, según se contaba, había sanado a un guerrero moribundo.

Y así fue como Lucifer se convirtió en maestro, primero de unos pocos y, luego, de muchos.

Y en su intento de enseñar, sólo enseñaba que no hay nada que aprender, pues toda claridad y sabiduría ya se encuentra en el corazón de cada ser viviente.

Pero las gentes empezaron a confundirse, pues aquel que es ciego no ve aunque el sol lo alumbre y el corazón confuso se pierde incluso en el día más claro.

Y empezaron a perderse a ellos mismos de vista y dirigieron sus ojos hacia afuera, hacia la imagen del maestro que les enseñaba.

Entonces Lucifer se dio cuenta y no se permitió caer en la trampa de la oscura ignorancia.

Así fue como un día reunió en torno a sí a todos aquellos que había enseñado y les comunicó su decisión de abandonar el mundo.

Entonces sus seguidores comenzaron a lamentarse de su suerte y sintieron que aquello sería su perdición.

Y Lucifer sonrío, pues comprendió que aquél era el camino que, aunque duro, los llevaría a sí mismos.

Entonces dijo:

- No os lamentéis de mi pérdida, pues la única pérdida digna de lamentar es la pérdida de uno mismo. Y vosotros os habéis perdido hace mucho y jamás habéis llorado por ese gran tesoro ido.

Y uno entre muchos alzó su voz diciendo:


- Maestro, antes de partir háblanos de la esencia de tu enseñanza, para poder así recordarla.

Entonces Lucifer habló:

- Recordaos a vosotros mismos y recordaréis mi enseñanza. No busquéis fuera lo que ya existe dentro, en vuestro espíritu. Mirad que el hombre es como un árbol que crece en la cima de una montaña. Pero esa montaña es en realidad un volcán en cuyo interior arde un fuego claro y poderoso dador de la más perfecta serenidad y fuerza. El calor de este fuego interior ayuda a crecer al árbol, el cual mientras más entierra sus raíces en la profundidad de la montaña, más expande sus ramas a la infinitud del vasto cielo. Recordad siempre que en el mundo hay tres clases de personas: están aquellos que saben su razón de ser, están aquellos que la ignoran y están los "confusos". Y entre los confusos están los que creen saber su verdadera razón de ser, pero en realidad la ignoran y aquellos que se han inventado una razón de ser, que por ser algo artificial los aleja de su verdadera naturaleza. En verdad es importante lo que ahora les digo: Sólo quien se conoce a sí mismo, conoce su razón de ser, conoce su destino y deja de ser parte del rebaño. Y mucho mejor que ser un confuso es reconocer la ignorancia de sí mismo, pues la cura viene cuando la enfermedad es reconocida.

Guardando silencio un instante, continuó:

- La montaña es como el cuerpo, la conciencia como el árbol y el fuego parecido al espíritu de vida. La montaña es como vuestra columna ósea; el árbol como vuestro cerebro, médula y nervios que crecen entre ella; el fuego proviene de vuestra Esencia Creativa cuidadosamente conservada. Sois como madres que guardan en su vientre al embrión del espíritu. Si un niño de carne y hueso demora nueve ciclos lunares en nacer, entonces, el niño del espíritu demorará nueve ciclos solares. Por ello es importante empezar ya. Mi enseñanza guarda su propio secreto y éste se basa en la práctica y en la propia conciencia de sí mismo. Sin embargo, ¿queréis saber más, queréis conocer el secreto? Entonces escuchad el sueño que tuve un día:


EL SUEÑO DE LUCIFER

Sin saber cómo, había llegado a una caverna de enormes proporciones en lo profundo de la tierra. Aunque las paredes y techo de la gruta parecían naturales, es decir, formadas por el goteo incesante y la filtración del agua, el piso era perfectamente liso y nivelado, como hecho por mano humana o alguna otra criatura inteligente. Sentí que estaba en un templo.

A diez pasos de mí se alzaba una gruesa columna pétrea, de unos siete metros de altura, sobre la cual vi de pie a un venerable anciano. Vestía una túnica de mangas largas y talle holgado que le llegaba hasta los tobillos. Su color era gris-azulado, como el de las nubes cargadas de lluvia. A lo largo de su pecho y cosida a ella caía verticalmente, hasta el suelo, una cinta blanca sobre la cual habían sido bordados, en hilo negro, extraños caracteres que no pude reconocer. Igual adorno vi a lo largo del borde superior de sus mangas, en los puños de las mismas y en el embaste de su vestimenta. Tanto las barbas como los cabellos del anciano eran blancos y larguísimos. Su alba cabeza estaba descubierta. Al verlo se me ocurrió que era la típica imagen de un mago.

Alzando uno de sus brazos me ordenó:

-¡Tomad aquella lanza, hecha de la mejor madera del mundo e introducidla en aquel pozo! - al decir esto me señaló un agujero, de un metro de circunferencia, cuya boca estaba a ras de suelo.

Fui y tomé la lanza, la cual era una vara puntiaguda de una madera muy liviana y durísima. Me asombró comprobar que a pesar de su largo, tres metros o más, permanecía perfectamente enhiesta, haciendo alarde de una pasmosa flexibilidad.

Siguiendo las órdenes del anciano me acerqué al pozo. A mis pies vi un hoyo, cavado en la piedra, en el cual había un líquido espeso de color rojo varios metros más abajo. Al principio creí que se trataba de sangre, pero después noté que de él se desprendía una suave fosforescencia. Me pareció, entonces, que se trataba de lava derretida. Aquel pozo era la entrada al infierno.

Apenas introduje la lanza en él, el líquido aumentó su nivel hasta llegar al borde mismo del agujero. Retrocedí, pues pensé que si llegaba a desbordarse, la lava me quemaría.

Para mi sorpresa surgió del pozo un esperpento, un ser bípedo de unos cuatro metros de alto, similar a un sapo o a una tortuga sin caparazón. Caminaba sobre sus cuartos traseros como un hombre. Un solo ojo adornaba su frente.

Al parecer mis acciones lo habían molestado y ahora se encontraba furioso. Arremetió contra mí. Me defendí usando la lanza. En la refriega me di cuenta que la bestia temía perder su único ojo, entonces concentré mis ataques en él. Pero sorpresivamente, cuando creí que la tenía bajo mi poder, la criatura sufrió una mutación. Sin saber cómo, la vi transformarse en un ser del tamaño de un hombre y con cuerpo de tal, pero su cabeza era similar a la de un murciélago con orejas membranosas, grandes, triangulares y un hocico de filosos dientes. Curiosamente su cuerpo y rostro estaban cubiertos de escamas, como un pez. Su apariencia era muy fornida y musculosa. Antes que pudiera evitarlo, la criatura se alejó de mí corriendo a toda prisa, hasta, perderse de vista.

La voz del anciano llamó mi atención. Me volví a mirarlo y noté que la columna sobre la cual estaba parado disminuía de tamaño, como si estuviese siendo tragada por la tierra. Ya a nivel del piso, el anciano se acercó a mí diciendo:

- Ya lo habéis visto. La criatura tiene el poder de adoptar cualquier forma y utiliza este artificio para hacer caer a la gente en el pozo. Sin embargo no os preocupéis, ya la enfrentasteis y con eso basta para reconocerla en cualquiera de sus formas.

Dicho esto, me tendió un librito, como de un palmo de largo. Yo, tomándole, le abrí al azar en una de sus páginas. En ella vi una ilustración a color: Un velero de cuatro mástiles navegando con todo su velamen desplegado por mar abierto. La superficie del agua en perfecta calma. Alrededor del barco revolotean miles de gaviotas, mientras que del palo mayor un gran pelícano blanco da la cara a proa con sus alas extendidas, mostrando el pecho descubierto.

Miré interrogativo al anciano. Entonces éste me respondió:

- Es un libro de gran contenido hermético. Es el Libro de la Creación. En el capítulo diez encontrarás el secreto de la Piedra Filosofal. Pero antes es necesario que obtengas la Schlitlzt Nimrod, la daga mágica que simboliza y en la cual se halla grabado el Nombre Impronunciable. La reconocerás cuando la veas, porque su imagen está en el alma colectiva de toda la humanidad. Más antes, pon ante mí tu mano izquierda.

Sin resistirme seguí sus instrucciones, entonces vi con asombró que sobre la palma de mi mano crecía una pequeña enredadera de color verde vivo, como el de la hierba nueva. Su nacimiento estaba en la base, pegado a la muñeca. De aquí seguía el curso de la línea palmar llamada de Mercurio, según dijo el anciano, pero a medio camino se bifurcaba y la segunda rama recorría el rastro de la línea llamada de Saturno. Ambas secciones de la enredadera ascendían un tramo para luego curvarse en dirección del dedo pulgar. Aquella que iba por la línea de Mercurio se curvaba justo por debajo del dedo meñique. La otra, la que seguía el trayecto de la línea de Saturno, cambiaba su curso a la altura del mismo centro palmar. De esta manera ambas ramificaciones venían a morir en el montículo carnoso que hay bajo el dedo índice, al cual el anciano dio el nombre de Monte de Júpiter.

Tres flores brotaban de esta enredadera. Dos de ellas provenían del primer tallo y crecían sobre el Monte de la Luna y el Monte de Apolo respectivamente. La otra florecilla se abría en el Campo de Marte y germinaba de la segunda rama. El mago observó por unos instantes mi mano.

- La parte izquierda de tu conciencia, el lado desconocido de tu mente, es independiente - me dijo -. Esto es positivo para ti, pero aún es muy pequeño y está poco desarrollado. Debes hacerlo crecer.

Cuando le pregunté cómo podía hacerlo, sólo contestó:

- Sigue el Camino.

Dicho esto me puso al cuello un Ank, de oro blanco, en cuyos brazos tenía grabada la frase "Enfrenta la Vida como Guerrero" y, haciéndome señas, indicó que me fuera por donde había visto irse a la criatura del pozo. Le obedecí.

No había cómo perderse. Aquella galería inmensa terminaba en un estrecho túnel, por el cual caminé mucho tiempo antes de llegar a una caverna de parecidas proporciones a la anterior, pero carente de columnas y un piso liso y nivelado. Observé que al otro extremo, de donde me encontraba, se veían las entradas de dos túneles y hacia allá me dirigí.

Al acercarme comprobé que ambos se encontraban muy cerca uno de otro, pero a pesar de su proximidad comunicaban a mundos diferentes. Aquél que se encontraba a mi izquierda, daba acceso a una selva cálida, espesa y exuberante. Desde donde me hallaba podía ver mil formas y oír mil exquisitos sonidos provenientes de aquella tibia floresta. Me pareció que era el paraíso.

El otro túnel daba a un paraje relumbrantemente blanco, todo hielo y nieve. La ventisca y el frío eran sus únicos señores. Me encontraba observando esto cuando de la selvática entrada vi aparecer a una hermosa mujer de piel bronceada. Vestía un traje de hojas verdes, pegado al cuerpo, que le llegaba a mitad de muslos. Era un vestido sin mangas ni hombros, sostenido por un delgado tirante de fibra vegetal. Las facciones del rostro eran bellísimas y su cuerpo armoniosamente proporcionado. Su cabello, largo hasta la cintura. Me miró insinuantemente y me pidió que la siguiera. Me negué. Entonces, ejerció sobre mí un extraño poder y me vi tras ella en contra de mi voluntad. No pude oponerme a su fascinación.

En ese momento me sucedió algo inexplicable. Sin saber por qué, tomé fuerte conciencia de mi región infraumbilical. Sentí una agradable calidez en toda aquella zona e inmediatamente tomé el control de mí. Era como si aquel lugar anatómico fuera el "Centro de mi Voluntad". Dejé de seguir a la bella mujer y me detuve. Ella se dio cuenta de mi rebeldía y volviendo sobre sus pasos me encaró. Yo dirigí una fugaz mirada al nevado túnel; entonces ella, percatándose de mi gesto, habló:

- Ese es un mundo helado, duro, primitivo y bárbaro, ¿lo prefieres al que te ofrezco yo?

Le contesté afirmativamente. Entonces, molesta, hizo un gesto tras el cual aparecieron tres descomunales hombres que me doblaban en estatura, los cuales con actitud hostil, se interpusieron entre el mundo de hielo y yo. En ese instante noté que uno de los gigantes tenía en sus manos una daga de doble filo y hoja larga con arabescos grabados en ella. La reconocí inmediatamente. Era la Schlitlzt Nimrod, el arma mágica de la cual me había hablado el anciano mago.

La mujer volvió a hablarme, entonces vi que había sufrido una transformación. Ahora aparecía como una jovencita de quince años. Su piel era blanca, su cabello castaño e iba vestida con una túnica de color lila que, igual a la anterior, llegaba a la mitad de muslos, pero sin ceñirse al cuerpo; era holgada y con pliegues.

Su aire de sensualidad y voluptuosidad se había trocado por uno de candidez e inocencia.

La vi acercarse a mí con aspecto de ingenuidad y mirar lo que había escrito en el Ank que colgaba sobre mi pecho.

- ¿Cuál es la característica de un guerrero? - preguntó ella, esperando mi respuesta -, ¿acaso es el valor?

- Eso es importante - le contesté, mientras estudiaba cuidadosamente a los tres gigantes -, pero lo es, aún más, ser decidido y tener osadía.

Ella confundida me miró:

- ¿Osadía? - repitió.

Entonces, posando mis ojos en los de ella, la hice con rapidez a un lado y embestí con furia a los gigantes. A pesar de sus tamaños conseguí dejar a dos de ellos fuera de combate, golpeando, a uno, con mi hombro izquierdo y, al otro, con la cabeza. El tercer hombrón me atacó con la daga.

Entonces yo, sin temor alguno, la tomé con mi mano izquierda por la filosa hoja y se la arranqué de los dedos. Hecho esto, el hombre se desvaneció ante mi vista. Me di cuenta que había quedado solo, pues la muchacha también había desaparecido.

Pasé el arma a mi mano derecha y admiré la forma de su hoja y el arte con que había sido forjada. Penetré en el túnel de hielo y noté con sorpresa que, en donde antes había nieve, ahora existía arena, tierra y piedras. Aquel túnel salía a la superficie, a cielo abierto, a un paraje desolado y seco. Solo se veía uno que otro arbusto o cactus aquí y allá. Puse el puñal en mi cintura y empecé a caminar de prisa, pues el sol caía en el horizonte y pronto oscurecería.

No sé cuánto tiempo caminé, pero me detuve cuando descubrí una polvareda que se acercaba desde la derecha. Cuando por fin pude ver de qué se trataba, quise huir, pero no había lugar dónde cobijarme. Entonces decidí plantarme en mi sitio y, sacando la daga del cinto, esperar mi suerte.

Sobre la llanura una especie de monstruo, una masa peluda, negra, sin piernas ni cabeza, pero con cinco robustos brazos semejantes a los de un simio, se acercaba al lugar donde me encontraba. Avanzaba girando sobre sí mismo, como una rueda, apoyando sus grotescas manos en el suelo.

Mientras más se acercaba más decidido me encontraba para enfrentarlo. Sin embargo, cuando estuvo a unos pasos de mí, se transformó en una hermosa joven. Yacía a mis pies, totalmente desnuda, tendida sobre la arena. El color de su pelo larguísimo, el tinte de su tez y los rasgos de su rostro, me hicieron recordar los de la mujer hindú. Su sonrisa cautivadora y aquella súplica sensual de sus labios me perdieron. Observé la perfección de su cuerpo, la voluptuosidad de sus formas, la lujuria de su mirada y sin resistirme empecé a acercarme a ella, olvidando que se trataba de aquel repugnante ser que, segundos antes, había visto rodar por el desierto. Estirando sus bellos brazos hacia mí susurró:

- Como les encanta a los hombres humillarse.

Me di cuenta que lo decía por la embrutecedora sensualidad que nos abruma frente a una mujer hermosa. En ese momento tomé conciencia y concentré la atención en la zona infraumbilical de mi cuerpo. Ella, sin dejar de sonreír y con sus brazos extendidos, comenzó a desvanecerse en el aire como una ilusión pasajera, hasta que desapareció totalmente de mi vista.

La noche había caído sobre el desierto.

Allá, a lo lejos, vislumbré el resplandor de una fogata. Encaminé mis pasos en esa dirección.

Al irme acercando distinguí la figura de un hombre. Estaba en cuclillas frente al fuego, observándolo. Su cuerpo, delgado y fibroso, estaba desnudo, salvo por un taparrabo que colgaba de su cintura y que era de vivísimos colores: rojo, naranja y amarillo. Comprendí que estaba realizando algún tipo de ritual.

Llegué junto a la fogata y pude ver su rostro cobrizo y reseco. Sus ojos despedían un brillo extraño. Me di cuenta que era un brujo. Sin mediar palabra alguna me acuclillé a su lado, dando la cara al fuego. Sin mirarme lo vi meter su mano izquierda entre las llamas y sacar, de entre ellas, algo que sostenía con gran delicadeza. Vi con sorpresa que en su palma había posada una flamígera lengua de fuego. Sin preámbulos me la ofreció, indicándome que la debía tomar poniendo la palma de mi mano izquierda contra la suya. Al hacerlo, sentí que la lengua de fuego era absorbida por mi cuerpo. Tres veces el brujo metió su mano en la lumbre y me ofreció aquél trozo de flama. Tres veces acepté su ofrecimiento. Luego, haciéndome un gesto con su cabeza, me instó a mirar la fogata. Así lo hice y pude comprobar que entre las llamas descansaba una serpiente con la cabeza erguida. Era una cobra, la reconocí por el capuchón en su cuello. Tenía un color cobre metálico. Estaba tranquila, tomando un baño de fuego.

El brujo habló. Me señaló que había sido iniciado en la Hermandad del Dragón. La noche era profunda y protectora. Me dio indicaciones de sentarme en silencio junto a él. Lo hice imitándolo, cruzando las piernas y dirigiendo mi cuerpo hacia el norte, desde donde soplaba una suave brisa. Permanecimos así, silenciosos e inmóviles, una insensible eternidad. Luego, sin saber cómo, nuestros cuerpos se alzaron ingrávidos unos centímetros de la tierra y comenzaron a girar en torno a la fogata, mirando siempre hacia la misma dirección cardinal. Rotábamos en sentido contrario a las manecillas del reloj y noté que, en el breve instante en que la fogata quedaba a nuestras espaldas, pasábamos sobre un círculo dibujado, en el suelo, con extraños caracteres que no supe interpretar.

Cuando la aurora se reflejó en el oscuro cielo, el brujo me ordenó caminar con rumbo al sol naciente. Me indicó que siguiendo esa dirección encontraría dos arroyos. El primero contendría agua común, útil para aplacar la sed del cuerpo. En el segundo correría un agua medicinal de origen mineral, que servía para saciar la sed de vida.

Después de mucho andar encontré los dos riachuelos tal como me lo había señalado, sin embargo, el arroyo de agua medicinal tenía su cauce seco. Deseaba probar de sus aguas, así que tomé la decisión de remontarme hasta la fuente y así beber, del preciado líquido, lo más cerca que pudiese del origen. Siguiendo el reseco lecho subí hasta la cumbre de un gran espinazo de piedra. Allí pude comprobar que aquel arroyo surgía de un pequeño edificio de arquitectura indoarábiga. Atravesé el umbral carente de puertas y así pude dar con una enorme escalera que descendía al interior de la tierra. Bajé por ella largo tiempo, hasta que por fin di a una galería en cuyo centro crecía un enorme y añoso árbol en muy mal estado. Presentaba una apariencia reseca y sus grandes ramas estaban cruelmente mutiladas. Carecía de hojas y daba la impresión de un árbol muerto. Sin embargo, yo sabía que estaba vivo. Observé que junto al grueso tronco, en el piso, habían varias vasijas de arcilla conteniendo agua. Las ocupé todas regando con ellas las sedientas raíces. Había terminado cuando unos golpes secos llamaron mi atención. Motivado por esto me di el trabajo de estudiar la caverna en la que me hallaba. Era obvio que existía en aquel lugar alguien encargado de su cuidado, pues veía cierta simetría y orden que no era propio de los sitios que están sujetos a la espontaneidad natural. Muchas puertas daban a aquella galería. Todas estaban cerradas. Observándolas me di cuenta que los golpes, que sentía, provenían de un viejo portón de madera, el cual, se sacudía ante la violenta embestida de "algo" encerrado tras él. De pronto mi mente se abrió y lo comprendí todo. Allí encerrado, por el cuidador de aquel parque subterráneo, se encontraba el Espíritu del Arbol. Un tipo de fuerza inteligente dispuesta a destruir por el descuido a que había sido expuesto el antiguo roble centro del jardín.

En ese momento los guardas del lugar, un hombre y una mujer, entraron al recinto y comenzaron a imprecarme por haber regado el reseco tronco, pues con ello había dado renovado vigor al espíritu encerrado. No pude negar nada, ya que en mis manos, aún goteando, tenía uno de los recipientes de arcilla. Las voces de la pareja enfurecieron de tal manera al espíritu, que éste consiguió derribar el enorme portón y liberarse. Emergió de su oscura prisión justo frente a mí. Su poder era increíble. Su forma, similar a un torbellino de viento o tromba marina. Por unos instantes me observó. Le enseñé, entonces, la vasija húmeda que agarraba con mi mano derecha. Lo comprendió todo. Lanzando un bramido inhumano se arrojó sobre la pareja y los devoró.

Yo, sin saber qué hacer, esperé mi destino. El Espíritu del Árbol trocó su furibunda apariencia. Se me acercó lentamente en forma de una barra vertical de luz rojiza. Tendría unos cincuenta centímetros de largo y flotaba en el aire por encima de mi cabeza. Me habló con voz de trueno. Me dijo que a partir de ese momento era el Guardián de las Raíces y que premiaría mi gesto dándome su amistad. Dicho esto vino sobre mí y posándose en mi cabeza sentí como aquella energía, en forma de columna luminosa, me penetraba por ella hasta la garganta. Una tibieza confortable me inundó y me sentí físicamente sano. Sin saber qué, el espíritu hizo algo indescriptible dentro de mí y me cambió. Me sentí como recién nacido. Todas mis enfermedades habían desaparecido.

Cuando el espíritu me dejó, me di cuenta que toda la caverna había reverdeado. Sobre el suelo crecía una mullida hierba, en las rocosas paredes se adherían las enredaderas y hiedras. El viejo árbol se veía frondoso y turgente. Sus mutiladas ramas ahora se presentaban completas y rebosantes de hojas. De sus raíces surgía un manantial de agua fresca y cristalina: este era el origen del arroyo medicinal.

Me acerqué al roble. Una enorme serpiente de color verde encendido se ocultaba entre el follaje. Noté que en sus costados, a lo largo del cuerpo, tenía dibujado en negro extraños caracteres desconocidos para mí. De pronto otra cosa llamó mi atención. Era una picaflor que revoloteaba entre el ramaje muy cerca de mí. Su cabeza y su cuerpo eran de un rojo intenso, escarlata, mientras que sus alas y cola eran negras azabache.

El Espíritu del Árbol, poniéndose a mi lado, me indicó que lo atrapara. Yo lo intenté, pero no pude, el ave era demasiado rápida para mí. Entonces, el espíritu me aconsejó que lo observara fijamente sin pensar en nada y que cuando sintiese el impulso interno de agarrarlo lo intentara. Le hice caso y así conseguí atrapar, con mi mano derecha, al picaflor por la cabeza. En el mismo momento que la atrapé el ave dejó de ser algo vivo y se trocó en un objeto inanimado, hueco, de consistencia apergaminada. Comenzó a deshacerse entre mis dedos. Para evitarlo la coloqué sobre la palma de mi mano izquierda, sin embargo continuó disolviéndose. De esta manera dejó al descubierto una piedra blanca, como de una pulgada de diámetro, sobre la cual soplé para limpiarla de los restos pulvurulentos que no me dejaban apreciarla con claridad. Su color era similar a la sal de roca. Su forma, esférica, estaba tallada con la apariencia de un capullo de rosa. Era un trabajo simple y primitivo. El espíritu hizo retumbar su voz en mis oídos:

- Es la Piedra Filosofal - bramó -, la meta de los alquimistas. Dilúyela en vino asoleado y bébela. Solo así poseerás el secreto de la inmortalidad.

En aquel preciso instante desperté.

Habiendo escuchado aquel sueño un rumor se dejó sentir entre los asistentes, pues algunos se preguntaban asombrados qué significado tendría. Entonces un visitante, que hacía poco había llegado, gritó:

- Algunos dicen que eres el demonio - y buscaba con ello perderle y denigrarle ante los ojos de todos los presentes.

Entonces Lucifer, con voz clara y serena, exclamó:

- ¿Acaso no es aquello a quien llamáis Diablo hijo de aquello a quien llamáis Dios también? Si en el principio estaba solo aquello a quien decís Dios, el supremo Bien, entonces primero fue el Bien y luego el Mal. Por tanto el Mal surgió del Bien, porque nada puede nacer de la nada. Y porque el Mal se originó del Bien es que la función del Mal es benéfica, porque nada malo puede surgir de lo bueno. Lo que llamáis Dios es el maestro tierno y amoroso que educa con bondad. Aquello que llamáis Diablo es el maestro duro y riguroso que nos enseña a través de la severidad. Por tanto no reneguéis del Diablo, pues algunos somos tan necios que solo aprendemos a golpes. Por tanto no odiéis al Diablo, porque a través de sus pruebas nos hacemos fuertes y libres y accedemos al supremo Bien. ¿Acaso sois tan ciegos que no os dais cuenta que Dios y Diablo son las dos caras de una misma moneda?

Entonces de las gargantas de algunos de los presentes se escapó una exclamación de asombro, pues comprendieron las palabras de Lucifer y despertaron, quedando sus mentes más allá del Bien y del Mal. Sin embargo el desconocido replicó:

- ¿Cuál es tu religión?

- No hay religión más grande que la Verdad, la realidad tal como es - exclamó el Portador de la Luz.

- Vuestra sabiduría sufre del pecado de la soberbia y no se basa en las escrituras sagradas - insistió el extraño.

- Sufro del pecado de la soberbia - dijo Lucifer - pues deseo ser todo lo que soy: quiero ser diamante aunque mi origen sea el carbón. No baso mi conocimiento en lo que dicen los textos sagrados o en lo que afirman los ancianos, no baso mi sabiduría en lo que dicen lo eruditos o asegura la mayoría. Mi sabiduría se basa en lo experimentado por mí mismo sin intermediarios o interpretaciones ajenas, pues es la experiencia propia y directa lo que entrega la verdadera sabiduría. La vida se conoce viviéndola y no a través de creencias, opiniones, especulaciones, teorías, religiones o libros. ¿Queréis leer un libro? Leed el libro de la sabiduría. Ese libro sois vosotros mismos, leedlo así: dirigid vuestra atención hacia vosotros, hacia vuestras sensaciones, hacia vuestros movimientos, hacia vuestra respiración, emociones y pensamientos y en todo momento permaneced serenos, atentos, viviendo el momento.

Entonces el visitante asombrado por aquella extraña sabiduría volvió a preguntar:

- ¿Maestro, quién eres en verdad?

A lo que él respondió:

- Yo soy la Vida, "el Lucifer", el Portador de la Luz: el Lucero de la Mañana que anuncia el fin de las tinieblas y la llegada del Imperio del Sol, el reino de la luz. Soy Prometeo, aquel que arrebató de la nada el divino fuego de la sabiduría, el poder y la luz y lo entregó a los hombres. Y aunque soy el más odiado por el cielo soy, sin embargo, el más amado, pues gracias a mí se ha redimido la oscura materia. Perdiendo mi pureza espiritual y cayendo en los abismos he llevado vida, conciencia y conocimiento a toda carne y la he impulsado hacia los cielos. Comprendan esta paradoja y comprenderán el misterio del universo.

Y habiendo pronunciado estas palabras cayó sobre los presentes un profundo silencio. Y junto al silencio cayó la noche, arropando con su estrellado manto a todo lo viviente. Cuando medianoche llegó rompió Lucifer las tinieblas con su voz. Clavando la mirada en la estrella polar exclamó:

- Quien sigue la senda del Dragón, domina la realidad presente: el aquí y ahora. Conservar la serena quietud es su principio, alcanzar el ecuánime e imperturbable vacío es su meta. Quien sigue la senda del Dragón es como el agua: aunque se adapta a todas las formas no se aferra a ninguna.

Y dirigiéndose al viejo guerrero, a aquel que una vez había estado mortalmente herido en su corazón, le dijo:

- Guerrero solitario que sigues la senda del rayo: Tendrás que sumergirte en la profunda oscuridad y hallar en tus raíces la vida sempiterna. Solo así llegará el momento en que aquello que acecha al otro lado salga a la luz del día. Vendrá de la otra orilla del abismo pletórico de inmortalidad, poder, voluntad y sabiduría. Y así se cumplirá el tiempo en que desprendiéndote de todo te apoderarás del universo.

Y el viejo guerrero comprendiendo las palabras de Lucifer guardó silencio. Y a través del silencio, aquietó su corazón. Y con su corazón sereno entró en profunda meditación. Mas cuando abrió los ojos, poco antes del amanecer, Lucifer ya no estaba entre ellos y el Lucero de la Mañana brillaba con soberbio fulgor sobre el horizonte.

sábado, 30 de abril de 2011

Juan Pablo II: ¿santo católico, adepto gnóstico o mago negro?

Quienes pretenden englobar el concepto “católico” entendiéndola como una unidad orgánica coherente desde sus orígenes en los primeros siglos hasta el día de hoy -ya sea con el fin de defenderla o ya con el fin de denostar de ella- cometen en realidad un grave error. No existe en la historia del catolicismo una verdadera coherencia histórica. Es muy probable así,  que un “católico” de los dos primeros siglos desconociera por completo las formas que su iglesia asumió en la etapa del Renacimiento, del mismo modo que es casi seguro que un Pontífice de hace cien años hubiese condenado sin chistar lo que hoy esa misma Iglesia predica.
 Juan Pablo II en uno de sus tradicionales
gestos de carácter esotérico e iniciático
Estudios suficientes hay al respecto. Pero baste señalar para el fin de nuestro tema el inmenso vuelco que significó para el catolicismo los postulados del Concilio Vaticano II. Los cambios no son simples e intrascendentes, al punto que muchos católicos de hoy en día hubiesen sido condenados como “herejes” sin ir muy lejos por un Papa como Pio X.
Concilio Vaticano II o el triunfo de la gnosis sobre Roma
Cuando a finales de la década de los 60, el Pontífice Juan XXIII –un papa que, por cierto, era iniciado en una fraternidad rosacruz-  daba a conocer los alcances del Concilio Vaticano II, muchas fueron las instituciones de carácter esotérico que saludaron dichos alcances. De inmediato muchas logias masónicas llevaron inclusive el nombre de dicho Papa y en los círculos iniciáticos se rumoreaba el enorme avance  que significaba dicho Concilio en la historia de la evolución espiritual. El propio Samael Aun Weor, líder visible del floreciente movimiento gnóstico latinoamericano señaló: Este ser (Juan XXIII) ha hecho algo muy importante al reconocer que su Iglesia no es la única Iglesia”. Y era cierto, entre los muchos alcances de dicho Concilio se tenía que: “El Espíritu Santo se manifiesta no solo en la Iglesia Católica, sino en todas las religiones”, un postulado ecuménico y de raíz absolutamente gnóstica que hubiera resultado imposible de aceptar solo diez años atrás en el seno del catolicismo tradicional.
Pero el encanto fue momentáneo, ya que si bien se realizó una apertura eclesial desde el viejo dogmatismo a una suerte de doctrina humanista de inspiración netamente masónica (mérito conseguido por los muchos sacerdotes iniciados en sociedades iniciáticas y esotéricas que participaron de dicho Concilio), el catolicismo perdió en cambio el impulso suficiente para forjar una mística que le había dado sus mejores frutos en el pasado. Como bien apuntó alguna vez el hijo de uno de los discípulos del gnóstico René Guenón: “la supresión de la misa tridentina por el rito moderno desacralizó por completo el ritual, quitándole el carácter iniciático que hasta entonces había tenido la misa”.
Apertura gnóstica de visión humanista en sustitución de los tradicionales dogmas por un lado, y un nada conveniente “aggiornamiento”, que condujo a la banalización de los rituales y la virtual desnaturalización de la figura del hombre o la mujer consagrados (sacerdote, monja, etc), fueron finalmente los que se impusieron en la Iglesia Católica. Semejante cambio coincidió también con el ingreso a la Era de Acuario; pero a la luz de los acontecimientos, podemos decir que el Concilio Vaticano II fue en realidad el principio del fin del catolicismo; una religión que pretendió adaptarse a las exigencias de la Nueva Era, pero que naufragó en su intento al forjar una doctrina ambigua, una gnosis sin disciplina y una apertura más política que espiritual.
Desde allí en adelante el destino espiritual de Occidente pareció dirigirse entonces en dos vertientes: el abandono absoluto de la espiritualidad para preferir los deleites  del mundo de la “ilusión”, la droga y el placer por un lado; el autoengaño que significa  la fijación mórbida  en cierto dogmatismo caduco por otro; o finalmente la búsqueda del despertar espiritual en visiones más absolutas de la comprensión, del amor y de la fe, como son las corrientes orientales del budismo o el yoga, la gnosis y todas las vertientes del new age.
Juan Pablo II : Un teósofo ecuménico que se hizo Papa
En ese contexto, nos toca estudiara Juan Pablo II, un papa indispensable para conocer el proceso de desfiguración absoluta de lo que fue el catolicismo tradicional, hasta el gnosticismo “light” y ecuménico que es hoy en día dicha secta cristiana. Ya desde sus primeros años, Karol Wojtila posee una vocación muy lejana al catolicismo tradicional y muy afín al ecumenismo proto-gnóstico o mas bien humanista masónico. Podría decirse que, de no haber existido un Concilio abiertamente pro ecuménico como el mencionado Vaticano II, Wojtila difícilmente hubiera optado por el sacerdocio.
El mismo manifiesta que uno de sus autores influyentes fue el teósofo Mircea Eliade a quien cita en su libro como alguien importante: «por eso, para el pensamiento contemporáneo es importante la filosofía de la religión; por ejemplo, la de Mircea Eliade.. (Cruzando el Umbral de la esperanza p. 56).
El autor Daniel Le Roux en su libro «Pierre m’aimes-tu?»(p. 64) manifiesta que hubo una estrecha amistad entre el entonces futuro pontífice con el director de teatro Klotlarczyk, el mismo que era gnóstico, -seguidor de la escuela antroposófica de Rudolf Steiner, específicamente-. Le Roux destaca que, para ellos, el teatro «era una misión, una vocación; era el sacerdocio del Arte. Los actores, como `sacerdotes del Arte’, dotados de una fuerza ilimitada para renovar el mundo, para rehacer la humanidad entera, para sanar la moral por medio de la belleza predicada, transmitían los más altos valores metafísicos. Tales eran las ideas cantadas por el `arcipreste’ Kotlarczyk».
El futuro Juan Pablo II fue ciertamente un adepto  gnóstico en su rama antroposófica y estuvo bien educado en los principios de la nueva religión a la que necesariamente debe abrirse el hombre en una nueva era. Es seguramente allí donde descubre la misión que tenía encomendada. Posteriormente ya dentro del Vaticano tendrá ocasión de frecuentar las logias de tinte masónico que se establecieron en Roma desde los días del Concilio Vaticano II.

Hacia el ecumenismo o religión universal: principio gnóstico asumido como dogma del nuevo catolicismo

El gnosticismo en todas sus épocas ha manifestado un tácito o expreso afán de ecumenismo o unificación de todos los credos a partir de sus principios comunes. Desde los tiempos ya lejanos del faraón Akenatón, los ideales de unificación fraternal universal bajo los postulados  comunes de los credos han sido un afán muy noble de los iniciados. Pero sería recién a partir de los procesos revolucionarios de la post revolución francesa y americana que los adeptos francmasones y rosacruces aprovecharon para propugnar un paso decisivo en este afán: la defensa hoy incuestionable de la libertad de credo. La doctrina establece en este sentido que la verdadera Caridad Consciente se basa en la Comprensión, de tal modo que quien combate los principios religiosos no tiene Caridad Consciente.
Todo adepto gnóstico o persona con mínimo criterio de espiritualidad consciente sabe bien que todas las religiones buscan que los seres humanos alcancen la divinidad que recuperen el paraíso perdido a causa del pecado, en otras palabras buscan que nos reencontremos con Dios, ese es su objetivo por lo tanto esto las hace especiales como piedras preciosas y aunque el hombre insista en crear divisiones están unidas por su propio objetivo "Dios" por el hilo de la divinidad es el que las une y relaciona entre sí.
Juan Pablo saluda a brujo vudú
Mientras el antiguo catolicismo condenaba a todas las demas religiones y sectas con etiquetas como herejes o infieles. El Concilio vaticano estableció con el decreto "Unitatis Redingratio" :" las Iglesias y comunidades separadas no están desprovistas de sentido y de valor en el misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no ha rehusado servirse de ellas como medios de salvación, cuya virtud deriva de la misma plenitud de la gracia y de la verdad que se confió a la Iglesia...Recuerden todos los fieles, que tanto mejor promoverán y realizarán la unión de los cristianos, cuanto más se esfuercen en llevar una vida más pura, según el Evangelio. Porque cuanto más se unan en estrecha comunión con el Padre, con el Verbo y con el Espíritu, tanto más íntima y fácilmente podrán acrecentar la mutua hermandad."


Hay una gran afinidad, más aún, una verdadera compenetración entre el ecumenismo de Vaticano II y la gnosis, así lo evidencia la siguiente cita de Mons. Delassus: "Numerosos católicos están seducidos, sobre todo, por esta afirmación que anteriormente hemos encontrado en boca de Weishaupt: 'Todas las religiones, sin exceptuar la religión católica, tienen una enseñanza esotérica'. Esta doctrina secreta de Jesucristo, -hasta hoy desconocida por la Iglesia oficial-, es la que hay que comunicar para iniciar en la verdadera sabiduría, en la gnosis, y preparar así los acontecimientos del verdadero catolicismo, de la religión verdaderamente universal" ("La Conj.", T.II, p.732). Esta religión universal de la cual habla el Gran Jefe de los Iluminados (Weishaupt), no es otra que la nueva religión ecuménica de Vaticano II.
El Ecumenismo, hecho irreversible, en opinión del mencionado  Juan Pablo II como tantas veces lo ha dicho, es el triunfo de la penetración gnóstica en la Iglesia en su designio de conducir el cristianismo hacia los principios del gnosticismo primigenio. El Ecumenismo es el triunfo de la Cábala en la Iglesia y, por ende, de su disgregación en sí misma (solve) y de su reabsorción (coagula). La disgregación de la Iglesia (culto, doctrina y moral) y su reabsorción dentro de los planes de la Gnosis Absoluta. El 'solve et coagula' de la Revolución, están en plena efervescencia para ganar la Iglesia al servicio de la Nueva Era.
Tal fue la misión teosófica del adepto Juan Pablo II, la de instaurar un verdadero y profundo cambio de conceptos rompiendo viejos esquematismos rígidos referentes a la Iglesia. Su nueva ecleseología buscó ser más abierta y elástica (ecuménica). Leamos: «se puede decir que nuestra Fe en la Iglesia ha sido renovada y profundizada de modo significativo por el Concilio (...) La renovación posconciliar es, sobre todo, renovación de esta Fe, extraordinariamente rica y fecunda. La Fe en la Iglesia, como enseña el Concilio Vaticano II, lleva a replantearse ciertos esquematismos demasiado rígidos: por ejemplo, la distinción entre Iglesia docente, que enseña, e Iglesia discente, que aprende, ... se trata pues de no sólo cambiar conceptos sino de renovar actitudes, como he intentado mostrar en mi estudio posconciliar ya citado y titulado La renovación en sus fuentes.» (Cruzando... p.178).

Queda bien claro y establecido que para Juan Pablo II la renovación posconciliar o renovación de la Fe consiste en un cambio de conceptos que generan un cambio en las actitudes. Esto es profundamente revolucionario . Nótese que menciona "renovación de la fe". Esto es, transformar absolutamente lo que la Iglesia ha concebido como fe hasta entonces, para adecuarla a una visión más gnóstica de la Verdad Absoluta.
Juan Pablo II hizo propia la enseñanza teosófica tradicional (seguida desde los neo esenios a los cátaros y rosacruces místicos)  sobre la Iglesia que se ha presentado de diversas maneras, unas veces distinguiendo la Iglesia de Pedro (jerárquica, rígida, jurídica, visible, etc.) y la Iglesia de Juan (mística, espiritual, invisible, trascendental, etc.).  Juan Pablo II manifestó en tal sentido: «Durante mucho tiempo, en la Iglesia se vió más bien la dimensión institucional, jerárquica, y se había olvidado un poco la fundamental dimensión de gracia, carismática, propia del pueblo de Dios.» (Cruzando... p. 178).
Sin embargo ¿por qué un adepto gnóstico se afiliaría a una institución históricamente hostil a los ideales revolucionarios del espíritu, perseguidora de iniciados y dura frente a la flexibilidad espiritual de las corrientes gnosticistas. Pues precisamente con la intención de revolucionarla o dar el pie a una progresiva transformación. Para ello se necesitaba pues lo puro y noble que hay en ella (como en toda religión, de acuerdo a los principios gnósticos), y a partir de allí edificar la cultura de fraternidad universal a la que se aspira. El propio Juan Pablo II lo afirma así : «Encontré la Iglesia como una comunidad de salvación... comprendí a qué precio hemos sido redimidos y todo esto me introdujo aún más profundamente en el misterio de la Iglesia que, en cuanto misterio, tiene una dimensión invisible (el concepto teosófico de la Iglesia Mística de Juan). Lo ha recordado el Concilio. Este misterio es más grande que la sola estructura visible de la Iglesia y su organización (la Iglesia de Pedro). Estructura y organización sirven al misterio. La Iglesia, como cuerpo místico de Cristo, penetra en todos y a todos comprende. Sus dimensiones espirituales, místicas, son mucho mayores de cuanto puedan demostrar todas las estadísticas sociológicas.» (Cruzando... p. 148-149).
La revolución gnóstico-ecuménica de Juan Pablo II llegó a su máxima expresión como nunca antes en la historia. Afirma así : «La Iglesia Católica se alegra cuando otras comunidades cristianas anuncian con ella el Evangelio, sabiendo que la plenitud de los medios de salvación le han sido confiados a ella. En este contexto debe ser entendido el ‘‘subsistit’’ de la enseñanza conciliar». (Cruzando... p. 147).

Juan Pablo II, tampoco le hizo desaires a las prácticas del budismo, las cuales complementan en comprensión a lo que el cristianismo carece en preferencia de la caridad. Juan Pablo afirmó así de la doctrina inmortal del Buda Sakyamuni:«Es necesario prestar una especial atención al budismo, que según un cierto punto de vista es, como el cristianismo, una religión de salvación.» (Cruzando p. 99).

Juan Pablo II y el Dalai Lama: "El budismo es una
religión de salvación" dijo.
Si hubo un Papa católico que oleó y sacramentó el gnosticismo. Ese fué precisamente Juan Pablo II.

Beatificación de Juan Pablo II, ¿anticipo del fin del monopolio religioso occidental romano?

El Padre Urrutia S.J. en un folleto aparecido en España el año 1988 cita un texto aparentemente relacionado con el nombre de pila de Juan Pablo: «San Anselmo, Obispo de Sinium, Grecia, siglo XIII, (vaticina illustrium virorum, Venecia, 1805): `¡Ay de tí, villa de las siete colinas (Roma), cuando la letra K sea aclamada dentro de tus murallas! (Karol, nombre de Juan Pablo II). Entonces tu caída estará próxima, tus gobernantes serán destruidos. Has irritado al Altísimo con tus crímenes y blasfemias, perecerás en la derrota y en la sangre’». («El tiempo que se aproxima»  p. 32).

La profecía ha cobrado especial vigencia en estos días en los que el mundo se apresta a celebrar la "beatificación" de este decidido defensor del gnosticismo . Profecía que nos recuerda también los clásicos textos proféticos  atribuidos a San Malaquías, de acuerdo a los cuales solo quedaría un Papa pendiente para el trono de Roma, luego de lo cual es absolutamente incierto lo que se aproxima para la religión occidental.

Juan Pablo II ¿un adepto caído?

A pesar de todo lo mencionado, no hay que obviar tampoco los múltiples cuestionamientos que se han hecho sobre este pontífice.
El caso Maciel y el lodo que ha envuelto a los legionarios de Cristo han salpicado la causa de beatificación de Karol Wojtyla. Sobre el tema han aparecido sendos libros de dos periodistas reconocidas que abordan el tema desde enfoques opuestos. El de  Carmen Aristegui, "Marcial Maciel. Historia de un criminal", de la editorial Grijalbo, y el otro firmado por Valentina Alazraki, "La luz eterna de Juan Pablo II", editorial Planeta. Esta última no esconde su admiración y veneración a Juan Pablo II y, con vehemencia, trata de demostrar que fue engañado tanto por Maciel, por la estructura de los legionarios, como por sus más cercanos colaboradores. El reiterado apoyo de Juan Pablo II a Marcial Maciel fue gracias a un “sistema Maciel”, así llamado por la autora, un sistema de ocultamiento y encubrimiento dentro y fuera del Vaticano. Pone de ejemplo el caso de Justo Mullor, nuncio apostólico en México 1997-2000, quien reportó las primeras acusaciones contra el pederasta hasta convertirse en una amenaza y por ello fue “promovido” a la academia pontificia, como los propios legionarios se ufanaron.

Saludo hermético entre Juan Pablo II
y el pedófilo Marcial Maciel
El sociólogo de religiones Bernardo Barranco analiza de este modo estos libros: "Las entrevistas recogidas por Carmen Aristegui, en cambio, son contundentes e implican de manera categórica al pontífice polaco. Jeff Anderson, abogado con 25 años de litigios de pederastia clerical, es rotundo: “Creo que no hay duda de que Juan Pablo II –a pesar de lo bueno que fue como Papa– sí protegió a Maciel” por su influencia y los recursos que aportaba al Vaticano. Jason Barry, reconocido periodista pionero en las investigaciones sobre los abusos de Maciel, considera que el apoyo al fundador de los legionarios es la mayor falla que tuvo como Papa; mientras que Alberto Athié, después de narrar su periplo sufrido a manos de Norberto Rivera, sostiene que el encubrimiento a Maciel fue estructural. Efectivamente, el Papa no creyó en su momento las denuncias sobre abusos, probablemente acostumbrado en Polonia a las falsas acusaciones contra la Iglesia por el Estado antagónico. Un complot contra la Iglesia, tesis que sigue utilizando la vieja guardia de la curia romana. Los hechos muestran que Maciel recibió de Juan Pablo II un apoyo sistémico y atención, no sólo él, otros pederastas célebres, como el caso de Hans Hermann Groer, purpurado de Viena. Su sucesor, el cardenal Shoenburn, reclamó airadamente a Angelo Sodano, secretario de Estado, haber frenado las investigaciones que a la postre habrían evitado escándalos mayúsculos.
También está el caso del arzobispo de Poznan, Juliusz Paetz, violador de seminaristas, quien recibió el apoyo y ocultamiento de Stanislao Dziwisz, secretario particular de Juan Pablo II. Si el secretario de Estado, el secretario personal, el jefe de prensa Navarro Valls, y por Talavera sabemos que también el propio Ratzinger, responsable de la Congregación de la Fe, sabían, difícilmente puede admitirse el desconocimiento de la máxima cabeza de la Iglesia. En una estructura tan piramidal y autocrática como la Iglesia, resulta inverosímil que la máxima autoridad del andamiaje clerical estuviese ajena a asuntos tan delicados como las denuncias a Maciel.
En ese sentido Valentina, embelesada en su admiración al pontífice, deja ver cómo Maciel y la Legión de Cristo compran voluntades en las altas esferas del Vaticano, por los sobres con dinero, los favores, los regalos, las fiestas, los apoyos logísticos con autos y personal de apoyo. Es decir, se suma a las filtraciones de algunos legionarios que ha retomado el National Catholic Report, esto es, corrupción al más alto nivel de la propia curia de Juan Pablo II; y como jefe de Estado, el Papa tiene una indudable responsabilidad.
Siguiendo a Marco Politi, estos personajes le deben una explicación pública a la feligresía y a la sociedad."

La pedofilia y la sodomía: prácticas comunes en los rituales de magia negra


Las prácticas esotéricas en sus altos grados se caracterizan por la particular importancia que se le da a los aspectos sexuales. Así, mientras en las más grandes iniciaciones de la magia blanca resulta imprescindible  el tantrismo o castidad científica como medio de activación de los chakras y  potencialización de las facultades ocultas, en la magia negra se hace uso de métodos tántricos  infames para conseguir sus siniestros propósitos.
Las órdenes secretas blancas y negras son a veces muy parecidas y tienen ritos y actos muy similares, sin embargo sirven a propósitos totalmente opuestos. Si la Logia Blanca se propone la santificación y salvación de todos los seres, la Logia Negra propone exactamente lo contrario.
Se sabe bien que los ritos tenebrosos de las logias oscuras usan niños con la finalidad de absorber la "energía" de las indefensas criaturas con tan abominables actos. Más aún el uso de la sodomía es muy común entre ellos, ya que activa de manera completamente pervertida el chakra coccígeo también llamado "punto G" masculino. Todos los que leen esto deben estar advertidos que quienes practiquen semejantes rituales de tantrismo negro condenaran sus almas a la involución.
Las logias tanto negras como blancas penetraron en Roma  con mayor impacto desde el Concilio Vaticano II. En sus ritos y juramentos usan fórmulas muy similares a las que usan por ejemplo los masones negros (que no debemos confundir con los masones blancos): Cuando estos hacen el juramento del 3er. Grado, prometen encubrir todos los crímenes cometidos por un compañero masón, excepto aquellos de traición y asesinato [Malcom Duncan, Duncan's Ritual of Freemasonry (Ritual de la masonería de Duncan), NuevaYork, David McKay Co., p. 94]. 
El verdadero adepto jamás debe ser cómplice de los delitos ajenos. Muy por el contrario debe denunciarlos a la manera de los profetas.
Si alguien se pregunta por qué  los pontífices u obispos  callan con respecto a los crímenes cometidos por otros sacerdotes debe encontrar en este principio común de las sociedades secretas la causa. Ya lo decimos, no debe meterse a todas las sociedades en el mismo saco. El hecho que tengas ritos y gestos parecidos no significa que no haya blancos y negros en estas órdenes.
Ya desde los primeros días del Concilio vaticano II ocurrieron esos casos. Por ejemplo eex sacerdote de North Attleboro James Porter le dijo al papa Pablo VI en 1973 que había estado abusando sexualmente de niños, casi 20 años antes de que las víctimas salieran a la luz pública a revelar el abuso que habían sufrido. Lejos de hacer algo, el pontífice de aquel entonces lo derivó a la Parroquia Sagrado Corazón en Fall River. El encubrimiento es una práctica común entre los adeptos de las órdenes secretas del catolicismo iniciático negro, lo mismo que lo es en ciertas fraternidades de inspiración masónica. han adoptado de ellas incluso algunos gestos como los saludos.
Juan Pablo II  haciendo el tradicional saludo tipo masónico  


Saludo masónico entre Benedicto XVI y presidente de España

Sacerdote pedófilo Shanley, estrecha la mano
-al estilo masónico- del cardenal Bernard Law


Conclusión
Queda claro después de la lectura que Juan Pablo siguió unos lineamientos filosóficos bien distintos a los del catolicismo tradicional de los santos (el anterior al Concilio Vaticano II de fines de la década del 60) . Lo suyo es más próximo al gnosticismo y los sustentos de las sociedades herméticas. Sin embargo, debemos recordar que aquella escalera que sirve para subir también puede servir para bajar. Quien quiera seguir a Dios debe apostar definitivamente por "negarse a si mismo, tomar la cruz y seguir al Cristo". La estrategia antigua de pretender servir a dos amos al mismo tiempo no ha dado resultado ni en los tiempos de Jeshuá Ben Pandhirá ni en el presente.