viernes, 11 de enero de 2008

«UNA CRUZ EN EL CIELO, EL FIN DEL PAGANISMO»

No olvidemos jamás que alrededor de la resplandeciente Cruz vista en el mundo astral por Constantino, aparecieron aquellas palabras proféticas que entonces gozoso hiciera pintar en su labarum: "In hoc signo vinces," Vencerás por este signo.

La visión de una cruz en el cielo en el 312 d.C. por Constantino I el Grande, emperador romano de Occidente (306-337), influyó de manera decisiva en la difusión del cristianismo. A raíz de esta celeste visión, con la que dice Ireneo fue favorecido Constantino, no obstante sus crímenes, el emperador concedió la libertad de culto a los cristianos, perseguidos durante siglos.

Unas tradiciones dicen que esta visión ocurrió durante una batalla del emperador Constantino contra los bárbaros, a orillas del Danubio, y otras que se produjo cuando marchaba contra Majencio, cerca de Roma.

Según las primeras se cuenta que el norte del imperio se vio amenazado por una multitud innumerable de bárbaros que se congregó a orillas del Danubio con intención de cruzar el río y conquistar todas las tierras occidentales. Cuando Constantino se enteró, levantó sus campamentos, avanzó con sus ejércitos, llegó hasta el Danubio y colocó en sus orillas estratégicamente a sus soldados. Aquella noche, mientras dormía, un ángel lo despertó y lo invitó a mirar a lo alto. Al levantar sus ojos hacia el cielo Constantino vio suspendida en el espacio una cruz formada por dos rayos luminosos, y sobre ella una inscripción en letras de oro que decía: In hoc signo vinces.

Confortado con esta visión, el emperador mandó construir una cruz semejante a la que viera en el cielo, e hizo que un abanderado la llevara, enhiesta, a modo de estandarte o lábaro delante de los soldados; dio orden de ataque y lanzó sus ejércitos contra los enemigos, causando entre éstos muchísimos muertos y obligando a huir a toda prisa al resto de las tropas bárbaras.

Después de la victoria Constantino reunió a los pontífices de todos los templos y trató de averiguar por medio de ellos, a qué dios pertenecía la señal en cuyo nombre había obtenido tan importante triunfo. Ninguno de los reunidos supo dar respuesta a su pregunta; mas sí se la dieron algunos cristianos que comparecieron ante él y le explicaron minuciosamente todo lo relativo al misterio de la Santa Cruz.

Entonces Constantino consideró que el Dios cristiano le había proporcionado la victoria, por lo que abandonó sus anteriores creencias paganas. El emperador creyó con toda su alma en Jesucristo y fue bautizado, según unos libros por el papa Eusebio, y, según otros, por el obispo de Cesárea.

El asunto de su conversión al cristianismo ha sido bastante discutido. En una crónica autorizada se dice que, a pesar de la victoria obtenida en esta ocasión, Constantino ni se bautizó ni aceptó la fe cristiana, sino que su conversión y bautismo por san Silvestre tuvieron lugar posteriormente, a raíz de la visión con que le favorecieron los apóstoles Pedro y Pablo. Esta aparición, y la curación de la lepra que padecía, fueron las circunstancias que le determinaron a convertirse y a enviar a Jerusalén a su madre santa Elena para que buscase la Cruz del Señor. Sin embargo, tanto san Ambrosio en la carta que escribió con motivo de la muerte de Teodosio, como la Historia Tripartita, dicen, y lo dice también san Jerónimo, que Constantino no se bautizó hasta los últimos momentos de su vida, estando ya en inminente peligro de muerte. A todo esto, la gran maestra H. P. Blavatsky afirma que Constantino murió pagano.

La Historia Eclesiástica atribuye la victoria sobre los bárbaros por medio de la Santa Cruz a Constantino en su batalla contra Majencio. Este fue un emperador romano, (hijo de Maximiano, emperador del Imperio Romano de Oriente), quien tras gobernar de forma despótica durante cuatro años, fue finalmente derrotado y muerto por Constantino I el Grande en las proximidades de Roma, el 28 de octubre del 312, en la conocida como batalla del Puente Milvio. Durante el gobierno de Majencio, comenzó a erigirse en el Foro Romano la impresionante basílica cuya edificación acabó bajo el reinado de Constantino y que recibe indistintamente el nombre de ambos.

La Historia Eclesiástica dice lo siguiente:

"Majencio invadió el imperio romano. El emperador Constantino le salió al paso y trató de detenerlo haciéndole frente junto al puente Albino, pero hondamente preocupado por el resultado incierto de la batalla que pensaba dar a Majencio, levantaba frecuentemente sus ojos al cielo en demanda de auxilio. Uno de aquellos días se quedó dormido y soñó que veía en lo alto del firmamento, hacia la parte de oriente, una cruz muy brillante, como si fuese de fuego; mientras él contemplaba aquel fenómeno luminoso, dos ángeles se colocaron a su vera, de pie, sobre el suelo, y le dijeron: Constantino, In hoc signo vinces ".

La Historia Tripartita, por su parte, añade: "Al despertar, Constantino, intrigado, preguntábase a sí mismo qué podría significar aquel sueño; mas a la noche siguiente, se le apareció Cristo, le mostró la misma señal que viera suspendida en el cielo mientras dormía la siesta, y le mandó que hiciese reproducciones de ella y que él y sus soldados las llevasen consigo durante la batalla que iban a dar y durante cuantas diesen en adelante; y le aseguró que si así lo hacían, saldrían siempre victoriosos de sus enemigos.

Constancio obedeció estas instrucciones y derrotó a Majencio, emperador del Imperio Romano de Oriente.

I. H. S.

La tríada de iniciales de la visión de Constantino en el "In Hoc Signo", también ha sido interpretado en el sentido de "Iesús Hominum Salvator" (Jesús salvador de los hombres). Es bien sabido, sin embargo, que en griego "I H S" era uno de los nombres más antiguos de Baco.

"In hoc signo vinces" es un signo antiquísimo, que se ponía en la frente de los que acababan de ser iniciados. Significaba sencillamente: "Por medio de este signo tú has vencido", esto es, mediante la luz -LUX- de la Iniciación.

Lábaro

El labarum o lábaro era el estandarte que desfilaba delante de los antiguos emperadores romanos y que tenía en el extremo superior un águila, como emblema de la soberanía. Era una larga pica con un palo cruzado. Constantino reemplazó el águila con el monograma de Cristo (XP), que llevaba la divisa entou ll tónika, que más tarde se interpretó en el sentido de "In hoc signo vinces".

Pero este lábaro había sido un emblema de Etruria siglos antes de Constantino y de la era cristiana. Era también el signo de Osiris y de Horus. Tanto la cruz larga latina como la cruz pectoral griega son egipcias, pues las vemos muchas veces en las manos de Horus y en el pecho de las momias.

Así que el monograma de Chrestos y el lábaro o estandarte de Constantino, es un símbolo derivado del rito egipcio, y denota asimismo "la vida y la muerte". Mucho antes de que fuese adoptado el signo de la cruz como símbolo cristiano, era empleado como secreto signo de reconocimiento mutuo entre neófitos y Adeptos. Dice Eliphas Levi:

"El signo de la cruz adoptado por los cristianos no pertenece exclusivamente a ellos. Es cabalístico, y simboliza el cuaternario equilibrio de los elementos. Vemos que en un principio hubo dos distintas fórmulas para expresar su significado: una reservada a los sacerdotes e iniciados; otra peculiar de los neófitos y del vulgo".

Un poco de Historia

Constantino I el Grande, (274-337) era hijo del jefe militar de la Guardia Pretoriana, Constancio Cloro (más tarde emperador Constancio I) y de Elena, que llegó a ser canonizada como santa Elena. Fue tan popular entre sus tropas que le proclamaron augusto cuando su padre Constancio murió en el 306. Sin embargo, durante las dos siguientes décadas tuvo que luchar contra sus rivales al trono, y no logró ser emperador único hasta el 324.

Constantino unificó el imperio y se convirtió en su único gobernante. El Senado aclamó al vencedor como salvador del pueblo romano y le tituló Primus Augustus.

Uno de los actos del emperador Constantino que tuvo más repercusión, fue su decisión, en el año 330, de trasladar la capital del Imperio desde Roma hasta una "Nueva Roma", la ciudad de Bizancio, (actual Estambul), en el punto más oriental del mar Mediterráneo. La nueva capital, se llamó Constantinopla, en honor del emperador, y se transformó en el centro intelectual y religioso del mundo cristiano de Oriente.

El emperador de Constantinopla tenía una posición muy destacada en la vida de la Iglesia. Por ejemplo, él era quien convocaba y presidía los concilios generales de la Iglesia, órganos supremos de la legislación eclesiástica con respecto a la fe y a los códigos morales. Esta relación especial que surgió entre la Iglesia y el Estado se denominó cesaropapismo.

Constantino intervino en los asuntos eclesiásticos procurando establecer un orden en la Iglesia; con este fin convocó y presidió el primer Concilio ecuménico de la Iglesia en Nicea, en el 325.

Con estos hechos, los días de Constantino fueron el último punto crítico en la historia del paganismo; el período de la lucha suprema que terminó en el Mundo Occidental con la destrucción de las antiguas religiones en favor de la nueva, construida sobre sus cuerpos.

El Edicto de Milán (313)

El Edicto de Milán, fue el texto legal promulgado en la ciudad de Milán por el emperador romano Constantino en el 313, por medio del cual se alcanzó la paz religiosa en los territorios imperiales al acordar la libertad de cultos.

Su importancia histórica radica en que es considerado el arranque jurídico que permitió al cristianismo convertirse en la religión oficial del Imperio romano y puso fin a tres siglos de persecución cristiana.

El Concilio de Nicea (325)

En Nicea (hoy Iznik, Turquía) se celebró el primer concilio ecuménico. Siendo papa san Silvestre I, fue convocado por el emperador romano Constantino I el Grande para procurar la unidad de la Iglesia, envuelta en continuas disputas, en torno a la naturaleza de Jesucristo, y diversas tendencias como el arrianismo. De los 1.800 obispos censados en el Imperio romano, 318 acudieron a la convocatoria. El concilio presidido por Osio, obispo de Córdoba, tuvo lugar entre el 20 de mayo y el 25 de julio del 325.

En el Concilio de Nicea se reconocieron oficialmente dos cosas. l°. Un hombre que encarnó la Verdad. 2°. Una doctrina. El hombre fue el Hierofante Jesús. La doctrina fue el Cristianismo Primitivo, hoy desfigurado por las distintas sectas cristianas. La doctrina de Jesús fue el Esoterismo Gnóstico Crístico, la Religión Solar de todas las edades y siglos. El Gnosticismo enseñado por Jesús fue el Cristianismo Primieval de los Dioses de la Aurora.

En el Concilio de Nicea se le dio de hecho personería jurídica a una nueva forma religiosa que había soportado, durante mucho tiempo, persecuciones y martirios espantosos.

El Concilio de Nicea fue una necesidad de la época porque la antigua forma religiosa del paganismo romano había entrado de hecho en completa degeneración y muerte; así terminó la forma religiosa del paganismo romano; ya esa forma había cumplido su misión y no le quedaba más remedio que la muerte.

El mundo necesitaba algo nuevo. La Religión Universal necesitaba manifestarse con una nueva forma. Jesús fue entonces el iniciador de esa Nueva Era. Jesús, el Cristo, fue de hecho el héroe divino de la Nueva Edad. Se hacía necesario revestir a los Principios Cósmicos Universales de la Religión Cósmica con una nueva forma religiosa.

El Concilio de Nicea fue definitivo: los Principios Religiosos se revistieron con nuevas vestiduras para iniciar una Nueva Era y así nació el Cristianismo.

Ahora en las puertas de la Nueva Era nos preparamos también para un Nuevo Concilio Espiritual que renueve los corazones de los devotos sinceros.

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