Johannes Tauler nació en
Strassburg, Alemania, cerca del año 1290. Discípulo del gran místico y
predicador Johannes Eckart, fue uno de los más prominentes representantes del
misticismo dominico renano, y sin duda uno de los mayores predicadores de su
tiempo.
Se dice que su don de la
predicación era tan grande que “toda la ciudad pendía de sus labios”. Usaba de
un lenguaje sencillo, y traía gran consuelo al corazón de sus oyentes con el
mensaje del evangelio, en días muy difíciles. Predicaba la necesidad de
arrepentimiento, mostrando que Jesús mora en el corazón de todos los creyentes.
Tauler fue, a la par de otro gran
místico dominico -Suso-, uno de los más grandes apóstoles del recogimiento en
la convulsionada Alemania del siglo XIV, y uno de los más ardientes apóstoles
del renunciamiento.
Su doctrina se sintetiza con
exactitud en algunos aforismos suyos afilados como la hoja de un cuchillo:
“La alegría, el placer, la
dulzura, la satisfacción no deben penetrar en el fondo de tu alma. Todas estas
cosas deben pasar y correr con los actos que las producen, sin detenerse en ti.
Debes hacer morir en ti la criatura y el placer que ella te proporciona…colócate
por encima de todas las cosas hacia las cuales te sientes atraído.”
Más brevemente aún:
“Apresúrate a entrar nuevamente
en ti mismo y olvídate todo cuánto has visto y oído…En aquello que renunciares
hallarás a Dios; donde tú ya no eres, Dios ES”.
La mística de Suso se había
enfocado en una suerte de identificación plena y compenetrante con los
padecimientos de la cruz o de la Dolorosa como vía de ascenso espiritual.
Tauler, en cambio, mas que de los
padecimientos físicos de Nuestro Señor, parece atraído mas bien por sus penas
morales, en particular por el abandono del Padre, que algunos estudiosos se han
atrevido a compararlo a una especie de pena de daño, como ocurre por ejemplo en
la “Exercitatio super vita et passione Christi”.
El alma mística de Tauler como en
el solitario verdor de Groenendael (Ruysbroeck, autor del “Espejo de la
Salvación Eterna”), no podía menos que buscar en sus experiencias algo que
lejanamente le insinuase una pequeña idea de los tormentos de Cristo
implorante: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”
Sobre el origen sobre su
convencimiento de la muerte del ego como vía mística, se cuenta de él que
cierto día, quedó muy sorprendido cuando un humilde suizo, perteneciente a la
Sociedad de los “Amigos de Dios”, llamado Nicolás de Basle, atravesó las montañas,
entró en su lugar de culto, y le dijo:
"¡El Dr. Tauler necesita
morir! Antes de que pueda hacer su mayor trabajo para Dios, para el mundo y
para la ciudad, el señor necesita morir para sí mismo, para sus dones, su
popularidad y hasta incluso su bondad, y cuando hubiere aprendido el total
significado de la cruz, tendrá un nuevo poder ante Dios y los hombres".
Al principio él se sintió
ofendido con esta intromisión, pero por fin dejó su púlpito por algún tiempo, y
se recogió para meditar, orar y hacer un examen de su corazón. A medida que la
visión de volvió más clara, él vino a reconocer cuánto de su ministerio había
sido inspirado por el arraigado deseo de impresionar, no simplemente por amor a
Cristo, sino procurando mantener y aumentar su propio prestigio.
Finalmente, acabó por dejar la
“gloria de la vida mortal” al pie de la cruz, y resolvió tener un solo
objetivo, sólo uno, Jesucristo y éste crucificado. A partir de aquel momento su
predicación comenzó a ayudar a las personas como nunca lo hiciera antes.
A él le debemos una de las frases
más bellas de la mística cristiana:
"Dios es infinito y sin
final, pero el deseo del alma es un abismo el cual no puede ser llenado sino
por el bien que es infinito: y mientras más ardientemente el alma se extienda
hacia Dios, mas permanecerá ante El; pues Dios es un Bien sin límites, y un
pozo de agua viva sin fin, y el alma esta hecha a su imagen y semejanza y por
lo tanto esta creada para conocer y amar a Dios."
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