La Vida es una escuela, y a través del aprendizaje de sus muchas lecciones, la humanidad
está evolucionando lentamente desde una Chispa Divina hasta la Divinidad. Si hubiéramos
aprendido las lecciones como nos fueron dadas, no hubiera habido necesidad del gran
sacrificio que fue hecho y es hecho anualmente por el Espíritu de Cristo, la Encarnación del
Amor. A través del egoísmo, la desobediencia a la ley de las prácticas malas, nosotros
habíamos cristalizado no solamente nuestros cuerpos, sino también la Tierra en que
vivimos, a tal grado que como medios de la evolución habían llegado a se completamente
inútiles. Cuando nada podía salvarnos de los resultados de nuestros propios errores, el
Compasivo Cristo se ofreció a Si Mismo, y Su gran poder de Amor para romper las
cristalizadas condiciones de los cuerpos humanos y de la Tierra, y El no abandonará la
Tierra en la Pascua, hasta que haya dado de Si Mismo hasta lo sumo. Durante tres años El
enseñó a la humanidad por la palabra, por el precepto y por el ejemplo.
Cuando fue crucificado en el Gólgota , Su gran Sacrificio por la humanidad recién había
comenzado. Cada año, desde entonces, para el 21 de setiembre cuando el Sol pasa por el
signo zodiacal de Virgo al signo de Libra, el Espíritu de Cristo, al retornar a la Tierra, toca
nuestra atmósfera, El inicia esta jornada descendente alrededor del 21 de junio, en el
Solsticio de verano, cuando el Sol entra en Cáncer, llega al centro de nuestra Tierra en la
medianoche del 24 de diciembre. Allí permanece por tres días y luego comienza a salir.
Esta salida se completa en la época de Pascua. Desde la Pascua hasta el Solsticio de verano,
El pasa a través de los mundos superiores, y llega al Mundo del Espíritu Divino, el Trono
del Padre, el 21 de junio. Durante julio y agosto, mientras el Sol está en Cáncer y Leo, El
está reconstruyendo Su Espíritu de Vida, vehículo que traerá de nuevo al mundo y con el
cual rejuvenecerá la Tierra y los Reinos vivientes que están evolucionado dentro y sobre
ella. De la Navidad hasta la Pascua, El da de Si Mismo sin límite o medida imbuyendo la
Vida no solo en las durmientes semillas sino en todo lo que está alrededor, sobre y dentro
de la Tierra.
Sin esta anual infusión de Vida y Energía Divinas, todas las cosas vivientes sobre nuestra
Tierra pronto perecerían, y todo progreso ordenado se frustraría por lo que respecta
nuestros presentes lineamientos de desarrollo, Esta actividad germinal de la Vida del Padre,
traída a nosotros por el Cristo y liberada completamente en la época de la Pascua, es la que
inicia un crecimiento renovado y una actividad aumentada en la planta, el animal y el
hombre en esta particular estación del año.
El Cristo no abandona la Tierra para la Pascua hasta que se haya dado de Si al máximo. Es
entonces que la infusión de su Vida juntamente con los casi verticales rayos del Sol, hace
que crezcan las semillas, que florezcan los árboles y los pájaros dirigidos por sus Espíritus
Grupos, que apareen y construyan sus nidos. La humanidad es fortalecida e imbuida con la
necesaria energía y coraje para enfrentar, sacar provecho y crecer por los embates con los
diversos y perplejos problemas de la vida.
EL CRISTO COSMICO
A los iluminados la Pascua trae una profunda comprensión del hecho que todos los seres de
la humanidad son peregrinos sobre la Tierra, que el verdadero Hogar del espíritu está en el
Reino de los Cielos y que para alcanzar ese Reino todos deberíamos esforzamos en
aprender las lecciones en la “escuela de la vida”, tan pronto como sea posible para que
puedan buscar el amanecer de un día que los libere para siempre de las ligaduras de la
Tierra. Entonces, al igual que el Cristo Liberado, ellos llegarán a la comprensión de esa
gloriosa inmortalidad que es la recompensa del Espíritu perfecto.
Para los iluminados, la Pascua simboliza el amanecer de un grato día, cuando toda la
humanidad y también el Cristo sean liberados permanentemente del agobiador
confinamiento de la materialidad y ascenderán a los Reinos Celestiales para ser Pilares de
Fuerza en la Casa del Padre, de la cual nunca saldrán jamás.
Tomado del Prólogo a"La Interpretación Mística de Pascua" de Max Heindel
está evolucionando lentamente desde una Chispa Divina hasta la Divinidad. Si hubiéramos
aprendido las lecciones como nos fueron dadas, no hubiera habido necesidad del gran
sacrificio que fue hecho y es hecho anualmente por el Espíritu de Cristo, la Encarnación del
Amor. A través del egoísmo, la desobediencia a la ley de las prácticas malas, nosotros
habíamos cristalizado no solamente nuestros cuerpos, sino también la Tierra en que
vivimos, a tal grado que como medios de la evolución habían llegado a se completamente
inútiles. Cuando nada podía salvarnos de los resultados de nuestros propios errores, el
Compasivo Cristo se ofreció a Si Mismo, y Su gran poder de Amor para romper las
cristalizadas condiciones de los cuerpos humanos y de la Tierra, y El no abandonará la
Tierra en la Pascua, hasta que haya dado de Si Mismo hasta lo sumo. Durante tres años El
enseñó a la humanidad por la palabra, por el precepto y por el ejemplo.
Cuando fue crucificado en el Gólgota , Su gran Sacrificio por la humanidad recién había
comenzado. Cada año, desde entonces, para el 21 de setiembre cuando el Sol pasa por el
signo zodiacal de Virgo al signo de Libra, el Espíritu de Cristo, al retornar a la Tierra, toca
nuestra atmósfera, El inicia esta jornada descendente alrededor del 21 de junio, en el
Solsticio de verano, cuando el Sol entra en Cáncer, llega al centro de nuestra Tierra en la
medianoche del 24 de diciembre. Allí permanece por tres días y luego comienza a salir.
Esta salida se completa en la época de Pascua. Desde la Pascua hasta el Solsticio de verano,
El pasa a través de los mundos superiores, y llega al Mundo del Espíritu Divino, el Trono
del Padre, el 21 de junio. Durante julio y agosto, mientras el Sol está en Cáncer y Leo, El
está reconstruyendo Su Espíritu de Vida, vehículo que traerá de nuevo al mundo y con el
cual rejuvenecerá la Tierra y los Reinos vivientes que están evolucionado dentro y sobre
ella. De la Navidad hasta la Pascua, El da de Si Mismo sin límite o medida imbuyendo la
Vida no solo en las durmientes semillas sino en todo lo que está alrededor, sobre y dentro
de la Tierra.
Sin esta anual infusión de Vida y Energía Divinas, todas las cosas vivientes sobre nuestra
Tierra pronto perecerían, y todo progreso ordenado se frustraría por lo que respecta
nuestros presentes lineamientos de desarrollo, Esta actividad germinal de la Vida del Padre,
traída a nosotros por el Cristo y liberada completamente en la época de la Pascua, es la que
inicia un crecimiento renovado y una actividad aumentada en la planta, el animal y el
hombre en esta particular estación del año.
El Cristo no abandona la Tierra para la Pascua hasta que se haya dado de Si al máximo. Es
entonces que la infusión de su Vida juntamente con los casi verticales rayos del Sol, hace
que crezcan las semillas, que florezcan los árboles y los pájaros dirigidos por sus Espíritus
Grupos, que apareen y construyan sus nidos. La humanidad es fortalecida e imbuida con la
necesaria energía y coraje para enfrentar, sacar provecho y crecer por los embates con los
diversos y perplejos problemas de la vida.
EL CRISTO COSMICO
A los iluminados la Pascua trae una profunda comprensión del hecho que todos los seres de
la humanidad son peregrinos sobre la Tierra, que el verdadero Hogar del espíritu está en el
Reino de los Cielos y que para alcanzar ese Reino todos deberíamos esforzamos en
aprender las lecciones en la “escuela de la vida”, tan pronto como sea posible para que
puedan buscar el amanecer de un día que los libere para siempre de las ligaduras de la
Tierra. Entonces, al igual que el Cristo Liberado, ellos llegarán a la comprensión de esa
gloriosa inmortalidad que es la recompensa del Espíritu perfecto.
Para los iluminados, la Pascua simboliza el amanecer de un grato día, cuando toda la
humanidad y también el Cristo sean liberados permanentemente del agobiador
confinamiento de la materialidad y ascenderán a los Reinos Celestiales para ser Pilares de
Fuerza en la Casa del Padre, de la cual nunca saldrán jamás.
Tomado del Prólogo a"La Interpretación Mística de Pascua" de Max Heindel
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