EL TESTIMONIO DE LAS ESCRITURAS
Después de haber visto que las religiones del pasado proclaman a una tener un lado oculto o ser guardianes de "Misterios", y que tal afirmación aparece certificada por los más grandes hombres, al buscar la iniciación, procede investigar ahora si el Cristianismo se halla fuera de este concepto de religiones, y si es la única que no tiene una Gnosis, ofreciendo al mundo sólo una creencia sencilla y no un conocimiento profundo. Si así fuese, sería, a la verdad, un hecho triste y lamentable, que probaría que el Cristianismo estaba destinado únicamente para una clase y no para todos los tipos de seres humanos. Pero que esto no es así, lo podemos demostrar fuera de toda posibilidad de duda racional.
De esta prueba tiene el Cristianismo grandísima necesidad en estos tiempos, porque la flor misma de la Cristiandad está pereciendo por falta de conocimiento. Si la enseñanza esotérica pudiera restablecerse y conquistar estudiantes pacientes y ardorosos, no tardaría mucho sin que lo oculto fuese también restaurado, Los discípulos de los Misterios Menores se convertirían en candidatos a los Mayores, y con la reaparición del conocimiento, se lograría otra vez la autoridad de la enseñanza.
Y, verdaderamente, la necesidad es muy grande, pues contemplando el mundo que nos rodea, vemos que la religión en Occidente está sufriendo por la dificultad misma que teóricamente debía esperarse encontrar. Habiendo perdido el Cristianismo su enseñanza mística y esotérica, va viendo desaparecer su influencia sobre gran número de las personas más altamente educadas, coincidiendo la vivificación parcial de los últimos años con la restauración de algunas enseñanzas místicas. Es cosa evidente para todo el que haya estudiado los últimos cuarenta años del siglo que ha terminado, que mucha gente moral y pensadora ha abandonado las iglesias porque las enseñanzas que en ellas recibían, eran un ultraje para su inteligencia y pugnaban con su sentido moral. Es inútil suponer que el muy extendido agnosticismo de esta época tuviese sus raíces en la falta de moralidad o en una deliberada perversión de la mente.
Todo el que estudie con atención los fenómenos indicados, convendrá en que personas de gran inteligencia se han alejado del Cristianismo por la rudeza de las ideas religiosas que les eran expuestas, por las contradicciones entre las autoridades de la enseñanza, por los puntos de vista acerca de Dios, del hombre y del universo, que ningún entendimiento educado podía admitir. Ni es posible tampoco sostener que una degradación, de cualquier clase que se suponga, fuese la causa fundamental de la rebelión contra los dogmas de la Iglesia. Los rebeldes no eran demasiado malos para su religión; al contrario, la religión era la que resultaba demasiado mala para ellos. La rebelión contra el Cristianismo popular era debida al despertar y al desarrollo de la conciencia; la conciencia era la que se revolvía, así como la inteligencia, contra enseñanzas que deshonran a Dios y al hombre igualmente; que presentan a Dios como un tirano y al hombre como esencialmente malo, obteniendo la salvación por medio de una sumisión servil.
La razón de esta rebeldía se halla escondida en el gradual rebajamiento de las enseñanzas cristianas para llegar a la llamada sencillez, con objeto de que los más ignorantes pudieran comprenderlas. Los protestantes afirmaban muy alto que no debía predicarse más que aquello que pudiesen comprender todos; que la gloria del Evangelio estaba en su sencillez, y que el niño y el ignorante debían ser capaces de comprenderlo y aplicarlo a la vida.
Muy verdad, si con esto quería decirse que ciertas enseñanzas religiosas deben estar al alcance de todos, y que una religión fracasa si deja fuera de la esfera de su ennoblecedora influencia a los seres ínfimos, a los más ignorantes, a los más pobres.
Pero falso, completamente falso, si con esto se quiere significar que la religión no tiene verdades inaccesibles a la ignorancia, que es tan pobre y limitada que no tiene nada que enseñar que no esté por encima de las mentes rudas o de la estrechez de miras de la moralidad degradada. Falso, fatalmente falso, si tal es el sentido; pues a medida que esta opinión se extiende, ocupando los púlpitos y resonando en las iglesias, muchos seres nobles, cuyos corazones se han desgarrado al romper los lazos que les unían a su creencia primera, se retiran de los templos y dejan que su sitio sea ocupado por los hipócritas y los ignorantes. Pasan a un estado de agnosticismo pasivo, o, si son jóvenes y entusiastas, de agresión activa, no creyendo que pueda ser lo más elevado lo que así ofende al entendimiento y la conciencia, y prefiriendo la honradez de un descreimiento manifiesto, a la mistificación de la inteligencia bajo la férula de una autoridad en que no reconocen nada de divino.
Al estudiar así el modo de pensar del tiempo presente, comprenderemos que la cuestión de una enseñanza oculta relacionada con el Cristianismo, es de vital importancia. ¿Ha de sobrevivir el Cristianismo como la religión de Occidente? ¿Deberá existir en los siglos futuros y continuar desempeñando su papel en la formación del pensamiento de las razas occidentales en evolución? Si es así, tiene que recobrar el conocimiento que ha perdido y poseer de nuevo sus enseñanzas místicas y ocultas; debe presentarse otra vez como un instructor competente de verdades espirituales, investido de la única autoridad que vale algo: la autoridad del conocimiento.
Sí estas enseñanzas vuelven a obtenerse, su influencia se verá pronto en manifestaciones más amplias y profundas de la verdad; los dogmas que ahora aparecen como cascarones vacíos, sirviendo sólo de grillos, volverán a ser presentaciones parciales de realidades fundamentales. En primer término, el Cristianismo Esotérico será restaurado en el "Lugar Santo" del Templo, en forma que todo el que sea capaz de recibirlo, pueda seguir la dirección de su pensamiento público; y en segundo término, el Cristianismo Oculto descenderá de nuevo al Adytum, residiendo detrás del Velo que encubre el "Santuario de los Santuarios", donde sólo el Iniciado puede penetrar. Entonces volverá a estar la enseñanza oculta al alcance de los que sean calificados para recibirla conforme a las antiguas reglas, de los que en estos tiempos estén dispuestos a someterse, a las exigencias impuestas a los que deseaban conocer la realidad y verdad de las cosas espirituales.
Volvamos a la historia una vez más para ver si el Cristianismo era la única religión que no tenía enseñanza interna, o si era igual a las demás por la posesión de este tesoro oculto.
Esta es una cuestión de prueba, no de teoría, y debe decidirse por la autoridad de los documentos existentes, y no por el mero ipse dixit de los cristianos modernos.
Como hecho positivo tenemos que tanto el "Nuevo Testamento" como los escritos de la Iglesia primitiva, hacen idénticas declaraciones respecto a la posesión de tales enseñanzas, mostrándonos la realidad de la existencia de los Misterios -llamados los Misterios de Jesús o los Misterios del Reino-, las condiciones que se imponían a los candidatos, algo acerca de la naturaleza general de las enseñanzas que se daban, y otros detalles. Ciertos pasajes del "Nuevo Testamento" permanecerían por completo obscuros, si no fuese por la luz que sobre ellos arrojan las declaraciones definidas de los Padres y Obispos de la Iglesia; pero ¿con esa luz se hacen claros e inteligibles?
A la verdad, hubiera sido extraño que fuera de otro modo, si consideramos la estructura del pensamiento religioso que influyó sobre el Cristianismo primitivo. Emparentada con los hebreos, los persas y los griegos, matizada por las creencias aún más antiguas de la India, profundamente dotada de color por el pensamiento sirio y egipcio, esta última rama del gran brote religioso no podía menos que volver a afirmar las antiguas tradiciones, y poner al alcance de las razas occidentales todo el tesoro de las enseñanzas arcaicas. "La fe, un tiempo dada a los santos", hubiese sido ciertamente privada de su principal valor, si al ser transmitida al Occidente, se hubiera reservado la perla de la enseñanza esotérica.
El primer testimonio que debe examinarse es el del "Nuevo Testamento". Para nuestro objeto podemos prescindir de las enfadosas cuestiones sobre interpretaciones y autores, que corresponden de lleno a los eruditos. La crítica docta tiene mucho que decir respecto de la edad de los manuscritos, la autenticidad de los documentos y otros puntos; pero nosotros no tenemos para qué ocuparnos de esto. Podemos aceptar las Escrituras canónicas, por lo que respecta a las creencias de la Iglesia primitiva sobre las enseñanzas de Cristo y de sus discípulos inmediatos y ver lo que dicen acerca de la existencia de una enseñanza secreta comunicada tan sólo a los pocos.
Una vez examinadas las palabras que se ponen en boca del mismo Jesús, consideradas por la Iglesia de autoridad suprema, estudiaremos los escritos del gran apóstol San Pablo; luego nos ocuparemos en las declaraciones hechas por los herederos de la tradición apostólica, que guiaron la Iglesia durante los primeros siglos. A lo largo de esta línea no interrumpida de tradiciones y de testimonios escritos, puede hacerse la afirmación de que el Cristianismo tenía un lado oculto. Veremos, además, que puede seguirse el rastro de los Misterios Menores de interpretación mística a través de los siglos sucesivos, hasta llegar a los comienzos del XIX, y que, aun cuando no quedaron Escuelas de Misticismo, preparatorias de la Iniciación, después de la desaparición de los Misterios, sin embargo, de tiempo en tiempo hubo grandes místicos que alcanzaron los estados inferiores del éxtasis, por medio de sus propios esfuerzos sostenidos, ayudados indudablemente por Instructores invisibles.
Las palabras del Maestro mismo son claras y definidas, y fueron, según veremos, citadas por Orígenes, haciendo referencia a la enseñanza secreta conservada en la Iglesia. "Y cuando estuvo solo, los que estaban cerca de El con los doce, le preguntaron sobre la parábola y El les dijo: “A vosotros es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, todas las cosas se les comunican por parábolas." y más adelante: "Con muchas de estas parábolas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábola no les hablaba; y cuando estaban solos, El explicaba todas las cosas a sus discípulos" (1). Nótense las significativas palabras "cuando estaban solos" y la frase "aquellos que están fuera." Lo mismo sucede en la versión de San Mateo: "Jesús despidió a la multitud y entró en la casa, y sus discípulos con El." Estas enseñanzas dadas "en la casa", el significado más íntimo de sus instrucciones, se decía que eran transmitidas de maestro a maestro. El evangelio da, según puede observarse, las explicaciones místicas alegóricas, lo cual hemos llamado nosotros los Misterios Menores, pero el sentido más profundo se decía que sólo se daba a los Iniciados.
Además, aun a Sus mismos apóstoles dice Jesús: "Tengo todavía muchas cosas que deciros; mas ahora no las podéis llevar" (2).
Algunas de ellas las dijo probablemente después de Su muerte, cuando fue visto por Sus discípulos, "al hablar de cosas pertenecientes al reino de Dios" (3). Ninguna de ellas fue consignada en documento público, pero, ¿quién habrá que crea que se descuidaron u olvidaron y que no fueron transmitidas como tesoro inapreciable? En la Iglesia existía la tradición de que El visitó a Sus apóstoles durante un tiempo considerable después de Su muerte, a fin de instruirlos -hecho a que nos referimos más adelante-; y en el famoso tratado gnóstico el Pistis Sophia, leemos: "Sucedió que cuando Jesús se levantó de entre los muertos, pasó once años hablando con Sus discípulos e instruyéndolos" (4) . Hay también la frase que muchos desean suavizar dándole otro sentido: "No déis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos" (5). Precepto que verdaderamente es de aplicación general, pero que era considerado por la Iglesia primitiva como referente a las enseñanzas secretas. Debe tenerse presente que las palabras no sonaban en los antiguos tiempos tan duras como ahora; pues la palabra "perros" -como "el vulgo", “los
profanos”- era aplicada a los de fuera por los que se hallaban dentro de determinado círculo, ya se tratase de una sociedad, o de una nación, como lo hacían los judíos respecto de todos los gentiles (6) . Algunas veces se usaba para designar a los que estaban fuera del círculo de Iniciados, y en este sentido la vemos empleada en la Iglesia primitiva; a aquellos que, por no haber sido iniciados en los Misterios, se consideraba como fuera del "reino de Dios" o del "Israel espiritual", se les aplicaba este nombre.
Había diversos nombres asignados exclusivamente al término "El Misterio" o "Los Misterios", los cuales se empleaban para designar el círculo sagrado de los Iniciados o de los relacionados con la Iniciación: "El Reino", "El Reino de Dios", "El Reino de los Cielos", "El Sendero Estrecho", "La Puerta Estrecha", "Los Perfectos", "Los Salvados", "Vida Eterna", "Vida", "El Segundo Nacimiento", "El Pequeño", "Un Niño pequeño". El sentido está aclarado por el uso de estas palabras en escritos cristianos primitivos, y en algunos casos hasta fuera de la comunión cristiana. Así el término “Los Perfectos” se usaba por los esenios, quienes tenían tres órdenes en sus comunidades: los Neófitos, los Hermanos y los Perfectos -estos últimos eran Iniciados, y en tal sentido es empleado generalmente este vocablo en los antiguos escritos.
"El Niño Pequeño" era el nombre usual para un candidato acabado de iniciar, esto es, que había logrado su “segundo nacimiento”.
Después de conocido este uso, muchos pasajes oscuros, y de otro modo discordantes, se hacen inteligibles. Entonces uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" y El les dijo: ' 'Porfiad a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán" (7). Si esto se aplica en la forma ordinaria de los protestantes a la salvación del fuego eterno del infierno, la declaración se hace increíble, repulsiva. No se puede suponer a ningún Salvador del mundo, haciendo la afirmación de que muchos de los que tratan de evitar el infierno y entrar en el cielo, no podrán verificarlo. Pero aplicado el concepto a la estrecha puerta de la Iniciación ya la liberación del renacimiento, es perfectamente verdadero y natural. Así también: "Entrad por la puerta estrecha, pues ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (8) . El aviso que sigue inmediatamente contra los falsos profetas, los instructores de los Misterios tenebrosos, es de gran aplicación en el asunto.
A ningún estudiante podrá pasar inadvertido el sonido familiar de estas palabras, empleadas en el mismo sentido en otros escritos. El "Antiguo camino estrecho" es familiar a todos; el sendero "difícil de andar como el agudo filo de una navaja" (9) que ya se ha mencionado; el pasar "de una muerte a otra" de aquellos que siguen el camino sembrado de flores de los deseos, los cuales no conocen a Dios; pues sólo se pacen inmortales y escapan de la ancha boca de la muerte, de la destrucción siempre repetida, aquellos hombres que han abandonado todo deseo (10). La alusión a la muerte se refiere, por supuesto, a los nacimientos repetidos del alma, a la existencia material grosera, considerada siempre como "muerte" comparada con la "vida" de los mundos sutiles superiores.
La "Puerta Estrecha" era el ingreso en la Iniciación, y por ella el candidato entraba en "El Reino", y siempre ha sido y será verdad que sólo pocos pueden atravesar esa puerta, aunque miles de millones -"una inmensa multitud que nadie 'podría contar" (11) , no unos pocos-, entran en la dicha del mundo celeste. Así también habló otro gran Maestro, cerca de tres mil años antes: "Entre millares de hombres, escasamente uno se afana por la perfección; de los que se afanan y la logran, apenas uno me conoce en esencia" (12). Pues los Iniciados son pocos en cada generación: la flor de la humanidad; pero ninguna sentencia siniestra de desdicha eterna se pronuncia en esta declaración contra la gran mayoría de la raza humana. Los salvados son, como Proclo enseñaba (13), los que escapan del círculo de la generación dentro del cual se halla sujeta la humanidad.
A este propósito recordaremos la historia del joven que se acercó a Jesús, y dirigiéndose a El como "Buen Maestro", le preguntó cómo podía ganar la vida eterna -la bien conocida liberación del renacimiento por el conocimiento de Dios (14). “Su primera contestación fue el precepto regular esotérico: "Guarda los mandamientos". Pero cuando el mancebo contestó: "Todas esas cosas las he guardado desde mi juventud"; entonces a aquella conciencia libre de todo conocimiento de trasgresión, vino la respuesta del verdadero Maestro: "'Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven y sígueme." "Si quieres ser perfecto, conviértete en un individuo del Reino; debes abrazar la pobreza y la obediencia." y luego Jesús explica a Sus propios discípulos que un hombre rico difícilmente puede entrar en el Reino de los Cielos; que tal entrada es más difícil que para un camello pasar por el ojo de una aguja; para los hombres esto es imposible; para Dios todas las cosas son posibles (15). Sólo el Dios en el hombre puede pasar esa barrera.
Este texto ha sido diversamente explicado, siendo a todas luces imposible tomarlo en su sentido superficial, de que un hombre rico no puede entrar en un estado post mortem de
dicha. El hombre rico puede alcanzar ese estado lo mismo que el pobre, y la práctica universal de los cristianos demuestra que no creen ni por un momento que la riqueza ponga en peligro su dicha después de la muerte. Pero si nos fijamos en el verdadero significado del Reino de los Cielos, tendremos la expresión de un hecho directo y sencillo. Porque ese conocimiento de Dios que es Vida Eterna (16) , no puede obtenerse hasta que se haya abandonado todo lo terrestre, no puede aprenderse hasta que se haya hecho sacrificio de todo. El hombre tiene que renunciar, no sólo a la riqueza terrena, que en lo sucesivo ha de pasar por sus manos como si fuese administrador de ella, sino que debe, además, abandonar su riqueza interna en cuanto la considere como suya propia frente al mundo; mientras no se haya despojado hasta la desnudez, no puede pasar por la angosta entrada. Tal ha sido siempre la condición exigida para la Iniciación; los candidatos a ella deben hacer voto de "pobreza, de obediencia y de castidad." Esto se consigue con la eliminación del ego animal pluralizado.
El "segundo nacimiento" es otro nombre, muy conocido, de la Iniciación; aun hoy en la India los individuos de las castas superiores son llamados "dos veces nacidos", y la ceremonia que los hace dos veces nacidos, es una ceremonia de la Iniciación -la mera. corteza, a la verdad, en estos tiempos, pero "la muestra de las cosas del Cielo" (17). Cuando Jesús habla de Nicodemo, declara que "a menos que un hombre nazca otra vez, no puede ver el reino de Dios", y menciona este nacimiento como el "del agua y, del Espíritu" (18) ; esta es la primera Iniciación; otra posterior es la del Espíritu Santo y el fuego (19) , el bautismo del Iniciado en su virilidad, así como el primero es el del nacimiento, que le da la bienvenida como "el Niño Pequeño" que entra en el Reino (20) Cuán bien conocidas eran estas imágenes en la mística de los judíos, se demuestra por la sorpresa que manifestó Jesús cuando dijo a Nicodemo, confundido con su fraseología mística: "¿Eres tú maestro en Israel y no conoces estas cosas?" (21). Otro precepto de Jesús que subsiste como "un dicho difícil de entender", dirigido a sus discípulos, es el de: "Sed, pues, Vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto" (22). El cristiano ordinario sabe muy bien que no le es posible obedecer este mandato; lleno de fragilidades ordinarias humanas, ¿cómo podrá hacerse tan perfecto como Dios? Vista la imposibilidad de la empresa que le presentan, la pone tranquilamente a un lado y no piensa más en ella. Pero considerada como el esfuerzo final de muchas vidas de constante progreso, como el triunfo del Dios que está dentro de nosotros (El Real Ser, la Mónada), sobre la naturaleza inferior (el ego pluralizado), se coloca a una distancia calculable, haciéndonos recordar las palabras de Porfirio, de cómo el hombre que lleva a cabo “las virtudes paradigmáticas, es el Padre de los Dioses” (23), y que en los Misterios estas virtudes eran adquiridas.
San Pablo sigue los pasos de su Maestro, y habla exactamente en el mismo sentido, pero más explícito y con mayor claridad, como era de esperar de su obra organizadora de la Iglesia. El estudiante debe leer con atención los capítulos II y III y el versículo I del capítulo IV de la Primera Epístola a los Corintios, teniendo presente que las palabras iban dirigidas a individuos bautizados que formaban parte de la Iglesia, y que eran miembros completos de ella, desde el punto de vista moderno, aunque considerados como niños y como carnales por el Apóstol. No eran catecúmenos o neófitos, sino hombres y mujeres que estaban en plena posesión de todos los privilegios y responsabilidades de la comunidad cristiana, reconocidos por el Apóstol como apartados del mundo, y tenidos en la confianza de que no habrían de proceder como los hombres del mundo. Estaban, en una palabra, en posesión de todo lo que la Iglesia moderna da a sus miembros.
Resumamos las palabras del Apóstol: "Vine a vosotros trayendo el testimonio divino, no para halagaros con la sabiduría humana, sino con el poder del Espíritu. En verdad, hablamos de sabiduría entre aquellos que son perfectos, pero no es sabiduría alguna humana. Hablamos la sabiduría de Dios en un misterio, hasta la sabiduría oculta, que Dios ordenó antes que el mundo empezara, y que ni aún príncipe, alguno del mundo conoce. Las cosas de esta sabiduría están fuera del alcance del pensamiento de los hombres, pero Dios nos las ha revelado por medio de su Espíritu. . . las cosas profundas de Dios, que el Espíritu Santo enseña (24). Estas son cosas espirituales que sólo puede entender el hombre espiritual, en quien está la mente de Cristo y yo, hermanos, no podía hablaros como a espirituales, sino como a carnales, y aun como a niños de Cristo... Vosotros erais incapaces de llevarlo, y aun lo sois ahora. Porque todavía sois carnales. Como sabio maestro gnóstico-rosacruz (25) he echado los cimientos, y vosotros sois el templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros. Haced que se os considere como ministros de Cristo, y mayordomos de los misterios de Dios."
¿Puede leer alguien este pasaje -en cuyo resumen sólo se ha puesto de manifiesto los puntos salientes- sin reconocer el hecho de que el Apóstol poseía una sabiduría divina, que enseñaba en los Misterios, la cual no podían aún recibir sus discípulos corintios? y obsérvese los términos empleados: la "sabiduría", la "sabiduría de Dios es un misterio", la "sabiduría oculta", sólo conocida del "hombre espiritual", hablada sólo entre los "perfectos", sabiduría de la que eran excluidos los no "espirituales", los "niños en Cristo", los "carnales", conocida del "sabio maestro masón"; el "mayordomo de los Misterios de Dios."
Una y otra vez vuelve a referirse a estos Misterios. Al escribir a los efesios cristianos dice: "por revelación (levantando el velo) me fue declarado el Misterio" ; de aquí su conocimiento del Misterio de Cristo; y le era dado aclarar a todos cuál sea la "dispensación del Misterio" (26) . "De este Misterio, repitió a los colosenses, había sido hecho ministro", "el Misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, mas ahora ha sido manifestado a Sus Santos"; no al mundo, ni aun siquiera a los cristianos, sino sólo a los Santos. Para ellos fue alzado el velo "de la gloria de este Misterio"; ¿y qué era éste? "Cristo en vosotros" -frase significativa que, como pronto veremos, pertenecía a la vida del Iniciado; así cada hombre debe al fin aprender la sabiduría y llegar a ser "perfecto en Cristo Jesús" (27). A estos colosenses les pide que rueguen a "Dios que nos abra la puerta de la palabra para hablar el misterio de Cristo" (28), pasaje a que se refiere San Clemente, por ser uno en que el Apóstol "revela con claridad que el conocimiento no pertenece a todos" (29). Del mismo modo escribe a su amado Timoteo, recomendándole que escoja los diáconos entre aquellos que mantienen el "Misterio de la fe con una conciencia pura", ese gran "Misterio de la Piedad" que él había aprendido (30), cuyo conocimiento era necesario para los maestros de la Iglesia.
Ahora bien; la importancia de San Timoteo como representante de la siguiente generación de instructores cristianos, es indudable. Fue discípulo de San Pablo y designado por él para guiar y gobernar una parte de la Iglesia. Por lo visto, había sido iniciado en los Misterios por el mismo San Pablo, a lo cual se hace referencia, según resulta de las frases técnicas empleadas otra vez como clave. "Este cargo te doy, hijo Timoteo, con arreglo a las profecías que de ti se dijeron " (31): la solemne bendición del Iniciador que admitía al candidato; pero el Iniciador no estaba sólo presente: "No descuides el don que está en ti, el cual te fue dado por profecía, con la imposición de manos del Presbiterio" (32), de los Hermanos Mayores. y le recuerda que se atenga firmemente a esa "eterna vida, a la que también estás llamado, habiendo hecho una buena profesión delante de muchos testigos" (33) -los votos del nuevo Iniciado, hechos en presencia de los Hermanos Mayores y de la asamblea de Iniciados. El conocimiento que entonces se comunicaba, era el cargo sagrado que hace exclamar con tanta vehemencia a San Pablo: "¡Oh, Timoteo, guarda bien lo que te ha sido confiado!" (34): no el conocimiento que en común poseían los cristianos, respecto del cual ninguna obligación especial había contraído Timoteo, sino el sagrado depósito que se le había transferido como Iniciado, esencial a la prosperidad de la Iglesia. San Pablo, posteriormente, vuelve sobre lo mismo, poniendo particular empeño en asunto de tan suprema importancia, de un modo que resultaría exagerado, si tal conocimiento hubiese
sido propiedad común de los cristianos: “Retén la forma de las sanas palabras que de mi oíste. . . Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en nosotros” (35) - la más seria invocación que labios humanos pueden formular.
Además, era obligación suya el proveer a la debida transmisión de este sagrado depósito, para que fuese pasando de mano en mano a las futuras generaciones, y así la Iglesia no careciese jamás de verdaderos instructores: "Las cosas que has oído de mí ante muchos testigos" -las sagradas enseñanzas orales, en la asamblea de Iniciados, que atestiguan la exactitud de la transmisión- "esto encarga a hombres fieles, que sean idóneos para enseñar también a otros" (36).
El conocimiento, o si se prefiere otra palabra, la suposición de que la Iglesia poseía estas enseñanzas ocultas, arroja una gran luz sobre las diseminadas indicaciones que San Pablo hizo respecto a sí mismo, y cuando se las reúne, nos encontramos con un bosquejo de la evolución del Iniciado. San Pablo declara que, aun cuando se hallaba ya entre los perfectos, los iniciados -pues dice: " Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos", él no había aún "alcanzado", ni era, a la verdad, del todo "perfecto", porque no había aún ganado a Cristo, no había alcanzado todavía "la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús", "la virtud de Su resurrección, y la participación de Sus padecimientos, en conformidad a Su muerte" ; y procuraba "si en alguna manera llegase a la resurrección de los muertos" (37) . Porque esta era la Iniciación que libraba, la que hacía al iniciado Maestro Perfecto, el Cristo Resucitado, libertándole finalmente de los muertos”, de la humanidad que se halla dentro del círculo
de la generación, de los lazos que sujetan el alma a la materia grosera. Aquí se presentan de nuevo numerosos términos técnicos; y aún el lector más superficial encontrará patente que la “resurrección de los muertos” de que aquí se trata, no puede ser la común resurrección que profesa el Cristianismo moderno; pues considerándose ésta inevitable para todos los hombres, es evidente que no requiere ningún esfuerzo especial por parte de nadie para alcanzarla. A la verdad, la palabra misma "alcanzar" estaría fuera de lugar aplicada a un acontecimiento universal e ineludible. San Pablo no podía evitar esta resurrección, conforme al punto de vista del Cristianismo moderno. ¿Cuál era, pues, la resurrección para cuyo logro estaba haciendo tan vehementes esfuerzos? Una vez más la única respuesta procede de los Misterios. En ellos, cuando el Iniciado se aproximaba a la especial Iniciación que libraba del ciclo de las reencarnaciones, del círculo de la generación, era llamado "el Cristo que sufre"; entonces tomaba parte en los padecimientos del Salvador del mundo, era crucificado místicamente, "obraba en conformidad a su muerte", y así alcanzaba la resurrección, la intimidad con el Cristo glorificado, después de lo cual la muerte no tenía ningún poder sobre él (38).
Este era "el premio" por el cual acentuaba sus esfuerzos el gran Apóstol, impulsando "a todos los perfectos", y no a los creyentes ordinarios, a seguir el mismo empeño. Que no se contentasen con lo que habían conseguido, sino que pugnasen por avanzar.
Esta semejanza del Iniciado con Cristo es, ciertamente, el verdadero fondo de los Misterios Mayores, como veremos más particularmente cuando estudiemos "El Cristo Místico."
El Iniciado no debía ya considerar fuera de sí al Cristo: "Aun si a Cristo conocimos, según la carne, empero ahora ya no le conocemos" (39). El creyente ordinario estaba "vestido de Cristo"; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos" (40). Entonces ellos eran los "niños en Cristo", a quienes ya se ha hecho referencia, y Cristo era el Salvador a quien acudían en demanda de socorro, teniendo conocimiento de El, "según la carne." Mas cuando ellos habían dominado la naturaleza inferior y dejaban de ser "carnales", entonces estaban a punto de entrar en un sendero más elevado, y de convertirse a sí mismos en Cristo. Esto, que el Apóstol había ya alcanzado, era lo que ansiaba para sus discípulos: "Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros (41). El era ya su padre espiritual, "que yo os engendré por el evangelio" (42), dice. Pero ahora quería darlos de nuevo a luz, conducirlos como madre a un segundo nacimiento. Entonces el niño Cristo, el Niño Santo, nacía en el alma, "el hombre del corazón que está encubierto" (43); así el Iniciado se convertía en este "Niño Pequeño"; en lo sucesivo debía vivir en su propia persona la vida del Cristo, hasta llegar a ser el "varón perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (44).
Entonces él, como lo estaba haciendo San Pablo, cumplía en su carne las aflicciones de Cristo (45), "llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo" (46), de suerte que podía decir en verdad: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo; no ya yo, mas vive Cristo en mí" (47).
Así sufría el Apóstol mismo; de ese modo se describía, y cuando ha terminado la lucha, cuán diferente es el reposado acento del triunfo del violento esfuerzo de los primeros años: "Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia" (48). Esta corona se daba "al que vencía", de quien decía el Cristo ascendido: "yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá fuera" (49) Porque después de la "Resurrección" el Iniciado se ha convertido en el Hombre Perfecto, en el Maestro, y no vuelve ya a salir del Templo, sino que desde él sirve a los mundos y los guía.
Conviene indicar, antes de terminar este capítulo, que el mismo San Pablo autoriza el empleo de las enseñanzas místicas teóricas, para explicar los sucesos históricos consignados en las Escrituras. No considera la historia trazada en ellas como meros anales de acontecimientos ocurridos en el plano físico. Siendo un verdadero místico, veía en los sucesos físicos las sombras de las verdades universales desarrollándose constantemente en mundos más íntimos y elevados, y sabía que los sucesos escogidos para ser conservados en los escritos ocultos eran típicos, debiendo servir su explicación para instruir a los hombres. Así emplea la historia de Abraham, Sara, Agar, Ismael e Isaac, y afirmando que "estas cosas son dichas por alegoría" procede a dar la interpretación mística (50).
Refiriéndose a la huída de los israelitas de Egipto, habla del Mar Rojo como de un bautismo, del maná y del agua, como vianda y bebida espiritual, de la roca de donde fluía el agua, como Cristo (51). Ve el gran misterio de la unión de Cristo con Su Iglesia en la relación humana del marido y la mujer, y habla de los cristianos como la carne y los huesos del cuerpo de Cristo (52). El autor de la Epístola a los hebreos interpreta alegóricamente todo el culto judío. En el templo ve una copia del templo celestial; en el Sumo Sacerdote ve a Cristo; en los sacrificios, la ofrenda del Hijo sin mancha; los sacerdotes del templo no son sino "sombra y bosquejo de las cosas celestiales", del sacerdocio celestial que sirve en "el verdadero tabernáculo." Desde los capítulos tercero al décimo, ambos inclusive, se desarrolla una muy trabajada alegoría, dando a entender el autor que el Espíritu Santo quería significar así el sentido más profundo; todo era “figura de aquel tiempo presente”.
Este concepto de los escritos sagrados no implica que los acontecimientos que se consignan, no hubiesen sucedido, sino que su realización física era cuestión de menor importancia.
Tal explicación equivale a levantar el velo de los Misterios Menores, que es la enseñanza mística que se permite dar al mundo.
No es esto como muchos creen, un mero juego imaginativo, sino el resultado de una verdadera intuición que ve los modelos en el plano celeste, y no ya sólo las sombras que aquellos proyectan sobre el bastidor del tiempo terrestre.
Notas de este capítulo:
(1) San Marcos IV, 10, 11, 33, 34. Véase también San Mateo XIII, 11, 34, 36 y San Lucas VIII, 10.
(2) San Juan XVI, 12.
(3) Hechos I, 3.
(4) Loc. cit. Trad. por G. R. S. Mead. III.
(5) San Mateo VII, 6.
(6) Como con la mujer griega: “No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos”. San Marcos VII, 27.
(7) San Lucas XIII, 23, 24.
(8) San Mateo VII, 13, 14.
(9) Kathopanishat II, IV, 10, 11.
(10) Brihaddranyacopanishat IV, IV, 7 ,
(11) Apoc. VII, 9.
(12) Bhagavad Cita VII, 3.
(13) Ante, pág. 26.
(14) Debe tenerse presente que los judíos creían que todas las almas imperfectas volvían a vivir otra vez en la tierra.
(15) San Mateo XIX, 16, 26.
(16) San Juan XVII, 3.
(17) Heb. IX. 23.
(18) San Juan III. 3, 5.
(19) San Mateo, lll, 11.
(20) San Mateo XVIII, 3.
(21) San Juan III, 10.
(22) San Mateo V, 48.
(23) Ante, pág. 28.
(24) Obsérvese cómo esto se relaciona con la promesa de Jesús en San Juan XVI, 12-14: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar. Pero cuando viniere aquel Espíritu de Verdad. El os guiará en toda verdad. "El os hará saber las cosas que han de venir. . . El tomará de lo mío y os lo hará saber."
(25) Otro nombre técnico de los Misterios.
(26) Efes., III, 3, 4, 9.
(27) Col. I. 23, 25-28. Pero San Clemente en su Stromata traduce "cada hombre" como "todo el hombre". Véase lib. V, cap. X.
(28) Col. IV, 3.
(29) Biblioteca antenicena, vol. XII. Clemente de Alejandría. Stromata, lib. V, cap. X. Algunos dichos más de los Apóstoles pueden verse en las citas de San Clemente, demostrando, que significado tenían para los que sucedieron a aquellos, y vivían en la misma atmósfera de pensamiento.
(30) I, Tim., III, 9, 16.
(31) Ibid, I, 18.
(32) Ibid, IV, 14.
(33) Ibid, VI, 12.
(34) I. Tim. 20.
(35) II, Ibid. I. 13, 14.
(36) Ibid, II, 2.
(37) Filip. III, 8, 10-12, 14, 15.
(38) Apoc. I, 18. "Yo soy El que vivo y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos. Amén."
(39) II. Cor., VI. 16.
(40) Ga1. III, 27.
(41) Gal.. IV, 19.
(42) I, Cor., IV, 15.
(43) I, San Ped., III, 4.
(44) Ef., IV, 13.
(45) Col., I, 24.
(46) II, Cor., IV, 10.
(47) Gal., II, 20.
(48) II, Tim., IV, 6-8.
(49) Apoc., III, 12.
(50) Gal., IV, 22-31.
(51) I, Cor., X, 1-4.
(52) Ef., V, 23-32.
Después de haber visto que las religiones del pasado proclaman a una tener un lado oculto o ser guardianes de "Misterios", y que tal afirmación aparece certificada por los más grandes hombres, al buscar la iniciación, procede investigar ahora si el Cristianismo se halla fuera de este concepto de religiones, y si es la única que no tiene una Gnosis, ofreciendo al mundo sólo una creencia sencilla y no un conocimiento profundo. Si así fuese, sería, a la verdad, un hecho triste y lamentable, que probaría que el Cristianismo estaba destinado únicamente para una clase y no para todos los tipos de seres humanos. Pero que esto no es así, lo podemos demostrar fuera de toda posibilidad de duda racional.
De esta prueba tiene el Cristianismo grandísima necesidad en estos tiempos, porque la flor misma de la Cristiandad está pereciendo por falta de conocimiento. Si la enseñanza esotérica pudiera restablecerse y conquistar estudiantes pacientes y ardorosos, no tardaría mucho sin que lo oculto fuese también restaurado, Los discípulos de los Misterios Menores se convertirían en candidatos a los Mayores, y con la reaparición del conocimiento, se lograría otra vez la autoridad de la enseñanza.
Y, verdaderamente, la necesidad es muy grande, pues contemplando el mundo que nos rodea, vemos que la religión en Occidente está sufriendo por la dificultad misma que teóricamente debía esperarse encontrar. Habiendo perdido el Cristianismo su enseñanza mística y esotérica, va viendo desaparecer su influencia sobre gran número de las personas más altamente educadas, coincidiendo la vivificación parcial de los últimos años con la restauración de algunas enseñanzas místicas. Es cosa evidente para todo el que haya estudiado los últimos cuarenta años del siglo que ha terminado, que mucha gente moral y pensadora ha abandonado las iglesias porque las enseñanzas que en ellas recibían, eran un ultraje para su inteligencia y pugnaban con su sentido moral. Es inútil suponer que el muy extendido agnosticismo de esta época tuviese sus raíces en la falta de moralidad o en una deliberada perversión de la mente.
Todo el que estudie con atención los fenómenos indicados, convendrá en que personas de gran inteligencia se han alejado del Cristianismo por la rudeza de las ideas religiosas que les eran expuestas, por las contradicciones entre las autoridades de la enseñanza, por los puntos de vista acerca de Dios, del hombre y del universo, que ningún entendimiento educado podía admitir. Ni es posible tampoco sostener que una degradación, de cualquier clase que se suponga, fuese la causa fundamental de la rebelión contra los dogmas de la Iglesia. Los rebeldes no eran demasiado malos para su religión; al contrario, la religión era la que resultaba demasiado mala para ellos. La rebelión contra el Cristianismo popular era debida al despertar y al desarrollo de la conciencia; la conciencia era la que se revolvía, así como la inteligencia, contra enseñanzas que deshonran a Dios y al hombre igualmente; que presentan a Dios como un tirano y al hombre como esencialmente malo, obteniendo la salvación por medio de una sumisión servil.
La razón de esta rebeldía se halla escondida en el gradual rebajamiento de las enseñanzas cristianas para llegar a la llamada sencillez, con objeto de que los más ignorantes pudieran comprenderlas. Los protestantes afirmaban muy alto que no debía predicarse más que aquello que pudiesen comprender todos; que la gloria del Evangelio estaba en su sencillez, y que el niño y el ignorante debían ser capaces de comprenderlo y aplicarlo a la vida.
Muy verdad, si con esto quería decirse que ciertas enseñanzas religiosas deben estar al alcance de todos, y que una religión fracasa si deja fuera de la esfera de su ennoblecedora influencia a los seres ínfimos, a los más ignorantes, a los más pobres.
Pero falso, completamente falso, si con esto se quiere significar que la religión no tiene verdades inaccesibles a la ignorancia, que es tan pobre y limitada que no tiene nada que enseñar que no esté por encima de las mentes rudas o de la estrechez de miras de la moralidad degradada. Falso, fatalmente falso, si tal es el sentido; pues a medida que esta opinión se extiende, ocupando los púlpitos y resonando en las iglesias, muchos seres nobles, cuyos corazones se han desgarrado al romper los lazos que les unían a su creencia primera, se retiran de los templos y dejan que su sitio sea ocupado por los hipócritas y los ignorantes. Pasan a un estado de agnosticismo pasivo, o, si son jóvenes y entusiastas, de agresión activa, no creyendo que pueda ser lo más elevado lo que así ofende al entendimiento y la conciencia, y prefiriendo la honradez de un descreimiento manifiesto, a la mistificación de la inteligencia bajo la férula de una autoridad en que no reconocen nada de divino.
Al estudiar así el modo de pensar del tiempo presente, comprenderemos que la cuestión de una enseñanza oculta relacionada con el Cristianismo, es de vital importancia. ¿Ha de sobrevivir el Cristianismo como la religión de Occidente? ¿Deberá existir en los siglos futuros y continuar desempeñando su papel en la formación del pensamiento de las razas occidentales en evolución? Si es así, tiene que recobrar el conocimiento que ha perdido y poseer de nuevo sus enseñanzas místicas y ocultas; debe presentarse otra vez como un instructor competente de verdades espirituales, investido de la única autoridad que vale algo: la autoridad del conocimiento.
Sí estas enseñanzas vuelven a obtenerse, su influencia se verá pronto en manifestaciones más amplias y profundas de la verdad; los dogmas que ahora aparecen como cascarones vacíos, sirviendo sólo de grillos, volverán a ser presentaciones parciales de realidades fundamentales. En primer término, el Cristianismo Esotérico será restaurado en el "Lugar Santo" del Templo, en forma que todo el que sea capaz de recibirlo, pueda seguir la dirección de su pensamiento público; y en segundo término, el Cristianismo Oculto descenderá de nuevo al Adytum, residiendo detrás del Velo que encubre el "Santuario de los Santuarios", donde sólo el Iniciado puede penetrar. Entonces volverá a estar la enseñanza oculta al alcance de los que sean calificados para recibirla conforme a las antiguas reglas, de los que en estos tiempos estén dispuestos a someterse, a las exigencias impuestas a los que deseaban conocer la realidad y verdad de las cosas espirituales.
Volvamos a la historia una vez más para ver si el Cristianismo era la única religión que no tenía enseñanza interna, o si era igual a las demás por la posesión de este tesoro oculto.
Esta es una cuestión de prueba, no de teoría, y debe decidirse por la autoridad de los documentos existentes, y no por el mero ipse dixit de los cristianos modernos.
Como hecho positivo tenemos que tanto el "Nuevo Testamento" como los escritos de la Iglesia primitiva, hacen idénticas declaraciones respecto a la posesión de tales enseñanzas, mostrándonos la realidad de la existencia de los Misterios -llamados los Misterios de Jesús o los Misterios del Reino-, las condiciones que se imponían a los candidatos, algo acerca de la naturaleza general de las enseñanzas que se daban, y otros detalles. Ciertos pasajes del "Nuevo Testamento" permanecerían por completo obscuros, si no fuese por la luz que sobre ellos arrojan las declaraciones definidas de los Padres y Obispos de la Iglesia; pero ¿con esa luz se hacen claros e inteligibles?
A la verdad, hubiera sido extraño que fuera de otro modo, si consideramos la estructura del pensamiento religioso que influyó sobre el Cristianismo primitivo. Emparentada con los hebreos, los persas y los griegos, matizada por las creencias aún más antiguas de la India, profundamente dotada de color por el pensamiento sirio y egipcio, esta última rama del gran brote religioso no podía menos que volver a afirmar las antiguas tradiciones, y poner al alcance de las razas occidentales todo el tesoro de las enseñanzas arcaicas. "La fe, un tiempo dada a los santos", hubiese sido ciertamente privada de su principal valor, si al ser transmitida al Occidente, se hubiera reservado la perla de la enseñanza esotérica.
El primer testimonio que debe examinarse es el del "Nuevo Testamento". Para nuestro objeto podemos prescindir de las enfadosas cuestiones sobre interpretaciones y autores, que corresponden de lleno a los eruditos. La crítica docta tiene mucho que decir respecto de la edad de los manuscritos, la autenticidad de los documentos y otros puntos; pero nosotros no tenemos para qué ocuparnos de esto. Podemos aceptar las Escrituras canónicas, por lo que respecta a las creencias de la Iglesia primitiva sobre las enseñanzas de Cristo y de sus discípulos inmediatos y ver lo que dicen acerca de la existencia de una enseñanza secreta comunicada tan sólo a los pocos.
Una vez examinadas las palabras que se ponen en boca del mismo Jesús, consideradas por la Iglesia de autoridad suprema, estudiaremos los escritos del gran apóstol San Pablo; luego nos ocuparemos en las declaraciones hechas por los herederos de la tradición apostólica, que guiaron la Iglesia durante los primeros siglos. A lo largo de esta línea no interrumpida de tradiciones y de testimonios escritos, puede hacerse la afirmación de que el Cristianismo tenía un lado oculto. Veremos, además, que puede seguirse el rastro de los Misterios Menores de interpretación mística a través de los siglos sucesivos, hasta llegar a los comienzos del XIX, y que, aun cuando no quedaron Escuelas de Misticismo, preparatorias de la Iniciación, después de la desaparición de los Misterios, sin embargo, de tiempo en tiempo hubo grandes místicos que alcanzaron los estados inferiores del éxtasis, por medio de sus propios esfuerzos sostenidos, ayudados indudablemente por Instructores invisibles.
Las palabras del Maestro mismo son claras y definidas, y fueron, según veremos, citadas por Orígenes, haciendo referencia a la enseñanza secreta conservada en la Iglesia. "Y cuando estuvo solo, los que estaban cerca de El con los doce, le preguntaron sobre la parábola y El les dijo: “A vosotros es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, todas las cosas se les comunican por parábolas." y más adelante: "Con muchas de estas parábolas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin parábola no les hablaba; y cuando estaban solos, El explicaba todas las cosas a sus discípulos" (1). Nótense las significativas palabras "cuando estaban solos" y la frase "aquellos que están fuera." Lo mismo sucede en la versión de San Mateo: "Jesús despidió a la multitud y entró en la casa, y sus discípulos con El." Estas enseñanzas dadas "en la casa", el significado más íntimo de sus instrucciones, se decía que eran transmitidas de maestro a maestro. El evangelio da, según puede observarse, las explicaciones místicas alegóricas, lo cual hemos llamado nosotros los Misterios Menores, pero el sentido más profundo se decía que sólo se daba a los Iniciados.
Además, aun a Sus mismos apóstoles dice Jesús: "Tengo todavía muchas cosas que deciros; mas ahora no las podéis llevar" (2).
Algunas de ellas las dijo probablemente después de Su muerte, cuando fue visto por Sus discípulos, "al hablar de cosas pertenecientes al reino de Dios" (3). Ninguna de ellas fue consignada en documento público, pero, ¿quién habrá que crea que se descuidaron u olvidaron y que no fueron transmitidas como tesoro inapreciable? En la Iglesia existía la tradición de que El visitó a Sus apóstoles durante un tiempo considerable después de Su muerte, a fin de instruirlos -hecho a que nos referimos más adelante-; y en el famoso tratado gnóstico el Pistis Sophia, leemos: "Sucedió que cuando Jesús se levantó de entre los muertos, pasó once años hablando con Sus discípulos e instruyéndolos" (4) . Hay también la frase que muchos desean suavizar dándole otro sentido: "No déis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los puercos" (5). Precepto que verdaderamente es de aplicación general, pero que era considerado por la Iglesia primitiva como referente a las enseñanzas secretas. Debe tenerse presente que las palabras no sonaban en los antiguos tiempos tan duras como ahora; pues la palabra "perros" -como "el vulgo", “los
profanos”- era aplicada a los de fuera por los que se hallaban dentro de determinado círculo, ya se tratase de una sociedad, o de una nación, como lo hacían los judíos respecto de todos los gentiles (6) . Algunas veces se usaba para designar a los que estaban fuera del círculo de Iniciados, y en este sentido la vemos empleada en la Iglesia primitiva; a aquellos que, por no haber sido iniciados en los Misterios, se consideraba como fuera del "reino de Dios" o del "Israel espiritual", se les aplicaba este nombre.
Había diversos nombres asignados exclusivamente al término "El Misterio" o "Los Misterios", los cuales se empleaban para designar el círculo sagrado de los Iniciados o de los relacionados con la Iniciación: "El Reino", "El Reino de Dios", "El Reino de los Cielos", "El Sendero Estrecho", "La Puerta Estrecha", "Los Perfectos", "Los Salvados", "Vida Eterna", "Vida", "El Segundo Nacimiento", "El Pequeño", "Un Niño pequeño". El sentido está aclarado por el uso de estas palabras en escritos cristianos primitivos, y en algunos casos hasta fuera de la comunión cristiana. Así el término “Los Perfectos” se usaba por los esenios, quienes tenían tres órdenes en sus comunidades: los Neófitos, los Hermanos y los Perfectos -estos últimos eran Iniciados, y en tal sentido es empleado generalmente este vocablo en los antiguos escritos.
"El Niño Pequeño" era el nombre usual para un candidato acabado de iniciar, esto es, que había logrado su “segundo nacimiento”.
Después de conocido este uso, muchos pasajes oscuros, y de otro modo discordantes, se hacen inteligibles. Entonces uno le dijo: "Señor, ¿son pocos los que se salvan?" y El les dijo: ' 'Porfiad a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar y no podrán" (7). Si esto se aplica en la forma ordinaria de los protestantes a la salvación del fuego eterno del infierno, la declaración se hace increíble, repulsiva. No se puede suponer a ningún Salvador del mundo, haciendo la afirmación de que muchos de los que tratan de evitar el infierno y entrar en el cielo, no podrán verificarlo. Pero aplicado el concepto a la estrecha puerta de la Iniciación ya la liberación del renacimiento, es perfectamente verdadero y natural. Así también: "Entrad por la puerta estrecha, pues ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan" (8) . El aviso que sigue inmediatamente contra los falsos profetas, los instructores de los Misterios tenebrosos, es de gran aplicación en el asunto.
A ningún estudiante podrá pasar inadvertido el sonido familiar de estas palabras, empleadas en el mismo sentido en otros escritos. El "Antiguo camino estrecho" es familiar a todos; el sendero "difícil de andar como el agudo filo de una navaja" (9) que ya se ha mencionado; el pasar "de una muerte a otra" de aquellos que siguen el camino sembrado de flores de los deseos, los cuales no conocen a Dios; pues sólo se pacen inmortales y escapan de la ancha boca de la muerte, de la destrucción siempre repetida, aquellos hombres que han abandonado todo deseo (10). La alusión a la muerte se refiere, por supuesto, a los nacimientos repetidos del alma, a la existencia material grosera, considerada siempre como "muerte" comparada con la "vida" de los mundos sutiles superiores.
La "Puerta Estrecha" era el ingreso en la Iniciación, y por ella el candidato entraba en "El Reino", y siempre ha sido y será verdad que sólo pocos pueden atravesar esa puerta, aunque miles de millones -"una inmensa multitud que nadie 'podría contar" (11) , no unos pocos-, entran en la dicha del mundo celeste. Así también habló otro gran Maestro, cerca de tres mil años antes: "Entre millares de hombres, escasamente uno se afana por la perfección; de los que se afanan y la logran, apenas uno me conoce en esencia" (12). Pues los Iniciados son pocos en cada generación: la flor de la humanidad; pero ninguna sentencia siniestra de desdicha eterna se pronuncia en esta declaración contra la gran mayoría de la raza humana. Los salvados son, como Proclo enseñaba (13), los que escapan del círculo de la generación dentro del cual se halla sujeta la humanidad.
A este propósito recordaremos la historia del joven que se acercó a Jesús, y dirigiéndose a El como "Buen Maestro", le preguntó cómo podía ganar la vida eterna -la bien conocida liberación del renacimiento por el conocimiento de Dios (14). “Su primera contestación fue el precepto regular esotérico: "Guarda los mandamientos". Pero cuando el mancebo contestó: "Todas esas cosas las he guardado desde mi juventud"; entonces a aquella conciencia libre de todo conocimiento de trasgresión, vino la respuesta del verdadero Maestro: "'Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás tesoros en el cielo; y ven y sígueme." "Si quieres ser perfecto, conviértete en un individuo del Reino; debes abrazar la pobreza y la obediencia." y luego Jesús explica a Sus propios discípulos que un hombre rico difícilmente puede entrar en el Reino de los Cielos; que tal entrada es más difícil que para un camello pasar por el ojo de una aguja; para los hombres esto es imposible; para Dios todas las cosas son posibles (15). Sólo el Dios en el hombre puede pasar esa barrera.
Este texto ha sido diversamente explicado, siendo a todas luces imposible tomarlo en su sentido superficial, de que un hombre rico no puede entrar en un estado post mortem de
dicha. El hombre rico puede alcanzar ese estado lo mismo que el pobre, y la práctica universal de los cristianos demuestra que no creen ni por un momento que la riqueza ponga en peligro su dicha después de la muerte. Pero si nos fijamos en el verdadero significado del Reino de los Cielos, tendremos la expresión de un hecho directo y sencillo. Porque ese conocimiento de Dios que es Vida Eterna (16) , no puede obtenerse hasta que se haya abandonado todo lo terrestre, no puede aprenderse hasta que se haya hecho sacrificio de todo. El hombre tiene que renunciar, no sólo a la riqueza terrena, que en lo sucesivo ha de pasar por sus manos como si fuese administrador de ella, sino que debe, además, abandonar su riqueza interna en cuanto la considere como suya propia frente al mundo; mientras no se haya despojado hasta la desnudez, no puede pasar por la angosta entrada. Tal ha sido siempre la condición exigida para la Iniciación; los candidatos a ella deben hacer voto de "pobreza, de obediencia y de castidad." Esto se consigue con la eliminación del ego animal pluralizado.
El "segundo nacimiento" es otro nombre, muy conocido, de la Iniciación; aun hoy en la India los individuos de las castas superiores son llamados "dos veces nacidos", y la ceremonia que los hace dos veces nacidos, es una ceremonia de la Iniciación -la mera. corteza, a la verdad, en estos tiempos, pero "la muestra de las cosas del Cielo" (17). Cuando Jesús habla de Nicodemo, declara que "a menos que un hombre nazca otra vez, no puede ver el reino de Dios", y menciona este nacimiento como el "del agua y, del Espíritu" (18) ; esta es la primera Iniciación; otra posterior es la del Espíritu Santo y el fuego (19) , el bautismo del Iniciado en su virilidad, así como el primero es el del nacimiento, que le da la bienvenida como "el Niño Pequeño" que entra en el Reino (20) Cuán bien conocidas eran estas imágenes en la mística de los judíos, se demuestra por la sorpresa que manifestó Jesús cuando dijo a Nicodemo, confundido con su fraseología mística: "¿Eres tú maestro en Israel y no conoces estas cosas?" (21). Otro precepto de Jesús que subsiste como "un dicho difícil de entender", dirigido a sus discípulos, es el de: "Sed, pues, Vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los Cielos es perfecto" (22). El cristiano ordinario sabe muy bien que no le es posible obedecer este mandato; lleno de fragilidades ordinarias humanas, ¿cómo podrá hacerse tan perfecto como Dios? Vista la imposibilidad de la empresa que le presentan, la pone tranquilamente a un lado y no piensa más en ella. Pero considerada como el esfuerzo final de muchas vidas de constante progreso, como el triunfo del Dios que está dentro de nosotros (El Real Ser, la Mónada), sobre la naturaleza inferior (el ego pluralizado), se coloca a una distancia calculable, haciéndonos recordar las palabras de Porfirio, de cómo el hombre que lleva a cabo “las virtudes paradigmáticas, es el Padre de los Dioses” (23), y que en los Misterios estas virtudes eran adquiridas.
San Pablo sigue los pasos de su Maestro, y habla exactamente en el mismo sentido, pero más explícito y con mayor claridad, como era de esperar de su obra organizadora de la Iglesia. El estudiante debe leer con atención los capítulos II y III y el versículo I del capítulo IV de la Primera Epístola a los Corintios, teniendo presente que las palabras iban dirigidas a individuos bautizados que formaban parte de la Iglesia, y que eran miembros completos de ella, desde el punto de vista moderno, aunque considerados como niños y como carnales por el Apóstol. No eran catecúmenos o neófitos, sino hombres y mujeres que estaban en plena posesión de todos los privilegios y responsabilidades de la comunidad cristiana, reconocidos por el Apóstol como apartados del mundo, y tenidos en la confianza de que no habrían de proceder como los hombres del mundo. Estaban, en una palabra, en posesión de todo lo que la Iglesia moderna da a sus miembros.
Resumamos las palabras del Apóstol: "Vine a vosotros trayendo el testimonio divino, no para halagaros con la sabiduría humana, sino con el poder del Espíritu. En verdad, hablamos de sabiduría entre aquellos que son perfectos, pero no es sabiduría alguna humana. Hablamos la sabiduría de Dios en un misterio, hasta la sabiduría oculta, que Dios ordenó antes que el mundo empezara, y que ni aún príncipe, alguno del mundo conoce. Las cosas de esta sabiduría están fuera del alcance del pensamiento de los hombres, pero Dios nos las ha revelado por medio de su Espíritu. . . las cosas profundas de Dios, que el Espíritu Santo enseña (24). Estas son cosas espirituales que sólo puede entender el hombre espiritual, en quien está la mente de Cristo y yo, hermanos, no podía hablaros como a espirituales, sino como a carnales, y aun como a niños de Cristo... Vosotros erais incapaces de llevarlo, y aun lo sois ahora. Porque todavía sois carnales. Como sabio maestro gnóstico-rosacruz (25) he echado los cimientos, y vosotros sois el templo de Dios, y el Espíritu de Dios mora en vosotros. Haced que se os considere como ministros de Cristo, y mayordomos de los misterios de Dios."
¿Puede leer alguien este pasaje -en cuyo resumen sólo se ha puesto de manifiesto los puntos salientes- sin reconocer el hecho de que el Apóstol poseía una sabiduría divina, que enseñaba en los Misterios, la cual no podían aún recibir sus discípulos corintios? y obsérvese los términos empleados: la "sabiduría", la "sabiduría de Dios es un misterio", la "sabiduría oculta", sólo conocida del "hombre espiritual", hablada sólo entre los "perfectos", sabiduría de la que eran excluidos los no "espirituales", los "niños en Cristo", los "carnales", conocida del "sabio maestro masón"; el "mayordomo de los Misterios de Dios."
Una y otra vez vuelve a referirse a estos Misterios. Al escribir a los efesios cristianos dice: "por revelación (levantando el velo) me fue declarado el Misterio" ; de aquí su conocimiento del Misterio de Cristo; y le era dado aclarar a todos cuál sea la "dispensación del Misterio" (26) . "De este Misterio, repitió a los colosenses, había sido hecho ministro", "el Misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, mas ahora ha sido manifestado a Sus Santos"; no al mundo, ni aun siquiera a los cristianos, sino sólo a los Santos. Para ellos fue alzado el velo "de la gloria de este Misterio"; ¿y qué era éste? "Cristo en vosotros" -frase significativa que, como pronto veremos, pertenecía a la vida del Iniciado; así cada hombre debe al fin aprender la sabiduría y llegar a ser "perfecto en Cristo Jesús" (27). A estos colosenses les pide que rueguen a "Dios que nos abra la puerta de la palabra para hablar el misterio de Cristo" (28), pasaje a que se refiere San Clemente, por ser uno en que el Apóstol "revela con claridad que el conocimiento no pertenece a todos" (29). Del mismo modo escribe a su amado Timoteo, recomendándole que escoja los diáconos entre aquellos que mantienen el "Misterio de la fe con una conciencia pura", ese gran "Misterio de la Piedad" que él había aprendido (30), cuyo conocimiento era necesario para los maestros de la Iglesia.
Ahora bien; la importancia de San Timoteo como representante de la siguiente generación de instructores cristianos, es indudable. Fue discípulo de San Pablo y designado por él para guiar y gobernar una parte de la Iglesia. Por lo visto, había sido iniciado en los Misterios por el mismo San Pablo, a lo cual se hace referencia, según resulta de las frases técnicas empleadas otra vez como clave. "Este cargo te doy, hijo Timoteo, con arreglo a las profecías que de ti se dijeron " (31): la solemne bendición del Iniciador que admitía al candidato; pero el Iniciador no estaba sólo presente: "No descuides el don que está en ti, el cual te fue dado por profecía, con la imposición de manos del Presbiterio" (32), de los Hermanos Mayores. y le recuerda que se atenga firmemente a esa "eterna vida, a la que también estás llamado, habiendo hecho una buena profesión delante de muchos testigos" (33) -los votos del nuevo Iniciado, hechos en presencia de los Hermanos Mayores y de la asamblea de Iniciados. El conocimiento que entonces se comunicaba, era el cargo sagrado que hace exclamar con tanta vehemencia a San Pablo: "¡Oh, Timoteo, guarda bien lo que te ha sido confiado!" (34): no el conocimiento que en común poseían los cristianos, respecto del cual ninguna obligación especial había contraído Timoteo, sino el sagrado depósito que se le había transferido como Iniciado, esencial a la prosperidad de la Iglesia. San Pablo, posteriormente, vuelve sobre lo mismo, poniendo particular empeño en asunto de tan suprema importancia, de un modo que resultaría exagerado, si tal conocimiento hubiese
sido propiedad común de los cristianos: “Retén la forma de las sanas palabras que de mi oíste. . . Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en nosotros” (35) - la más seria invocación que labios humanos pueden formular.
Además, era obligación suya el proveer a la debida transmisión de este sagrado depósito, para que fuese pasando de mano en mano a las futuras generaciones, y así la Iglesia no careciese jamás de verdaderos instructores: "Las cosas que has oído de mí ante muchos testigos" -las sagradas enseñanzas orales, en la asamblea de Iniciados, que atestiguan la exactitud de la transmisión- "esto encarga a hombres fieles, que sean idóneos para enseñar también a otros" (36).
El conocimiento, o si se prefiere otra palabra, la suposición de que la Iglesia poseía estas enseñanzas ocultas, arroja una gran luz sobre las diseminadas indicaciones que San Pablo hizo respecto a sí mismo, y cuando se las reúne, nos encontramos con un bosquejo de la evolución del Iniciado. San Pablo declara que, aun cuando se hallaba ya entre los perfectos, los iniciados -pues dice: " Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos", él no había aún "alcanzado", ni era, a la verdad, del todo "perfecto", porque no había aún ganado a Cristo, no había alcanzado todavía "la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús", "la virtud de Su resurrección, y la participación de Sus padecimientos, en conformidad a Su muerte" ; y procuraba "si en alguna manera llegase a la resurrección de los muertos" (37) . Porque esta era la Iniciación que libraba, la que hacía al iniciado Maestro Perfecto, el Cristo Resucitado, libertándole finalmente de los muertos”, de la humanidad que se halla dentro del círculo
de la generación, de los lazos que sujetan el alma a la materia grosera. Aquí se presentan de nuevo numerosos términos técnicos; y aún el lector más superficial encontrará patente que la “resurrección de los muertos” de que aquí se trata, no puede ser la común resurrección que profesa el Cristianismo moderno; pues considerándose ésta inevitable para todos los hombres, es evidente que no requiere ningún esfuerzo especial por parte de nadie para alcanzarla. A la verdad, la palabra misma "alcanzar" estaría fuera de lugar aplicada a un acontecimiento universal e ineludible. San Pablo no podía evitar esta resurrección, conforme al punto de vista del Cristianismo moderno. ¿Cuál era, pues, la resurrección para cuyo logro estaba haciendo tan vehementes esfuerzos? Una vez más la única respuesta procede de los Misterios. En ellos, cuando el Iniciado se aproximaba a la especial Iniciación que libraba del ciclo de las reencarnaciones, del círculo de la generación, era llamado "el Cristo que sufre"; entonces tomaba parte en los padecimientos del Salvador del mundo, era crucificado místicamente, "obraba en conformidad a su muerte", y así alcanzaba la resurrección, la intimidad con el Cristo glorificado, después de lo cual la muerte no tenía ningún poder sobre él (38).
Este era "el premio" por el cual acentuaba sus esfuerzos el gran Apóstol, impulsando "a todos los perfectos", y no a los creyentes ordinarios, a seguir el mismo empeño. Que no se contentasen con lo que habían conseguido, sino que pugnasen por avanzar.
Esta semejanza del Iniciado con Cristo es, ciertamente, el verdadero fondo de los Misterios Mayores, como veremos más particularmente cuando estudiemos "El Cristo Místico."
El Iniciado no debía ya considerar fuera de sí al Cristo: "Aun si a Cristo conocimos, según la carne, empero ahora ya no le conocemos" (39). El creyente ordinario estaba "vestido de Cristo"; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis vestidos" (40). Entonces ellos eran los "niños en Cristo", a quienes ya se ha hecho referencia, y Cristo era el Salvador a quien acudían en demanda de socorro, teniendo conocimiento de El, "según la carne." Mas cuando ellos habían dominado la naturaleza inferior y dejaban de ser "carnales", entonces estaban a punto de entrar en un sendero más elevado, y de convertirse a sí mismos en Cristo. Esto, que el Apóstol había ya alcanzado, era lo que ansiaba para sus discípulos: "Hijitos míos, que vuelvo otra vez a estar de parto de vosotros, hasta que Cristo sea formado en vosotros (41). El era ya su padre espiritual, "que yo os engendré por el evangelio" (42), dice. Pero ahora quería darlos de nuevo a luz, conducirlos como madre a un segundo nacimiento. Entonces el niño Cristo, el Niño Santo, nacía en el alma, "el hombre del corazón que está encubierto" (43); así el Iniciado se convertía en este "Niño Pequeño"; en lo sucesivo debía vivir en su propia persona la vida del Cristo, hasta llegar a ser el "varón perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo" (44).
Entonces él, como lo estaba haciendo San Pablo, cumplía en su carne las aflicciones de Cristo (45), "llevando siempre por todas partes la muerte de Jesús en el cuerpo" (46), de suerte que podía decir en verdad: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo; no ya yo, mas vive Cristo en mí" (47).
Así sufría el Apóstol mismo; de ese modo se describía, y cuando ha terminado la lucha, cuán diferente es el reposado acento del triunfo del violento esfuerzo de los primeros años: "Yo ya estoy para ser ofrecido, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia" (48). Esta corona se daba "al que vencía", de quien decía el Cristo ascendido: "yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá fuera" (49) Porque después de la "Resurrección" el Iniciado se ha convertido en el Hombre Perfecto, en el Maestro, y no vuelve ya a salir del Templo, sino que desde él sirve a los mundos y los guía.
Conviene indicar, antes de terminar este capítulo, que el mismo San Pablo autoriza el empleo de las enseñanzas místicas teóricas, para explicar los sucesos históricos consignados en las Escrituras. No considera la historia trazada en ellas como meros anales de acontecimientos ocurridos en el plano físico. Siendo un verdadero místico, veía en los sucesos físicos las sombras de las verdades universales desarrollándose constantemente en mundos más íntimos y elevados, y sabía que los sucesos escogidos para ser conservados en los escritos ocultos eran típicos, debiendo servir su explicación para instruir a los hombres. Así emplea la historia de Abraham, Sara, Agar, Ismael e Isaac, y afirmando que "estas cosas son dichas por alegoría" procede a dar la interpretación mística (50).
Refiriéndose a la huída de los israelitas de Egipto, habla del Mar Rojo como de un bautismo, del maná y del agua, como vianda y bebida espiritual, de la roca de donde fluía el agua, como Cristo (51). Ve el gran misterio de la unión de Cristo con Su Iglesia en la relación humana del marido y la mujer, y habla de los cristianos como la carne y los huesos del cuerpo de Cristo (52). El autor de la Epístola a los hebreos interpreta alegóricamente todo el culto judío. En el templo ve una copia del templo celestial; en el Sumo Sacerdote ve a Cristo; en los sacrificios, la ofrenda del Hijo sin mancha; los sacerdotes del templo no son sino "sombra y bosquejo de las cosas celestiales", del sacerdocio celestial que sirve en "el verdadero tabernáculo." Desde los capítulos tercero al décimo, ambos inclusive, se desarrolla una muy trabajada alegoría, dando a entender el autor que el Espíritu Santo quería significar así el sentido más profundo; todo era “figura de aquel tiempo presente”.
Este concepto de los escritos sagrados no implica que los acontecimientos que se consignan, no hubiesen sucedido, sino que su realización física era cuestión de menor importancia.
Tal explicación equivale a levantar el velo de los Misterios Menores, que es la enseñanza mística que se permite dar al mundo.
No es esto como muchos creen, un mero juego imaginativo, sino el resultado de una verdadera intuición que ve los modelos en el plano celeste, y no ya sólo las sombras que aquellos proyectan sobre el bastidor del tiempo terrestre.
Notas de este capítulo:
(1) San Marcos IV, 10, 11, 33, 34. Véase también San Mateo XIII, 11, 34, 36 y San Lucas VIII, 10.
(2) San Juan XVI, 12.
(3) Hechos I, 3.
(4) Loc. cit. Trad. por G. R. S. Mead. III.
(5) San Mateo VII, 6.
(6) Como con la mujer griega: “No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perrillos”. San Marcos VII, 27.
(7) San Lucas XIII, 23, 24.
(8) San Mateo VII, 13, 14.
(9) Kathopanishat II, IV, 10, 11.
(10) Brihaddranyacopanishat IV, IV, 7 ,
(11) Apoc. VII, 9.
(12) Bhagavad Cita VII, 3.
(13) Ante, pág. 26.
(14) Debe tenerse presente que los judíos creían que todas las almas imperfectas volvían a vivir otra vez en la tierra.
(15) San Mateo XIX, 16, 26.
(16) San Juan XVII, 3.
(17) Heb. IX. 23.
(18) San Juan III. 3, 5.
(19) San Mateo, lll, 11.
(20) San Mateo XVIII, 3.
(21) San Juan III, 10.
(22) San Mateo V, 48.
(23) Ante, pág. 28.
(24) Obsérvese cómo esto se relaciona con la promesa de Jesús en San Juan XVI, 12-14: "Tengo todavía muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar. Pero cuando viniere aquel Espíritu de Verdad. El os guiará en toda verdad. "El os hará saber las cosas que han de venir. . . El tomará de lo mío y os lo hará saber."
(25) Otro nombre técnico de los Misterios.
(26) Efes., III, 3, 4, 9.
(27) Col. I. 23, 25-28. Pero San Clemente en su Stromata traduce "cada hombre" como "todo el hombre". Véase lib. V, cap. X.
(28) Col. IV, 3.
(29) Biblioteca antenicena, vol. XII. Clemente de Alejandría. Stromata, lib. V, cap. X. Algunos dichos más de los Apóstoles pueden verse en las citas de San Clemente, demostrando, que significado tenían para los que sucedieron a aquellos, y vivían en la misma atmósfera de pensamiento.
(30) I, Tim., III, 9, 16.
(31) Ibid, I, 18.
(32) Ibid, IV, 14.
(33) Ibid, VI, 12.
(34) I. Tim. 20.
(35) II, Ibid. I. 13, 14.
(36) Ibid, II, 2.
(37) Filip. III, 8, 10-12, 14, 15.
(38) Apoc. I, 18. "Yo soy El que vivo y he sido muerto; y he aquí que vivo por siglos de siglos. Amén."
(39) II. Cor., VI. 16.
(40) Ga1. III, 27.
(41) Gal.. IV, 19.
(42) I, Cor., IV, 15.
(43) I, San Ped., III, 4.
(44) Ef., IV, 13.
(45) Col., I, 24.
(46) II, Cor., IV, 10.
(47) Gal., II, 20.
(48) II, Tim., IV, 6-8.
(49) Apoc., III, 12.
(50) Gal., IV, 22-31.
(51) I, Cor., X, 1-4.
(52) Ef., V, 23-32.
Fuente: "El lado oculto del cristianismo" de la V.A. Annie Bessant
3 comentarios:
Profundamente util recordar a la maestra Bessant para reconcoer en la esencia del cristianismo, el camino hermético de todas las religiones.
Como se sabe cuando Cristo dijo "dejad que los niños se acerquen a mí" no solo se refiere -en uno de los niveles de comprensión- a los niños de edad, sino también a los "niños pequeños" que era el nombre de los iniciados.
Seamos pues niños para acercarnos a Nuestro Verdadero Salvador.
Textops como estos deberían ser más difundidos para liberarnos de tanto carnaval religioso.
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