La lectura del Evangelio de Lucas podrá proporcionarnos, aparte de una profunda sensación, una idea de que su contenido abarca realmente amplias y grandiosas esferas espirituales. Puesto que la investigación espiritual nos enseña que en este Evangelio se ha vertido el Budismo con todo lo que ha podido dar a la humanidad. En cierto modo, se puede decir que es budismo lo que en el Evangelio de Lucas se presenta al hombre. Pero el “budismo” fluye de este documento de una manera singular, se manifiesta a través de este Evangelio en tal forma que lo puede comprender el ánimo más ingenuo y más simple.
El budismo como enseñanza del Buda es una concepción del mundo que sólo comprenderá quien se eleve a ciertas grandes ideas, a las puras alturas etéreas del espíritu; y esto requiere mucha preparación. El Evangelio de Lucas contiene la esencia espiritual de tal manera que, en cierto modo, puede obrar sobre todo ser humano que haya aprendido a recoger en su corazón las más elementales ideas y conceptos humanos. Esto también lo veremos mejor, cuando profundicemos el misterio de este Evangelio. En él se nos presentan las conquistas espirituales del budismo en una forma desarrollada a un grado más elevado del que tenían cuando allá en la antigua India fueron dadas a la humanidad, cerca de seiscientos años antes de nuestra era. Con algunos ejemplos, nuestra alma sentirá en qué consiste este grado más elevado del budismo.
El budismo es ciertamente la “doctrina más pura de la piedad y del amor”. Efectivamente, desde el lugar en el mundo donde el Buda actuó, fluye un evangelio del amor y de la piedad que penetra en toda la evolución espiritual de la Tierra y aparece con su vida en el verdadero budista, cuando éste, con el calor de su corazón, comparte el sufrimiento que se le presenta en todos los seres vivientes del mundo circundante. Pero en el Evangelio de Lucas fluye algo que es aún superior a la piedad y al amor budistas que todo abarcan. Lo que fluye de este Evangelio, lo podríamos señalar como la transformación de la piedad y el amor en la acción que el alma necesariamente ha de emprender. El budista quiere que haya “piedad” en el sentido más eminente de la palabra; en cambio, el que vive en el sentido del Evangelio de Lucas, quiere practicar el amor activo. El budista es capaz de sentir con el enfermo su dolor; el Evangelio de Lucas induce al hombre a actuar y hacer lo posible para curar. El budismo hace que el hombre pueda comprender todo cuanto vive en el alma humana, y del Evangelio de Lucas surge el singular postulado de no juzgar, sino de hacer para el prójimo más de lo que él hace para uno mismo, y de dar más de lo que se recibe. El amor transformado en acción, esto es lo que hemos de considerar como un grado mayor de desarrollo, a pesar de que el Evangelio de Lucas involucre el más puro y genuino budismo.
Para describir este aspecto del cristianismo, o sea el budismo elevado a un nivel superior por medio del cristianismo, era necesaria la fuerza del corazón del autor del Evangelio de Lucas; él ante todo era capaz de comprender al Cristo Jesús como salvador del cuerpo y del alma. El supo hablar tan profundamente al corazón porque él mismo se había desempeñado como médico; y desde el punto de vista de médico del cuerpo y del alma escribió lo que sobre el Cristo Jesús tenía que decir. Esto lo veremos cada vez más claramente, al profundizar el Evangelio de Lucas. Pero algo más llama nuestra atención, si consideramos cómo este Evangelio - según lo expuesto anteriormente - impresiona hasta al ánimo más inocente: vemos entonces que la suprema enseñanza budista, que sólo la madurez de la inteligencia y de la facultad anímica humana es capaz de comprender, aparece en este Evangelio como rejuvenecida, como nacida nuevamente de una fuente de juventud. A través de este Evangelio, el budismo se nos presenta como fruto del árbol de la humanidad, como rejuvenecimiento de lo que antes existía. Esto nos induce a preguntar: ¿Cómo se ha producido este rejuvenecimiento del budismo?. Para comprenderlo, hemos de fijarnos exactamente en la enseñanza misma del gran Buda y, en base a nuestra preparación antroposófica, poner ante nuestro ojo espiritual lo que conmovió el alma del Buda.
Ante todo tengamos presente que el Buda había sido Bodisatva, es decir, una entidad altamente evolucionada, capaz de penetrar en los misterios de la existencia. Por el hecho de haber sido Bodisatva, el Buda había participado de todo lo que sucedió en la evolución de la humanidad en el curso de todos los tiempos. Al iniciarse los tiempos post-atlantes, ya estuvo actuando el Buda como Bodisatva, para fundar la primera cultura post-atlante y para proseguir su evolución, dando a los hombres desde los mundos espirituales lo que en la conferencia anterior se ha explicado. Estuvo también presente en la época atlante, y aun antes en los tiempos de la Lemuria. Y puesto que había llegado a tan alto grado de su evolución, le fue posible, durante su vida de Bodisatva, en los veintinueve años de su última encarnación, antes de ser el Buda, recordar una tras otra todas las vivencias en comunidades humanas, antes de encarnarse en la India por última vez. Le fue posible remontarse a los tiempos pasados de su obrar en la humanidad, y a su existencia en los mundos divino-espirituales para traer desde ellos lo que tuvo que dar a los hombres en la Tierra. Ya hemos dicho que aun una individualidad de tan alto grado de desarrollo debe - aunque brevemente - volver a aprender lo adquirido anteriormente. Y el Buda nos describe que durante su vida de Bodisatva se desarrolló, paso a paso, hasta llegar finalmente a la perfección de la visión espiritual, como asimismo de la iluminación espiritual.
Sabemos cómo lo describió a sus adeptos. Para describir el camino recorrido por su alma, a fin de poder recordar lo experimentado en los tiempos pasados, decía a ellos: “Hubo un tiempo, Oh monjes, en que desde el mundo espiritual se me presentó un esplendor de luz universal, pero no me fue posible distinguir nada, ni formas, ni imágenes, pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después empecé a percibir no sólo la luz, sino distintas imágenes y formas dentro de la luz; pero aún no pude reconocer el significado de esas formas e imágenes, pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después empecé a saber que esas formas eran la expresión de entidades espirituales, pero no me fue posible definir a qué reinos del mundo espiritual estas entidades pertenecían, pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después aprendí a saber a qué reinos del mundo espiritual pertenecían las distintas entidades espirituales, pero no pude discernir con cuáles acciones ellas habían conquistado su posición en los reinos espirituales, y cuál era el estado de alma de cada una de ellas; pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después llegó para mí el tiempo en que pude discernir en virtud de qué acciones esas entidades espirituales habían alcanzado su posición en aquellos reinos y cuáles eran sus estados de ánimo, pero no me fue posible distinguir con cuáles entidades espirituales yo mismo había vivido en tiempos pasados, y qué había sido mi propio actuar juntamente con ellas; pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Finalmente llegó el tiempo en que pude saber que yo había vivido con estas y aquellas entidades en esta y aquella época, y que conjuntamente con ellas había tenido que realizar esto o aquello, de modo que llegué a saber cómo habían sido mis vidas anteriores. Ahora, mi iluminación fue pura”.
Con este relato, el Buda describió a sus adeptos cómo gradualmente se había desarrollado hasta una capacidad del conocimiento que ya había poseído en tiempos pasados, pero que en cada encarnación debió adquirir nuevamente, según las condiciones de cada época; y que en su última encarnación tuvo que adquirir en concordancia con su completo descender en un cuerpo físico humano. Esto nos puede dar una idea de la importancia y de la grandeza de la individualidad que se encarnó en aquella época en el hijo del rey de la estirpe de Sakia. Pero el Buda sabía también que lo que él nuevamente pudo conocer y percibir era un mundo al que los hombres, con su percepción común de aquel tiempo e inmediato porvenir, debieron renunciar. Sólo los “iniciados” a los que el Buda mismo pertenecía, pueden penetrar con su visión en el mundo espiritual; pero para la humanidad común, dentro de la evolución corriente, se había perdido esta posibilidad; los restos heredados de la antigua clarividencia estaban perdiéndose gradualmente. Pero puesto que el Buda no sólo debía hablar de lo que el iniciado puede decir, sino que tenia ante todo la misión de hablar a los hombres de las fuerzas que deben emanar de la propia alma humana, no podía sólo dar los resultados de su iluminación, sino que se decía a sí mismo: “Debo hablar de lo que los hombres pueden alcanzar por medio de un desarrollo superior, de su propio ser interior, un desarrollo según las condiciones de la época. En el curso de la evolución terrena, los hombres llegarán a conocer, paso a paso, desde lo hondo de su alma y de su corazón, el contenido de la enseñanza del Buda, como algo que su propia razón, y su propio ánimo les puede decir. Empero, muchísimo tiempo ha de transcurrir hasta que todos los hombres adquirirán la madurez para extraer, por decirlo así, de la propia alma lo que primero el Buda ha enunciado como conocimiento puramente humano. Pues una cosa es desarrollar ciertas facultades en el curso de mucho tiempo, otra cosa es extraerlas primero de las profundidades del alma humana. Al respecto, tómese otro ejemplo. Hoy el hombre, desde joven, se apropia de las reglas de la lógica. El pensar lógico es hoy una de las facultades humanas comunes, que el hombre desenvuelve en su interior. Pero para que esta facultad pudiera surgir por primera vez en un pecho humano, fue necesario el genio del pensador griego Aristóteles. Son dos cosas diferentes: extraer algo por primera vez de las profundidades del alma humana, y extraerlo después de haberse desarrollado en la humanidad durante cierto tiempo.
Lo que el Buda tenía que dar a la humanidad forma parte de las supremas enseñanzas para largas épocas. Y para evidenciarlo por primera vez en un hombre, hacia falta la magnitud del ánimo de un Bodisatva de tan elevada iluminación. Sólo un hombre iluminado en el sentido más alto, pudo producir en su alma por primera vez, lo que, paso a paso, debió convertirse en patrimonio común de la humanidad, esto es, la doctrina de la piedad y el amor y todo lo que a ella concierne. Lo que el Buda tenía que decir, lo tuvo que expresar con palabras y conceptos de uso corriente en aquella época, principalmente de sus compatriotas. Ya nos hemos referido a que en la antigua India, en los tiempos del Buda, se enseñaban la filosofía del Sankya y del Yoga, que proveían los términos y conceptos corrientes; los debía emplear incluso quien tenia que hablar de algo nuevo. El Buda también debió usarlos para expresar lo que vivía en su alma, aunque dando a esos conceptos e ideas una forma enteramente nueva. Toda evolución debe tomar un curso en que lo venidero se base en lo pasado. Así también el Buda expresó su sublime sabiduría en términos corrientes de la enseñanza india de la época. No obstante, hemos de hacernos un claro concepto de la enseñanza que bajo el árbol Bodi el Buda concibió en los siete días de su iluminación. Tratemos pues, aunque sea con pensamientos aproximados, de contemplar lo que como expresión de las más profundas vivencias del alma se suscitó en el Buda, al recibir la iluminación bajo el árbol Bodi.
En aquel momento, el Buda pudo decirse lo siguiente: Hubo tiempos antiguos de la evolución de la humanidad en que muchos hombres estaban dotados de una opaca y vaga clarividencia, pero hubo también tiempos más antiguos aún en que todos los hombres eran clarividentes. ¿Qué quiere decir: poseer una opaca y vaga clarividencia y, en general, qué significa ser clarividente”?. Ser clarividente significa: saber servirse de los órganos del propio cuerpo etéreo. Quien sólo pueda servirse de los órganos del cuerpo astral, podrá sentir y vivenciar interiormente los misterios más profundos, pero no será capaz de tener la visión de ellos. Sólo puede haber clarividencia, cuando aquello que se experimenta en el cuerpo astral, haya producido su “impronta” en el cuerpo etéreo. También la antigua opaca clarividencia de la humanidad se había producido por el hecho de que el cuerpo etéreo, aún no sumergido enteramente en el cuerpo físico, poseía órganos que aquella humanidad podía utilizar. Por lo tanto, hemos de preguntarnos: ¿Qué es lo que la humanidad ha perdido en el curso de los tiempos?. Ha perdido la capacidad de servirse de los órganos del cuerpo etéreo. Paso a paso, tuvo que contentarse con utilizar solamente los órganos exteriores del cuerpo físico, experimentando en el cuerpo astral, en forma de pensamientos, sentimientos y representaciones, lo que el cuerpo físico le proporciona. Todo esto encontró su expresión en la grandiosa alma del Buda, y él se decía: “Veo que los hombres han perdido la capacidad de servirse de los órganos del cuerpo etéreo, y que experimentan, en el cuerpo astral, lo que les llega desde el mundo circundante por medio de los instrumentos del cuerpo físico”.
Entonces, el Buda se formuló una importante pregunta: “Cuando el ojo percibe un color, cuando el oído oye algún sonido, cuando se siente algún sabor, resulta que, en condiciones normales, estas sensaciones tienen lugar en el hombre y se convierten en sus representaciones; el hombre las experimenta interiormente en el cuerpo astral. Pero si las experimentara simplemente así, no podrían, en estado normal, estar acompañadas de lo que se llama dolor y sufrimiento. Con otras palabras: Si el hombre simplemente se abandonara a las impresiones del mundo externo, tal como éste influye en sus sentidos y como se le presenta con sus colores, con sus efectos de la luz, sus sonidos, etc., él andaría por el mundo sin que estas sensaciones pudiesen causarle dolor y sufrimiento. Sólo bajo determinadas condiciones puede el hombre sentir el dolor.
El Buda escudriñó pues las condiciones bajo las cuales el hombre experimenta dolor y pena, preocupaciones y pesadumbre, preguntándose: “¿Cuándo se tornan dolorosas las impresiones del mundo externo y por qué lo son bajo ciertas condiciones?”.
Y se decía: Si nos remontamos a los tiempos antiguos, encontramos que, cuando el hombre habitaba la Tierra en sus encarnaciones de tiempos pasados, sufría en su naturaleza interior, en su cuerpo astral, la influencia de entidades que obraban desde dos lados. En el curso de sus encarnaciones, a través de las épocas de Lemuria y Atlántida, actuaron sobre la naturaleza humana las entidades que denominamos luciféricas, de modo que en el correr de los tiempos el hombre recibió, en su cuerpo astral, las impresiones e influencias de las entidades luciféricas. A partir de la época atlante obraron además sobre el hombre las entidades bajo la dirección de Arimán; así que el hombre sufrió en sus encarnaciones del pasado la influencia de ambas entidades: las luciféricas y las arimánicas. Si ellas no hubieran actuado sobre el hombre, éste no podría haber conquistado el ser libre, ni tampoco el don de discernir entre el Bien y el Mal y de determinar libremente sus actos de voluntad. Desde un punto de vista superior fue por lo tanto benéfico que el hombre haya sufrido estas influencias; pero en otro sentido le hicieron descender de las alturas divino-espirituales a la existencia sensorial, más de lo que hubiera descendido sin ellas. A consecuencia de ello - así se decía el Buda - el hombre lleva ahora en sí mismo ciertas influencias, por herencia del obrar de Lucifer, por un lado, y de Arimán, por el otro. En tiempos pasados, cuando el hombre, en virtud de su clarividencia opaca, aún podía penetrar con su visión en el mundo espiritual, percibía las influencias de Lucifer y Arimán, pudiendo claramente distinguir: aquí hay una influencia de Lucifer y allí otra de Arimán. Al percibir estas influencias perjudiciales en el mundo astral, pudo juzgarlas debidamente y protegerse de ellas. Sabía también como se había producido su contacto con estas entidades. Hubo un tiempo - así se decía el Buda - en que los hombres sabían de dónde provenían aquellas influencias que desde tiempos antiguos llevaban en sí mismos a través de sus encarnaciones. Pero con la pérdida de la antigua clarividencia también se perdió, en el curso de sus encarnaciones, la conciencia de la existencia de estas entidades y de su influencia sobre el alma del hombre; de modo que le envuelve la oscuridad: no es capaz de conocer de donde provienen estas influencias de Lucifer y Arimán, pero las lleva en sí. Lleva en sí mismo algo, cuya naturaleza ignora. Naturalmente, seria ingenuo negar la realidad y el efecto de lo que existe, aun cuando nada se sepa de ello. A través de sus encarnaciones, el hombre sufre las influencias que en él han penetrado. Ellas existen y actúan durante toda la vida, sin que el hombre tenga conciencia de ello. Esto lo decía a sí mismo el gran Buda.
¿Cómo actúan estas influencias en el hombre?.
Aunque el hombre no pueda conocerlas, las siente, nota su presencia, obran en él como una fuerza, que es la expresión de lo que ha sido activo en el curso de sus encarnaciones y hasta en su existencia actual. Estas fuerzas cuya naturaleza el hombre no puede conocer encuentran su expresión en la concupiscencia de la vida exterior, en el deseo de experimentar las impresiones del mundo externo, en la sed y el deseo de vivir. Así actúan en el hombre, desde tiempos antiguos, las influencias luciféricas y arimánicas como la sed y el vivo deseo de existencia. Y esta “sed de existencia” sigue transmitiéndose de una encarnación a otra. Esto lo decía el gran Buda, pero a sus íntimos discípulos explicaba más exactamente de qué se trata.
Sólo podrá comprender como el Buda lo describió y lo que él vivenció, quien haya pasado por cierta preparación antroposófica. Sabemos que cuando el hombre muere, su Yo, su cuerpo astral y su cuerpo etéreo abandonan el cuerpo físico. El hombre experimenta entonces, por un breve tiempo, aquella extensa imagen recordatoria de su vida finalizada, que se presenta ante él cual un inmenso cuadro. Sabemos, también, que después se desprende la parte principal del cuerpo etéreo como un segundo cadáver, y que resta una especie de extracto o esencia del cuerpo etéreo, que el hombre lleva consigo a través de los períodos del kamaloka y del devacán, para volver a traerlo a la próxima existencia. Mientras el hombre atraviesa el período del kamaloka, se imprime en este extracto de su vida todo lo que el hombre ha experimentado en sus acciones, todo lo que obra con relación al karma humano, y por lo cual deberá conseguir la compensación correspondiente. Todo esto se une, en cierto modo, con este extracto del cuerpo etéreo que se transmite de una encarnación a otra. Este extracto del cuerpo etéreo contiene todo lo que el hombre lleva de una encarnación a otra, y él lo trae consigo cuando vuelve a nacer a una nueva existencia. En la literatura oriental se llama Linga sharira, lo que nosotros denominamos “cuerpo etéreo”, de modo que es un extracto de Linga sharira lo que el hombre lleva consigo de una encarnación a otra.
El Buda decía entonces: “Observad al hombre que, al nacer, trae en su Linga sharira lo que en éste ha quedado depositado de las encarnaciones anteriores, y de lo cual el hombre del actual ciclo evolutivo de la humanidad no tiene conciencia, porque todo está cubierto por la oscuridad del no conocer, pero que, no obstante, se manifiesta como la sed de existencia, el “deseo de vivir”. En lo que se llama el “deseo de vivir”, veía el Buda todo lo que proviene de encarnaciones anteriores y que induce al hombre a la pasión de gozar del mundo, no solamente como peregrino por el mundo de los colores, de los sonidos y las demás sensaciones, sino de desear y de codiciarlo. Esto existe en el hombre como una tendencia, una fuerza que proviene de sus encarnaciones anteriores. Los discípulos del Buda lo llaman “Samskara”; y él decía a sus íntimos discípulos: “Lo característico del hombre actual es su desconocimiento de algo importante que en él mismo existe. Debido a este hecho del no conocer se transforma en sed de existencia, en todas las fuerzas latentes que agitan al hombre y que provienen de encarnaciones anteriores, lo que, de otro modo, se presentaría a él como proveniente de las entidades luciféricas y arimánicas, y con lo cual podría relacionarse conscientemente”. Bajo la influencia del gran Buda, esas fuerzas se llamaban “Samskara”. Y de este Samskara se formó lo que el hombre posee como su pensar actual, y lo que hace que en el actual ciclo evolutivo de la humanidad el hombre, sin esforzarse, no es capaz de pensar objetivamente. Obsérvese bien con qué sutil distinción el Buda aclara a sus discípulos la diferencia entre el pensar objetivo que se basa solamente en los hechos, y el pensar influenciado por las fuerzas que se originan en el “Linga sharira”. Pregúntese cada uno en qué medida se va formando su “opinión” sobre las cosas y las acepta porque le agradan, o, en cambio, porque las considera objetivamente. Todo lo que se considera como verdad, no por el pensar objetivo, sino porque uno ha traído las viejas inclinaciones de encarnaciones anteriores, todo esto forma, según el Buda, un “órgano de pensar interior”. Este órgano de pensar es la totalidad de lo que el hombre piensa porque en encarnaciones anteriores había tenido estas o aquellas experiencias que como remanentes han quedado en su Linga sharira. De modo que el Buda veía una especie de órgano de pensar interior formado por el complejo del Samskara en el alma del hombre, y decía: “Es esta sustancia del pensamiento que del hombre actual forma lo que se llama su individualidad del presente” - en el budismo es “nombre y forma” o Kamarupa- Otra escuela filosófica lo llama Ahamkara.
El Buda decía a sus discípulos: “En tiempos antiguos, cuando los hombres poseían aún clarividencia y percibían el mundo detrás de la existencia física, veían en cierto modo todos lo mismo, pues el mundo objetivo es igual para todos. Pero cuando el no conocer se había generalizado en el mundo, como oscuridad, cada uno traía predisposiciones individuales que le distinguían de los demás”. Esto hacia de cada individuo un ser que se puede calificar adecuadamente como que posee “esta o aquella forma del alma”. Cada uno tenia un nombre determinado que lo distinguía de su prójimo, un “Ahamkara”, y lo que de la referida manera se engendra en el interior del hombre por efecto de cuanto se ha traído de sus encarnaciones anteriores, habiendo formado “nombre y forma”, o sea la individualidad, va formando ahora desde su interior Manas y los cinco órganos de los sentidos, los así llamados seis órganos. Nótese bien que el Buda no decía: “El ojo se ha formado solamente desde lo interior”, sino que decía: “En el ojo se ha involucrado algo que había estado en el Linga sharira y que el hombre ha traído de anteriores estados de existencia”. Por eso la visión del ojo no es pura; percibiría el mundo de la existencia exterior de otra manera, si no estuviese compenetrado interiormente de lo que ha quedado de los anteriores estados de existencia. Y por ello el oído no tiene percepción pura, sino enturbiada, modificada por lo que ha quedado de los anteriores estados de existencia; y esto hace que toda percepción sensorial resulte entremezclada con el deseo de ver esto o aquello, de oír esto o aquello, de gustar o de percibir de esta o aquella manera. En todo lo que se presenta al hombre en el actual ciclo evolutivo, se introduce así cuanto de encarnaciones anteriores ha quedado y que se manifiesta como el “deseo”. Si este deseo que proviene de las encarnaciones anteriores, no se entremezclara en tal sentido - decía el Buda - el hombre percibiría el mundo cual un ser divino, dejaría obrar el mundo sobre sí mismo, sin exigir más y sin desear más de cuanto le es dado. Con su saber y conocer no pasaría de lo que le deparan las potencias divinas; no haría distinción alguna entre sí y el mundo exterior, y se sentiría como parte de éste. Pues sólo por el hecho de que el hombre quiere más y cosas distintas de lo que el mundo espontáneamente le ofrece para su satisfacción, se siente como un ser separado del resto del mundo, y debido a ello surge en su alma la conciencia de que él es algo distinto del mundo. Si se contentara con lo que el mundo le ofrece, no haría distinción entre si y el mundo, sino que tendría la sensación de que su propia existencia encuentra su continuación en el mundo externo. Jamás experimentaría lo que se llama contacto con el mundo externo; pues como no estaría separado del mundo, tampoco podría tener contacto con él. Por haberse formado los “seis órganos”, se suscitó paulatinamente el “contacto con el mundo externo” y sólo a través de éste, lo que en la vida del hombre se llama la sensación; y debido a ella el “afecto al mundo externo”; mas debido a que el hombre está buscando el afecto al mundo externo, se suscita el dolor, la pena, la preocupación y la pesadumbre.
Esto lo decía el Buda a sus discípulos con referencia a la “interioridad del hombre”, una interioridad que es la causa del dolor y la pena, de la pesadumbre y la preocupación en el mundo humano. Fue una teoría de elevado y fino espíritu, pero una teoría cuya fuente era la vida misma, puesto que un “iluminado” la había concebido como profundísima verdad acerca de la humanidad actual. Al Bodisatva que por muchos milenios había guiado a la humanidad de acuerdo con la doctrina de la piedad y del amor, se le habían revelado ahora, después de haberse elevado al grado de Buda, las causas de la verdadera naturaleza del dolor en la humanidad actual. Así pudo comprender por qué los hombres sufren y de esta manera lo explicó a sus discípulos. Y cuando había llegado a sentir la esencia de la vida humana del actual ciclo evolutivo de la humanidad, lo sintetizó todo en aquel célebre sermón con que inició su actividad como Buda: el Sermón de Benarés. Con él enseñó de un modo popular, lo que antes había transmitido a sus discípulos de una manera más íntima: “El que conoce las causas de la existencia humana, sabe que la vida tal cual es, debe contener sufrimiento y dolor. La primera enseñanza que os debo dar, es la doctrina del sufrimiento”. La segunda es la de las causas del sufrimiento. ¿En qué consisten estas causas?. Residen en el hecho de que en el hombre se introduce el deseo, la sed de existencia, debido a lo que en él ha quedado de sus encarnaciones anteriores. La “sed de existencia” es la causa del sufrimiento. La tercera doctrina es ésta: ¿Cómo se puede eliminar del mundo el sufrimiento?. Se entiende que para eliminarlo habrá que extirpar la “causa”, es decir procurar apagar la sed de existencia que proviene del no conocer. Pues los hombres han pasado del conocimiento clarividente de antes, al no conocer, y éste les oculta el mundo espiritual. El no conocer es la causa de la sed de existencia, y ésta, a su vez, es la causa del sufrimiento y del dolor, de la preocupación y la pesadumbre. Y para que todo esto desaparezca del mundo, es preciso que desaparezca la sed de existencia. El antiguo conocimiento se ha desvanecido, pues los hombres ya no pueden servirse de los órganos del cuerpo etéreo. Pero un nuevo conocimiento es posible para el hombre, o sea del que el hombre se apropia, si se sumerge enteramente en lo que su cuerpo astral le puede dar en virtud de sus fuerzas más profundas, apoyándose en lo que los órganos exteriores de los sentidos le permiten observar en el mundo físico externo. Pero lo que por esta observación se suscita en las más profundas fuerzas del cuerpo astral, o sea, lo que se desenvuelve por medio del uso del cuerpo físico, pero no por efecto de este uso, esto es lo único que al principio puede ayudar al hombre y darle un conocimiento; aquel conocimiento que al principio le es dado. En este sentido habló el Buda en su gran peroración inicial.
Con ello quiso decir: “Debo trasmitir a la humanidad aquel conocimiento que le es asequible mediante el máximo desarrollo de las fuerzas del cuerpo astral”. Y por eso el Buda debió enseñar lo que el hombre puede adquirir mediante la poderosa profundización y el sumergimiento en las fuerzas del cuerpo astral. De tal manera, el hombre adquiere un conocimiento que ahora le corresponde y que le es asequible, pero que nada tiene que ver con las influencias de encarnaciones anteriores. El Buda quiso dar a los hombres un conocimiento que en nada se relaciona con lo que oscuramente, merced al no conocer, dormita en el alma humana como Samskara, sino que es un conocimiento que el hombre adquiere, si en una encarnación evoca todas las fuerzas del cuerpo astral. El Buda decía: “La causa del sufrimiento en el mundo proviene del hecho de que de las encarnaciones anteriores subsiste algo de que el hombre nada sabe. Lo que él retiene de sus encarnaciones anteriores es la causa de su no conocer nada del mundo, y esto es la causa del sufrimiento y del dolor, de la pesadumbre y la preocupación. Pero si él llega a ser consciente de las fuerzas que se hallan en su cuerpo astral y que él puede emplear, entonces puede, si él quiere, adquirir un conocimiento independiente de todo lo anterior, un conocimiento suyo propio”.
Esto es el conocimiento que el Buda quiso dar a los hombres por medio del “Sendero de ocho etapas”, en que se indican las fuerzas que el hombre debe desarrollar a fin de adquirir en el actual ciclo evolutivo de la humanidad un conocimiento no influenciado por las reencarnaciones sucesivas. Por la fuerza que el Buda mismo había alcanzado, él elevó su alma a lo que es posible adquirir por las fuerzas supremas del cuerpo astral; y en el “Sendero de ocho etapas” quiso señalar a la humanidad el camino que conduce al conocimiento no influido por Samskara. Lo definió de la siguiente manera: El hombre llega a obtener semejante conocimiento del mundo, si con relación a cada cosa se forma un correcto concepto, que nada tenga que ver con simpatía o antipatía o, quizá, porque sea de su agrado, sino esforzándose en obtener el concepto correcto de cada cosa, puramente según los fenómenos que se le presentan en su aspecto exterior. Esto es lo primero: formarse el “concepto correcto” de una cosa. En segundo lugar es preciso volverse independiente de cuanto ha quedado de las encarnaciones anteriores y esforzarse en juzgar también de acuerdo con nuestro concepto correcto; no por cualesquiera otras influencias, sino únicamente de acuerdo con el concepto correcto que nos hayamos formado al respecto. El segundo factor consiste, pues, en el “juzgar correcto”. En tercer lugar se trata de que, cuando nos dirigimos al mundo, hemos de esforzarnos en expresar también correctamente lo que queremos comunicar, de acuerdo con nuestro concepto correcto y juicio correcto; esto requiere que a nuestras palabras no agreguemos nada, aparte de aquello que realmente es nuestra opinión; y no solamente a nuestras palabras, sino a todo lo que sea expresión de nuestro ser. En el sentido de Buda, esto es la “palabra correcta”. En cuarto lugar es preciso esforzarnos en no actuar según nuestras simpatías y antipatías, ni tampoco según aquello que sombríamente nos agita como Samskara, sino en tratar que se convierta en acción lo que hayamos captado como el concepto correcto, el juicio correcto y la palabra correcta. Esto es, por consiguiente, la acción correcta, el “modo correcto de actuar”. La quinta capacidad que el hombre necesita para liberarse de lo que vive en él, es adquirir la correcta posición, la situación correcta en el mundo. Veremos claramente a que se refería el Buda, si nos decimos: hay tantas gentes que no están contentas con su quehacer en el mundo y que piensan que en esta o aquella posición podrían desenvolverse mejor. Pero el hombre debiera hacer lo posible a fin de alcanzar lo mejor que pueda dentro de la situación en que ha nacido o en que el destino le ha colocado, quiere decir, situarse en la mejor “posición”. Quien no se sienta conforme con la situación en que se encuentra, tampoco podrá ganar de ella la fuerza que le pueda conducir al correcto actuar en el mundo. A esto el Buda lo llama conquistar la “posición correcta”. El sexto paso consiste en que hagamos todo lo posible para que lo ya alcanzado, o sea, el concepto correcto, el correcto juzgar, etc., se transforme en nuestra actitud habitual. En la infancia tenemos esta o aquella inclinación o hábito. Pero el hombre debe esforzarse en no conservar los hábitos que provienen del Samskara, sino en adquirir los hábitos en que se convierten gradualmente el correcto concepto, el correcto juzgar, la correcta palabra, etc. Estos son los “correctos hábitos” que debemos adquirir. En séptimo lugar debiéramos poner orden en nuestra vida de tal manera que en nuestro actuar de hoy jamás nos olvidemos de lo realizado ayer. No alcanzaríamos nada en la vida, si cada vez tuviésemos que volver a aprender nuestras habilidades. El hombre debiera tratar de formarse pensamientos y memoria de todo lo relativo a su existencia y, constantemente debiera aprovechar lo ya aprendido, enlazando el presente con el pasado. Esta es la “memoria correcta” - sentido budista - del que el hombre debe apropiarse en el sendero de ocho etapas. La octava facultad consiste en que el hombre, sin predilección por esta o aquella opinión, sin dejarse guiar por lo que le ha quedado de encarnaciones anteriores, logre entregarse puramente a las cosas, las contemple y las deje hablar a si mismo, con exclusión de todo lo demás. Esta es la “contemplación correcta”.
He aquí el “Sendero de ocho etapas” del cual el Buda decía a sus discípulos que su observancia conduciría, paso a paso, a apagar la sed de existencia que es la causa del sufrimiento, y a dar al alma lo que la libera de todo aquello que proviene de las vidas pasadas y que la reduce a la esclavitud. Con ello también pudimos acoger algo del verdadero espíritu y del origen del budismo, pero también sabemos lo que significa que el antiguo Bodisatva se haya convertido en Buda. Sabemos que el antiguo Bodisatva siempre había dado a la humanidad todo lo relacionado con su misión. En los tiempos antiguos, antes que el Buda entrase en el mundo, la humanidad no fue capaz, de modo alguno, de emplear las fuerzas interiores para suscitar espontáneamente la correcta palabra, el correcto juicio, etc. Para tal fin, influencias de los mundos espirituales debieron obrar sobre el hombre. El antiguo Bodisatva las hacia descender. Y por ello fue un acontecimiento único en su género, cuando el Bodisatva llegó a ser Buda para enseñar lo que en tiempos pasados había hecho fluir en la humanidad. Esto quiere decir que finalmente pudo encarnarse en un cuerpo capaz de desarrollar en si mismo las fuerzas que antes sólo descendían de lo alto. Fue un primer cuerpo de este género, con el cual se hizo presente en el mundo todo aquello que el Buda anteriormente había hecho descender. Pero tal hecho tiene una enorme importancia, de gran alcance para toda la evolución terrestre, cuando lo que de época en época fluía desde lo alto a la Tierra, haya vivido una vez sobre ella, personificado en una individualidad. Desde entonces constituye una fuerza que puede transmitirse a todos los hombres. Y en el cuerpo del Gautama Buda tenemos las causas por las que los hombres pueden desarrollar en sí mismos las fuerzas del Sendero de ocho etapas, en todos los tiempos y hasta el lejano porvenir; de modo que el Sendero de ocho etapas puede convertirse en patrimonio de todo hombre. El hecho de que el Buda haya vivido sobre la Tierra, dio a los hombres la posibilidad del correcto pensar, y todo lo que en este sentido sucederá hasta que toda la humanidad haya adquirido las fuerzas del sendero de ocho etapas, lo tendrá que agradecer a la existencia del Buda. Todo lo que el Buda tenía en sí, lo donó al hombre como alimento espiritual.
Semejantes verdades de la evolución humana aún no forman parte de la ciencia exterior. Sin embargo, frecuentemente las encontramos en los más simples cuentos y leyendas. Muchas veces he destacado que en cuentos y leyendas puede haber más sabiduría y más ciencia que en nuestra ciencia objetiva. En lo profundo, el alma humana siempre ha sentido lo importante de la verdad que hay en una entidad como el Bodisatva en cuanto al hecho de que primero fluye algo desde lo alto que más tarde se convierte gradualmente en idoneidad del alma humana y que después resplandece del alma humana hacia el espacio cósmico. Los hombres que lo sintieron hasta cierto grado, lo formularon así: “Así como los rayos del sol irradian al espacio celeste, así también la fuerza del Bodisatva, en tiempos pasados, irradiaba hacia la Tierra las fuerzas de la doctrina de la piedad y del amor, que son las fuerzas del sendero de ocho etapas; pero más tarde el Bodisatva vino a habitar un cuerpo humano y donó a los hombres lo que antes había sido lo suyo propio. Esto vive ahora en la humanidad e irradia hacia el espacio cósmico del mismo modo que la luz de la luna refleja en el espacio cósmico los rayos del sol”. A esto siempre se ha dado mucha importancia en los lugares en que semejante verdad se expresaba por medio de cuentos y leyendas, y para expresar esta verdad referente al Buda, se ha creado una memorable leyenda en las regiones donde él ha actuado. A este gran acontecimiento se ha dado expresión mediante el sencillo relato siguiente.
Una vez el Buda vivió como liebre, y esto sucedió en un tiempo en que los más diversos seres vivientes estaban buscando alimento, sin encontrarlo, pues todo se había agotado. Los vegetales que para la liebre servían de alimento apropiado, no servían, en cambio, a los seres carnívoros. Entonces la liebre, que en realidad era el Buda, viendo venir a un Brahmán, decidió sacrificarse y ofrecerse como alimento. En el mismo instante vino el Dios Sakra y vio la abnegada disposición al sacrificio de la liebre. Súbitamente se abrió entonces una hendidura en la roca y recogió a la liebre. Acto seguido, el Dios tomó una tintura y dibujó en la luna la imagen de esta liebre. Desde aquel tiempo se ve en la luna la imagen del Buda como liebre. En Occidente no se habla de la liebre sino del “hombre en la luna”, lo que se debe al aspecto distinto que el disco lunar ofrece allí en el hemisferio septentrional.
Más comprensible aún lo expresa un cuento calmuco: “En la luna vive una liebre desde que en tiempos pasados el Buda se ofreció en sacrificio y el Espíritu de la Tierra mismo dibujó en la luna la imagen de la liebre”. Esto es la expresión de la gran verdad de que el Bodisatva llegó a ser el Buda y que el Buda mismo se ofreció en sacrificio para dar a la humanidad, como nutrición, lo que era el contenido de todo su ser, para que ahora, el corazón de los hombres pueda irradiar en el mundo.
De una entidad como el Bodisatva que se ha hecho Buda, hemos dicho (y esto coincide con las enseñanzas de los iniciados): el hecho de que tal entidad del grado de Bodisatva se haya elevado al Buda, significa que se trata de su última encarnación en la Tierra, encarnación en que todo su ser se manifiesta en un cuerpo humano, y semejante entidad ya no vuelve a pasar por otra encarnación de tal índole. Por esta razón, cuando el Buda sintió lo que era el significado de aquella existencia, pudo decir: “Esta es la última de mis encarnaciones; no habrá otra más sobre la Tierra”. A pesar de ello, sería un error creer que semejante entidad se retirara entonces de toda existencia terrena; por el contrario, sigue obrando sobre esta vida; no penetra, por cierto, directamente en un cuerpo físico, sino que adopta un cuerpo de otra índole - sea que esté formado de naturaleza astral, o bien etérea - y actúa así en el mundo. La manera cómo obra después de haber cumplido su última encarnación, será como sigue.
Puede suceder que a un hombre; constituido por cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo, lo compenetre, por decirlo así, semejante entidad. Ella, que no volverá a vivir en un cuerpo físico, pero que aún posee un cuerpo astral, puede penetrar en el cuerpo astral de otro hombre. Obra entonces en tal hombre físico, y éste puede llegar a ser una importante personalidad, desde que en él actúan entonces las fuerzas de una entidad que ya ha pasado por su última encarnación sobre la Tierra. De esta manera, semejante entidad astral se une con la naturaleza astral de un hombre sobre la Tierra. Una conjunción de esta índole puede tener lugar de la manera más complicada. Cuando el Buda apareció a los pastores en la imagen de los “ejércitos celestiales”, no se les apareció en un cuerpo físico sino en un cuerpo astral. Se había revestido de un cuerpo mediante el cual le fue posible obrar sobre la Tierra, desde las alturas. En semejante entidad que se ha hecho Buda, se hace pues distinción entre tres cuerpos:
1. El cuerpo que esta entidad posee, antes de ser el Buda, cuando como Bodisatva obra desde las alturas; este cuerpo no contiene todos los requisitos para poder obrar; se halla aún en las alturas y está vinculado con su misión anterior, como lo fue el Bodisatva en el Buda, antes de transformar su misión en la del Buda. Mientras semejante entidad se halle en tal cuerpo, éste se llama Darmakaya.
2. El cuerpo que tal entidad se forma y mediante el cual pone en evidencia, en su cuerpo físico, todo lo que ella reúne en su ser: este cuerpo se llama el “cuerpo de la perfección” o Samboyakaya.
3. El cuerpo con que tal entidad se reviste después de haber pasado por la perfección y que le permite obrar desde las alturas de la manera señalada; este cuerpo se llama Nirmanakaya.
Resulta pues que podemos decir: el “Nirmanakaya” del Buda apareció a los pastores en forma de la multitud de los ángeles. El Buda resplandeció en su Nirmanakaya, y de esta manera se manifestó a los pastores. Pero debió continuar el camino a fin de actuar dentro de los acontecimientos palestinenses en aquel importante momento. Esto se realizó de la siguiente manera.
Para comprenderlo, hemos de recordar brevemente lo que en otras conferencias hemos dicho acerca de la naturaleza del ser humano. Sabemos que en la ciencia espiritual se hace distinción entre varios “nacimientos”. Cuando tiene lugar el “nacimiento físico”, el hombre se quita, en cierto modo, la envoltura física materna; a los siete años de edad se desprende de la envoltura etérea que hasta entonces, es decir hasta la segunda dentición, lo había envuelto, igual que la envoltura física materna lo había envuelto hasta el nacimiento físico; y al llegar a la pubertad (en nuestros tiempos a los 14, 15 años) el hombre se desprende de lo que hasta entonces tenia como una envoltura astral. Por lo tanto, el cuerpo etéreo del hombre recién a los siete años nace en realidad como cuerpo libre hacia lo externo, y su cuerpo astral nace con la pubertad, cuando se separa la envoltura astral exterior. Tengamos ahora presente qué es lo que el hombre se quita a la edad de la madurez sexual, evento que en la región en que tuvo lugar el acontecimiento palestinense solía producirse normalmente a los doce años; ésta fue entonces la edad de quitarse la envoltura astral materna. Comúnmente, esta envoltura se separa y se la abandona al mundo astral exterior. Pero en el caso del niño que descendía de la línea sacerdotal de la estirpe de David, ocurrió algo distinto. A los doce años se desligó la envoltura astral, pero no se disolvió en el mundo astral universal, sino que tal como fue, como envoltura astral protectora del adolescente, con todas sus fuerzas vivificadoras que entre la segunda dentición y la pubertad habían penetrado en ella, confluyó entonces con el Nirmanakaya del Buda que había descendido desde las alturas. Lo que apareció como el resplandor de la multitud de los ángeles, se unió con lo que se desligó como envoltura astral del niño Jesús de doce años, uniéndose así con todas las fuerzas juveniles, que al hombre lo mantienen joven en el período entre la segunda dentición y la pubertad. El Nirmanakaya del Buda que desde el nacimiento había irradiado sobre el niño Jesús, se unificó con lo que en la pubertad se desligó de este niño como su juvenil envoltura materna astral; esto lo acogió el Nirmanakaya, uniéndose y rejuveneciéndose con ello. Gracias a este rejuvenecimiento, fue posible que lo que antes el Nirmanakaya había dado al mundo, pudiera entonces reaparecer en el niño Jesús con todo el candor de la niñez. Con ello, este niño adquirió la posibilidad de hablar con sencillez infantil sobre la sublime enseñanza de la piedad y del amor, la que en forma tan complicada hemos expuesto en esta conferencia. En la escena de la presentación de Jesús en el Templo, este niño habló de un modo que asombró a los que estaban presentes, porque le iluminaba el Nirmanakaya del Buda, rejuvenecido por la fuerza de la envoltura astral materna del adolescente.
Esto es algo que el investigador espiritual puede saber y que el autor del Evangelio de Lucas misteriosamente ha descrito en la singular escena del Jesús de doce años en el Templo, donde de improviso se volvió otro. Esta es la razón por la que en este Evangelio se enseña el budismo de un modo comprensible hasta para la sencillez de un niño. Hemos de comprenderlo para llegar a saber por qué el Buda a través del adolescente no habla más como había hablado antes. Tal como él había hablado antes, habla en nuestros tiempos el rey tibetano Kanisha que en un sínodo en la India hace predicar el antiguo budismo como doctrina ortodoxa. Pero, entretanto, el Buda ha progresado, pues ha acogido en sí mismo las fuerzas de la envoltura astral materna del niño Jesús, por lo cual se ha hecho capaz de hablar de una manera nueva al ánimo del hombre.
Por esto el Evangelio de Lucas contiene el budismo en una forma rejuvenecida y debido a ello transmite la religión de la piedad y del amor de un modo fácilmente comprensible para el ánimo más sencillo. Pero contiene algo más. En esta conferencia, sólo pudimos exponer una parte de lo que contiene la escena de la presentación en el Templo; hemos de dilucidar aún más los fundamentos de este misterio, y así se proyectará luz sobre los períodos anteriores como asimismo posteriores de la vida de Jesús de Nazareth.
Por: V:.A:. Rudolph Steiner
El budismo como enseñanza del Buda es una concepción del mundo que sólo comprenderá quien se eleve a ciertas grandes ideas, a las puras alturas etéreas del espíritu; y esto requiere mucha preparación. El Evangelio de Lucas contiene la esencia espiritual de tal manera que, en cierto modo, puede obrar sobre todo ser humano que haya aprendido a recoger en su corazón las más elementales ideas y conceptos humanos. Esto también lo veremos mejor, cuando profundicemos el misterio de este Evangelio. En él se nos presentan las conquistas espirituales del budismo en una forma desarrollada a un grado más elevado del que tenían cuando allá en la antigua India fueron dadas a la humanidad, cerca de seiscientos años antes de nuestra era. Con algunos ejemplos, nuestra alma sentirá en qué consiste este grado más elevado del budismo.
El budismo es ciertamente la “doctrina más pura de la piedad y del amor”. Efectivamente, desde el lugar en el mundo donde el Buda actuó, fluye un evangelio del amor y de la piedad que penetra en toda la evolución espiritual de la Tierra y aparece con su vida en el verdadero budista, cuando éste, con el calor de su corazón, comparte el sufrimiento que se le presenta en todos los seres vivientes del mundo circundante. Pero en el Evangelio de Lucas fluye algo que es aún superior a la piedad y al amor budistas que todo abarcan. Lo que fluye de este Evangelio, lo podríamos señalar como la transformación de la piedad y el amor en la acción que el alma necesariamente ha de emprender. El budista quiere que haya “piedad” en el sentido más eminente de la palabra; en cambio, el que vive en el sentido del Evangelio de Lucas, quiere practicar el amor activo. El budista es capaz de sentir con el enfermo su dolor; el Evangelio de Lucas induce al hombre a actuar y hacer lo posible para curar. El budismo hace que el hombre pueda comprender todo cuanto vive en el alma humana, y del Evangelio de Lucas surge el singular postulado de no juzgar, sino de hacer para el prójimo más de lo que él hace para uno mismo, y de dar más de lo que se recibe. El amor transformado en acción, esto es lo que hemos de considerar como un grado mayor de desarrollo, a pesar de que el Evangelio de Lucas involucre el más puro y genuino budismo.
Para describir este aspecto del cristianismo, o sea el budismo elevado a un nivel superior por medio del cristianismo, era necesaria la fuerza del corazón del autor del Evangelio de Lucas; él ante todo era capaz de comprender al Cristo Jesús como salvador del cuerpo y del alma. El supo hablar tan profundamente al corazón porque él mismo se había desempeñado como médico; y desde el punto de vista de médico del cuerpo y del alma escribió lo que sobre el Cristo Jesús tenía que decir. Esto lo veremos cada vez más claramente, al profundizar el Evangelio de Lucas. Pero algo más llama nuestra atención, si consideramos cómo este Evangelio - según lo expuesto anteriormente - impresiona hasta al ánimo más inocente: vemos entonces que la suprema enseñanza budista, que sólo la madurez de la inteligencia y de la facultad anímica humana es capaz de comprender, aparece en este Evangelio como rejuvenecida, como nacida nuevamente de una fuente de juventud. A través de este Evangelio, el budismo se nos presenta como fruto del árbol de la humanidad, como rejuvenecimiento de lo que antes existía. Esto nos induce a preguntar: ¿Cómo se ha producido este rejuvenecimiento del budismo?. Para comprenderlo, hemos de fijarnos exactamente en la enseñanza misma del gran Buda y, en base a nuestra preparación antroposófica, poner ante nuestro ojo espiritual lo que conmovió el alma del Buda.
Ante todo tengamos presente que el Buda había sido Bodisatva, es decir, una entidad altamente evolucionada, capaz de penetrar en los misterios de la existencia. Por el hecho de haber sido Bodisatva, el Buda había participado de todo lo que sucedió en la evolución de la humanidad en el curso de todos los tiempos. Al iniciarse los tiempos post-atlantes, ya estuvo actuando el Buda como Bodisatva, para fundar la primera cultura post-atlante y para proseguir su evolución, dando a los hombres desde los mundos espirituales lo que en la conferencia anterior se ha explicado. Estuvo también presente en la época atlante, y aun antes en los tiempos de la Lemuria. Y puesto que había llegado a tan alto grado de su evolución, le fue posible, durante su vida de Bodisatva, en los veintinueve años de su última encarnación, antes de ser el Buda, recordar una tras otra todas las vivencias en comunidades humanas, antes de encarnarse en la India por última vez. Le fue posible remontarse a los tiempos pasados de su obrar en la humanidad, y a su existencia en los mundos divino-espirituales para traer desde ellos lo que tuvo que dar a los hombres en la Tierra. Ya hemos dicho que aun una individualidad de tan alto grado de desarrollo debe - aunque brevemente - volver a aprender lo adquirido anteriormente. Y el Buda nos describe que durante su vida de Bodisatva se desarrolló, paso a paso, hasta llegar finalmente a la perfección de la visión espiritual, como asimismo de la iluminación espiritual.
Sabemos cómo lo describió a sus adeptos. Para describir el camino recorrido por su alma, a fin de poder recordar lo experimentado en los tiempos pasados, decía a ellos: “Hubo un tiempo, Oh monjes, en que desde el mundo espiritual se me presentó un esplendor de luz universal, pero no me fue posible distinguir nada, ni formas, ni imágenes, pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después empecé a percibir no sólo la luz, sino distintas imágenes y formas dentro de la luz; pero aún no pude reconocer el significado de esas formas e imágenes, pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después empecé a saber que esas formas eran la expresión de entidades espirituales, pero no me fue posible definir a qué reinos del mundo espiritual estas entidades pertenecían, pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después aprendí a saber a qué reinos del mundo espiritual pertenecían las distintas entidades espirituales, pero no pude discernir con cuáles acciones ellas habían conquistado su posición en los reinos espirituales, y cuál era el estado de alma de cada una de ellas; pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Después llegó para mí el tiempo en que pude discernir en virtud de qué acciones esas entidades espirituales habían alcanzado su posición en aquellos reinos y cuáles eran sus estados de ánimo, pero no me fue posible distinguir con cuáles entidades espirituales yo mismo había vivido en tiempos pasados, y qué había sido mi propio actuar juntamente con ellas; pues mi iluminación aún no fue suficientemente pura. Finalmente llegó el tiempo en que pude saber que yo había vivido con estas y aquellas entidades en esta y aquella época, y que conjuntamente con ellas había tenido que realizar esto o aquello, de modo que llegué a saber cómo habían sido mis vidas anteriores. Ahora, mi iluminación fue pura”.
Con este relato, el Buda describió a sus adeptos cómo gradualmente se había desarrollado hasta una capacidad del conocimiento que ya había poseído en tiempos pasados, pero que en cada encarnación debió adquirir nuevamente, según las condiciones de cada época; y que en su última encarnación tuvo que adquirir en concordancia con su completo descender en un cuerpo físico humano. Esto nos puede dar una idea de la importancia y de la grandeza de la individualidad que se encarnó en aquella época en el hijo del rey de la estirpe de Sakia. Pero el Buda sabía también que lo que él nuevamente pudo conocer y percibir era un mundo al que los hombres, con su percepción común de aquel tiempo e inmediato porvenir, debieron renunciar. Sólo los “iniciados” a los que el Buda mismo pertenecía, pueden penetrar con su visión en el mundo espiritual; pero para la humanidad común, dentro de la evolución corriente, se había perdido esta posibilidad; los restos heredados de la antigua clarividencia estaban perdiéndose gradualmente. Pero puesto que el Buda no sólo debía hablar de lo que el iniciado puede decir, sino que tenia ante todo la misión de hablar a los hombres de las fuerzas que deben emanar de la propia alma humana, no podía sólo dar los resultados de su iluminación, sino que se decía a sí mismo: “Debo hablar de lo que los hombres pueden alcanzar por medio de un desarrollo superior, de su propio ser interior, un desarrollo según las condiciones de la época. En el curso de la evolución terrena, los hombres llegarán a conocer, paso a paso, desde lo hondo de su alma y de su corazón, el contenido de la enseñanza del Buda, como algo que su propia razón, y su propio ánimo les puede decir. Empero, muchísimo tiempo ha de transcurrir hasta que todos los hombres adquirirán la madurez para extraer, por decirlo así, de la propia alma lo que primero el Buda ha enunciado como conocimiento puramente humano. Pues una cosa es desarrollar ciertas facultades en el curso de mucho tiempo, otra cosa es extraerlas primero de las profundidades del alma humana. Al respecto, tómese otro ejemplo. Hoy el hombre, desde joven, se apropia de las reglas de la lógica. El pensar lógico es hoy una de las facultades humanas comunes, que el hombre desenvuelve en su interior. Pero para que esta facultad pudiera surgir por primera vez en un pecho humano, fue necesario el genio del pensador griego Aristóteles. Son dos cosas diferentes: extraer algo por primera vez de las profundidades del alma humana, y extraerlo después de haberse desarrollado en la humanidad durante cierto tiempo.
Lo que el Buda tenía que dar a la humanidad forma parte de las supremas enseñanzas para largas épocas. Y para evidenciarlo por primera vez en un hombre, hacia falta la magnitud del ánimo de un Bodisatva de tan elevada iluminación. Sólo un hombre iluminado en el sentido más alto, pudo producir en su alma por primera vez, lo que, paso a paso, debió convertirse en patrimonio común de la humanidad, esto es, la doctrina de la piedad y el amor y todo lo que a ella concierne. Lo que el Buda tenía que decir, lo tuvo que expresar con palabras y conceptos de uso corriente en aquella época, principalmente de sus compatriotas. Ya nos hemos referido a que en la antigua India, en los tiempos del Buda, se enseñaban la filosofía del Sankya y del Yoga, que proveían los términos y conceptos corrientes; los debía emplear incluso quien tenia que hablar de algo nuevo. El Buda también debió usarlos para expresar lo que vivía en su alma, aunque dando a esos conceptos e ideas una forma enteramente nueva. Toda evolución debe tomar un curso en que lo venidero se base en lo pasado. Así también el Buda expresó su sublime sabiduría en términos corrientes de la enseñanza india de la época. No obstante, hemos de hacernos un claro concepto de la enseñanza que bajo el árbol Bodi el Buda concibió en los siete días de su iluminación. Tratemos pues, aunque sea con pensamientos aproximados, de contemplar lo que como expresión de las más profundas vivencias del alma se suscitó en el Buda, al recibir la iluminación bajo el árbol Bodi.
En aquel momento, el Buda pudo decirse lo siguiente: Hubo tiempos antiguos de la evolución de la humanidad en que muchos hombres estaban dotados de una opaca y vaga clarividencia, pero hubo también tiempos más antiguos aún en que todos los hombres eran clarividentes. ¿Qué quiere decir: poseer una opaca y vaga clarividencia y, en general, qué significa ser clarividente”?. Ser clarividente significa: saber servirse de los órganos del propio cuerpo etéreo. Quien sólo pueda servirse de los órganos del cuerpo astral, podrá sentir y vivenciar interiormente los misterios más profundos, pero no será capaz de tener la visión de ellos. Sólo puede haber clarividencia, cuando aquello que se experimenta en el cuerpo astral, haya producido su “impronta” en el cuerpo etéreo. También la antigua opaca clarividencia de la humanidad se había producido por el hecho de que el cuerpo etéreo, aún no sumergido enteramente en el cuerpo físico, poseía órganos que aquella humanidad podía utilizar. Por lo tanto, hemos de preguntarnos: ¿Qué es lo que la humanidad ha perdido en el curso de los tiempos?. Ha perdido la capacidad de servirse de los órganos del cuerpo etéreo. Paso a paso, tuvo que contentarse con utilizar solamente los órganos exteriores del cuerpo físico, experimentando en el cuerpo astral, en forma de pensamientos, sentimientos y representaciones, lo que el cuerpo físico le proporciona. Todo esto encontró su expresión en la grandiosa alma del Buda, y él se decía: “Veo que los hombres han perdido la capacidad de servirse de los órganos del cuerpo etéreo, y que experimentan, en el cuerpo astral, lo que les llega desde el mundo circundante por medio de los instrumentos del cuerpo físico”.
Entonces, el Buda se formuló una importante pregunta: “Cuando el ojo percibe un color, cuando el oído oye algún sonido, cuando se siente algún sabor, resulta que, en condiciones normales, estas sensaciones tienen lugar en el hombre y se convierten en sus representaciones; el hombre las experimenta interiormente en el cuerpo astral. Pero si las experimentara simplemente así, no podrían, en estado normal, estar acompañadas de lo que se llama dolor y sufrimiento. Con otras palabras: Si el hombre simplemente se abandonara a las impresiones del mundo externo, tal como éste influye en sus sentidos y como se le presenta con sus colores, con sus efectos de la luz, sus sonidos, etc., él andaría por el mundo sin que estas sensaciones pudiesen causarle dolor y sufrimiento. Sólo bajo determinadas condiciones puede el hombre sentir el dolor.
El Buda escudriñó pues las condiciones bajo las cuales el hombre experimenta dolor y pena, preocupaciones y pesadumbre, preguntándose: “¿Cuándo se tornan dolorosas las impresiones del mundo externo y por qué lo son bajo ciertas condiciones?”.
Y se decía: Si nos remontamos a los tiempos antiguos, encontramos que, cuando el hombre habitaba la Tierra en sus encarnaciones de tiempos pasados, sufría en su naturaleza interior, en su cuerpo astral, la influencia de entidades que obraban desde dos lados. En el curso de sus encarnaciones, a través de las épocas de Lemuria y Atlántida, actuaron sobre la naturaleza humana las entidades que denominamos luciféricas, de modo que en el correr de los tiempos el hombre recibió, en su cuerpo astral, las impresiones e influencias de las entidades luciféricas. A partir de la época atlante obraron además sobre el hombre las entidades bajo la dirección de Arimán; así que el hombre sufrió en sus encarnaciones del pasado la influencia de ambas entidades: las luciféricas y las arimánicas. Si ellas no hubieran actuado sobre el hombre, éste no podría haber conquistado el ser libre, ni tampoco el don de discernir entre el Bien y el Mal y de determinar libremente sus actos de voluntad. Desde un punto de vista superior fue por lo tanto benéfico que el hombre haya sufrido estas influencias; pero en otro sentido le hicieron descender de las alturas divino-espirituales a la existencia sensorial, más de lo que hubiera descendido sin ellas. A consecuencia de ello - así se decía el Buda - el hombre lleva ahora en sí mismo ciertas influencias, por herencia del obrar de Lucifer, por un lado, y de Arimán, por el otro. En tiempos pasados, cuando el hombre, en virtud de su clarividencia opaca, aún podía penetrar con su visión en el mundo espiritual, percibía las influencias de Lucifer y Arimán, pudiendo claramente distinguir: aquí hay una influencia de Lucifer y allí otra de Arimán. Al percibir estas influencias perjudiciales en el mundo astral, pudo juzgarlas debidamente y protegerse de ellas. Sabía también como se había producido su contacto con estas entidades. Hubo un tiempo - así se decía el Buda - en que los hombres sabían de dónde provenían aquellas influencias que desde tiempos antiguos llevaban en sí mismos a través de sus encarnaciones. Pero con la pérdida de la antigua clarividencia también se perdió, en el curso de sus encarnaciones, la conciencia de la existencia de estas entidades y de su influencia sobre el alma del hombre; de modo que le envuelve la oscuridad: no es capaz de conocer de donde provienen estas influencias de Lucifer y Arimán, pero las lleva en sí. Lleva en sí mismo algo, cuya naturaleza ignora. Naturalmente, seria ingenuo negar la realidad y el efecto de lo que existe, aun cuando nada se sepa de ello. A través de sus encarnaciones, el hombre sufre las influencias que en él han penetrado. Ellas existen y actúan durante toda la vida, sin que el hombre tenga conciencia de ello. Esto lo decía a sí mismo el gran Buda.
¿Cómo actúan estas influencias en el hombre?.
Aunque el hombre no pueda conocerlas, las siente, nota su presencia, obran en él como una fuerza, que es la expresión de lo que ha sido activo en el curso de sus encarnaciones y hasta en su existencia actual. Estas fuerzas cuya naturaleza el hombre no puede conocer encuentran su expresión en la concupiscencia de la vida exterior, en el deseo de experimentar las impresiones del mundo externo, en la sed y el deseo de vivir. Así actúan en el hombre, desde tiempos antiguos, las influencias luciféricas y arimánicas como la sed y el vivo deseo de existencia. Y esta “sed de existencia” sigue transmitiéndose de una encarnación a otra. Esto lo decía el gran Buda, pero a sus íntimos discípulos explicaba más exactamente de qué se trata.
Sólo podrá comprender como el Buda lo describió y lo que él vivenció, quien haya pasado por cierta preparación antroposófica. Sabemos que cuando el hombre muere, su Yo, su cuerpo astral y su cuerpo etéreo abandonan el cuerpo físico. El hombre experimenta entonces, por un breve tiempo, aquella extensa imagen recordatoria de su vida finalizada, que se presenta ante él cual un inmenso cuadro. Sabemos, también, que después se desprende la parte principal del cuerpo etéreo como un segundo cadáver, y que resta una especie de extracto o esencia del cuerpo etéreo, que el hombre lleva consigo a través de los períodos del kamaloka y del devacán, para volver a traerlo a la próxima existencia. Mientras el hombre atraviesa el período del kamaloka, se imprime en este extracto de su vida todo lo que el hombre ha experimentado en sus acciones, todo lo que obra con relación al karma humano, y por lo cual deberá conseguir la compensación correspondiente. Todo esto se une, en cierto modo, con este extracto del cuerpo etéreo que se transmite de una encarnación a otra. Este extracto del cuerpo etéreo contiene todo lo que el hombre lleva de una encarnación a otra, y él lo trae consigo cuando vuelve a nacer a una nueva existencia. En la literatura oriental se llama Linga sharira, lo que nosotros denominamos “cuerpo etéreo”, de modo que es un extracto de Linga sharira lo que el hombre lleva consigo de una encarnación a otra.
El Buda decía entonces: “Observad al hombre que, al nacer, trae en su Linga sharira lo que en éste ha quedado depositado de las encarnaciones anteriores, y de lo cual el hombre del actual ciclo evolutivo de la humanidad no tiene conciencia, porque todo está cubierto por la oscuridad del no conocer, pero que, no obstante, se manifiesta como la sed de existencia, el “deseo de vivir”. En lo que se llama el “deseo de vivir”, veía el Buda todo lo que proviene de encarnaciones anteriores y que induce al hombre a la pasión de gozar del mundo, no solamente como peregrino por el mundo de los colores, de los sonidos y las demás sensaciones, sino de desear y de codiciarlo. Esto existe en el hombre como una tendencia, una fuerza que proviene de sus encarnaciones anteriores. Los discípulos del Buda lo llaman “Samskara”; y él decía a sus íntimos discípulos: “Lo característico del hombre actual es su desconocimiento de algo importante que en él mismo existe. Debido a este hecho del no conocer se transforma en sed de existencia, en todas las fuerzas latentes que agitan al hombre y que provienen de encarnaciones anteriores, lo que, de otro modo, se presentaría a él como proveniente de las entidades luciféricas y arimánicas, y con lo cual podría relacionarse conscientemente”. Bajo la influencia del gran Buda, esas fuerzas se llamaban “Samskara”. Y de este Samskara se formó lo que el hombre posee como su pensar actual, y lo que hace que en el actual ciclo evolutivo de la humanidad el hombre, sin esforzarse, no es capaz de pensar objetivamente. Obsérvese bien con qué sutil distinción el Buda aclara a sus discípulos la diferencia entre el pensar objetivo que se basa solamente en los hechos, y el pensar influenciado por las fuerzas que se originan en el “Linga sharira”. Pregúntese cada uno en qué medida se va formando su “opinión” sobre las cosas y las acepta porque le agradan, o, en cambio, porque las considera objetivamente. Todo lo que se considera como verdad, no por el pensar objetivo, sino porque uno ha traído las viejas inclinaciones de encarnaciones anteriores, todo esto forma, según el Buda, un “órgano de pensar interior”. Este órgano de pensar es la totalidad de lo que el hombre piensa porque en encarnaciones anteriores había tenido estas o aquellas experiencias que como remanentes han quedado en su Linga sharira. De modo que el Buda veía una especie de órgano de pensar interior formado por el complejo del Samskara en el alma del hombre, y decía: “Es esta sustancia del pensamiento que del hombre actual forma lo que se llama su individualidad del presente” - en el budismo es “nombre y forma” o Kamarupa- Otra escuela filosófica lo llama Ahamkara.
El Buda decía a sus discípulos: “En tiempos antiguos, cuando los hombres poseían aún clarividencia y percibían el mundo detrás de la existencia física, veían en cierto modo todos lo mismo, pues el mundo objetivo es igual para todos. Pero cuando el no conocer se había generalizado en el mundo, como oscuridad, cada uno traía predisposiciones individuales que le distinguían de los demás”. Esto hacia de cada individuo un ser que se puede calificar adecuadamente como que posee “esta o aquella forma del alma”. Cada uno tenia un nombre determinado que lo distinguía de su prójimo, un “Ahamkara”, y lo que de la referida manera se engendra en el interior del hombre por efecto de cuanto se ha traído de sus encarnaciones anteriores, habiendo formado “nombre y forma”, o sea la individualidad, va formando ahora desde su interior Manas y los cinco órganos de los sentidos, los así llamados seis órganos. Nótese bien que el Buda no decía: “El ojo se ha formado solamente desde lo interior”, sino que decía: “En el ojo se ha involucrado algo que había estado en el Linga sharira y que el hombre ha traído de anteriores estados de existencia”. Por eso la visión del ojo no es pura; percibiría el mundo de la existencia exterior de otra manera, si no estuviese compenetrado interiormente de lo que ha quedado de los anteriores estados de existencia. Y por ello el oído no tiene percepción pura, sino enturbiada, modificada por lo que ha quedado de los anteriores estados de existencia; y esto hace que toda percepción sensorial resulte entremezclada con el deseo de ver esto o aquello, de oír esto o aquello, de gustar o de percibir de esta o aquella manera. En todo lo que se presenta al hombre en el actual ciclo evolutivo, se introduce así cuanto de encarnaciones anteriores ha quedado y que se manifiesta como el “deseo”. Si este deseo que proviene de las encarnaciones anteriores, no se entremezclara en tal sentido - decía el Buda - el hombre percibiría el mundo cual un ser divino, dejaría obrar el mundo sobre sí mismo, sin exigir más y sin desear más de cuanto le es dado. Con su saber y conocer no pasaría de lo que le deparan las potencias divinas; no haría distinción alguna entre sí y el mundo exterior, y se sentiría como parte de éste. Pues sólo por el hecho de que el hombre quiere más y cosas distintas de lo que el mundo espontáneamente le ofrece para su satisfacción, se siente como un ser separado del resto del mundo, y debido a ello surge en su alma la conciencia de que él es algo distinto del mundo. Si se contentara con lo que el mundo le ofrece, no haría distinción entre si y el mundo, sino que tendría la sensación de que su propia existencia encuentra su continuación en el mundo externo. Jamás experimentaría lo que se llama contacto con el mundo externo; pues como no estaría separado del mundo, tampoco podría tener contacto con él. Por haberse formado los “seis órganos”, se suscitó paulatinamente el “contacto con el mundo externo” y sólo a través de éste, lo que en la vida del hombre se llama la sensación; y debido a ella el “afecto al mundo externo”; mas debido a que el hombre está buscando el afecto al mundo externo, se suscita el dolor, la pena, la preocupación y la pesadumbre.
Esto lo decía el Buda a sus discípulos con referencia a la “interioridad del hombre”, una interioridad que es la causa del dolor y la pena, de la pesadumbre y la preocupación en el mundo humano. Fue una teoría de elevado y fino espíritu, pero una teoría cuya fuente era la vida misma, puesto que un “iluminado” la había concebido como profundísima verdad acerca de la humanidad actual. Al Bodisatva que por muchos milenios había guiado a la humanidad de acuerdo con la doctrina de la piedad y del amor, se le habían revelado ahora, después de haberse elevado al grado de Buda, las causas de la verdadera naturaleza del dolor en la humanidad actual. Así pudo comprender por qué los hombres sufren y de esta manera lo explicó a sus discípulos. Y cuando había llegado a sentir la esencia de la vida humana del actual ciclo evolutivo de la humanidad, lo sintetizó todo en aquel célebre sermón con que inició su actividad como Buda: el Sermón de Benarés. Con él enseñó de un modo popular, lo que antes había transmitido a sus discípulos de una manera más íntima: “El que conoce las causas de la existencia humana, sabe que la vida tal cual es, debe contener sufrimiento y dolor. La primera enseñanza que os debo dar, es la doctrina del sufrimiento”. La segunda es la de las causas del sufrimiento. ¿En qué consisten estas causas?. Residen en el hecho de que en el hombre se introduce el deseo, la sed de existencia, debido a lo que en él ha quedado de sus encarnaciones anteriores. La “sed de existencia” es la causa del sufrimiento. La tercera doctrina es ésta: ¿Cómo se puede eliminar del mundo el sufrimiento?. Se entiende que para eliminarlo habrá que extirpar la “causa”, es decir procurar apagar la sed de existencia que proviene del no conocer. Pues los hombres han pasado del conocimiento clarividente de antes, al no conocer, y éste les oculta el mundo espiritual. El no conocer es la causa de la sed de existencia, y ésta, a su vez, es la causa del sufrimiento y del dolor, de la preocupación y la pesadumbre. Y para que todo esto desaparezca del mundo, es preciso que desaparezca la sed de existencia. El antiguo conocimiento se ha desvanecido, pues los hombres ya no pueden servirse de los órganos del cuerpo etéreo. Pero un nuevo conocimiento es posible para el hombre, o sea del que el hombre se apropia, si se sumerge enteramente en lo que su cuerpo astral le puede dar en virtud de sus fuerzas más profundas, apoyándose en lo que los órganos exteriores de los sentidos le permiten observar en el mundo físico externo. Pero lo que por esta observación se suscita en las más profundas fuerzas del cuerpo astral, o sea, lo que se desenvuelve por medio del uso del cuerpo físico, pero no por efecto de este uso, esto es lo único que al principio puede ayudar al hombre y darle un conocimiento; aquel conocimiento que al principio le es dado. En este sentido habló el Buda en su gran peroración inicial.
Con ello quiso decir: “Debo trasmitir a la humanidad aquel conocimiento que le es asequible mediante el máximo desarrollo de las fuerzas del cuerpo astral”. Y por eso el Buda debió enseñar lo que el hombre puede adquirir mediante la poderosa profundización y el sumergimiento en las fuerzas del cuerpo astral. De tal manera, el hombre adquiere un conocimiento que ahora le corresponde y que le es asequible, pero que nada tiene que ver con las influencias de encarnaciones anteriores. El Buda quiso dar a los hombres un conocimiento que en nada se relaciona con lo que oscuramente, merced al no conocer, dormita en el alma humana como Samskara, sino que es un conocimiento que el hombre adquiere, si en una encarnación evoca todas las fuerzas del cuerpo astral. El Buda decía: “La causa del sufrimiento en el mundo proviene del hecho de que de las encarnaciones anteriores subsiste algo de que el hombre nada sabe. Lo que él retiene de sus encarnaciones anteriores es la causa de su no conocer nada del mundo, y esto es la causa del sufrimiento y del dolor, de la pesadumbre y la preocupación. Pero si él llega a ser consciente de las fuerzas que se hallan en su cuerpo astral y que él puede emplear, entonces puede, si él quiere, adquirir un conocimiento independiente de todo lo anterior, un conocimiento suyo propio”.
Esto es el conocimiento que el Buda quiso dar a los hombres por medio del “Sendero de ocho etapas”, en que se indican las fuerzas que el hombre debe desarrollar a fin de adquirir en el actual ciclo evolutivo de la humanidad un conocimiento no influenciado por las reencarnaciones sucesivas. Por la fuerza que el Buda mismo había alcanzado, él elevó su alma a lo que es posible adquirir por las fuerzas supremas del cuerpo astral; y en el “Sendero de ocho etapas” quiso señalar a la humanidad el camino que conduce al conocimiento no influido por Samskara. Lo definió de la siguiente manera: El hombre llega a obtener semejante conocimiento del mundo, si con relación a cada cosa se forma un correcto concepto, que nada tenga que ver con simpatía o antipatía o, quizá, porque sea de su agrado, sino esforzándose en obtener el concepto correcto de cada cosa, puramente según los fenómenos que se le presentan en su aspecto exterior. Esto es lo primero: formarse el “concepto correcto” de una cosa. En segundo lugar es preciso volverse independiente de cuanto ha quedado de las encarnaciones anteriores y esforzarse en juzgar también de acuerdo con nuestro concepto correcto; no por cualesquiera otras influencias, sino únicamente de acuerdo con el concepto correcto que nos hayamos formado al respecto. El segundo factor consiste, pues, en el “juzgar correcto”. En tercer lugar se trata de que, cuando nos dirigimos al mundo, hemos de esforzarnos en expresar también correctamente lo que queremos comunicar, de acuerdo con nuestro concepto correcto y juicio correcto; esto requiere que a nuestras palabras no agreguemos nada, aparte de aquello que realmente es nuestra opinión; y no solamente a nuestras palabras, sino a todo lo que sea expresión de nuestro ser. En el sentido de Buda, esto es la “palabra correcta”. En cuarto lugar es preciso esforzarnos en no actuar según nuestras simpatías y antipatías, ni tampoco según aquello que sombríamente nos agita como Samskara, sino en tratar que se convierta en acción lo que hayamos captado como el concepto correcto, el juicio correcto y la palabra correcta. Esto es, por consiguiente, la acción correcta, el “modo correcto de actuar”. La quinta capacidad que el hombre necesita para liberarse de lo que vive en él, es adquirir la correcta posición, la situación correcta en el mundo. Veremos claramente a que se refería el Buda, si nos decimos: hay tantas gentes que no están contentas con su quehacer en el mundo y que piensan que en esta o aquella posición podrían desenvolverse mejor. Pero el hombre debiera hacer lo posible a fin de alcanzar lo mejor que pueda dentro de la situación en que ha nacido o en que el destino le ha colocado, quiere decir, situarse en la mejor “posición”. Quien no se sienta conforme con la situación en que se encuentra, tampoco podrá ganar de ella la fuerza que le pueda conducir al correcto actuar en el mundo. A esto el Buda lo llama conquistar la “posición correcta”. El sexto paso consiste en que hagamos todo lo posible para que lo ya alcanzado, o sea, el concepto correcto, el correcto juzgar, etc., se transforme en nuestra actitud habitual. En la infancia tenemos esta o aquella inclinación o hábito. Pero el hombre debe esforzarse en no conservar los hábitos que provienen del Samskara, sino en adquirir los hábitos en que se convierten gradualmente el correcto concepto, el correcto juzgar, la correcta palabra, etc. Estos son los “correctos hábitos” que debemos adquirir. En séptimo lugar debiéramos poner orden en nuestra vida de tal manera que en nuestro actuar de hoy jamás nos olvidemos de lo realizado ayer. No alcanzaríamos nada en la vida, si cada vez tuviésemos que volver a aprender nuestras habilidades. El hombre debiera tratar de formarse pensamientos y memoria de todo lo relativo a su existencia y, constantemente debiera aprovechar lo ya aprendido, enlazando el presente con el pasado. Esta es la “memoria correcta” - sentido budista - del que el hombre debe apropiarse en el sendero de ocho etapas. La octava facultad consiste en que el hombre, sin predilección por esta o aquella opinión, sin dejarse guiar por lo que le ha quedado de encarnaciones anteriores, logre entregarse puramente a las cosas, las contemple y las deje hablar a si mismo, con exclusión de todo lo demás. Esta es la “contemplación correcta”.
He aquí el “Sendero de ocho etapas” del cual el Buda decía a sus discípulos que su observancia conduciría, paso a paso, a apagar la sed de existencia que es la causa del sufrimiento, y a dar al alma lo que la libera de todo aquello que proviene de las vidas pasadas y que la reduce a la esclavitud. Con ello también pudimos acoger algo del verdadero espíritu y del origen del budismo, pero también sabemos lo que significa que el antiguo Bodisatva se haya convertido en Buda. Sabemos que el antiguo Bodisatva siempre había dado a la humanidad todo lo relacionado con su misión. En los tiempos antiguos, antes que el Buda entrase en el mundo, la humanidad no fue capaz, de modo alguno, de emplear las fuerzas interiores para suscitar espontáneamente la correcta palabra, el correcto juicio, etc. Para tal fin, influencias de los mundos espirituales debieron obrar sobre el hombre. El antiguo Bodisatva las hacia descender. Y por ello fue un acontecimiento único en su género, cuando el Bodisatva llegó a ser Buda para enseñar lo que en tiempos pasados había hecho fluir en la humanidad. Esto quiere decir que finalmente pudo encarnarse en un cuerpo capaz de desarrollar en si mismo las fuerzas que antes sólo descendían de lo alto. Fue un primer cuerpo de este género, con el cual se hizo presente en el mundo todo aquello que el Buda anteriormente había hecho descender. Pero tal hecho tiene una enorme importancia, de gran alcance para toda la evolución terrestre, cuando lo que de época en época fluía desde lo alto a la Tierra, haya vivido una vez sobre ella, personificado en una individualidad. Desde entonces constituye una fuerza que puede transmitirse a todos los hombres. Y en el cuerpo del Gautama Buda tenemos las causas por las que los hombres pueden desarrollar en sí mismos las fuerzas del Sendero de ocho etapas, en todos los tiempos y hasta el lejano porvenir; de modo que el Sendero de ocho etapas puede convertirse en patrimonio de todo hombre. El hecho de que el Buda haya vivido sobre la Tierra, dio a los hombres la posibilidad del correcto pensar, y todo lo que en este sentido sucederá hasta que toda la humanidad haya adquirido las fuerzas del sendero de ocho etapas, lo tendrá que agradecer a la existencia del Buda. Todo lo que el Buda tenía en sí, lo donó al hombre como alimento espiritual.
Semejantes verdades de la evolución humana aún no forman parte de la ciencia exterior. Sin embargo, frecuentemente las encontramos en los más simples cuentos y leyendas. Muchas veces he destacado que en cuentos y leyendas puede haber más sabiduría y más ciencia que en nuestra ciencia objetiva. En lo profundo, el alma humana siempre ha sentido lo importante de la verdad que hay en una entidad como el Bodisatva en cuanto al hecho de que primero fluye algo desde lo alto que más tarde se convierte gradualmente en idoneidad del alma humana y que después resplandece del alma humana hacia el espacio cósmico. Los hombres que lo sintieron hasta cierto grado, lo formularon así: “Así como los rayos del sol irradian al espacio celeste, así también la fuerza del Bodisatva, en tiempos pasados, irradiaba hacia la Tierra las fuerzas de la doctrina de la piedad y del amor, que son las fuerzas del sendero de ocho etapas; pero más tarde el Bodisatva vino a habitar un cuerpo humano y donó a los hombres lo que antes había sido lo suyo propio. Esto vive ahora en la humanidad e irradia hacia el espacio cósmico del mismo modo que la luz de la luna refleja en el espacio cósmico los rayos del sol”. A esto siempre se ha dado mucha importancia en los lugares en que semejante verdad se expresaba por medio de cuentos y leyendas, y para expresar esta verdad referente al Buda, se ha creado una memorable leyenda en las regiones donde él ha actuado. A este gran acontecimiento se ha dado expresión mediante el sencillo relato siguiente.
Una vez el Buda vivió como liebre, y esto sucedió en un tiempo en que los más diversos seres vivientes estaban buscando alimento, sin encontrarlo, pues todo se había agotado. Los vegetales que para la liebre servían de alimento apropiado, no servían, en cambio, a los seres carnívoros. Entonces la liebre, que en realidad era el Buda, viendo venir a un Brahmán, decidió sacrificarse y ofrecerse como alimento. En el mismo instante vino el Dios Sakra y vio la abnegada disposición al sacrificio de la liebre. Súbitamente se abrió entonces una hendidura en la roca y recogió a la liebre. Acto seguido, el Dios tomó una tintura y dibujó en la luna la imagen de esta liebre. Desde aquel tiempo se ve en la luna la imagen del Buda como liebre. En Occidente no se habla de la liebre sino del “hombre en la luna”, lo que se debe al aspecto distinto que el disco lunar ofrece allí en el hemisferio septentrional.
Más comprensible aún lo expresa un cuento calmuco: “En la luna vive una liebre desde que en tiempos pasados el Buda se ofreció en sacrificio y el Espíritu de la Tierra mismo dibujó en la luna la imagen de la liebre”. Esto es la expresión de la gran verdad de que el Bodisatva llegó a ser el Buda y que el Buda mismo se ofreció en sacrificio para dar a la humanidad, como nutrición, lo que era el contenido de todo su ser, para que ahora, el corazón de los hombres pueda irradiar en el mundo.
De una entidad como el Bodisatva que se ha hecho Buda, hemos dicho (y esto coincide con las enseñanzas de los iniciados): el hecho de que tal entidad del grado de Bodisatva se haya elevado al Buda, significa que se trata de su última encarnación en la Tierra, encarnación en que todo su ser se manifiesta en un cuerpo humano, y semejante entidad ya no vuelve a pasar por otra encarnación de tal índole. Por esta razón, cuando el Buda sintió lo que era el significado de aquella existencia, pudo decir: “Esta es la última de mis encarnaciones; no habrá otra más sobre la Tierra”. A pesar de ello, sería un error creer que semejante entidad se retirara entonces de toda existencia terrena; por el contrario, sigue obrando sobre esta vida; no penetra, por cierto, directamente en un cuerpo físico, sino que adopta un cuerpo de otra índole - sea que esté formado de naturaleza astral, o bien etérea - y actúa así en el mundo. La manera cómo obra después de haber cumplido su última encarnación, será como sigue.
Puede suceder que a un hombre; constituido por cuerpo físico, cuerpo etéreo, cuerpo astral y el yo, lo compenetre, por decirlo así, semejante entidad. Ella, que no volverá a vivir en un cuerpo físico, pero que aún posee un cuerpo astral, puede penetrar en el cuerpo astral de otro hombre. Obra entonces en tal hombre físico, y éste puede llegar a ser una importante personalidad, desde que en él actúan entonces las fuerzas de una entidad que ya ha pasado por su última encarnación sobre la Tierra. De esta manera, semejante entidad astral se une con la naturaleza astral de un hombre sobre la Tierra. Una conjunción de esta índole puede tener lugar de la manera más complicada. Cuando el Buda apareció a los pastores en la imagen de los “ejércitos celestiales”, no se les apareció en un cuerpo físico sino en un cuerpo astral. Se había revestido de un cuerpo mediante el cual le fue posible obrar sobre la Tierra, desde las alturas. En semejante entidad que se ha hecho Buda, se hace pues distinción entre tres cuerpos:
1. El cuerpo que esta entidad posee, antes de ser el Buda, cuando como Bodisatva obra desde las alturas; este cuerpo no contiene todos los requisitos para poder obrar; se halla aún en las alturas y está vinculado con su misión anterior, como lo fue el Bodisatva en el Buda, antes de transformar su misión en la del Buda. Mientras semejante entidad se halle en tal cuerpo, éste se llama Darmakaya.
2. El cuerpo que tal entidad se forma y mediante el cual pone en evidencia, en su cuerpo físico, todo lo que ella reúne en su ser: este cuerpo se llama el “cuerpo de la perfección” o Samboyakaya.
3. El cuerpo con que tal entidad se reviste después de haber pasado por la perfección y que le permite obrar desde las alturas de la manera señalada; este cuerpo se llama Nirmanakaya.
Resulta pues que podemos decir: el “Nirmanakaya” del Buda apareció a los pastores en forma de la multitud de los ángeles. El Buda resplandeció en su Nirmanakaya, y de esta manera se manifestó a los pastores. Pero debió continuar el camino a fin de actuar dentro de los acontecimientos palestinenses en aquel importante momento. Esto se realizó de la siguiente manera.
Para comprenderlo, hemos de recordar brevemente lo que en otras conferencias hemos dicho acerca de la naturaleza del ser humano. Sabemos que en la ciencia espiritual se hace distinción entre varios “nacimientos”. Cuando tiene lugar el “nacimiento físico”, el hombre se quita, en cierto modo, la envoltura física materna; a los siete años de edad se desprende de la envoltura etérea que hasta entonces, es decir hasta la segunda dentición, lo había envuelto, igual que la envoltura física materna lo había envuelto hasta el nacimiento físico; y al llegar a la pubertad (en nuestros tiempos a los 14, 15 años) el hombre se desprende de lo que hasta entonces tenia como una envoltura astral. Por lo tanto, el cuerpo etéreo del hombre recién a los siete años nace en realidad como cuerpo libre hacia lo externo, y su cuerpo astral nace con la pubertad, cuando se separa la envoltura astral exterior. Tengamos ahora presente qué es lo que el hombre se quita a la edad de la madurez sexual, evento que en la región en que tuvo lugar el acontecimiento palestinense solía producirse normalmente a los doce años; ésta fue entonces la edad de quitarse la envoltura astral materna. Comúnmente, esta envoltura se separa y se la abandona al mundo astral exterior. Pero en el caso del niño que descendía de la línea sacerdotal de la estirpe de David, ocurrió algo distinto. A los doce años se desligó la envoltura astral, pero no se disolvió en el mundo astral universal, sino que tal como fue, como envoltura astral protectora del adolescente, con todas sus fuerzas vivificadoras que entre la segunda dentición y la pubertad habían penetrado en ella, confluyó entonces con el Nirmanakaya del Buda que había descendido desde las alturas. Lo que apareció como el resplandor de la multitud de los ángeles, se unió con lo que se desligó como envoltura astral del niño Jesús de doce años, uniéndose así con todas las fuerzas juveniles, que al hombre lo mantienen joven en el período entre la segunda dentición y la pubertad. El Nirmanakaya del Buda que desde el nacimiento había irradiado sobre el niño Jesús, se unificó con lo que en la pubertad se desligó de este niño como su juvenil envoltura materna astral; esto lo acogió el Nirmanakaya, uniéndose y rejuveneciéndose con ello. Gracias a este rejuvenecimiento, fue posible que lo que antes el Nirmanakaya había dado al mundo, pudiera entonces reaparecer en el niño Jesús con todo el candor de la niñez. Con ello, este niño adquirió la posibilidad de hablar con sencillez infantil sobre la sublime enseñanza de la piedad y del amor, la que en forma tan complicada hemos expuesto en esta conferencia. En la escena de la presentación de Jesús en el Templo, este niño habló de un modo que asombró a los que estaban presentes, porque le iluminaba el Nirmanakaya del Buda, rejuvenecido por la fuerza de la envoltura astral materna del adolescente.
Esto es algo que el investigador espiritual puede saber y que el autor del Evangelio de Lucas misteriosamente ha descrito en la singular escena del Jesús de doce años en el Templo, donde de improviso se volvió otro. Esta es la razón por la que en este Evangelio se enseña el budismo de un modo comprensible hasta para la sencillez de un niño. Hemos de comprenderlo para llegar a saber por qué el Buda a través del adolescente no habla más como había hablado antes. Tal como él había hablado antes, habla en nuestros tiempos el rey tibetano Kanisha que en un sínodo en la India hace predicar el antiguo budismo como doctrina ortodoxa. Pero, entretanto, el Buda ha progresado, pues ha acogido en sí mismo las fuerzas de la envoltura astral materna del niño Jesús, por lo cual se ha hecho capaz de hablar de una manera nueva al ánimo del hombre.
Por esto el Evangelio de Lucas contiene el budismo en una forma rejuvenecida y debido a ello transmite la religión de la piedad y del amor de un modo fácilmente comprensible para el ánimo más sencillo. Pero contiene algo más. En esta conferencia, sólo pudimos exponer una parte de lo que contiene la escena de la presentación en el Templo; hemos de dilucidar aún más los fundamentos de este misterio, y así se proyectará luz sobre los períodos anteriores como asimismo posteriores de la vida de Jesús de Nazareth.
Por: V:.A:. Rudolph Steiner
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