¿Qué es lo real?
¿Sólo lo demostrable por el método científico, o la realidad escapa al método que pretende expresarla? Muchos afirman lo primero.
¿Es cierto, como se dice muy a menudo, que sólo lo material es real porque a diferencia de lo que se llama “espiritual” puede ser medido y reproducido a voluntad cuantas veces se desee? Casi los mismos que afirman lo primero afirmarán lo segundo.
En ambos casos, se supone que para acceder al conocimiento al menos, claro está, al conocimiento científico, es imprescindible el uso de la razón.
El otro supuesto conocimiento, el espiritual,- que suele enfrentarse a este,- no tiene validez o no ofrece credibilidad a muchos dogmáticos de la ciencia al no poder ser sometido al método científico, así que pertenece al terreno de la “creencia”, conjunto de elementos en los que los partidarios del dogma científico afirman que no hay por qué creer racionalmente. La creencia para ellos es irracional, por su naturaleza escurridiza a la razón científica,-NO A LA RAZON EN SÍ- y considerada como forma menor del pensamiento. Aún así, los mismos admiten que la creencia puede ser expresada- aunque no agotada- por el lenguaje, como sucede con las emociones. Y ambas cosas- creencia y lenguaje que la explica- precisan de la razón. Así pues, la creencia no sería en principio algo contra la razón, sino contra una forma concreta de utilizarla, que para los científicos dogmáticos sería hacerlo contra la parte de la realidad a la que podemos acceder por los sentidos y los instrumentos de medida.
Nuestros sentidos son las primeras ventanas abiertas para observar el mundo exterior, hemos podido inventar complejos artilugios para poder ampliar algunos de ellos, lo que nos ha permitido acceder a observar el átomo y algunos de sus componentes. Creíamos que con nuestros aparatos de medición poseíamos todo lo preciso para evaluar la materia, pero no fue así.
Un día Heisenberg descubrió lo que llamó “Principio de Indeterminación” porque puso al descubierto la influencia del investigador y de sus instrumentos de medición sobre aquello que pretende ser observado y medido. Según este principio no es posible conocer con exactitud y simultáneamente el valor de dos variables conjugadas, como por ejemplo, la energía y el tiempo. En sus reflexiones sobre “Imagen de la naturaleza en la física actual”, escribió Heisenberg en 1953:
“La antigua partición del mundo en un término objetivo de espacio y tiempo, por una parte, y el alma, en la que se refleja este término, por otra, es decir, la distinción de Descartes ya no es apropiada para la comprensión de la moderna ciencia de la naturaleza. En el campo visual de esta ciencia aparece más bien la red de relaciones entre hombre y naturaleza, las conexiones por las que nosotros somos, como seres vivientes corporales, partes dependientes de la naturaleza, y a las que al mismo tiempo, como hombres, hacemos objeto de nuestro pensar y obrar. La ciencia de la naturaleza no está ya ante la naturaleza como un observador, sino que se reconoce a sí misma como parte de este juego recíproco entre hombre y naturaleza. El método científico de separar, explicar y ordenar, es consciente de los límites que le son impuestos por el hecho de que el aplicar métodos cambia y deforma su objeto, no pudiéndose distanciar el método del objeto. La imagen del mundo de las ciencias naturales deja de ser, por esto, un concepto científico”.
Esto introduce serias dudas acerca de la validez de los resultados al valorar lo que se considera real, como afirman los propios físicos cuánticos desde entonces.
Deducimos de esto que existen elementos no controlados en el momento de la observación, igualmente presentes en la materia que se observa, de los que no tenemos conocimiento o a los que no tenemos acceso de un modo válido científicamente.
Por otro lado, las investigaciones llevadas a cabo por la ciencia sobre el propio mundo de los sentidos y su capacidad de percibir la realidad por los animales y personas confirman la idea de las numerosas formas y niveles de percepción entre animales de distintas especies y de estos con el hombre, así como de los hombres entre sí, lo que impide establecer un principio universal de percepción objetiva y convierte a la realidad en escurridiza ya de entrada. Esto vuelve a poner en cuestión la validez universal de los datos que se obtienen por unos y otros de los que perciben diferente, tanto como sucede a los propios investigadores a la hora de medir los valores de la realidad material.
Lo dicho nos sitúa un poco en el terreno de lo que pretende este trabajo, y que se irá viendo poco a poco: que la realidad no es excluyente, sino poliédrica: compleja y una al mismo tiempo.
En el libro titulado DIALOG DES ABENDLANDES PHYSIK UND PHILOSOPHIE, publicado en Munich en 1966,el doctor ECKART HEIMENDAHL, al que pertenece la anterior cita sobre Heisenberg, se pregunta a continuación:
“¿Se comienza de nuevo después de una tal autolimitación de la ciencia de la naturaleza, a cerrar el antiguo círculo, interrumpido en la edad moderna, que reúne y aúna de nuevo Física y Filosofía? El término “fórmula del mundo” sugiere la unidad de un todo universal de la estructura del mundo como campo de fuerzas”.
Hasta aquí sendos ejemplos de cómo los pensadores científicos se aproximan al mensaje espiritual del cristianismo originario tantas veces expresado por Jesús de Nazaret a través de la profeta Gabriele.
Intuicion y lógica discursiva
La teoría de la relatividad de Einstein surge, no por una medida o una conclusión lógica utilizando el método científico, sino por una intuición poética de tipo espiritual que él mismo confiesa. No nace, pues, del discurso lógico sino de una “creencia” al decir de un científico ortodoxo. Mas esa teoría, nacida de tan despreciada fuente ha transformado la ciencia y gran parte del mundo moderno hasta el punto de que ni siquiera se han agotado las posibilidades de investigación abiertas por ella ni hemos sido capaces como humanidad de alcanzar a incorporar a nuestros hábitos mentales la filosofía que se deduce de la aplicación de la teoría de la relatividad o, posteriormente, de la física cuántica, tan relacionadas entre sí. Y no hemos conseguido como humanidad aplicar a nuestra vida los descubrimientos espirituales que se deducen de los nuevos conocimientos físicos porque es preciso un paso evolutivo en nuestra conciencia que aún no hemos dado.
Cuando Mozart compone a los cuatro años lo hace por el mismo sistema que Einstein: la intuición. Igual sucede con la obra de cualquier artista que, en resumidas cuentas, intenta expresar estados de conciencia más allá de la mente, buscando, por ejemplo, la armonía.
Ahora bien: tanto la relatividad como la armonía existían previamente. Estaban ahí. Sólo se necesitaba que alguien las descubriese y expresase.
Lo mismo puede decirse de otros grandes inventos e ideas en muy diversos campos, nacidas de intuiciones, de súbitos encuentros con una realidad subyacente a la realidad material y al mundo de la mente intelectual y los sentidos.
En estados superiores de conciencia alcanzados en las experiencias meditativas se descubren aspectos de la realidad y relaciones entre lo material y lo espiritual a los que en estados ordinarios no es posible acceder.
Sin embargo, a pesar de que esos impulsos son catalogados por la ciencia como irracionales, y nacidos de misteriosos ámbitos en los que no es preciso creer, por no ser del dominio de la ciencia, los científicos y muchos de los seguidores del materialismo más estricto no dudan en recoger esas “iluminaciones” y aprovecharlas para comprender la realidad y sacar provecho de ello. Ahí tenemos actuando a una parte de la realidad –la que se alcanza desde la mente lógica - intentado aplicar – a través del trabajo científico-lo que proviene del lado invisible de la realidad : la realidad metafísica catalogada como irracional, pero declarada útil. El resultado de este encuentro evidencia que entre ambas no hay oposición, sino concordancia, y que ambas se necesitan en este mundo terrenal para poder expresarse.
El hecho, pues, de que una parte de la realidad no haya sido descubierta no quiere decir que no exista, y esto es aplicable a cualquier reflexión sobre Dios o los mundos del “Más Allá”, los cuales muchos científicos, intelectuales y filósofos se atreven a negar categóricamente contraviniendo las leyes de la lógica de la que se consideran paladines.
La intuición de un místico para alcanzar estados de conciencia superiores a los ordinarios o los aprendizajes que recibe un meditador a través de su experiencia interior no dejan de ser al menos tan válidos como las experiencias de Einstein o de Mozart, por seguir con esos ejemplos.
Consideramos entonces que existen realidades no materiales pero que a veces se manifiestan y a veces no, pero que no sólo existen, sino que determinan la propia vida. Las emociones, por ejemplo, pertenecerían a este campo, así como las sensaciones, pensamientos o ideas. Y por supuesto, los finos impulsos espirituales provenientes del alma.
La influencia de estas realidades no materiales sobre la propia materia son de tal grado y naturaleza que son capaces de transformarla, haciendo visibles al mundo exterior, por medio de objetos concretos, los contenidos de esas realidades interiores llamadas pensamientos, sensaciones, sentimientos o ideas, que son manifestaciones del alma individual, nuestro proveedor inmediato de energía corporal. Así cualquier cosa que podamos observar a nuestro alrededor es la manifestación de uno de esas realidades interiores, convertida en objeto material: un poema, un edificio, un objeto cualquiera. Todo cuanto este mundo contiene está hecho a imagen y semejanza de nuestros pensamientos y contenidos de conciencia.
Bien, pero...
¿De dónde procede la energía de nuestro organismo, de nuestros pensamientos, emociones, etc.?
Nuestros órganos, glándulas, sangre, sistemas celulares en definitiva, están formados por átomos que transportan energía en su interior. Pero su interior tiene elementos visibles y no visibles. Visibles : los cuantos, compuestos de materia y de una parte no material la energía subcuántica que los alimenta y es energía invisible de naturaleza espiritual. De ahí emana la energía a nuestro organismo. Esto es esencial.
Esa energía invisible que alimenta a los cuantos –la energía subcuántica,- es energía espiritual pura, variable en cada organismo según su evolución espiritual, y en consecuencia define su número en cada uno en función de la calidad espiritual de los pensamientos, sentimientos, sensaciones, palabras y actos en el caso de los seres humanos. Es a través de esos cinco componentes por los que los átomos corporales pierden o ganan la energía que finalmente repercutirá en estados de salud o enfermedad. Cuanta menos energía subcuántica tienen los cuantos, mayor cantidad de materia (energía degradada) hay en ellos, y mayor es su número, lo que determina una mayor materialización, una densidad física mayor en los átomos. Recuérdese que los primeros componentes de la materia al producirse la Gran Explosión con que nació el Cosmos material fueron gases, lo más sutil, y de entre ellos los más ligeros: hidrógeno y helio.
Este no es asunto menor, porque antes de la Caída éramos seres puros, de naturaleza espiritual, y a medida que nos fuimos alejando de los mundos superiores divinos nuestra energía fue condensándose (tal como sucedió al universo tras el Bing-Bang hasta el extremo de que parte de ella se hizo visible (la parte material de los cuantos), hasta llegar a tener una densidad física en forma de cuerpo humano, igual que los planetas físicos tuvieron su forma densa al enfriarse.
A medida que vayamos ascendiendo en la escala evolutiva nos iremos desprendiendo de materia cuántica y aumentando la energía subcuántica en la misma proporción, lo que determinará nuestro acercamiento a los cielos puros que nos correspondan según como sean nuestras cualidades espirituales ( a medida que vyamos eliminando el ego y encarnando al Ser).
El materialismo no se justifica científicamente
Ya podemos concluir, en vista a lo anterior, que el mundo de lo real, visible y tangible está subordinado al mundo de lo invisible, irracional, de la energía sutil y, que por tanto, la materia es de naturaleza inferior, un escalón más debajo de lo espiritual.
De aquí se deduce que el materialismo está equivocado cuando establece el orden jerárquico de la realidad, y cree que es lo espiritual e inmaterial lo que debe subordinarse a lo material. Con ese pensamiento,-consecuencia de la Caída- se ha construido nuestra civilización. Y en este error de apreciación se basan los que dirigen el mundo materialista que nos ha tocado vivir.¿Tendrán razones objetivas para suponer que la materia es algo tan fiable como para edificar una civilización en su nombre? Tratemos de responder basándonos en lo que ya sabemos y añadiendo algo más. Hagámonos de nuevo la pregunta: ¿son fiables los componentes de la materia? Pues si son fiables, es decir suficientemente estables y permanentes, tal vez habría que contestar que sí, que la materia es un cimiento firme para edificar nuestra vida y nuestra civilización. De lo contrario, habremos hecho de ella un mito. Veamos.
A través del trabajo de los físicos cuánticos se ha desmenuzado la materia: partículas, moléculas, átomos, partículas subatómicas muy diversas...Todas ellas impulsadas por energía invisible que actúa más allá de los “cuantos” (“paquetes” mínimos visibles de energía cósmica que dan nombre, precisamente, a la Física Cuántica) descubiertos por Planck procedente en última instancia del –para un científico- incierto mundo del más allá cósmico. Sin embargo, oh sorpresa, obedecen a reglas precisas, como si cada partícula ínfima llevase grabada un misterioso e inaccesible programa que le induce a interactuar en el enorme cosmos. Un programa subcuántico, tan invisible y todavía no reconocido pero necesariamente existente como fuente de alimentación de los “cuantos”, que sirven de engarce entre el mundo material y el espiritual. De no ser así sería imposible que la energía del cosmos en general, penetrara en nosotros. Gracias, pues, a esta energía subcuántica que los alimenta, los cuantos –que contienen una parte de energía subcuántica, que es espiritual pura , y otra parte de energía más condensada- pueden actuar a modo de elemento de nexo entre lo extremadamente sutil y el átomo material y hacen llegar a los átomos, por medio de todos sus constituyentes, la energía cósmica divina. Gracias a los cuantos, la energía cósmica puede llegar a los átomos. En nuestro caso, como seres humanos, a nuestras células y órganos. Sí, pero ¿En qué medida? En la medida que estos se hallen libres de interferencias tanto materiales (sustancias tóxicas, p. ej.), como sutiles, (pensamientos o sensaciones negativas p.j) que pueden bloquear de uno u otro modo con su carga energética contraria a las leyes de la energía cósmica el acceso de esta a los átomos y las células corporales. En el caso de minerales, plantas y en el mundo animal es mucho más fácil ese acceso, debido a que,- a no ser que hayamos envenenado su hábitat,- no existen interferencias físicas ni elementos síquicos contrarios a las leyes espirituales. Por tanto, las plantas y los animales reciben con más facilidad la energía cósmica, y esa es la razón por la que enferman menos.
No puede decirse lo mismo de los humanos, que enfermamos por no estar en las condiciones adecuadas para recibir la energía cósmica al tener elementos que la bloquean. Así que las enfermedades no son castigos divinos ni producto del azar. Son nuestra cosecha.
Un místico o un creyente practicante, sabe y experimenta que esa fuente de energía incesante que mantiene en pie ordenadamente al Universo en todos sus ámbitos, desde la mayor de las galaxias a un simple fotón, a esa gigantesca fuerza inimaginable, pero omnipresente, es Dios.
En Dios se hallan presente las virtudes y cualidades que definen la energía espiritual de los cuantos: orden, voluntad, sabiduría, seriedad, paciencia, amor y misericordia.
Cada uno de nosotros nació con una de esas cualidades y una de esas virtudes específicas, cuya presencia en nuestra alma es una fuerza que debemos hacer consciente y utilizar para servir a Dios, la fuente de nuestra energía espiritual personal. Esta conexión cósmica nos ayudará a fortalecer nuestra alma y nuestro cuerpo, y es la puerta de entrada preferente para nuestra vida en la tierra y en el más allá. (Por tanto se hace imprescindible el proceso místico de encarnar al Ser, de Cristificarse).
Pero a la mayor parte de los científicos parece que esto no les interesa y que el nombre de Dios no les gusta, como tampoco esa idea de orden profundo e inmutable cuya energía alimenta a los cuantos. Creen estar más allá del bien y del mal, pero prefieren, curiosamente para ser científicos, quedarse asombrados con el misterio que nutre a los átomos antes que aventurarse en investigar su naturaleza por otros medios. Entre tanto, aún prefieren llamar Azar a leyes que ignoran. Así que ahí tenemos a tantos científicos actuando justo como contrarios al método que proclaman: contra la evidencia y desde la creencia. Tal contradicción les impide aceptar la idea de Un Manantial creador de energía inacabable y múltiple y les ciega a la posibilidad de intuir la existencia de otros mundos diferentes al mundo material donde esa misma energía pudiera manifestarse de otros modos. Confieren al azar el papel que los antiguos griegos y romanos daban a sus dioses: caprichoso o fiel, dadivoso o tacaño, bondadosos o malvado. En definitiva, a favor a favor o en contra de uno por sus inescrutables designios.
Volvamos a lo anterior de otro modo y con ejemplos:
Los átomos que constituyen la materia son más o menos sutiles. Por ejemplo, el fotón es más sutil que el átomo de un guijarro. Eso parece indiscutible.
Pero ¿qué es lo que hace más o menos sutiles a los átomos? La vibración energética que determina su mayor o menor “consistencia”,la velocidad de sus componentes. Por ejemplo, del movimiento de sus electrones en sus diferentes órbitas en torno al núcleo. Los electrones de un guijarro se mueven a menor velocidad, por ejemplo, que un fotón de luz. De modo que el grado de materialidad de lo existente no responde más que a su nivel vibratorio energético. La materia no es entonces más que energía con diferente nivel de concreción: energía degradada en mayor o menor medida, y eso determina su apariencia. Los átomos de la sustancia gruesa se mueven más despacio y eso determina que exista como tal. Los átomos de luz, los fotones, se mueven mucho más rápidos y eso determina la naturaleza de la luz, y sus diversas frecuencias vibratorias determinan los colores del espectro partiendo de la luz blanca.
Si consideramos que aquello que tiene capacidad de permanecer por encima de los cambios es lo real y fiable y llamamos irreal y poco fiable para operar con ello a lo que no cumple esta condición, la materia no es real ni fiable, pues está sujeta a innumerables cambios y variaciones. Su inestabilidad responde a los movimientos de la energía que la informa. Y como la energía que la informa, en última instancia es cósmica y de naturaleza espiritual pura, los movimientos y ciclos de la materia corresponden a los ciclos y movimientos cósmicos; están relacionados profundamente con ellos.
Esto explicaría entre otras cosas, los fundamentos de la ciencia astrológica y la alquimia.
Los ciclos cósmicos son eras. Ahora estamos entrando en la Era de Acuario. Esta es una Era de espiritualidad, de paz, de armonía, pero tenemos pendientes muchos asuntos sin resolver durante dos mil años, muchos actos contra las leyes cósmicas (o pecados) que hemos grabado en la crónica magnética de nuestra planeta y en nuestras almas. Estas siembras se cosechan un día, y ese día está llegando poco a poco en forma de todo tipo de catástrofes y desastres sociales y personales, donde cada uno cosecha lo que sembró, y muchos encuentran aquí la muerte física.
Muerte, alma y Dios
Mas ¿qué pasa con la muerte a nivel de los conocimientos que poseemos? Que pasamos sin cuerpo físico, pero con una estructura de partículas con apariencia humana formada por átomos menos materiales que tienen que soportar ahora una carga energética más o menos negativa dependiendo de cómo haya sido nuestra vida. Entonces el dolor que hayamos producido lo sentiremos sin que exista la parte material que lo pueda amortiguar: lo sentiremos con toda su fuerza. Ese sufrimiento es tan agudo que muchos desean volver a encarnar, lo que puede suceder en cuestión de meses, e incluso semanas.
La muerte, pues, no nos libera de nada ni supone un paso al cielo, como se dice a menudo. Sólo nos libera de nuestra pesadez orgánica, pero a la vez, y negativamente, del “colchón” amortiguador del dolor anímico.
Las partículas del alma de cada uno tienen un mayor o menor componente de energía espiritual, y eso es lo que determinará su lugar en el más allá, su apariencia cromática y su aura magnética. Cuanta más carga tenga un alma, más cuantos tendrá en su estructura energética y más próxima a este mundo se encontrará. De ahí la existencia de fantasmas, almas que no superan un nivel suficiente que los aleje de este mundo al que no renuncian a pertenecer, y en el que desean encarnar por seguir con lo que tenían pendiente, por no poder soportar más el dolor, o tal vez por haberse dado cuenta de que tiene ventaja encarnar para purificar o expiar lo pendiente y volver al más allá en mejores condiciones.
Obsérvese que no es Dios un juez, sino que cada uno ha sembrado y cosechado en uso de su libre albedrío y es la ley de causa y efecto lo que determina su estado. Dios no obliga a nada, no obliga a nadie. Dios es amor y libertad y en este caso la vara de medir de nuestros actos no es Dios, sino la ley, del mismo modo que la vara de medir no es el agente de circulación cuando nos saltamos un semáforo rojo. El agente sólo es testigo. Tal vez no le gustaría multarnos, pero la ley también está por encima del propio agente, y él mismo no puede hacer otra cosa que cumplirla a su vez.
El universo está regido por leyes inmutables, y en los planos de purificación y en este donde encarnamos una y otra vez la ley de causa y efecto es determinante, y rige nuestros movimientos energéticos y nuestros estados de salud física y mental.
¿Sólo lo demostrable por el método científico, o la realidad escapa al método que pretende expresarla? Muchos afirman lo primero.
¿Es cierto, como se dice muy a menudo, que sólo lo material es real porque a diferencia de lo que se llama “espiritual” puede ser medido y reproducido a voluntad cuantas veces se desee? Casi los mismos que afirman lo primero afirmarán lo segundo.
En ambos casos, se supone que para acceder al conocimiento al menos, claro está, al conocimiento científico, es imprescindible el uso de la razón.
El otro supuesto conocimiento, el espiritual,- que suele enfrentarse a este,- no tiene validez o no ofrece credibilidad a muchos dogmáticos de la ciencia al no poder ser sometido al método científico, así que pertenece al terreno de la “creencia”, conjunto de elementos en los que los partidarios del dogma científico afirman que no hay por qué creer racionalmente. La creencia para ellos es irracional, por su naturaleza escurridiza a la razón científica,-NO A LA RAZON EN SÍ- y considerada como forma menor del pensamiento. Aún así, los mismos admiten que la creencia puede ser expresada- aunque no agotada- por el lenguaje, como sucede con las emociones. Y ambas cosas- creencia y lenguaje que la explica- precisan de la razón. Así pues, la creencia no sería en principio algo contra la razón, sino contra una forma concreta de utilizarla, que para los científicos dogmáticos sería hacerlo contra la parte de la realidad a la que podemos acceder por los sentidos y los instrumentos de medida.
Nuestros sentidos son las primeras ventanas abiertas para observar el mundo exterior, hemos podido inventar complejos artilugios para poder ampliar algunos de ellos, lo que nos ha permitido acceder a observar el átomo y algunos de sus componentes. Creíamos que con nuestros aparatos de medición poseíamos todo lo preciso para evaluar la materia, pero no fue así.
Un día Heisenberg descubrió lo que llamó “Principio de Indeterminación” porque puso al descubierto la influencia del investigador y de sus instrumentos de medición sobre aquello que pretende ser observado y medido. Según este principio no es posible conocer con exactitud y simultáneamente el valor de dos variables conjugadas, como por ejemplo, la energía y el tiempo. En sus reflexiones sobre “Imagen de la naturaleza en la física actual”, escribió Heisenberg en 1953:
“La antigua partición del mundo en un término objetivo de espacio y tiempo, por una parte, y el alma, en la que se refleja este término, por otra, es decir, la distinción de Descartes ya no es apropiada para la comprensión de la moderna ciencia de la naturaleza. En el campo visual de esta ciencia aparece más bien la red de relaciones entre hombre y naturaleza, las conexiones por las que nosotros somos, como seres vivientes corporales, partes dependientes de la naturaleza, y a las que al mismo tiempo, como hombres, hacemos objeto de nuestro pensar y obrar. La ciencia de la naturaleza no está ya ante la naturaleza como un observador, sino que se reconoce a sí misma como parte de este juego recíproco entre hombre y naturaleza. El método científico de separar, explicar y ordenar, es consciente de los límites que le son impuestos por el hecho de que el aplicar métodos cambia y deforma su objeto, no pudiéndose distanciar el método del objeto. La imagen del mundo de las ciencias naturales deja de ser, por esto, un concepto científico”.
Esto introduce serias dudas acerca de la validez de los resultados al valorar lo que se considera real, como afirman los propios físicos cuánticos desde entonces.
Deducimos de esto que existen elementos no controlados en el momento de la observación, igualmente presentes en la materia que se observa, de los que no tenemos conocimiento o a los que no tenemos acceso de un modo válido científicamente.
Por otro lado, las investigaciones llevadas a cabo por la ciencia sobre el propio mundo de los sentidos y su capacidad de percibir la realidad por los animales y personas confirman la idea de las numerosas formas y niveles de percepción entre animales de distintas especies y de estos con el hombre, así como de los hombres entre sí, lo que impide establecer un principio universal de percepción objetiva y convierte a la realidad en escurridiza ya de entrada. Esto vuelve a poner en cuestión la validez universal de los datos que se obtienen por unos y otros de los que perciben diferente, tanto como sucede a los propios investigadores a la hora de medir los valores de la realidad material.
Lo dicho nos sitúa un poco en el terreno de lo que pretende este trabajo, y que se irá viendo poco a poco: que la realidad no es excluyente, sino poliédrica: compleja y una al mismo tiempo.
En el libro titulado DIALOG DES ABENDLANDES PHYSIK UND PHILOSOPHIE, publicado en Munich en 1966,el doctor ECKART HEIMENDAHL, al que pertenece la anterior cita sobre Heisenberg, se pregunta a continuación:
“¿Se comienza de nuevo después de una tal autolimitación de la ciencia de la naturaleza, a cerrar el antiguo círculo, interrumpido en la edad moderna, que reúne y aúna de nuevo Física y Filosofía? El término “fórmula del mundo” sugiere la unidad de un todo universal de la estructura del mundo como campo de fuerzas”.
Hasta aquí sendos ejemplos de cómo los pensadores científicos se aproximan al mensaje espiritual del cristianismo originario tantas veces expresado por Jesús de Nazaret a través de la profeta Gabriele.
Intuicion y lógica discursiva
La teoría de la relatividad de Einstein surge, no por una medida o una conclusión lógica utilizando el método científico, sino por una intuición poética de tipo espiritual que él mismo confiesa. No nace, pues, del discurso lógico sino de una “creencia” al decir de un científico ortodoxo. Mas esa teoría, nacida de tan despreciada fuente ha transformado la ciencia y gran parte del mundo moderno hasta el punto de que ni siquiera se han agotado las posibilidades de investigación abiertas por ella ni hemos sido capaces como humanidad de alcanzar a incorporar a nuestros hábitos mentales la filosofía que se deduce de la aplicación de la teoría de la relatividad o, posteriormente, de la física cuántica, tan relacionadas entre sí. Y no hemos conseguido como humanidad aplicar a nuestra vida los descubrimientos espirituales que se deducen de los nuevos conocimientos físicos porque es preciso un paso evolutivo en nuestra conciencia que aún no hemos dado.
Cuando Mozart compone a los cuatro años lo hace por el mismo sistema que Einstein: la intuición. Igual sucede con la obra de cualquier artista que, en resumidas cuentas, intenta expresar estados de conciencia más allá de la mente, buscando, por ejemplo, la armonía.
Ahora bien: tanto la relatividad como la armonía existían previamente. Estaban ahí. Sólo se necesitaba que alguien las descubriese y expresase.
Lo mismo puede decirse de otros grandes inventos e ideas en muy diversos campos, nacidas de intuiciones, de súbitos encuentros con una realidad subyacente a la realidad material y al mundo de la mente intelectual y los sentidos.
En estados superiores de conciencia alcanzados en las experiencias meditativas se descubren aspectos de la realidad y relaciones entre lo material y lo espiritual a los que en estados ordinarios no es posible acceder.
Sin embargo, a pesar de que esos impulsos son catalogados por la ciencia como irracionales, y nacidos de misteriosos ámbitos en los que no es preciso creer, por no ser del dominio de la ciencia, los científicos y muchos de los seguidores del materialismo más estricto no dudan en recoger esas “iluminaciones” y aprovecharlas para comprender la realidad y sacar provecho de ello. Ahí tenemos actuando a una parte de la realidad –la que se alcanza desde la mente lógica - intentado aplicar – a través del trabajo científico-lo que proviene del lado invisible de la realidad : la realidad metafísica catalogada como irracional, pero declarada útil. El resultado de este encuentro evidencia que entre ambas no hay oposición, sino concordancia, y que ambas se necesitan en este mundo terrenal para poder expresarse.
El hecho, pues, de que una parte de la realidad no haya sido descubierta no quiere decir que no exista, y esto es aplicable a cualquier reflexión sobre Dios o los mundos del “Más Allá”, los cuales muchos científicos, intelectuales y filósofos se atreven a negar categóricamente contraviniendo las leyes de la lógica de la que se consideran paladines.
La intuición de un místico para alcanzar estados de conciencia superiores a los ordinarios o los aprendizajes que recibe un meditador a través de su experiencia interior no dejan de ser al menos tan válidos como las experiencias de Einstein o de Mozart, por seguir con esos ejemplos.
Consideramos entonces que existen realidades no materiales pero que a veces se manifiestan y a veces no, pero que no sólo existen, sino que determinan la propia vida. Las emociones, por ejemplo, pertenecerían a este campo, así como las sensaciones, pensamientos o ideas. Y por supuesto, los finos impulsos espirituales provenientes del alma.
La influencia de estas realidades no materiales sobre la propia materia son de tal grado y naturaleza que son capaces de transformarla, haciendo visibles al mundo exterior, por medio de objetos concretos, los contenidos de esas realidades interiores llamadas pensamientos, sensaciones, sentimientos o ideas, que son manifestaciones del alma individual, nuestro proveedor inmediato de energía corporal. Así cualquier cosa que podamos observar a nuestro alrededor es la manifestación de uno de esas realidades interiores, convertida en objeto material: un poema, un edificio, un objeto cualquiera. Todo cuanto este mundo contiene está hecho a imagen y semejanza de nuestros pensamientos y contenidos de conciencia.
Bien, pero...
¿De dónde procede la energía de nuestro organismo, de nuestros pensamientos, emociones, etc.?
Nuestros órganos, glándulas, sangre, sistemas celulares en definitiva, están formados por átomos que transportan energía en su interior. Pero su interior tiene elementos visibles y no visibles. Visibles : los cuantos, compuestos de materia y de una parte no material la energía subcuántica que los alimenta y es energía invisible de naturaleza espiritual. De ahí emana la energía a nuestro organismo. Esto es esencial.
Esa energía invisible que alimenta a los cuantos –la energía subcuántica,- es energía espiritual pura, variable en cada organismo según su evolución espiritual, y en consecuencia define su número en cada uno en función de la calidad espiritual de los pensamientos, sentimientos, sensaciones, palabras y actos en el caso de los seres humanos. Es a través de esos cinco componentes por los que los átomos corporales pierden o ganan la energía que finalmente repercutirá en estados de salud o enfermedad. Cuanta menos energía subcuántica tienen los cuantos, mayor cantidad de materia (energía degradada) hay en ellos, y mayor es su número, lo que determina una mayor materialización, una densidad física mayor en los átomos. Recuérdese que los primeros componentes de la materia al producirse la Gran Explosión con que nació el Cosmos material fueron gases, lo más sutil, y de entre ellos los más ligeros: hidrógeno y helio.
Este no es asunto menor, porque antes de la Caída éramos seres puros, de naturaleza espiritual, y a medida que nos fuimos alejando de los mundos superiores divinos nuestra energía fue condensándose (tal como sucedió al universo tras el Bing-Bang hasta el extremo de que parte de ella se hizo visible (la parte material de los cuantos), hasta llegar a tener una densidad física en forma de cuerpo humano, igual que los planetas físicos tuvieron su forma densa al enfriarse.
A medida que vayamos ascendiendo en la escala evolutiva nos iremos desprendiendo de materia cuántica y aumentando la energía subcuántica en la misma proporción, lo que determinará nuestro acercamiento a los cielos puros que nos correspondan según como sean nuestras cualidades espirituales ( a medida que vyamos eliminando el ego y encarnando al Ser).
El materialismo no se justifica científicamente
Ya podemos concluir, en vista a lo anterior, que el mundo de lo real, visible y tangible está subordinado al mundo de lo invisible, irracional, de la energía sutil y, que por tanto, la materia es de naturaleza inferior, un escalón más debajo de lo espiritual.
De aquí se deduce que el materialismo está equivocado cuando establece el orden jerárquico de la realidad, y cree que es lo espiritual e inmaterial lo que debe subordinarse a lo material. Con ese pensamiento,-consecuencia de la Caída- se ha construido nuestra civilización. Y en este error de apreciación se basan los que dirigen el mundo materialista que nos ha tocado vivir.¿Tendrán razones objetivas para suponer que la materia es algo tan fiable como para edificar una civilización en su nombre? Tratemos de responder basándonos en lo que ya sabemos y añadiendo algo más. Hagámonos de nuevo la pregunta: ¿son fiables los componentes de la materia? Pues si son fiables, es decir suficientemente estables y permanentes, tal vez habría que contestar que sí, que la materia es un cimiento firme para edificar nuestra vida y nuestra civilización. De lo contrario, habremos hecho de ella un mito. Veamos.
A través del trabajo de los físicos cuánticos se ha desmenuzado la materia: partículas, moléculas, átomos, partículas subatómicas muy diversas...Todas ellas impulsadas por energía invisible que actúa más allá de los “cuantos” (“paquetes” mínimos visibles de energía cósmica que dan nombre, precisamente, a la Física Cuántica) descubiertos por Planck procedente en última instancia del –para un científico- incierto mundo del más allá cósmico. Sin embargo, oh sorpresa, obedecen a reglas precisas, como si cada partícula ínfima llevase grabada un misterioso e inaccesible programa que le induce a interactuar en el enorme cosmos. Un programa subcuántico, tan invisible y todavía no reconocido pero necesariamente existente como fuente de alimentación de los “cuantos”, que sirven de engarce entre el mundo material y el espiritual. De no ser así sería imposible que la energía del cosmos en general, penetrara en nosotros. Gracias, pues, a esta energía subcuántica que los alimenta, los cuantos –que contienen una parte de energía subcuántica, que es espiritual pura , y otra parte de energía más condensada- pueden actuar a modo de elemento de nexo entre lo extremadamente sutil y el átomo material y hacen llegar a los átomos, por medio de todos sus constituyentes, la energía cósmica divina. Gracias a los cuantos, la energía cósmica puede llegar a los átomos. En nuestro caso, como seres humanos, a nuestras células y órganos. Sí, pero ¿En qué medida? En la medida que estos se hallen libres de interferencias tanto materiales (sustancias tóxicas, p. ej.), como sutiles, (pensamientos o sensaciones negativas p.j) que pueden bloquear de uno u otro modo con su carga energética contraria a las leyes de la energía cósmica el acceso de esta a los átomos y las células corporales. En el caso de minerales, plantas y en el mundo animal es mucho más fácil ese acceso, debido a que,- a no ser que hayamos envenenado su hábitat,- no existen interferencias físicas ni elementos síquicos contrarios a las leyes espirituales. Por tanto, las plantas y los animales reciben con más facilidad la energía cósmica, y esa es la razón por la que enferman menos.
No puede decirse lo mismo de los humanos, que enfermamos por no estar en las condiciones adecuadas para recibir la energía cósmica al tener elementos que la bloquean. Así que las enfermedades no son castigos divinos ni producto del azar. Son nuestra cosecha.
Un místico o un creyente practicante, sabe y experimenta que esa fuente de energía incesante que mantiene en pie ordenadamente al Universo en todos sus ámbitos, desde la mayor de las galaxias a un simple fotón, a esa gigantesca fuerza inimaginable, pero omnipresente, es Dios.
En Dios se hallan presente las virtudes y cualidades que definen la energía espiritual de los cuantos: orden, voluntad, sabiduría, seriedad, paciencia, amor y misericordia.
Cada uno de nosotros nació con una de esas cualidades y una de esas virtudes específicas, cuya presencia en nuestra alma es una fuerza que debemos hacer consciente y utilizar para servir a Dios, la fuente de nuestra energía espiritual personal. Esta conexión cósmica nos ayudará a fortalecer nuestra alma y nuestro cuerpo, y es la puerta de entrada preferente para nuestra vida en la tierra y en el más allá. (Por tanto se hace imprescindible el proceso místico de encarnar al Ser, de Cristificarse).
Pero a la mayor parte de los científicos parece que esto no les interesa y que el nombre de Dios no les gusta, como tampoco esa idea de orden profundo e inmutable cuya energía alimenta a los cuantos. Creen estar más allá del bien y del mal, pero prefieren, curiosamente para ser científicos, quedarse asombrados con el misterio que nutre a los átomos antes que aventurarse en investigar su naturaleza por otros medios. Entre tanto, aún prefieren llamar Azar a leyes que ignoran. Así que ahí tenemos a tantos científicos actuando justo como contrarios al método que proclaman: contra la evidencia y desde la creencia. Tal contradicción les impide aceptar la idea de Un Manantial creador de energía inacabable y múltiple y les ciega a la posibilidad de intuir la existencia de otros mundos diferentes al mundo material donde esa misma energía pudiera manifestarse de otros modos. Confieren al azar el papel que los antiguos griegos y romanos daban a sus dioses: caprichoso o fiel, dadivoso o tacaño, bondadosos o malvado. En definitiva, a favor a favor o en contra de uno por sus inescrutables designios.
Volvamos a lo anterior de otro modo y con ejemplos:
Los átomos que constituyen la materia son más o menos sutiles. Por ejemplo, el fotón es más sutil que el átomo de un guijarro. Eso parece indiscutible.
Pero ¿qué es lo que hace más o menos sutiles a los átomos? La vibración energética que determina su mayor o menor “consistencia”,la velocidad de sus componentes. Por ejemplo, del movimiento de sus electrones en sus diferentes órbitas en torno al núcleo. Los electrones de un guijarro se mueven a menor velocidad, por ejemplo, que un fotón de luz. De modo que el grado de materialidad de lo existente no responde más que a su nivel vibratorio energético. La materia no es entonces más que energía con diferente nivel de concreción: energía degradada en mayor o menor medida, y eso determina su apariencia. Los átomos de la sustancia gruesa se mueven más despacio y eso determina que exista como tal. Los átomos de luz, los fotones, se mueven mucho más rápidos y eso determina la naturaleza de la luz, y sus diversas frecuencias vibratorias determinan los colores del espectro partiendo de la luz blanca.
Si consideramos que aquello que tiene capacidad de permanecer por encima de los cambios es lo real y fiable y llamamos irreal y poco fiable para operar con ello a lo que no cumple esta condición, la materia no es real ni fiable, pues está sujeta a innumerables cambios y variaciones. Su inestabilidad responde a los movimientos de la energía que la informa. Y como la energía que la informa, en última instancia es cósmica y de naturaleza espiritual pura, los movimientos y ciclos de la materia corresponden a los ciclos y movimientos cósmicos; están relacionados profundamente con ellos.
Esto explicaría entre otras cosas, los fundamentos de la ciencia astrológica y la alquimia.
Los ciclos cósmicos son eras. Ahora estamos entrando en la Era de Acuario. Esta es una Era de espiritualidad, de paz, de armonía, pero tenemos pendientes muchos asuntos sin resolver durante dos mil años, muchos actos contra las leyes cósmicas (o pecados) que hemos grabado en la crónica magnética de nuestra planeta y en nuestras almas. Estas siembras se cosechan un día, y ese día está llegando poco a poco en forma de todo tipo de catástrofes y desastres sociales y personales, donde cada uno cosecha lo que sembró, y muchos encuentran aquí la muerte física.
Muerte, alma y Dios
Mas ¿qué pasa con la muerte a nivel de los conocimientos que poseemos? Que pasamos sin cuerpo físico, pero con una estructura de partículas con apariencia humana formada por átomos menos materiales que tienen que soportar ahora una carga energética más o menos negativa dependiendo de cómo haya sido nuestra vida. Entonces el dolor que hayamos producido lo sentiremos sin que exista la parte material que lo pueda amortiguar: lo sentiremos con toda su fuerza. Ese sufrimiento es tan agudo que muchos desean volver a encarnar, lo que puede suceder en cuestión de meses, e incluso semanas.
La muerte, pues, no nos libera de nada ni supone un paso al cielo, como se dice a menudo. Sólo nos libera de nuestra pesadez orgánica, pero a la vez, y negativamente, del “colchón” amortiguador del dolor anímico.
Las partículas del alma de cada uno tienen un mayor o menor componente de energía espiritual, y eso es lo que determinará su lugar en el más allá, su apariencia cromática y su aura magnética. Cuanta más carga tenga un alma, más cuantos tendrá en su estructura energética y más próxima a este mundo se encontrará. De ahí la existencia de fantasmas, almas que no superan un nivel suficiente que los aleje de este mundo al que no renuncian a pertenecer, y en el que desean encarnar por seguir con lo que tenían pendiente, por no poder soportar más el dolor, o tal vez por haberse dado cuenta de que tiene ventaja encarnar para purificar o expiar lo pendiente y volver al más allá en mejores condiciones.
Obsérvese que no es Dios un juez, sino que cada uno ha sembrado y cosechado en uso de su libre albedrío y es la ley de causa y efecto lo que determina su estado. Dios no obliga a nada, no obliga a nadie. Dios es amor y libertad y en este caso la vara de medir de nuestros actos no es Dios, sino la ley, del mismo modo que la vara de medir no es el agente de circulación cuando nos saltamos un semáforo rojo. El agente sólo es testigo. Tal vez no le gustaría multarnos, pero la ley también está por encima del propio agente, y él mismo no puede hacer otra cosa que cumplirla a su vez.
El universo está regido por leyes inmutables, y en los planos de purificación y en este donde encarnamos una y otra vez la ley de causa y efecto es determinante, y rige nuestros movimientos energéticos y nuestros estados de salud física y mental.
2 comentarios:
Al hablar de física cuántica y mística no debemos olvidar el aspecto de la revolución del atomo. Como sabemos la trinidad, de acuerdo al principio de como es arriba es abajo, es la misma Trinidad en nosotros mediante el Protón, neutrón y Electrón. El electrón corresponde evidnetemente a nuestra partícula crística atómica. Cuando ejercemos la autoobservación escapamos del principio heisembergiano de la incertidumbre y somos Uno con el Uno; vale decir, Existimos mas allá de la contingencia del ego. de allí la importancia de volver a las prácticas del Recuerdo de Sí y de la Autoobservación y, claro, la meditación...porque entonces aceleramos el proiceso de nuestra reintegración , es decir, el proceso místico de todos los santos.
Y no te olvides de la revolución sexual mediante la castidad tántrica. La regeneración del atomo no es solo emntal. La regeneración y revolución atómica solo se consigue con el atomo de la Creación, es decir, las células reproductivas. Cuando se transmuta se genera una verdadera bomba atómica pisiutiva en el cuerpo físico. pero claro, si no amtamos ele go tambien nos negreamos.
Pax Inverencial.
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