La palabra «gnosis» , que es una acepción griega, está empleada veintiocho veces en el Nuevo Testamento, idioma original de esta colección de textos salvo por el evangelio de Mateo. Y aparece otras tantas veces de caracter incluso as complejo dentro de los evangelios enviados al canasto por los secuaces del concilio de Trento. Gnosis fundamentalmente significa la acción de conocer, el conocimiento; su acepción se ha extendido naturalmente al objeto del conocimiento: la ciencia misma.
SABIDURÍA OCULTA, dicha gnosis es misteriosa y secreta; está reservada a los que han sido juzgados dignos de ella: «¡Oh, profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la gnosis de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios y cuán impenetrables sus vías!» (Rom. XI, 33) En efecto, ¿quién ha conocido el pensamiento del Señor?. El desconocimiento del idioma griego por parte de los distintos grupos cristianos, y el disimulo con el que se encubre el "contexto" de estos textos, sencuillamente ha producido la dolorosa experiencia de la libre interpretción de los evangelios que tanto dolor y sangre ha derraado en este planeta.
«De sabiduría es de lo que hablamos entre los perfectos; no de una sabiduría de este eón, ni de los príncipes de este mundo que están abolidos; al contrario, hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, que ha permanecido oculta, que Dios ha predestinado antes de los eones, para nuestra gloria». (I Cor. II, 6-7). La humildad es la puerta de este jardín secreto: «Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, pues esto tú lo has ocultado a los sabios y a los inteligentes y lo has revelado a los pequeñuelos». (Mt. XI, 25).
Pablo afirma que este conocimiento es el bien supremo: «Ciertamente, todas las cosas las estimo como una pérdida en relación al beneficio de la gnosis de Cristo Jesús, mi Señor» (Fil. III, 8)..
EL PERFUME DE LA GNOSIS, Pablo especifica que está lejos de ignorar su substancia: «Si en discursos sólo soy un profano, no lo soy en gnosis: en todo y en todas las formas os lo hemos mostrado» (II Cor. XI, 6). Así es como Pablo junto con los Apóstoles y de una manera especial los amigos de Dios, difunden el buen olor gnóstico que separará a los vivos de los muertos: «A Dios sea la Gracia, pues él, nos hace triunfar siempre en Cristo y por nosotros manifiesta en todas partes el perfume de su gnosis. Ya que por Dios somos el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden; para unos, un olor que de la muerte va a la muerte, para los otros, un olor que de la vida va a la vida. ¿Quién es capaz de esto? En efecto, no somos como la mayoría que falsean la palabra de Dios, no, es con una pureza total, es por Dios que ante Dios hablamos en Cristo» (II Cor. II, 14-17).
Todos los profetas difunden este perfume sutil en el mundo para recolectar a los fieles de fino olfato. Es lo que hizo también Juan el Bautista, pues preparó la venida del Hijo divino, como lo canta Zacarías su padre: «Y tú, pequeño, tú serás llamado profeta del Altísimo, pues caminarás ante el Señor para preparar sus vías, para dar la gnosis de salvación a su pueblo» (Luc. I, 76).
SABIDURÍA OCULTA, dicha gnosis es misteriosa y secreta; está reservada a los que han sido juzgados dignos de ella: «¡Oh, profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la gnosis de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios y cuán impenetrables sus vías!» (Rom. XI, 33) En efecto, ¿quién ha conocido el pensamiento del Señor?. El desconocimiento del idioma griego por parte de los distintos grupos cristianos, y el disimulo con el que se encubre el "contexto" de estos textos, sencuillamente ha producido la dolorosa experiencia de la libre interpretción de los evangelios que tanto dolor y sangre ha derraado en este planeta.
«De sabiduría es de lo que hablamos entre los perfectos; no de una sabiduría de este eón, ni de los príncipes de este mundo que están abolidos; al contrario, hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, que ha permanecido oculta, que Dios ha predestinado antes de los eones, para nuestra gloria». (I Cor. II, 6-7). La humildad es la puerta de este jardín secreto: «Te doy gracias, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, pues esto tú lo has ocultado a los sabios y a los inteligentes y lo has revelado a los pequeñuelos». (Mt. XI, 25).
Pablo afirma que este conocimiento es el bien supremo: «Ciertamente, todas las cosas las estimo como una pérdida en relación al beneficio de la gnosis de Cristo Jesús, mi Señor» (Fil. III, 8)..
EL PERFUME DE LA GNOSIS, Pablo especifica que está lejos de ignorar su substancia: «Si en discursos sólo soy un profano, no lo soy en gnosis: en todo y en todas las formas os lo hemos mostrado» (II Cor. XI, 6). Así es como Pablo junto con los Apóstoles y de una manera especial los amigos de Dios, difunden el buen olor gnóstico que separará a los vivos de los muertos: «A Dios sea la Gracia, pues él, nos hace triunfar siempre en Cristo y por nosotros manifiesta en todas partes el perfume de su gnosis. Ya que por Dios somos el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre los que se pierden; para unos, un olor que de la muerte va a la muerte, para los otros, un olor que de la vida va a la vida. ¿Quién es capaz de esto? En efecto, no somos como la mayoría que falsean la palabra de Dios, no, es con una pureza total, es por Dios que ante Dios hablamos en Cristo» (II Cor. II, 14-17).
Todos los profetas difunden este perfume sutil en el mundo para recolectar a los fieles de fino olfato. Es lo que hizo también Juan el Bautista, pues preparó la venida del Hijo divino, como lo canta Zacarías su padre: «Y tú, pequeño, tú serás llamado profeta del Altísimo, pues caminarás ante el Señor para preparar sus vías, para dar la gnosis de salvación a su pueblo» (Luc. I, 76).
PALABRA ESCONDIDA, Dicha gnosis debe permanecer al abrigo del mundo y de la masa, por lo cual Jesús ante ellos nunca llamó las cosas por su nombre: Es en parábolas como Jesús dijo todo esto a las gentes y nada les decía sin parábola, a fin de que se cumpliera lo que había sido dicho por el profeta: «Abriré la boca para decir parábolas, clamaré las cosas ocultas desde la fundación del mundo» (Mt. XIII, 34-35). Sólo los discípulos elegidos reciben el sentido profundo, la gnosis crística: «No les hablaba sin parábolas, mas a sus discípulos, en particular, él les resolvía todo» (Mc. IV, 34). En efecto, Jesús les decía: «A vosotros os ha sido dado el misterio del Reino de Dios; pero para los que son del exterior, todo les llega en parábolas a fin de que: mirando, miren sin ver y escuchando, oigan sin comprender, por miedo a que se conviertan y sean absueltos» (Mc. IV, 11-12). Los mismos discípulos se sorprenden de este carácter tan reservado: «Judas, no el Iscariote, le preguntó: ¿Señor, cómo es que vas a manifestarte a nosotros y no al mundo? – Jesús le respondió: Si alguno me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará e iremos hacia él, y en él estableceremos nuestra morada (Jn. XIV, 22-23). La comprensión de dichos misterios no está al alcance del viejo Adán. Únicamente el Don de Dios abre los tesoros de la Escritura: «No todos alcanzan esta palabra, sólo aquellos a quienes es dado recibirla» (Mt. XIX, 11).
NECESIDAD DE LA HERMENEUTICA, Es, pues, evidente que la Escritura Santa es por entero un libro sellado: «Si nuestro Evangelio es oculto, solamente lo es para los que se pierden, para los infieles a los cuales el dios de este eón ha cegado el entendimiento, a fin de que no brille para ellos la iluminación del Evangelio de la gloria de Cristo, que es el icono de Dios» (II Cor. IV, 3-4). Este libro permanece cerrado no sólo para los inteligentes del mundo, sino, ¡desgraciadamente!, también para todo hombre carnal (6) cuyos sentidos no han sido purificados:«sabemos que permaneciendo en este cuerpo estamos exiliados lejos de Dios: pues caminamos mediante la fe y no mediante la vista» (II Cor. V, 6). El que querrá interpretar la palabra divina por su inteligencia particular, sin la ayuda del Espíritu Santo, se extraviará inevitablemente: «Ante todo debéis saber: ninguna profecía de la Escritura es objeto de interpretación particular, ya que jamás una profecía ha sido impulsada por la voluntad del hombre, sino que hombres impulsados por el Espíritu Santo hablaron por Dios» (II Pedro I, 20-21).
Así nacen los comentarios erróneos y las herejías. Pedro advirtió de ello a sus lectores cuando implícitamente reconoce que las cartas de Pablo ya forman parte de la Escritura y a este título necesitan de una hermenéutica: «Hay en ellas cosas difíciles de comprender que los ignorantes y los inestables pervierten -como las demás Escrituras- para su propia perdición» (II Pedro, III, 16).
CRISTO EXÉGETA, Toda Escritura santa ha sido sabiamente revelada a fin de que sólo los puros puedan beber de ella. Este velo sólo puede ser retirado por Cristo, por su Espíritu libre, para el maravillado contemplador que después de absorber este alimento, al fin sólido, resplandezca a su vez como un faro para los suyos: "Su entendimiento se ha endurecido. En efecto, hasta este día, este mismo velo permanece en la lectura del Antiguo Testamento: no es retirado, pues es en Cristo que desaparece. Si hasta el día de hoy, cada vez que leen a Moisés, un velo cubre su corazón. Cuando uno se convierte al Señor, este velo es retirado. El Señor es el Espíritu, donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad. Y nosotros todos, que con la faz descubierta miramos (7) la gloria del Señor, en este mismo icono, somos transformados de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor» (II Cor. III, 14-18).
También son actuales estas invectivas de Jesús: «Desgraciados de vosotros, legisladores, pues habéis quitado la llave de la gnosis. Vosotros mismos no habéis entrado y a los que entraban se lo habéis impedido» (Lc. XI, 52). «Guías ciegos que coláis el mosquito y tragáis la camella» (Mt. XXIII, 24).
El Espíritu Santo habla de manera sutil que sólo es perceptible por la oreja del hombre interior; el hombre carnal confundiendo constantemente la gimnasia con la magnesia, sólo oye palabras palurdas, espesas y profanas a su medida: «El hombre psíquico (o animal influenciado por el EGO inferior), no recibe lo que es del Espíritu de Dios: para él es locura y no puede conocerlo ya que esto se ha de examinar espiritualmente; en cambio, el hombre espiritual examina el todo, pero él mismo no es examinado por nadie» (I Cor. II, 14-15).
LA LIBRE ESCUELA DE LA GNOSIS, Entre esta Escuela y la de nuestros hijos en el mundo, tal como dice espiritualmente uno de nuestros sabios lectores, «hay un mundo de diferencia». Toda la vida de los telemitas «no estaba regida según leyes, estatutos o reglas, sino según su deseo y franco arbitrio (...) En su regla no había más que esta cláusula: haz lo que quieras porque las gentes libres, bien nacidas, tienen por naturaleza un instinto y aguijón que siempre les impulsa a hechos virtuosos y les aleja del vicio, al cual le llamaban honor» (14).
La Escuela de la gnosis es la de los profetas y de los Sabios bien nacidos, ya que han nacido de arriba, de agua y de espíritu; esta es la Iglesia interior que debe fecundar a la exterior. Si la Iglesia exterior se separa de su Escuela, muere o divaga. Los miembros de esta Comunión de los santos, ya se les llame hermanos del libre Espíritu, de Heliópolis o de la Rosée Cuite, y puedan estar dispersos por el mundo, están animados por un único Espíritu y sólo conocen a un Maestro.
Esta Escuela del Espíritu, Rabelais ha acertado en llamarla Escuela de la libertad: «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (II Cor. III, 17). Su tesoro es un buen legado que el Espíritu Santo protege de toda corrupción, de generación en generación: «Guarda el buen legado gracias al Espíritu Santo que habita en nosotros» (II Tim. I, 14), dijo Pablo a su discípulo antes de inducirlo a transmitir, él también a su vez, la santa gnosis a sucesores cualificados: «Lo que por numerosos testigos has oído de mí, confíalo a hombres seguros que sean capaces de instruir también a otros» (ib. II, 2).
En el origen, la gnosis viene del Padre, tal como Jesús lo enseña en su plegaria: «He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste. Eran tuyos, tú me los has dado y han guardado tu palabra: Ahora han conocido que todo lo que me has dado es de ti, pues los dichos que me diste yo se los he dado y ellos los han recibido» (Jn. XVII, 6-8).
PABLO, ESLABÓN DE LA CADENA INICIÁTICA, Pablo, como los Apóstoles, recibió esta gnosis del Hijo: «En efecto, para mí he recibido del Señor lo que también os he transmitido» (I Cor. XI, 23). Y felicita a los corintios por resguardar tan fielmente el sacro legado, que de algún modo conduce a la imitación de Jesucristo: «Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo. Os alabo de que en todo os acordéis de mí y mantengáis las tradiciones como yo os las he transmitido» (I Cor. XI, 1-2).
Naturalmente, recomienda a su rebaño evitar los que desprecian o pervierten la gnosis: «Hermanos, os notifico en nombre del Señor J.C. que debéis apartaros de todo hermano que camina en el desorden, y no según la tradición que habéis recibido de nosotros» (II Tes. III, 6). Como buen doctor de la Ley, Pablo transmitió el legado por escrito y en forma oral, lo oral vivificando lo escrito: «Así, pues, ¡hermanos, levantaos! Y conservad el dominio de las tradiciones que habéis aprendido ya sea por nuestra palabra o por nuestra carta» (II Tes. II, 15).
Es interesante recoger lo que Pablo quiso dejarnos de su experiencia gnóstica. Ya hemos visto que no siendo experto en retórica, sí lo era en la gnosis (II Cor. XI, 6). En efecto, él posee el sentido (nous) de Cristo (I Cor. II, 16). Y, por lo tanto, recibió una revelación: «por una revelación conocí el misterio» (Ef. III, 3). Sin duda, se trata del misterio de Cristo (ib. III, 4) o de la encarnación divina «misterio oculto desde los eones en Dios, que creó todas las cosas» (ib. 9).
Fue llamado pues, elegido predestinado: «...plugo a Aquél que me había seleccionado desde las entrañas de mi madre, y llamado por su gracia, revelar en mí a su Hijo, a fin de que yo le anuncie a las naciones» (Gal. I, 15-16). ¡He aquí una imitación de Jesucristo bien realizada! Hasta el punto que: «Vivo, no yo, sino que es Cristo el que vive en mí» (ib. II, 20). Ciertamente, nos confía su experiencia que no es en absoluto banal: «Si hay que gloriarse – lo cual no es oportuno – vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, que hace catorce años – si en cuerpo, no lo sé, si fuera del cuerpo, no lo sé: Dios lo sabe – fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre – sea en cuerpo, sea sin cuerpo, no lo sé: Dios lo sabe – fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras secretas que no le es permitido al hombre decir» (II Cor. XII, 1-4). Dicha gnosis parece tener un muy sutil comienzo. Provistos de esta experiencia y de su tesoro, los elegidos pueden decir: «Así, que el hombre nos considere como servidores del Cristo y como intendentes de los misterios de Dios» (I Cor. IV, 1).
Lo que Pablo desea ardientemente es extender esta gnosis, pero es sabido que esto sólo puede hacerse santamente: «Rogad (...) por mí también a fin de que la palabra me sea dada en la apertura de la boca, en franco lenguaje, para dar a conocer el misterio del Evangelio» (Ef. VI, 19).
Llegado aquí, pensamos haber puesto suficientemente en evidencia la existencia de un secreto, de un misterio, de una gnosis en la Escritura. Quizás no haya nadie que lo niegue totalmente, pero son pocos los que no la desprecian y se dedican por entero a su búsqueda, insatisfechos de las ideas recibidas y de las modas espirituales, dispuestos a no ser más «zarandeados y desviados por doquiera de todo viento de doctrina, a merced de los hombres, a causa de su astucia para extraviar en el error» (Ef. IV, 14).
NECESIDAD DE LA HERMENEUTICA, Es, pues, evidente que la Escritura Santa es por entero un libro sellado: «Si nuestro Evangelio es oculto, solamente lo es para los que se pierden, para los infieles a los cuales el dios de este eón ha cegado el entendimiento, a fin de que no brille para ellos la iluminación del Evangelio de la gloria de Cristo, que es el icono de Dios» (II Cor. IV, 3-4). Este libro permanece cerrado no sólo para los inteligentes del mundo, sino, ¡desgraciadamente!, también para todo hombre carnal (6) cuyos sentidos no han sido purificados:«sabemos que permaneciendo en este cuerpo estamos exiliados lejos de Dios: pues caminamos mediante la fe y no mediante la vista» (II Cor. V, 6). El que querrá interpretar la palabra divina por su inteligencia particular, sin la ayuda del Espíritu Santo, se extraviará inevitablemente: «Ante todo debéis saber: ninguna profecía de la Escritura es objeto de interpretación particular, ya que jamás una profecía ha sido impulsada por la voluntad del hombre, sino que hombres impulsados por el Espíritu Santo hablaron por Dios» (II Pedro I, 20-21).
Así nacen los comentarios erróneos y las herejías. Pedro advirtió de ello a sus lectores cuando implícitamente reconoce que las cartas de Pablo ya forman parte de la Escritura y a este título necesitan de una hermenéutica: «Hay en ellas cosas difíciles de comprender que los ignorantes y los inestables pervierten -como las demás Escrituras- para su propia perdición» (II Pedro, III, 16).
CRISTO EXÉGETA, Toda Escritura santa ha sido sabiamente revelada a fin de que sólo los puros puedan beber de ella. Este velo sólo puede ser retirado por Cristo, por su Espíritu libre, para el maravillado contemplador que después de absorber este alimento, al fin sólido, resplandezca a su vez como un faro para los suyos: "Su entendimiento se ha endurecido. En efecto, hasta este día, este mismo velo permanece en la lectura del Antiguo Testamento: no es retirado, pues es en Cristo que desaparece. Si hasta el día de hoy, cada vez que leen a Moisés, un velo cubre su corazón. Cuando uno se convierte al Señor, este velo es retirado. El Señor es el Espíritu, donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad. Y nosotros todos, que con la faz descubierta miramos (7) la gloria del Señor, en este mismo icono, somos transformados de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor» (II Cor. III, 14-18).
También son actuales estas invectivas de Jesús: «Desgraciados de vosotros, legisladores, pues habéis quitado la llave de la gnosis. Vosotros mismos no habéis entrado y a los que entraban se lo habéis impedido» (Lc. XI, 52). «Guías ciegos que coláis el mosquito y tragáis la camella» (Mt. XXIII, 24).
El Espíritu Santo habla de manera sutil que sólo es perceptible por la oreja del hombre interior; el hombre carnal confundiendo constantemente la gimnasia con la magnesia, sólo oye palabras palurdas, espesas y profanas a su medida: «El hombre psíquico (o animal influenciado por el EGO inferior), no recibe lo que es del Espíritu de Dios: para él es locura y no puede conocerlo ya que esto se ha de examinar espiritualmente; en cambio, el hombre espiritual examina el todo, pero él mismo no es examinado por nadie» (I Cor. II, 14-15).
LA LIBRE ESCUELA DE LA GNOSIS, Entre esta Escuela y la de nuestros hijos en el mundo, tal como dice espiritualmente uno de nuestros sabios lectores, «hay un mundo de diferencia». Toda la vida de los telemitas «no estaba regida según leyes, estatutos o reglas, sino según su deseo y franco arbitrio (...) En su regla no había más que esta cláusula: haz lo que quieras porque las gentes libres, bien nacidas, tienen por naturaleza un instinto y aguijón que siempre les impulsa a hechos virtuosos y les aleja del vicio, al cual le llamaban honor» (14).
La Escuela de la gnosis es la de los profetas y de los Sabios bien nacidos, ya que han nacido de arriba, de agua y de espíritu; esta es la Iglesia interior que debe fecundar a la exterior. Si la Iglesia exterior se separa de su Escuela, muere o divaga. Los miembros de esta Comunión de los santos, ya se les llame hermanos del libre Espíritu, de Heliópolis o de la Rosée Cuite, y puedan estar dispersos por el mundo, están animados por un único Espíritu y sólo conocen a un Maestro.
Esta Escuela del Espíritu, Rabelais ha acertado en llamarla Escuela de la libertad: «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» (II Cor. III, 17). Su tesoro es un buen legado que el Espíritu Santo protege de toda corrupción, de generación en generación: «Guarda el buen legado gracias al Espíritu Santo que habita en nosotros» (II Tim. I, 14), dijo Pablo a su discípulo antes de inducirlo a transmitir, él también a su vez, la santa gnosis a sucesores cualificados: «Lo que por numerosos testigos has oído de mí, confíalo a hombres seguros que sean capaces de instruir también a otros» (ib. II, 2).
En el origen, la gnosis viene del Padre, tal como Jesús lo enseña en su plegaria: «He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste. Eran tuyos, tú me los has dado y han guardado tu palabra: Ahora han conocido que todo lo que me has dado es de ti, pues los dichos que me diste yo se los he dado y ellos los han recibido» (Jn. XVII, 6-8).
PABLO, ESLABÓN DE LA CADENA INICIÁTICA, Pablo, como los Apóstoles, recibió esta gnosis del Hijo: «En efecto, para mí he recibido del Señor lo que también os he transmitido» (I Cor. XI, 23). Y felicita a los corintios por resguardar tan fielmente el sacro legado, que de algún modo conduce a la imitación de Jesucristo: «Sed mis imitadores como yo lo soy de Cristo. Os alabo de que en todo os acordéis de mí y mantengáis las tradiciones como yo os las he transmitido» (I Cor. XI, 1-2).
Naturalmente, recomienda a su rebaño evitar los que desprecian o pervierten la gnosis: «Hermanos, os notifico en nombre del Señor J.C. que debéis apartaros de todo hermano que camina en el desorden, y no según la tradición que habéis recibido de nosotros» (II Tes. III, 6). Como buen doctor de la Ley, Pablo transmitió el legado por escrito y en forma oral, lo oral vivificando lo escrito: «Así, pues, ¡hermanos, levantaos! Y conservad el dominio de las tradiciones que habéis aprendido ya sea por nuestra palabra o por nuestra carta» (II Tes. II, 15).
Es interesante recoger lo que Pablo quiso dejarnos de su experiencia gnóstica. Ya hemos visto que no siendo experto en retórica, sí lo era en la gnosis (II Cor. XI, 6). En efecto, él posee el sentido (nous) de Cristo (I Cor. II, 16). Y, por lo tanto, recibió una revelación: «por una revelación conocí el misterio» (Ef. III, 3). Sin duda, se trata del misterio de Cristo (ib. III, 4) o de la encarnación divina «misterio oculto desde los eones en Dios, que creó todas las cosas» (ib. 9).
Fue llamado pues, elegido predestinado: «...plugo a Aquél que me había seleccionado desde las entrañas de mi madre, y llamado por su gracia, revelar en mí a su Hijo, a fin de que yo le anuncie a las naciones» (Gal. I, 15-16). ¡He aquí una imitación de Jesucristo bien realizada! Hasta el punto que: «Vivo, no yo, sino que es Cristo el que vive en mí» (ib. II, 20). Ciertamente, nos confía su experiencia que no es en absoluto banal: «Si hay que gloriarse – lo cual no es oportuno – vendré a las visiones y a las revelaciones del Señor. Sé de un hombre en Cristo, que hace catorce años – si en cuerpo, no lo sé, si fuera del cuerpo, no lo sé: Dios lo sabe – fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre – sea en cuerpo, sea sin cuerpo, no lo sé: Dios lo sabe – fue arrebatado al Paraíso y oyó palabras secretas que no le es permitido al hombre decir» (II Cor. XII, 1-4). Dicha gnosis parece tener un muy sutil comienzo. Provistos de esta experiencia y de su tesoro, los elegidos pueden decir: «Así, que el hombre nos considere como servidores del Cristo y como intendentes de los misterios de Dios» (I Cor. IV, 1).
Lo que Pablo desea ardientemente es extender esta gnosis, pero es sabido que esto sólo puede hacerse santamente: «Rogad (...) por mí también a fin de que la palabra me sea dada en la apertura de la boca, en franco lenguaje, para dar a conocer el misterio del Evangelio» (Ef. VI, 19).
Llegado aquí, pensamos haber puesto suficientemente en evidencia la existencia de un secreto, de un misterio, de una gnosis en la Escritura. Quizás no haya nadie que lo niegue totalmente, pero son pocos los que no la desprecian y se dedican por entero a su búsqueda, insatisfechos de las ideas recibidas y de las modas espirituales, dispuestos a no ser más «zarandeados y desviados por doquiera de todo viento de doctrina, a merced de los hombres, a causa de su astucia para extraviar en el error» (Ef. IV, 14).
Para reflexionar:
¿No está escrito en el Evangelio según san Lucas?:«Y tu, pequeño, serás llamado profeta del Altísimo ya que caminaras ante su faz para preparar sus vías, para dar a su pueblo la gnosis de salvación» (1, 77)
Y en 11, 52 «!Ay de vosotros escribas!, ya que habéis tomado la llave de la gnosis no habéis entrado y a los que querían entrar, se lo habéis impedido».
Esta palabra se encuentra diez y ocho veces en san Pablo y tres veces en san Pedro, del que citamos la recomendación siguiente (II Pedro 3, 18):
«Creced en la caridad y en la gnosis de nuestro Señor y Salvador».
¿Se tendría que volver a escribir el Evangelio de aquel que ha dicho (Mateo 11, 30): «Mi yugo es dulce y mi peso ligero»?
______________________
(1): Salmos 138 (139), 6.
(2): Jeremías X, 14.
(7): En griego catoptrizomenoi (de catoptris, espejo) que puede tener un sentido activo: contemplamos (en un espejo) o pasivo: reflejamos (como un espejo). San Jerónimo lo traduce por speculantes que tiene ambos sentidos.
(9): Éxodo, XXV, 40.
(13): Rabelais, Gargantua, LIV.
(14): Rabelais, ibídem. LVII.
(15) Ed. Visión Libros o Bibl. des Amitiés Spirituelles
Y en 11, 52 «!Ay de vosotros escribas!, ya que habéis tomado la llave de la gnosis no habéis entrado y a los que querían entrar, se lo habéis impedido».
Esta palabra se encuentra diez y ocho veces en san Pablo y tres veces en san Pedro, del que citamos la recomendación siguiente (II Pedro 3, 18):
«Creced en la caridad y en la gnosis de nuestro Señor y Salvador».
¿Se tendría que volver a escribir el Evangelio de aquel que ha dicho (Mateo 11, 30): «Mi yugo es dulce y mi peso ligero»?
______________________
(1): Salmos 138 (139), 6.
(2): Jeremías X, 14.
(7): En griego catoptrizomenoi (de catoptris, espejo) que puede tener un sentido activo: contemplamos (en un espejo) o pasivo: reflejamos (como un espejo). San Jerónimo lo traduce por speculantes que tiene ambos sentidos.
(9): Éxodo, XXV, 40.
(13): Rabelais, Gargantua, LIV.
(14): Rabelais, ibídem. LVII.
(15) Ed. Visión Libros o Bibl. des Amitiés Spirituelles
Compilado de un original de Jean-Aymar devos-Hornett (Traducción: A. Ballester)
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