Hoy me gustaría dirigirme a un asunto solicitado específicamente por nuestros amigos aquí, un asunto que tiene gran importancia para la vida espiritual moderna. Será considerado desde el punto de vista que a menudo he asumido cuando hablo de los asuntos del espíritu. Como norma, es difícil hablar de un asunto tan único y profundamente importante a menos que se asuma que la audiencia tenga en mente varias cosas explicadas en otras conferencias pronunciadas sobre las bases de la ciencia espiritual. Esta ciencia ni es ampliamente reconocida ni es popular; de hecho, es una corriente espiritual de lo más impopular y de lo más incomprendida en nuestros días. Los malentendidos pueden surgir fácilmente especialmente con un asunto como el escogido hoy, porque existe la opinión demasiado extendida de que la Antroposofía podría socavar esta o aquella creencia religiosa, interfiriendo de ese modo con lo que alguien podría tener como muy preciado. Cualquiera dispuesto a entrar en la Antroposofía en cualquier profundidad ve que esta opinión es completamente falsa. En un sentido, la ciencia espiritual apunta a desarrollar más la forma de pensamiento que entró en la evolución humana a través de la ciencia natural. Al fortalecer el alma humana, se busca hacer fructífera esta clase de pensamiento. La manera en que la ciencia espiritual debe proceder difiere significativamente, sin embargo, de la manera empleada por la ciencia natural. La Antroposofía toma su punto de partida, no del mundo percibido por los sentidos externos, sino del mundo del espíritu. Las cuestiones pertinentes a la vida espiritual del alma deben por tanto ser consideradas desde el punto de vista de la ciencia espiritual. Indudablemente para muchos en nuestros tiempos la cuestión más importante en la vida espiritual de la humanidad se refiere a la materia de la conferencia de hoy, esto es, Jesucristo.
Para asegurar que nos comprenderemos unos a otros hasta cierto grado, me gustaría hacer unas pocas observaciones preliminares antes de proceder hacia cualquier cuestión específica. La ciencia espiritual, aunque es la continuación de la ciencia natural, hace demandas completamente diferentes sobre el alma humana. Este hecho explica los malentendidos y la oposición que la ciencia espiritual encuentra. La clase de pensamiento derivada de la ciencia natural está ocupada con un problema que concierne más o menos a las almas humanas hoy cuando consideran aspectos superiores de la vida. Este es el problema de los límites del conocimiento. La ciencia espiritual de ninguna manera infravalora el más admirable intento de los filósofos para establecer la extensión del pensamiento y el conocimiento humanos. Los pensadores que juzgan sobre la base de lo que puede ser observado ordinariamente en el alma, concluyen fácilmente que el conocimiento humano puede llegar hasta aquí pero no más allá. Se dice comúnmente: “Este hecho puede ser conocido; esto otro no”.
Sobre esta cuestión la ciencia espiritual toma una postura completamente distinta porque tiene en consideración el desarrollo del alma humana. Concedido, en la vida ordinaria y en la ciencia el alma se enfrenta realmente a ciertos límites al conocimiento. El alma, sin embargo, puede ocuparse de sí misma, transformarse y por tanto adquirir la posibilidad de penetrar en esferas de existencia radicalmente distintas a aquellas usualmente experimentadas.
Aquí sólo puedo indicar lo que ya he explicado en conferencias anteriores y en libros como Ciencia Oculta y Cómo Conocer los Mundos Superiores, esto es, que el alma puede cambiarse completamente a sí misma. A través de la práctica de determinados ejercicios, el alma puede provocar una mejora infinita de sus fuerzas inherentes de atención y devoción. Normalmente, la vida anímico-espiritual utiliza el cuerpo humano como un instrumento. Igual que el hidrógeno está enlazado al oxígeno en el agua, así está esta vida íntimamente conectada con el cuerpo, dentro del que trabaja. Ahora, igual que el hidrógeno puede ser separado del oxígeno y demostrarse que tiene cualidades completamente diferentes del agua, también puede el alma, a través de los ejercicios descritos en Cómo Conocer los Mundos Superiores, separarse del cuerpo. Apartándose así y elevándose fuera del cuerpo, el alma adquiere una vida interna propia.
El alma puede emanciparse del cuerpo no a través de la especulación o la filosofía sino a través de la disciplina entregada. Vivir como un ser anímico-espiritual, aparte del cuerpo es la gran experiencia del investigador espiritual. Aquí sólo puedo indicar cosas que he elaborado en otros lugares.
Mi tarea hoy es mostrar cómo el investigador espiritual debe contemplar el suceso de Jesucristo. Las afirmaciones de creencias religiosas concernientes a este suceso se derivan de las experiencias del alma en su vida dentro del cuerpo. Las afirmaciones del investigador espiritual provienen de las experiencias clarividentes del alma cuando vive independientemente del cuerpo en el mundo espiritual. En esta condición el alma puede contemplar el curso completo de la evolución de la humanidad.
Lo que de ese modo el investigador espiritual aprende de Jesucristo exige una cierta forma de expresarse, porque el investigador adquiere su conocimiento en visiones espirituales inmediatas mientras vive separado de su cuerpo. Aunque puede comunicar este conocimiento sólo indirectamente al volver su atención a las cosas de este mundo. Su descripción, sin embargo, debe transmitir lo que ha experimentado en la visión espiritual. Así, lo que sigue a modo de explicación de ciertos procesos en la vida externa del hombre no ha de ser tomado metafóricamente. Pretende más bien expresar algo en lo que la experiencia espiritual debe llegar a una comprensión junto con la ciencia natural. En lo que respecta a un punto en particular es más importante tratar de aceptar el pensamiento actual.
En la ciencia natural se admite que una mera enumeración descriptiva de sucesos sencillos en la naturaleza es inadecuada. Se reconoce que el científico debe proceder desde una descripción de los fenómenos naturales hasta las leyes que los animan invisiblemente. Estas leyes que percibimos cuando relacionamos los fenómenos unos con otros, o cuando nos sumergimos en ellos. De esta manera revelan sus leyes internas. En el tratamiento de los hechos históricos, sin embargo, este método científico natural no es fácilmente aplicable.
Ahora, como norma, no me siento inclinado a hablar de asuntos personales, pero en el siguiente caso puedo hablar de algo objetivo. El título de mi libro Cristianismo como Hecho Místico, que fue publicado por primera vez hace muchos años, no fue elegido sin la debida reflexión. Fue escogido para indicar una determinada manera de observar las cosas. No fue titulado El Misticismo del Cristianismo porque no pretendía tratar este tema, ni fue titulado Misticismo Cristiano porque tampoco pretendía escribir sobre ese tema, la vida mística del Cristiano. Lo que buscaba mostrar era que el impulso de Cristo, la entrada del Cristianismo en el desarrollo de la humanidad, puede ser comprendida sólo percibiendo cómo lo suprasensible actúa en el desarrollo descrito ordinariamente en la historia. Como estos hechos son accesibles únicamente a la visión espiritual, pueden llamarse místicos. Son místicos mientras que al mismo tiempo han sucedido sobre la tierra.
El origen y desarrollo del Cristianismo puede ser comprendido sólo cuando nos damos cuenta de que los hechos en la historia se organizan como los hechos de nuestro sistema solar, en que el sol tiene el papel fundamental y los demás planetas tienen papeles menos importantes. Esta organización puede reconocerse cuando los hechos se ven desde un punto de vista científico natural. En el campo de la historia, sin embargo, los hechos son raramente vistos así. Aquí, la sucesión de Hechos es fácilmente descrita, pero el hecho de que la manera de contemplar los hechos históricos difiere de la manera de contemplar los hechos científicos se ha perdido de vista.
Hay una ley en la ciencia natural cuya validez es más o menos reconocida por todos, a pesar de estar abierto a disputa este o aquel detalle. Esta ley, formulada por primera vez por Ernst Haeckel, se ha hecho fundamental para la biología. Afirma que un ser vivo recapitula en su vida embrionaria, pasa a través de etapas de desarrollo que se parecen a aquellas de los animales inferiores como los peces. Esta es una ley reconocida por la ciencia.
Ahora hay otra ley, que puede descubrirse con la visión espiritual, que es de gran importancia en el desarrollo de la humanidad. Como es válido sólo en la esfera de la vida espiritual, presenta un aspecto bastante diferente que la ley que acabamos de mencionar, pero es tan cierta como cualquier ley de la ciencia natural. Nos permite decir lo que es indudablemente cierto, que la humanidad ha pasado a través de muchas etapas en su desarrollo, y que al pasar de una época a otra, de un siglo a otro, ha tomado diversas formas. Sólo necesitamos asumir que las épocas conocidas por la historia fueron precedidas por épocas primitivas. En este punto podemos preguntar si la vida de la humanidad como un todo puede compararse con cualquier otra cosa. Por supuesto, cualquier comparación concerniente al desarrollo de la humanidad debe ser el resultado de la observación científico-espiritual. Los hechos externos deben ser utilizados como un lenguaje, como un medio de comunicación, para expresar lo que el investigador espiritual percibe. Lo que él percibe es que el desarrollo de la humanidad como un todo puede compararse con la vida de un sólo hombre.
Las experiencias de la humanidad en culturas antiguas –en las de Egipto y China, Persia e India, Grecia y Roma- eran diferentes de las de nuestro tiempo. En aquellas épocas antiguas el alma del hombre vivía en condiciones diferentes a las de hoy. Igual que en la vida humana individual las experiencias de la niñez no son las mismas que aquellas de la juventud o de la vejez, del mismo modo en estas culturas las experiencias de la humanidad no fueron las mismas que las nuestras de hoy en día. El desarrollo humano atraviesa varias formas en las diversas épocas de la vida.
Ahora se plantea la siguiente cuestión. ¿Qué etapa de la vida individual del hombre puede compararse con la presente época de la humanidad? Esta cuestión puede responderse sólo con la ciencia espiritual. La Antroposofía se basa en fundamentos tales que puede decir que cuando el hombre entra en su vida en la tierra no hereda de su madre y de su padre todo lo que pertenece a su ser. Podemos decir que el hombre desciende de una vida en el mundo espiritual a una existencia en la tierra, y que la parte espiritual de su ser sigue ciertas leyes a través de las cuales se conecta con lo que es heredado de los padres. Además, podemos decir que la parte espiritual ayuda en el crecimiento y desarrollo completos del cuerpo humano. Nosotros vemos cómo el alma y el espíritu se hacen cargo y trabajan sobre la sustancia física. El maravilloso misterio del desarrollo gradual del hombre, el surgimiento de rasgos definitivos a partir de rasgos indefinidos, de capacidades a partir de incapacidades, todo atestigua el poder escultor de estas fuerzas espirituales. A través de la ciencia espiritual somos conducidos a mirar atrás desde esta vida actual a las vidas anteriores sobre la tierra. Vemos la manera en que nuestro ser anímico-espiritual prepara la organización corporal y que el curso que toma nuestro destino depende de lo que hayamos trabajado y obtenido por nosotros mismos en vidas anteriores.
La investigación científico-espiritual exacta muestra que durante el ciclo ascendente completo de nuestra vida, hasta los treinta años, los frutos ganados en vidas anteriores sobre la tierra y traídos con nosotros desde el mundo espiritual aún ejercen una influencia inmediata sobre nuestra existencia física y nuestro destino. Nuestra alma, al estar conectada con el mundo externo, progresa según experimentamos la vida sobre la tierra. De estas experiencias se forma un núcleo anímico-espiritual en nuestro interior. Hasta los treinta o treinta y cinco años organizamos nuestras vidas en consonancia con las fuerzas espirituales que hemos traído con nosotros desde el mundo espiritual. A partir de la mitad de nuestra vida en adelante las fuerzas del núcleo anímico-espiritual comienzan a trabajar. Esta semilla, conteniendo lo que ya ha sido trabajado, continúa trabajando dentro de nosotros durante el resto de nuestras vidas.
Incluso después de que una planta se haya marchitado, las fuerzas capaces de producir una nueva sobreviven. Estas fuerzas son como las fuerzas anímico-espirituales que obtenemos para nosotros mismos en la primera mitad de la vida y que predominan en la segunda. Cuando, en este segundo período de la vida, nuestros sentidos se debilitan, nuestro pelo se vuelve gris y nuestra piel se arruga, nuestra vida externa puede compararse con una planta moribunda. Aún así, en este período lo que hemos preparado desde nuestro nacimiento, lo que no hemos traído con nosotros de una vida anterior sino que más bien lo hemos elaborado en esta vida, crece incluso más fuerte y más poderoso. Es la parte de nosotros que pasa a través del portal de la muerte, que desecha la vida como algo marchito. Es aquella parte de nosotros que pasa al mundo espiritual. En un momento importante de nuestra vida, cuando las fuerzas frescas de la juventud comienzan a decrecer, comenzamos a cultivar algo nuevo sobre la tierra, esto es, una semilla anímico-espiritual que pasa a través de la muerte.
Podemos ahora preguntarnos qué período de la vida humana puede compararse con la época actual, considerando el desarrollo completo de la humanidad. Puede nuestra época actual compararse con la primera parte de la vida humana, con los primeros treinta y cinco años, o con la última parte. La observación científica-espiritual de la época actual revela que nuestra existencia en el mundo externo puede de hecho compararse sólo con el período de la vida humana entre los treinta y los treinta y cinco años. El desarrollo humano sobre la tierra ya ha pasado la parte media de la vida. Sólo necesitamos comparar las experiencias de la humanidad en nuestra cultura actual con experiencias vividas en las culturas Egipcio-Babilónica o Greco-Romana. Sólo necesitamos señalar nuestros poderosos y admirables logros técnicos e industriales para demostrar que el hombre se ha separado él mismo de lo que está directa e instintivamente conectado con su cuerpo.
El hombre de las culturas antiguas se enfrentaba al mundo como lo haría un niño. La vida del niño es ascendente, completamente dependiente del cuerpo. La vida de la humanidad hoy, en contraste, es mecánica, cortada del cuerpo. La historia, ciencia, filosofía y religión muestran todas que la humanidad en su evolución ha llegado a un punto que está más allá de la mitad de la vida. La moderna pedagogía, con sus esfuerzos para ser fundada sobre líneas racionales, corrobora especialmente este hecho. La pedagogía moderna difiere marcadamente de la antigua pedagogía. Niños que crecen bajo nuestra educación artificial son apartados de los impulsos directos de la humanidad. Una educación anterior, una en una época antes de la mitad de la edad de la humanidad, se derivaba de la intuición y el instinto. La observación de los enigmas de la educación confirma fuertemente el hecho de que la humanidad ha pasado ahora el punto de madurez. Podemos ahora preguntarnos qué punto en la evolución de la humanidad se corresponde con el punto en la vida individual del hombre que tiene entre treinta y treinta y cinco años.
Cuando el investigador espiritual, observando objetivamente la evolución de la humanidad, dirige su mirada a los tiempos antiguos, encuentra una tendencia que culmina en la época Greco-Romana. Encuentra que entonces la humanidad como un todo alcanzó aquella edad que se corresponde con el período entre los treinta y los treinta y cinco años en la vida de un hombre individual. El hombre individual puede utilizar un excedente de fuerzas vitales en su cuerpo para vivir más allá del punto descendente de su vida y cultivar hasta su muerte un núcleo anímico-espiritual. En la vida de la humanidad como un todo, sin embargo, las cosas toman un cariz diferente. Cuando las juveniles fuerzas de la humanidad cesan de fluir, como si dijéramos, se necesita un nuevo impulso para su desarrollo ulterior, un impulso que no reside dentro de la humanidad misma. Incluso si no sabemos nada en absoluto sobre los Evangelios o la tradición, sólo necesitamos observar el desarrollo histórico de la humanidad para descubrir en la época Greco-Romana la entrada de tal impulso. Allí, en un determinado momento, sucedió el punto de inflexión del desarrollo terrenal completo del hombre. Un impulso enteramente nuevo entró en el curso de la evolución humana, cuando sus fuerzas juveniles estaban en declive. Un examen de los antiguos misterios arrojará más luz sobre este hecho histórico.
Estos misterios, que existieron en cada cultura y que hasta cierto grado han llegado a nuestro conocimiento a través de la literatura, eran funciones realizadas en centros que servían tanto como escuelas como iglesias. A través de ritos de culto pensados para transformar la vida cotidiana del alma, estas funciones permitían a los hombres obtener conocimientos superiores. Estas escuelas de misterios adoptaron diferentes formas en diversos países, pero en todos los centros aquellas almas, a las que los líderes de las escuelas juzgaban capaces de lograr un desarrollo, recibían entrenamiento.
En los Misterios la vida del alma del hombre no era considerada como lo es hoy en día. Desde este antiguo punto de vista, que la antroposofía debe renovar, el alma era considerada inadecuada en su estado ordinario para penetrar en aquellas esferas donde su ser más íntimo fluye unido al origen mismo de la vida. Los antiguos creían que el alma humana había de prepararse para el conocimiento sometiéndose a un determinado entrenamiento moral y estético. Ellos pensaban que a través de este entrenamiento interno el alma podía transformarse y por tanto adquirir fuerzas de conocimiento que sobrepasaban las de la vida ordinaria. El alma se hacía entonces capaz de percibir aquellos misterios que subyacen detrás de los fenómenos externos.
Había básicamente dos tipos de centros donde los discípulos eran entrenados para adquirir sabiduría espiritual y visión de los misterios de la vida. Los discípulos de la primera clase, bajo la guía de los líderes del centro, desarrollaban especialmente la vida psíquica. Durante la visión espiritual podían liberarse de su cuerpo. Los misterios egipcios y griegos ofrecían esta clase de entrenamiento. El otro tipo existía en los misterios persas del Asia Menor.
Los discípulos de estos misterios egipcios y griegos eran entrenados para alejar sus sentidos del mundo externo y así entrar eventualmente en la condición en la que cae el hombre ordinariamente inconsciente cuando es vencido por el sueño, cuando las impresiones sensoriales cesan. El alma del discípulo era dirigida completamente dentro de su yo interno, y su vida interna recibía una fuerza e intensidad que sobrepasaba con creces la requerida para recibir las meras impresiones sensoriales. Después de llevar a cabo los ejercicios durante mucho tiempo, el discípulo alcanzaba una cierta etapa en su vida interna en que podía decirse a sí mismo, “El hombre aprende a conocer su ser real sólo cuando se ha desgajado de su cuerpo”. La actitud extraña pero distinta que se evoca en el alma del espíritu daba lugar a una experiencia que podía caracterizar con las palabras, “En la vida cotidiana, cuando uso mi cuerpo para conectarme con el mundo de los sentidos, no vivo realmente dentro de mi naturaleza humana completa. Sólo cuando tengo una experiencia más profunda de mí mismo dentro de mi propio ser soy un hombre en el significado pleno de la palabra.” Esta experiencia inculcaba en él que el hombre puede conocer su esencia espiritual al penetrar en su alma más interna. De ese modo podía acercarse a Dios, la fuente primitiva de su ser. Dentro de sí mismo podía sentir aquel punto en que la vida de su alma se unía con el origen divino de la existencia.
Debe agregarse que este tipo de entrenamiento resultaba en un aumento del egoísmo, y no en un decrecimiento del mismo. Los líderes de los misterios daban gran valor así a la educación en el amor humano y el altruismo. Sabían que a través de la sabiduría de los misterios un discípulo podía de hecho unirse con su dios incluso aunque no estuviera suficientemente preparado, pero se dieron cuenta de que sólo podía hacerlo a costa de incrementar el egoísmo. Al retirarse del mundo sensorial y entrar en el mundo espiritual podía experimentar el yo humano, el Real Ser, con mucha más fuerza de lo habitual. Los hombres en estos misterios que, al fortalecer sus vidas internas percibían a Dios, continuaban siendo miembros útiles de la sociedad humana sólo si habían pasado primero por un desarrollo espiritual basado en una preparación profunda de la vida moral. Esta, la iniciación Dionisíaca, conducía al hombre a experimentar dentro de sí lo que reside en la base de toda la naturaleza humana, esto es, Dionisos.
En el otro tipo de iniciación, practicada principalmente en el Asia Menor y en Asia Central, el hombre era conducido a los secretos de la vida mediante un método opuesto. Él tenía que dominar todas las experiencias internas de su alma, para liberarse de los problemas, de las pasiones e instintos de su existencia personal. Él podía entonces experimentar el curso externo de la naturaleza con mucha mayor intensidad de lo normal. En tanto que nosotros experimentamos normalmente sólo el invierno y el verano, los discípulos de estos centros de iniciación tenían que experimentar, de un modo especial, el cambio de una estación a otra. Incluso mientras nuestras manos participan de la vida de nuestros cuerpos, así el discípulo había de participar en la vida de la tierra. Cuando la tierra se enfriaba, cuando su cobertura vegetal comenzaba a desaparecer, él tenía que sentir dentro de su alma su vida de tristeza y desolación. Tenía que participar en estas experiencias como un miembro del organismo completo de la tierra. También, él podía participar en la vida naciente de la primavera y del despertar de la tierra a mediados del verano, cuando el sol permanece en su punto más alto sobre el horizonte. Él sentía esas fuerzas del sol en unión con la tierra entera.
En esta clase de iniciación el alma del discípulo era retirada de su ser interior, a través de la cual podía participar en los sucesos del cosmos y elevarse a la esencia anímico-espiritual que impregna el universo. Su experiencia difería marcadamente de la contemplación ordinaria de la naturaleza porque sentía que vivía dentro del alma misma del universo. En el buen sentido de la expresión, él estaba al lado de sí mismo. Él estaba, aunque uno duda a la hora de utilizar esta palabra porque ha adquirido una connotación negativa, en éxtasis. Al lograr esta unión con el cosmos podía decirse a sí mismo que a través de vivir en el universo y de experimentar sus más íntimas fuerzas anímico-espirituales, se había llegado a dar cuenta de que en todas partes la meta final del cosmos es la creación del hombre. Si el hombre no existiera, toda la creación no podría alcanzar su fin, porque él era el significado del cosmos.
Una cosa es decir esto y otra bastante distinta experimentarlo. Los discípulos de los misterios sentían este hecho porque entraban en la vida del universo con una autoconciencia aumentada. En verdad, este orgulloso sentido del yo era indispensable para su experiencia del cosmos. Mientras que el egoísmo residía en la penetración del hombre en su ser espiritual, el orgullo reside en su unión con la esencia anímico-espiritual del mundo. Por tanto, aquellos que preparaban a los discípulos para tales experiencias tenían cuidado que no cayeran por completo en las garras del orgullo.
En los tiempos antiguos, todas las verdades que constituían el conocimiento del hombre se adquirían por medio de los misterios por uno de los dos senderos. El curso de desarrollo de la humanidad estaba entonces en ascenso. El hombre estaba desarrollando nuevas fuerzas y vivía en la etapa de la niñez, como si dijéramos. Tuvo que aprender a través de los misterios cómo alcanzar los mundos espirituales. Las antiguas civilizaciones siempre revelaban uno de estos dos lados: aquel derivado del fortalecimiento de la vida interna del hombre, y aquel derivado de investigar el universo entero, lo que le permitía decir que todo esto señalaba al ser humano, a la parte anímico-espiritual que lleva en su interior. Un discípulo de la segunda clase de iniciación podía decir también cuando miraba al espacio, “Allí, en el amplio espacio del universo, vive algo que debe entrar en mí si quiero conocerme completamente como ser humano. Pero cuando vivo en la tierra, incapaz de mirar al ancho mundo, el espíritu no puede llegar a mí, y no puedo conocerme realmente como hombre.”
La humanidad entró entonces en una época en que sus fuerzas de juventud se extinguieron. La raza humana toda alcanzó una edad correspondiente a la edad entre los treinta y los treinta y cinco años de la vida del hombre individual. En esta época los antiguos misterios, que existían para ayudar a la humanidad en su juventud, habían perdido su razón de ser. Además, sucedió algo que es muy difícil de entender incluso ahora. Cuando el hombre trató de elevarse a la esencia anímico-espiritual del cosmos, esta esencia ya no se acercaba a él; él no podía ya experimentar al dios dentro de sí.
Cuando el antiguo persa sobrepasó su estado ordinario de conciencia, podía sentir cómo Dios descendía sobre su alma, cómo su alma se impregnaba con el Dios del universo. La humanidad siempre tuvo esta posibilidad mientras poseyó sus fuerzas de juventud. Pero en la época Greco-Romana esta posibilidad terminó. Entonces, todo lo prescrito en los antiguos misterios para inspirar al hombre se volvió ineficaz, porque la humanidad era receptiva a esta inspiración sólo en la época de su juventud. Surgió ahora algo más. Lo que el hombre no podía ya recibir porque la naturaleza humana individual había perdido la capacidad de recibirlo incluso con la ayuda de los misterios, entró ahora en la evolución completa de la humanidad. Tuvo que venir un ser humano que pudiera unir directamente los dos senderos de iniciación.
Desde el punto de vista estricto de la ciencia espiritual, aparte de todos los Evangelios, vemos ahora a Cristo entrando en la evolución del mundo. Imaginemos a alguien que no conoce nada en absoluto de los Evangelios, no sabe nada de tradiciones, pero que ha entrado en la civilización moderna con un alma impregnada de ciencia espiritual. Tal persona tendría que decirse a sí misma: “Hubo un tiempo en la evolución del mundo y en la historia de la humanidad en que la receptividad del hombre hacia la vida espiritual cesó”. Pero la humanidad ha conservado su vida anímico-espiritual. ¿Cómo puede ser? La esencia anímico-espiritual que el hombre tomó dentro de sí debe haber entrado en la evolución de la tierra de alguna otra manera, independientemente del hombre. Un Ser debe haber acogido dentro de sí lo que los discípulos de los misterios recibieron una vez por medio del poder de un alma anímica poderosamente desarrollada. En suma, debe haber aparecido un ser humano que internamente poseyera lo que uno de los senderos de misterios permitía que el alma experimentara directamente, esto es, la esencia espiritual del mundo exterior, el espíritu del universo. La ciencia espiritual contempla así a Jesucristo como el que poseía inherentemente aquellos poderes fortalecidos del alma anteriormente adquiridos por discípulos de uno de los senderos de los misterios. Con estos poderes del alma, él podía poner dentro de sí aquella parte del cosmos que los discípulos del otro camino de misterios habían recibido una vez. Desde el punto de vista de la ciencia espiritual podemos decir que lo que los discípulos de los antiguos misterios una vez buscaron a través de una conexión externa con la Divinidad vino a la expresión de forma inmediata y como hecho histórico en Jesucristo. ¿Cuándo sucedió esto? Sucedió en aquella edad cuando las fuerzas que ya estaban agotadas en la humanidad como un todo estaban también agotadas en la vida del ser humano individual. En su trigésimo año Jesús alcanzó la edad que la humanidad como un todo había alcanzado entonces. Fue en este año cuando recibió a Cristo. Recibió al espíritu del cosmos en su alma completamente desarrollada, internamente fortalecida. En el punto de inflexión de la evolución humana descubrimos que un hombre ha acogido en su alma la esencia divino-espiritual del universo. Lo que se perseguía en los antiguos misterios se ha convertido ahora en un suceso histórico.
Procedamos, teniendo en mente las indicaciones de los Evangelios relativas a la vida de Jesucristo desde el Bautismo en el Jordán hasta Su Resurrección. La ciencia espiritual nos permite decir que en este período entró algo completamente nuevo en la evolución de la humanidad. En el pasado, el hombre establecía un contacto real con la esencia divina sólo mediante los misterios. Lo que era así experimentado en los misterios salía al mundo como revelaciones, para ser aceptadas con la fe. En el suceso que estamos considerando ahora, el contacto con la esencia divino-espiritual del cosmos sucedió de tal forma que dentro del hombre Jesús, entró Cristo en la corriente vital terrestre durante un período de tres años. Entonces, en el Misterio del Gólgota, una fuerza que anteriormente vivía fuera de la tierra se vertió dentro del mundo. Todas las experiencias por las que pasó Cristo mientras vivió en el cuerpo de Jesús provocaron la existencia de este poder en el mundo terreno, en la parte terrena del cosmos. Desde entonces este poder ha vivido en la misma atmósfera en que viven nuestras almas.
Podemos calificar uno de los dos tipos de iniciación como sub-terrenal y designar a la otra, en la que el hombre acogía el espíritu del cosmos, como supra-terrenal. En cualquier caso, el hombre tuvo que abandonar su esencia humana para hacer contacto con la esencia divina. El Misterio del Gólgota, sin embargo, concierne no sólo al ser humano individual sino también a la historia completa del hombre sobre la tierra. A través de este suceso la humanidad recibió algo completamente nuevo. Con el Bautismo en el río Jordán algo anteriormente experimentado por todo discípulo de los misterios entró en un único ser humano, y desde este único ser humano algo fluyó a la atmósfera espiritual de la tierra, permitiendo que toda alma que hiciera lo mismo viviera y se sumergiera en ello. Este nuevo impulso entró en la esfera terrestre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Desde el Misterio del Gólgota el hombre vive en un entorno espiritual, un entorno que ha sido Cristificado porque ha absorbido el impulso de Cristo. Desde el tiempo en que la evolución humana entró en su descenso, el alma humana puede revivirse a sí misma; puede establecer una conexión con Cristo. El hombre puede crecer más allá de las fuerzas de la muerte que lleva dentro de sí. La fuente espiritual del origen del hombre ya no puede encontrarse en el antiguo sendero; debe ser encontrada en el nuevo, buscando una conexión con Cristo dentro de la atmósfera espiritual de la tierra.
El suceso de Cristo aparece ante el investigador espiritual con una luz especial. Puede ser de interés describir lo que puede realmente experimentar después de haber cambiado tanto su alma como para percibir el mundo espiritual. El investigador espiritual puede contemplar una variedad de procesos espirituales y seres, pero los ve de una manera especial, dependiendo de si ha experimentado o no el impulso de Cristo durante su existencia física. Incluso hoy uno puede ser un investigador espiritual sin haber hecho ninguna conexión interna con el impulso de Cristo. Alguien que ha pasado a través de cierto desarrollo del alma y alcanzado la visión espiritual puede de ese modo investigar muchos misterios del mundo, misterios que residen en los fundamentos del universo, aún incluso con esta visión, es posible que no pueda aprender todavía nada del impulso de Cristo y del Ser de Cristo. Si establecemos una conexión con Cristo mientras estamos en el cuerpo físico, no obstante, antes de alcanzar la visión espiritual, si esta conexión se establece a través del sentimiento, entonces esta experiencia de Cristo que hemos obtenido mientras estábamos en el cuerpo permanece con nosotros como un recuerdo cuando entramos en el mundo espiritual. Percibimos que incluso mientras vivíamos en el cuerpo teníamos una conexión con el mundo espiritual.
El impulso de Cristo se nos aparece así como la esencia espiritual dada al hombre en un momento en que la antigua herencia ya no existía en la evolución humana. Lo que el ser humano individual experimenta después de sus treinta a treinta y cinco años, lo experimentó la humanidad entera al comienzo de nuestra era. La humanidad, que a diferencia del ser humano individual no posee un cuerpo, habría perdido su conexión con el mundo divino-espiritual si no hubiera sido por un Ser supraterrenal, un Ser que descendió a la tierra desde el cosmos y vertió su esencia en la evolución de la tierra. Este acto permitió al hombre recuperar su conexión con el mundo espiritual.
Me doy cuenta de que estoy presentando cosas que son incluso menos conocidas para el público de lo que lo son los principios de la ciencia espiritual. Hoy no puedo dar sino unas pocas indicaciones, que en ellas mismas no pueden producir ningún tipo de convicción. En relación con el impulso de Cristo sólo puedo señalar la dirección tomada por la ciencia espiritual, que busca ser una continuación de la ciencia natural. Los pensamientos que acabo de presentar deben entrar gradualmente en la evolución humana, lo harán cuanto más entre la ciencia espiritual en la evolución humana. A diferencia de muchas otras cosas en que se está avanzando hoy, la ciencia espiritual no lo tiene fácil. Asume que antes de alcanzar ciertas experiencias definidas el alma debe transformarse antes.
Con respecto a la experiencia de Cristo en particular, la ciencia espiritual señala el hecho significativo de que en los antiguos misterios el hombre podía encontrar una conexión con la esencia divina sólo al salir de su propio ser. Para experimentar la esencia divina él tenía que abandonar su humanidad, convertirse en algo que ya no era humano. Después del punto de inflexión de la evolución humana, sin embargo, surgió la maravillosa y significativa posibilidad de que el hombre no necesitara ya salir de sí mismo en una dirección u otra. De hecho, el hombre carecía de fuerza para hacerlo. Ni pudo en su juventud anticipar un momento en que esto sería posible ya que la humanidad había alcanzado ya una determinada edad.
Sobre esta cuestión la ciencia espiritual toma una postura completamente distinta porque tiene en consideración el desarrollo del alma humana. Concedido, en la vida ordinaria y en la ciencia el alma se enfrenta realmente a ciertos límites al conocimiento. El alma, sin embargo, puede ocuparse de sí misma, transformarse y por tanto adquirir la posibilidad de penetrar en esferas de existencia radicalmente distintas a aquellas usualmente experimentadas.
Aquí sólo puedo indicar lo que ya he explicado en conferencias anteriores y en libros como Ciencia Oculta y Cómo Conocer los Mundos Superiores, esto es, que el alma puede cambiarse completamente a sí misma. A través de la práctica de determinados ejercicios, el alma puede provocar una mejora infinita de sus fuerzas inherentes de atención y devoción. Normalmente, la vida anímico-espiritual utiliza el cuerpo humano como un instrumento. Igual que el hidrógeno está enlazado al oxígeno en el agua, así está esta vida íntimamente conectada con el cuerpo, dentro del que trabaja. Ahora, igual que el hidrógeno puede ser separado del oxígeno y demostrarse que tiene cualidades completamente diferentes del agua, también puede el alma, a través de los ejercicios descritos en Cómo Conocer los Mundos Superiores, separarse del cuerpo. Apartándose así y elevándose fuera del cuerpo, el alma adquiere una vida interna propia.
El alma puede emanciparse del cuerpo no a través de la especulación o la filosofía sino a través de la disciplina entregada. Vivir como un ser anímico-espiritual, aparte del cuerpo es la gran experiencia del investigador espiritual. Aquí sólo puedo indicar cosas que he elaborado en otros lugares.
Mi tarea hoy es mostrar cómo el investigador espiritual debe contemplar el suceso de Jesucristo. Las afirmaciones de creencias religiosas concernientes a este suceso se derivan de las experiencias del alma en su vida dentro del cuerpo. Las afirmaciones del investigador espiritual provienen de las experiencias clarividentes del alma cuando vive independientemente del cuerpo en el mundo espiritual. En esta condición el alma puede contemplar el curso completo de la evolución de la humanidad.
Lo que de ese modo el investigador espiritual aprende de Jesucristo exige una cierta forma de expresarse, porque el investigador adquiere su conocimiento en visiones espirituales inmediatas mientras vive separado de su cuerpo. Aunque puede comunicar este conocimiento sólo indirectamente al volver su atención a las cosas de este mundo. Su descripción, sin embargo, debe transmitir lo que ha experimentado en la visión espiritual. Así, lo que sigue a modo de explicación de ciertos procesos en la vida externa del hombre no ha de ser tomado metafóricamente. Pretende más bien expresar algo en lo que la experiencia espiritual debe llegar a una comprensión junto con la ciencia natural. En lo que respecta a un punto en particular es más importante tratar de aceptar el pensamiento actual.
En la ciencia natural se admite que una mera enumeración descriptiva de sucesos sencillos en la naturaleza es inadecuada. Se reconoce que el científico debe proceder desde una descripción de los fenómenos naturales hasta las leyes que los animan invisiblemente. Estas leyes que percibimos cuando relacionamos los fenómenos unos con otros, o cuando nos sumergimos en ellos. De esta manera revelan sus leyes internas. En el tratamiento de los hechos históricos, sin embargo, este método científico natural no es fácilmente aplicable.
Ahora, como norma, no me siento inclinado a hablar de asuntos personales, pero en el siguiente caso puedo hablar de algo objetivo. El título de mi libro Cristianismo como Hecho Místico, que fue publicado por primera vez hace muchos años, no fue elegido sin la debida reflexión. Fue escogido para indicar una determinada manera de observar las cosas. No fue titulado El Misticismo del Cristianismo porque no pretendía tratar este tema, ni fue titulado Misticismo Cristiano porque tampoco pretendía escribir sobre ese tema, la vida mística del Cristiano. Lo que buscaba mostrar era que el impulso de Cristo, la entrada del Cristianismo en el desarrollo de la humanidad, puede ser comprendida sólo percibiendo cómo lo suprasensible actúa en el desarrollo descrito ordinariamente en la historia. Como estos hechos son accesibles únicamente a la visión espiritual, pueden llamarse místicos. Son místicos mientras que al mismo tiempo han sucedido sobre la tierra.
El origen y desarrollo del Cristianismo puede ser comprendido sólo cuando nos damos cuenta de que los hechos en la historia se organizan como los hechos de nuestro sistema solar, en que el sol tiene el papel fundamental y los demás planetas tienen papeles menos importantes. Esta organización puede reconocerse cuando los hechos se ven desde un punto de vista científico natural. En el campo de la historia, sin embargo, los hechos son raramente vistos así. Aquí, la sucesión de Hechos es fácilmente descrita, pero el hecho de que la manera de contemplar los hechos históricos difiere de la manera de contemplar los hechos científicos se ha perdido de vista.
Hay una ley en la ciencia natural cuya validez es más o menos reconocida por todos, a pesar de estar abierto a disputa este o aquel detalle. Esta ley, formulada por primera vez por Ernst Haeckel, se ha hecho fundamental para la biología. Afirma que un ser vivo recapitula en su vida embrionaria, pasa a través de etapas de desarrollo que se parecen a aquellas de los animales inferiores como los peces. Esta es una ley reconocida por la ciencia.
Ahora hay otra ley, que puede descubrirse con la visión espiritual, que es de gran importancia en el desarrollo de la humanidad. Como es válido sólo en la esfera de la vida espiritual, presenta un aspecto bastante diferente que la ley que acabamos de mencionar, pero es tan cierta como cualquier ley de la ciencia natural. Nos permite decir lo que es indudablemente cierto, que la humanidad ha pasado a través de muchas etapas en su desarrollo, y que al pasar de una época a otra, de un siglo a otro, ha tomado diversas formas. Sólo necesitamos asumir que las épocas conocidas por la historia fueron precedidas por épocas primitivas. En este punto podemos preguntar si la vida de la humanidad como un todo puede compararse con cualquier otra cosa. Por supuesto, cualquier comparación concerniente al desarrollo de la humanidad debe ser el resultado de la observación científico-espiritual. Los hechos externos deben ser utilizados como un lenguaje, como un medio de comunicación, para expresar lo que el investigador espiritual percibe. Lo que él percibe es que el desarrollo de la humanidad como un todo puede compararse con la vida de un sólo hombre.
Las experiencias de la humanidad en culturas antiguas –en las de Egipto y China, Persia e India, Grecia y Roma- eran diferentes de las de nuestro tiempo. En aquellas épocas antiguas el alma del hombre vivía en condiciones diferentes a las de hoy. Igual que en la vida humana individual las experiencias de la niñez no son las mismas que aquellas de la juventud o de la vejez, del mismo modo en estas culturas las experiencias de la humanidad no fueron las mismas que las nuestras de hoy en día. El desarrollo humano atraviesa varias formas en las diversas épocas de la vida.
Ahora se plantea la siguiente cuestión. ¿Qué etapa de la vida individual del hombre puede compararse con la presente época de la humanidad? Esta cuestión puede responderse sólo con la ciencia espiritual. La Antroposofía se basa en fundamentos tales que puede decir que cuando el hombre entra en su vida en la tierra no hereda de su madre y de su padre todo lo que pertenece a su ser. Podemos decir que el hombre desciende de una vida en el mundo espiritual a una existencia en la tierra, y que la parte espiritual de su ser sigue ciertas leyes a través de las cuales se conecta con lo que es heredado de los padres. Además, podemos decir que la parte espiritual ayuda en el crecimiento y desarrollo completos del cuerpo humano. Nosotros vemos cómo el alma y el espíritu se hacen cargo y trabajan sobre la sustancia física. El maravilloso misterio del desarrollo gradual del hombre, el surgimiento de rasgos definitivos a partir de rasgos indefinidos, de capacidades a partir de incapacidades, todo atestigua el poder escultor de estas fuerzas espirituales. A través de la ciencia espiritual somos conducidos a mirar atrás desde esta vida actual a las vidas anteriores sobre la tierra. Vemos la manera en que nuestro ser anímico-espiritual prepara la organización corporal y que el curso que toma nuestro destino depende de lo que hayamos trabajado y obtenido por nosotros mismos en vidas anteriores.
La investigación científico-espiritual exacta muestra que durante el ciclo ascendente completo de nuestra vida, hasta los treinta años, los frutos ganados en vidas anteriores sobre la tierra y traídos con nosotros desde el mundo espiritual aún ejercen una influencia inmediata sobre nuestra existencia física y nuestro destino. Nuestra alma, al estar conectada con el mundo externo, progresa según experimentamos la vida sobre la tierra. De estas experiencias se forma un núcleo anímico-espiritual en nuestro interior. Hasta los treinta o treinta y cinco años organizamos nuestras vidas en consonancia con las fuerzas espirituales que hemos traído con nosotros desde el mundo espiritual. A partir de la mitad de nuestra vida en adelante las fuerzas del núcleo anímico-espiritual comienzan a trabajar. Esta semilla, conteniendo lo que ya ha sido trabajado, continúa trabajando dentro de nosotros durante el resto de nuestras vidas.
Incluso después de que una planta se haya marchitado, las fuerzas capaces de producir una nueva sobreviven. Estas fuerzas son como las fuerzas anímico-espirituales que obtenemos para nosotros mismos en la primera mitad de la vida y que predominan en la segunda. Cuando, en este segundo período de la vida, nuestros sentidos se debilitan, nuestro pelo se vuelve gris y nuestra piel se arruga, nuestra vida externa puede compararse con una planta moribunda. Aún así, en este período lo que hemos preparado desde nuestro nacimiento, lo que no hemos traído con nosotros de una vida anterior sino que más bien lo hemos elaborado en esta vida, crece incluso más fuerte y más poderoso. Es la parte de nosotros que pasa a través del portal de la muerte, que desecha la vida como algo marchito. Es aquella parte de nosotros que pasa al mundo espiritual. En un momento importante de nuestra vida, cuando las fuerzas frescas de la juventud comienzan a decrecer, comenzamos a cultivar algo nuevo sobre la tierra, esto es, una semilla anímico-espiritual que pasa a través de la muerte.
Podemos ahora preguntarnos qué período de la vida humana puede compararse con la época actual, considerando el desarrollo completo de la humanidad. Puede nuestra época actual compararse con la primera parte de la vida humana, con los primeros treinta y cinco años, o con la última parte. La observación científica-espiritual de la época actual revela que nuestra existencia en el mundo externo puede de hecho compararse sólo con el período de la vida humana entre los treinta y los treinta y cinco años. El desarrollo humano sobre la tierra ya ha pasado la parte media de la vida. Sólo necesitamos comparar las experiencias de la humanidad en nuestra cultura actual con experiencias vividas en las culturas Egipcio-Babilónica o Greco-Romana. Sólo necesitamos señalar nuestros poderosos y admirables logros técnicos e industriales para demostrar que el hombre se ha separado él mismo de lo que está directa e instintivamente conectado con su cuerpo.
El hombre de las culturas antiguas se enfrentaba al mundo como lo haría un niño. La vida del niño es ascendente, completamente dependiente del cuerpo. La vida de la humanidad hoy, en contraste, es mecánica, cortada del cuerpo. La historia, ciencia, filosofía y religión muestran todas que la humanidad en su evolución ha llegado a un punto que está más allá de la mitad de la vida. La moderna pedagogía, con sus esfuerzos para ser fundada sobre líneas racionales, corrobora especialmente este hecho. La pedagogía moderna difiere marcadamente de la antigua pedagogía. Niños que crecen bajo nuestra educación artificial son apartados de los impulsos directos de la humanidad. Una educación anterior, una en una época antes de la mitad de la edad de la humanidad, se derivaba de la intuición y el instinto. La observación de los enigmas de la educación confirma fuertemente el hecho de que la humanidad ha pasado ahora el punto de madurez. Podemos ahora preguntarnos qué punto en la evolución de la humanidad se corresponde con el punto en la vida individual del hombre que tiene entre treinta y treinta y cinco años.
Cuando el investigador espiritual, observando objetivamente la evolución de la humanidad, dirige su mirada a los tiempos antiguos, encuentra una tendencia que culmina en la época Greco-Romana. Encuentra que entonces la humanidad como un todo alcanzó aquella edad que se corresponde con el período entre los treinta y los treinta y cinco años en la vida de un hombre individual. El hombre individual puede utilizar un excedente de fuerzas vitales en su cuerpo para vivir más allá del punto descendente de su vida y cultivar hasta su muerte un núcleo anímico-espiritual. En la vida de la humanidad como un todo, sin embargo, las cosas toman un cariz diferente. Cuando las juveniles fuerzas de la humanidad cesan de fluir, como si dijéramos, se necesita un nuevo impulso para su desarrollo ulterior, un impulso que no reside dentro de la humanidad misma. Incluso si no sabemos nada en absoluto sobre los Evangelios o la tradición, sólo necesitamos observar el desarrollo histórico de la humanidad para descubrir en la época Greco-Romana la entrada de tal impulso. Allí, en un determinado momento, sucedió el punto de inflexión del desarrollo terrenal completo del hombre. Un impulso enteramente nuevo entró en el curso de la evolución humana, cuando sus fuerzas juveniles estaban en declive. Un examen de los antiguos misterios arrojará más luz sobre este hecho histórico.
Estos misterios, que existieron en cada cultura y que hasta cierto grado han llegado a nuestro conocimiento a través de la literatura, eran funciones realizadas en centros que servían tanto como escuelas como iglesias. A través de ritos de culto pensados para transformar la vida cotidiana del alma, estas funciones permitían a los hombres obtener conocimientos superiores. Estas escuelas de misterios adoptaron diferentes formas en diversos países, pero en todos los centros aquellas almas, a las que los líderes de las escuelas juzgaban capaces de lograr un desarrollo, recibían entrenamiento.
En los Misterios la vida del alma del hombre no era considerada como lo es hoy en día. Desde este antiguo punto de vista, que la antroposofía debe renovar, el alma era considerada inadecuada en su estado ordinario para penetrar en aquellas esferas donde su ser más íntimo fluye unido al origen mismo de la vida. Los antiguos creían que el alma humana había de prepararse para el conocimiento sometiéndose a un determinado entrenamiento moral y estético. Ellos pensaban que a través de este entrenamiento interno el alma podía transformarse y por tanto adquirir fuerzas de conocimiento que sobrepasaban las de la vida ordinaria. El alma se hacía entonces capaz de percibir aquellos misterios que subyacen detrás de los fenómenos externos.
Había básicamente dos tipos de centros donde los discípulos eran entrenados para adquirir sabiduría espiritual y visión de los misterios de la vida. Los discípulos de la primera clase, bajo la guía de los líderes del centro, desarrollaban especialmente la vida psíquica. Durante la visión espiritual podían liberarse de su cuerpo. Los misterios egipcios y griegos ofrecían esta clase de entrenamiento. El otro tipo existía en los misterios persas del Asia Menor.
Los discípulos de estos misterios egipcios y griegos eran entrenados para alejar sus sentidos del mundo externo y así entrar eventualmente en la condición en la que cae el hombre ordinariamente inconsciente cuando es vencido por el sueño, cuando las impresiones sensoriales cesan. El alma del discípulo era dirigida completamente dentro de su yo interno, y su vida interna recibía una fuerza e intensidad que sobrepasaba con creces la requerida para recibir las meras impresiones sensoriales. Después de llevar a cabo los ejercicios durante mucho tiempo, el discípulo alcanzaba una cierta etapa en su vida interna en que podía decirse a sí mismo, “El hombre aprende a conocer su ser real sólo cuando se ha desgajado de su cuerpo”. La actitud extraña pero distinta que se evoca en el alma del espíritu daba lugar a una experiencia que podía caracterizar con las palabras, “En la vida cotidiana, cuando uso mi cuerpo para conectarme con el mundo de los sentidos, no vivo realmente dentro de mi naturaleza humana completa. Sólo cuando tengo una experiencia más profunda de mí mismo dentro de mi propio ser soy un hombre en el significado pleno de la palabra.” Esta experiencia inculcaba en él que el hombre puede conocer su esencia espiritual al penetrar en su alma más interna. De ese modo podía acercarse a Dios, la fuente primitiva de su ser. Dentro de sí mismo podía sentir aquel punto en que la vida de su alma se unía con el origen divino de la existencia.
Debe agregarse que este tipo de entrenamiento resultaba en un aumento del egoísmo, y no en un decrecimiento del mismo. Los líderes de los misterios daban gran valor así a la educación en el amor humano y el altruismo. Sabían que a través de la sabiduría de los misterios un discípulo podía de hecho unirse con su dios incluso aunque no estuviera suficientemente preparado, pero se dieron cuenta de que sólo podía hacerlo a costa de incrementar el egoísmo. Al retirarse del mundo sensorial y entrar en el mundo espiritual podía experimentar el yo humano, el Real Ser, con mucha más fuerza de lo habitual. Los hombres en estos misterios que, al fortalecer sus vidas internas percibían a Dios, continuaban siendo miembros útiles de la sociedad humana sólo si habían pasado primero por un desarrollo espiritual basado en una preparación profunda de la vida moral. Esta, la iniciación Dionisíaca, conducía al hombre a experimentar dentro de sí lo que reside en la base de toda la naturaleza humana, esto es, Dionisos.
En el otro tipo de iniciación, practicada principalmente en el Asia Menor y en Asia Central, el hombre era conducido a los secretos de la vida mediante un método opuesto. Él tenía que dominar todas las experiencias internas de su alma, para liberarse de los problemas, de las pasiones e instintos de su existencia personal. Él podía entonces experimentar el curso externo de la naturaleza con mucha mayor intensidad de lo normal. En tanto que nosotros experimentamos normalmente sólo el invierno y el verano, los discípulos de estos centros de iniciación tenían que experimentar, de un modo especial, el cambio de una estación a otra. Incluso mientras nuestras manos participan de la vida de nuestros cuerpos, así el discípulo había de participar en la vida de la tierra. Cuando la tierra se enfriaba, cuando su cobertura vegetal comenzaba a desaparecer, él tenía que sentir dentro de su alma su vida de tristeza y desolación. Tenía que participar en estas experiencias como un miembro del organismo completo de la tierra. También, él podía participar en la vida naciente de la primavera y del despertar de la tierra a mediados del verano, cuando el sol permanece en su punto más alto sobre el horizonte. Él sentía esas fuerzas del sol en unión con la tierra entera.
En esta clase de iniciación el alma del discípulo era retirada de su ser interior, a través de la cual podía participar en los sucesos del cosmos y elevarse a la esencia anímico-espiritual que impregna el universo. Su experiencia difería marcadamente de la contemplación ordinaria de la naturaleza porque sentía que vivía dentro del alma misma del universo. En el buen sentido de la expresión, él estaba al lado de sí mismo. Él estaba, aunque uno duda a la hora de utilizar esta palabra porque ha adquirido una connotación negativa, en éxtasis. Al lograr esta unión con el cosmos podía decirse a sí mismo que a través de vivir en el universo y de experimentar sus más íntimas fuerzas anímico-espirituales, se había llegado a dar cuenta de que en todas partes la meta final del cosmos es la creación del hombre. Si el hombre no existiera, toda la creación no podría alcanzar su fin, porque él era el significado del cosmos.
Una cosa es decir esto y otra bastante distinta experimentarlo. Los discípulos de los misterios sentían este hecho porque entraban en la vida del universo con una autoconciencia aumentada. En verdad, este orgulloso sentido del yo era indispensable para su experiencia del cosmos. Mientras que el egoísmo residía en la penetración del hombre en su ser espiritual, el orgullo reside en su unión con la esencia anímico-espiritual del mundo. Por tanto, aquellos que preparaban a los discípulos para tales experiencias tenían cuidado que no cayeran por completo en las garras del orgullo.
En los tiempos antiguos, todas las verdades que constituían el conocimiento del hombre se adquirían por medio de los misterios por uno de los dos senderos. El curso de desarrollo de la humanidad estaba entonces en ascenso. El hombre estaba desarrollando nuevas fuerzas y vivía en la etapa de la niñez, como si dijéramos. Tuvo que aprender a través de los misterios cómo alcanzar los mundos espirituales. Las antiguas civilizaciones siempre revelaban uno de estos dos lados: aquel derivado del fortalecimiento de la vida interna del hombre, y aquel derivado de investigar el universo entero, lo que le permitía decir que todo esto señalaba al ser humano, a la parte anímico-espiritual que lleva en su interior. Un discípulo de la segunda clase de iniciación podía decir también cuando miraba al espacio, “Allí, en el amplio espacio del universo, vive algo que debe entrar en mí si quiero conocerme completamente como ser humano. Pero cuando vivo en la tierra, incapaz de mirar al ancho mundo, el espíritu no puede llegar a mí, y no puedo conocerme realmente como hombre.”
La humanidad entró entonces en una época en que sus fuerzas de juventud se extinguieron. La raza humana toda alcanzó una edad correspondiente a la edad entre los treinta y los treinta y cinco años de la vida del hombre individual. En esta época los antiguos misterios, que existían para ayudar a la humanidad en su juventud, habían perdido su razón de ser. Además, sucedió algo que es muy difícil de entender incluso ahora. Cuando el hombre trató de elevarse a la esencia anímico-espiritual del cosmos, esta esencia ya no se acercaba a él; él no podía ya experimentar al dios dentro de sí.
Cuando el antiguo persa sobrepasó su estado ordinario de conciencia, podía sentir cómo Dios descendía sobre su alma, cómo su alma se impregnaba con el Dios del universo. La humanidad siempre tuvo esta posibilidad mientras poseyó sus fuerzas de juventud. Pero en la época Greco-Romana esta posibilidad terminó. Entonces, todo lo prescrito en los antiguos misterios para inspirar al hombre se volvió ineficaz, porque la humanidad era receptiva a esta inspiración sólo en la época de su juventud. Surgió ahora algo más. Lo que el hombre no podía ya recibir porque la naturaleza humana individual había perdido la capacidad de recibirlo incluso con la ayuda de los misterios, entró ahora en la evolución completa de la humanidad. Tuvo que venir un ser humano que pudiera unir directamente los dos senderos de iniciación.
Desde el punto de vista estricto de la ciencia espiritual, aparte de todos los Evangelios, vemos ahora a Cristo entrando en la evolución del mundo. Imaginemos a alguien que no conoce nada en absoluto de los Evangelios, no sabe nada de tradiciones, pero que ha entrado en la civilización moderna con un alma impregnada de ciencia espiritual. Tal persona tendría que decirse a sí misma: “Hubo un tiempo en la evolución del mundo y en la historia de la humanidad en que la receptividad del hombre hacia la vida espiritual cesó”. Pero la humanidad ha conservado su vida anímico-espiritual. ¿Cómo puede ser? La esencia anímico-espiritual que el hombre tomó dentro de sí debe haber entrado en la evolución de la tierra de alguna otra manera, independientemente del hombre. Un Ser debe haber acogido dentro de sí lo que los discípulos de los misterios recibieron una vez por medio del poder de un alma anímica poderosamente desarrollada. En suma, debe haber aparecido un ser humano que internamente poseyera lo que uno de los senderos de misterios permitía que el alma experimentara directamente, esto es, la esencia espiritual del mundo exterior, el espíritu del universo. La ciencia espiritual contempla así a Jesucristo como el que poseía inherentemente aquellos poderes fortalecidos del alma anteriormente adquiridos por discípulos de uno de los senderos de los misterios. Con estos poderes del alma, él podía poner dentro de sí aquella parte del cosmos que los discípulos del otro camino de misterios habían recibido una vez. Desde el punto de vista de la ciencia espiritual podemos decir que lo que los discípulos de los antiguos misterios una vez buscaron a través de una conexión externa con la Divinidad vino a la expresión de forma inmediata y como hecho histórico en Jesucristo. ¿Cuándo sucedió esto? Sucedió en aquella edad cuando las fuerzas que ya estaban agotadas en la humanidad como un todo estaban también agotadas en la vida del ser humano individual. En su trigésimo año Jesús alcanzó la edad que la humanidad como un todo había alcanzado entonces. Fue en este año cuando recibió a Cristo. Recibió al espíritu del cosmos en su alma completamente desarrollada, internamente fortalecida. En el punto de inflexión de la evolución humana descubrimos que un hombre ha acogido en su alma la esencia divino-espiritual del universo. Lo que se perseguía en los antiguos misterios se ha convertido ahora en un suceso histórico.
Procedamos, teniendo en mente las indicaciones de los Evangelios relativas a la vida de Jesucristo desde el Bautismo en el Jordán hasta Su Resurrección. La ciencia espiritual nos permite decir que en este período entró algo completamente nuevo en la evolución de la humanidad. En el pasado, el hombre establecía un contacto real con la esencia divina sólo mediante los misterios. Lo que era así experimentado en los misterios salía al mundo como revelaciones, para ser aceptadas con la fe. En el suceso que estamos considerando ahora, el contacto con la esencia divino-espiritual del cosmos sucedió de tal forma que dentro del hombre Jesús, entró Cristo en la corriente vital terrestre durante un período de tres años. Entonces, en el Misterio del Gólgota, una fuerza que anteriormente vivía fuera de la tierra se vertió dentro del mundo. Todas las experiencias por las que pasó Cristo mientras vivió en el cuerpo de Jesús provocaron la existencia de este poder en el mundo terreno, en la parte terrena del cosmos. Desde entonces este poder ha vivido en la misma atmósfera en que viven nuestras almas.
Podemos calificar uno de los dos tipos de iniciación como sub-terrenal y designar a la otra, en la que el hombre acogía el espíritu del cosmos, como supra-terrenal. En cualquier caso, el hombre tuvo que abandonar su esencia humana para hacer contacto con la esencia divina. El Misterio del Gólgota, sin embargo, concierne no sólo al ser humano individual sino también a la historia completa del hombre sobre la tierra. A través de este suceso la humanidad recibió algo completamente nuevo. Con el Bautismo en el río Jordán algo anteriormente experimentado por todo discípulo de los misterios entró en un único ser humano, y desde este único ser humano algo fluyó a la atmósfera espiritual de la tierra, permitiendo que toda alma que hiciera lo mismo viviera y se sumergiera en ello. Este nuevo impulso entró en la esfera terrestre a través de la muerte y resurrección de Cristo. Desde el Misterio del Gólgota el hombre vive en un entorno espiritual, un entorno que ha sido Cristificado porque ha absorbido el impulso de Cristo. Desde el tiempo en que la evolución humana entró en su descenso, el alma humana puede revivirse a sí misma; puede establecer una conexión con Cristo. El hombre puede crecer más allá de las fuerzas de la muerte que lleva dentro de sí. La fuente espiritual del origen del hombre ya no puede encontrarse en el antiguo sendero; debe ser encontrada en el nuevo, buscando una conexión con Cristo dentro de la atmósfera espiritual de la tierra.
El suceso de Cristo aparece ante el investigador espiritual con una luz especial. Puede ser de interés describir lo que puede realmente experimentar después de haber cambiado tanto su alma como para percibir el mundo espiritual. El investigador espiritual puede contemplar una variedad de procesos espirituales y seres, pero los ve de una manera especial, dependiendo de si ha experimentado o no el impulso de Cristo durante su existencia física. Incluso hoy uno puede ser un investigador espiritual sin haber hecho ninguna conexión interna con el impulso de Cristo. Alguien que ha pasado a través de cierto desarrollo del alma y alcanzado la visión espiritual puede de ese modo investigar muchos misterios del mundo, misterios que residen en los fundamentos del universo, aún incluso con esta visión, es posible que no pueda aprender todavía nada del impulso de Cristo y del Ser de Cristo. Si establecemos una conexión con Cristo mientras estamos en el cuerpo físico, no obstante, antes de alcanzar la visión espiritual, si esta conexión se establece a través del sentimiento, entonces esta experiencia de Cristo que hemos obtenido mientras estábamos en el cuerpo permanece con nosotros como un recuerdo cuando entramos en el mundo espiritual. Percibimos que incluso mientras vivíamos en el cuerpo teníamos una conexión con el mundo espiritual.
El impulso de Cristo se nos aparece así como la esencia espiritual dada al hombre en un momento en que la antigua herencia ya no existía en la evolución humana. Lo que el ser humano individual experimenta después de sus treinta a treinta y cinco años, lo experimentó la humanidad entera al comienzo de nuestra era. La humanidad, que a diferencia del ser humano individual no posee un cuerpo, habría perdido su conexión con el mundo divino-espiritual si no hubiera sido por un Ser supraterrenal, un Ser que descendió a la tierra desde el cosmos y vertió su esencia en la evolución de la tierra. Este acto permitió al hombre recuperar su conexión con el mundo espiritual.
Me doy cuenta de que estoy presentando cosas que son incluso menos conocidas para el público de lo que lo son los principios de la ciencia espiritual. Hoy no puedo dar sino unas pocas indicaciones, que en ellas mismas no pueden producir ningún tipo de convicción. En relación con el impulso de Cristo sólo puedo señalar la dirección tomada por la ciencia espiritual, que busca ser una continuación de la ciencia natural. Los pensamientos que acabo de presentar deben entrar gradualmente en la evolución humana, lo harán cuanto más entre la ciencia espiritual en la evolución humana. A diferencia de muchas otras cosas en que se está avanzando hoy, la ciencia espiritual no lo tiene fácil. Asume que antes de alcanzar ciertas experiencias definidas el alma debe transformarse antes.
Con respecto a la experiencia de Cristo en particular, la ciencia espiritual señala el hecho significativo de que en los antiguos misterios el hombre podía encontrar una conexión con la esencia divina sólo al salir de su propio ser. Para experimentar la esencia divina él tenía que abandonar su humanidad, convertirse en algo que ya no era humano. Después del punto de inflexión de la evolución humana, sin embargo, surgió la maravillosa y significativa posibilidad de que el hombre no necesitara ya salir de sí mismo en una dirección u otra. De hecho, el hombre carecía de fuerza para hacerlo. Ni pudo en su juventud anticipar un momento en que esto sería posible ya que la humanidad había alcanzado ya una determinada edad.
El Misterio del Gólgota permitió al hombre trascender su esencia humana ordinaria mientras mantenía aún su humanidad. Él podía ahora encontrar a Cristo siendo un hombre, y no al incrementar su egoísmo o su orgullo. Se hizo posible ahora que el hombre encontrara a Cristo al profundizar y fortalecerse en su propio ser. Con el Cristianismo entró algo en la evolución humana que permitió al hombre decirse a sí mismo, “Debes seguir siendo un hombre; debes conservar al hombre en tu yo más íntimo. Como ser humano encontrarás dentro de ti aquel elemento en el que tu alma está inmersa desde el Misterio del Gólgota. No necesitas abandonar tu esencia humana descendiendo al egoísmo o ascendiendo al orgullo”.
Desde el Misterio del Gólgota hasta la actualidad la cualidad que cada alma humana necesita ahora, la cualidad que en épocas pasadas podía ser encontrada sólo fuera de la humanidad, debe ser encontrada en la humanidad misma, dentro de la evolución de la tierra. Esta cualidad más profunda y significativa es el amor. El hombre en su desarrollo no debe seguir ya el camino de fortalecer su alma en uno de los caminos de misterios que conduce al egoísmo, porque desde el Misterio del Gólgota es esencial que el hombre adquiera la capacidad de trascender el egoísmo, de conquistar el egoísmo y el orgullo. Habiendo hecho esto, puede experimentar el yo superior -El Real Ser gnóstico-dentro de él. Debe seguirse ahora un sendero de desarrollo que no nos conduce al egoísmo y el orgullo sino que permanece dentro del elemento del amor. Esta verdad reside en el fundamento de las significativas palabras de San Pablo “No yo, sino Cristo en mí”.
Sólo tras el Misterio del Gólgota se hizo posible experimentar objetivamente a Cristo como ese elemento que permite al hombre unirse con la esencia divina. Un discípulo de los antiguos misterios puede en verdad haber anticipado las palabras de San Pablo, pero no pudo haber experimentado su realización. Los discípulos de los misterios y sus seguidores podían decir, “Fuera de mi propio ser hay un dios que vierte su esencia en mi interior”. O también podían decir, “Cuando fortalezco mi ser interno, aprendo a conocer a Dios en las profundidades de mi propia alma”. Hoy, sin embargo, todo ser humano puede decir, “El amor que pasa a otras almas y a otros seres no puede encontrarse fuera de mi propio ser; sólo puede encontrarse continuando a lo largo de los senderos de mi propia alma”.
Cuando nos sumergimos amorosamente en otros seres, nuestras almas permanecen inalteradas; el hombre sigue siendo hombre incluso cuando va más allá de sí mismo y descubre a Cristo en su interior. Que Él pueda ser así encontrado fue hecho posible por el Misterio del Gólgota. El alma permanece dentro de la esfera humana cuando alcanza aquella experiencia expresada por San Pablo, “No yo, sino Cristo en mí”. Tenemos entonces la experiencia mística de sentir que una esencia humana superior vive en nosotros, una esencia que nos envuelve en el mismo elemento que lleva el alma de vida en vida, de encarnación en encarnación. Esta es la experiencia mística de Cristo, que sólo podemos tener a través de un entrenamiento en el amor.
Sólo tras el Misterio del Gólgota se hizo posible experimentar objetivamente a Cristo como ese elemento que permite al hombre unirse con la esencia divina. Un discípulo de los antiguos misterios puede en verdad haber anticipado las palabras de San Pablo, pero no pudo haber experimentado su realización. Los discípulos de los misterios y sus seguidores podían decir, “Fuera de mi propio ser hay un dios que vierte su esencia en mi interior”. O también podían decir, “Cuando fortalezco mi ser interno, aprendo a conocer a Dios en las profundidades de mi propia alma”. Hoy, sin embargo, todo ser humano puede decir, “El amor que pasa a otras almas y a otros seres no puede encontrarse fuera de mi propio ser; sólo puede encontrarse continuando a lo largo de los senderos de mi propia alma”.
Cuando nos sumergimos amorosamente en otros seres, nuestras almas permanecen inalteradas; el hombre sigue siendo hombre incluso cuando va más allá de sí mismo y descubre a Cristo en su interior. Que Él pueda ser así encontrado fue hecho posible por el Misterio del Gólgota. El alma permanece dentro de la esfera humana cuando alcanza aquella experiencia expresada por San Pablo, “No yo, sino Cristo en mí”. Tenemos entonces la experiencia mística de sentir que una esencia humana superior vive en nosotros, una esencia que nos envuelve en el mismo elemento que lleva el alma de vida en vida, de encarnación en encarnación. Esta es la experiencia mística de Cristo, que sólo podemos tener a través de un entrenamiento en el amor.
La ciencia espiritual muestra cómo se hizo posible que el ser humano tuviera esta experiencia interior, mística, de Cristo. A modo de comparación, encontramos en la filosofía occidental el pensamiento expresado de que si no tuviéramos ojos no veríamos colores. Nuestros ojos deben estar formados de tal manera que puedan percibir colores; debe haber una predisposición interna a los colores en nuestros ojos, por así decirlo. Si no tuviéramos ojos, el mundo sería incoloro y oscuro para nosotros. El mismo razonamiento se aplica a los demás sentidos. Ellos deben estar predispuestos también para la percepción del mundo externo. A partir de este argumento Schopenhauer y otros filósofos han concluido que el mundo externo es un mundo de nuestras propias representaciones. Goethe ha acuñado el hermoso lema, “Si el ojo no fuera como el sol, nunca podría percibir el sol”. Podríamos decir además, “El alma humana nunca podría comprender a Cristo si no fuera capaz de transformarse de tal forma que pudiera experimentar internamente las palabras No yo, sino Cristo en mí.”
Goethe tenía algo más en mente cuando expresó la verdad de que si el ojo no fuera como el sol no podría ver el sol, es decir, que nuestros ojos no podrían existir si no hubiera habido luz para formarlos a partir del ser humano sin vista. El primer pensamiento es tan cierto como el segundo. No podría haber percepción sin ojos, y tampoco ojos sin luz.
Similarmente, puede decirse que si el alma no experimentara internamente a Cristo, si no se identificara con el poder de Cristo, Cristo sería inexistente para el alma. ¿Cómo puede el alma humana percibir a Cristo a menos que se identifique con Él? Y el pensamiento contrario es igual de cierto, es decir, el hombre puede experimentar a Cristo dentro de sí mismo sólo porque en un determinado momento de la historia el impulso de Cristo entró en la evolución de la humanidad. Sin el Cristo histórico no habría Cristo místico. La afirmación de que el alma humana podría experimentar a Cristo incluso si Cristo nunca hubiera entrado en la evolución de la humanidad es una mera abstracción. Antes del Misterio del Gólgota era imposible tener una experiencia mística de Cristo. Cualquier otro argumento está basado en un malentendido. Igual que sería imposible para nosotros tener la experiencia mística de Cristo sin el Cristo histórico, incluso aunque el Cristo histórico puede ser descubierto sólo por aquellos que han experimentado al Cristo místico.
A través de la ciencia espiritual somos conducidos así a una visión de Cristo no basada en los Evangelios. A través de la ciencia espiritual podemos percibir que en el curso de la historia Cristo entró en la evolución de la humanidad, y sabemos que Él tuvo que vivir una vez en un ser humano de tal forma que Él pudiera encontrar un camino que condujera a través de un ser humano hasta la atmósfera espiritual de la tierra.
La investigación espiritual nos conduce así a Cristo, y a través de Cristo al Jesús histórico. Lo hace en un momento en que la investigación externa, basada en documentos externos, cuestiona tan a menudo la existencia histórica de Jesús.
Los pensamientos que he presentado aquí pueden por supuesto encontrar oposición, pero puede comprenderlo completamente si alguien dice que mis afirmaciones les parecen un sueño fantasioso.
A partir de la contemplación espiritual de la evolución completa de la humanidad podemos, a través de la ciencia espiritual, llegar a un reconocimiento de Cristo, y a través de la propia naturaleza de Cristo podemos reconocer que Él una vez debió haber vivido en un cuerpo humano. La investigación científico-espiritual necesariamente conduce al Jesús histórico. Ciertamente, es posible indicar con precisión matemática cuándo Cristo debe haber vivido en el hombre Jesús, en el Jesús histórico. Igual que es posible comprender las fuerzas mecánicas exteriores a través de las matemáticas, así también es posible comprender a Jesús contemplando la historia con una visión espiritual que incluye a Cristo. Aquel Ser que vivió en Jesús desde los treinta hasta los treinta y tres años dio el impulso que la humanidad necesitaba para su desarrollo en un momento en que sus fuerzas de juventud comenzaban a declinar.
Recapitulando, puedo decir que una nueva comprensión de Cristo es hoy una necesidad. La ciencia espiritual no solo trata de conducirnos a Cristo; debe hacerlo. Todas las verdades que avanza deben conducir de una contemplación espiritual del desarrollo del hombre a una comprensión de Cristo. Los hombres experimentarán a Cristo cada vez en mayor medida, y a través de Cristo descubrirán a Jesús.
Así, he tratado hoy de comenzar desde la evolución de la humanidad, dirigiendo vuestra mirada desde Jesús, al cual muchos miran con escepticismo, hasta Cristo. En el futuro, Jesús será encontrado en aquel camino que caracterizamos con las palabras, “A través de un conocimiento espiritual de Cristo hacia un conocimiento histórico de Jesús”.
Por el V.A. Rudolf Steiner :Conferencia impartida en Hamburgo, 15 de noviembre de 1913. GA 148
Vía: Biosofía
Goethe tenía algo más en mente cuando expresó la verdad de que si el ojo no fuera como el sol no podría ver el sol, es decir, que nuestros ojos no podrían existir si no hubiera habido luz para formarlos a partir del ser humano sin vista. El primer pensamiento es tan cierto como el segundo. No podría haber percepción sin ojos, y tampoco ojos sin luz.
Similarmente, puede decirse que si el alma no experimentara internamente a Cristo, si no se identificara con el poder de Cristo, Cristo sería inexistente para el alma. ¿Cómo puede el alma humana percibir a Cristo a menos que se identifique con Él? Y el pensamiento contrario es igual de cierto, es decir, el hombre puede experimentar a Cristo dentro de sí mismo sólo porque en un determinado momento de la historia el impulso de Cristo entró en la evolución de la humanidad. Sin el Cristo histórico no habría Cristo místico. La afirmación de que el alma humana podría experimentar a Cristo incluso si Cristo nunca hubiera entrado en la evolución de la humanidad es una mera abstracción. Antes del Misterio del Gólgota era imposible tener una experiencia mística de Cristo. Cualquier otro argumento está basado en un malentendido. Igual que sería imposible para nosotros tener la experiencia mística de Cristo sin el Cristo histórico, incluso aunque el Cristo histórico puede ser descubierto sólo por aquellos que han experimentado al Cristo místico.
A través de la ciencia espiritual somos conducidos así a una visión de Cristo no basada en los Evangelios. A través de la ciencia espiritual podemos percibir que en el curso de la historia Cristo entró en la evolución de la humanidad, y sabemos que Él tuvo que vivir una vez en un ser humano de tal forma que Él pudiera encontrar un camino que condujera a través de un ser humano hasta la atmósfera espiritual de la tierra.
La investigación espiritual nos conduce así a Cristo, y a través de Cristo al Jesús histórico. Lo hace en un momento en que la investigación externa, basada en documentos externos, cuestiona tan a menudo la existencia histórica de Jesús.
Los pensamientos que he presentado aquí pueden por supuesto encontrar oposición, pero puede comprenderlo completamente si alguien dice que mis afirmaciones les parecen un sueño fantasioso.
A partir de la contemplación espiritual de la evolución completa de la humanidad podemos, a través de la ciencia espiritual, llegar a un reconocimiento de Cristo, y a través de la propia naturaleza de Cristo podemos reconocer que Él una vez debió haber vivido en un cuerpo humano. La investigación científico-espiritual necesariamente conduce al Jesús histórico. Ciertamente, es posible indicar con precisión matemática cuándo Cristo debe haber vivido en el hombre Jesús, en el Jesús histórico. Igual que es posible comprender las fuerzas mecánicas exteriores a través de las matemáticas, así también es posible comprender a Jesús contemplando la historia con una visión espiritual que incluye a Cristo. Aquel Ser que vivió en Jesús desde los treinta hasta los treinta y tres años dio el impulso que la humanidad necesitaba para su desarrollo en un momento en que sus fuerzas de juventud comenzaban a declinar.
Recapitulando, puedo decir que una nueva comprensión de Cristo es hoy una necesidad. La ciencia espiritual no solo trata de conducirnos a Cristo; debe hacerlo. Todas las verdades que avanza deben conducir de una contemplación espiritual del desarrollo del hombre a una comprensión de Cristo. Los hombres experimentarán a Cristo cada vez en mayor medida, y a través de Cristo descubrirán a Jesús.
Así, he tratado hoy de comenzar desde la evolución de la humanidad, dirigiendo vuestra mirada desde Jesús, al cual muchos miran con escepticismo, hasta Cristo. En el futuro, Jesús será encontrado en aquel camino que caracterizamos con las palabras, “A través de un conocimiento espiritual de Cristo hacia un conocimiento histórico de Jesús”.
Por el V.A. Rudolf Steiner :Conferencia impartida en Hamburgo, 15 de noviembre de 1913. GA 148
Vía: Biosofía
Gráficos: a excepción del último son de Myung Bo
1 comentario:
gracias por ser lo que es ,y ante todo " ...lo mas verdadero que lo verdadero :comprender lo incomprensible" . j. cocteau
att :necty
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