La idea del esoterismo ocupa un lugar muy importante en el Cristianismo y en el Nuevo Testamento, si éstos son bien entendidos. Pero para poder entender tanto uno como otro es necesario, en primer lugar, separar estrictamente lo que corresponde al esoterismo (o, más exactamente, lo que en la idea esotérica ocupa el lugar principal) y lo que no corresponde al esoterismo, esto es, lo que no se deriva de la idea esotérica.
En el Nuevo Testamento la idea esotérica ocupa el lugar principal en los cuatro Evangelios. Lo mismo puede decirse de la Revelación de San Juan. Pero, con la excepción de varios pasajes, las ideas esotéricas en el Apocalipsis se encuentran “en clave”, más aún que en los Evangelios, y sus partes en esta forma no entran en el siguiente estudio. Los Hechos y las Epístolas son obras de un peso específico completamente diferente al de los cuatro Evangelios. Se encuentran en ellas ideas esotéricas, pero estas ideas no ocupan ahí un lugar predominante, y podrían existir sin estas ideas.
Los cuatro Evangelios están escritos por los pocos, por los muy pocos, por los discípulos de las escuelas esotéricas. Por inteligente y educado, en el ordinario sentido de la palabra, que un hombre pueda ser, no podrá entender los Evangelios sin recibir indicaciones especiales y sin tener conocimientos esotéricos especiales. Al mismo tiempo es necesario recordar que los cuatro Evangelios son la .única fuente por la que sabemos de Cristo y de sus enseñanzas. Los Hechos y las “Epístolas” de los Apóstoles añaden varios datos esenciales, pero también introducen muchas cosas que no se encuentran en los Evangelios y que contradicen a los Evangelios. En todo caso, de las Epístolas no sería posible reconstruir ni la persona de Cristo, ni el drama del Evangelio, ni la esencia de las enseñanzas evangélicas.
Las Epístolas de los Apóstoles, y especialmente las Epístolas del Apóstol Pablo, son la construcción de la Iglesia. Son la adaptación de las ideas de los Evangelios, la materialización de ellas, la aplicación de ellas a la vida, a menudo una aplicación que va contra la idea esotérica.
La adición de los Hechos y de las Epístolas a los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento tiene un doble significado Primero (desde el punto de vista de la Iglesia), da la posibilidad a la Iglesia, que de hecho se origina de las Epístolas, de establecer una conexión con los Evangelios y con el “drama de Cristo”. Y, segundo, (desde el punto de vista del esoterismo) da la posibilidad a unos cuantos hombres, que principian con el Cristianismo de la Iglesia, pero que pueden entender la idea esotérica, de ponerse en contacto con la fuente original y quizá de poder encontrar la verdad oculta.
Históricamente, el papel principal en la formación del Cristianismo lo jugaron no las enseñanzas de Cristo sino las enseñanzas de Pablo. El Cristianismo eclesiástico desde un principio contradijo en muchos aspectos a las ideas de Cristo mismo. Más tarde, la divergencia se hizo más grande. No es de ningún modo una idea nueva el que Cristo, de haber aparecido en la tierra posteriormente, no sólo no podría ser el jefe de la Iglesia Cristiana, sino probablemente no podría siquiera pertenecer a ella, y en los periodos más brillantes de fuerza y poder de la Iglesia habría sido declarado, muy posiblemente, un hereje y habría sido quemado en la pira. Aun en nuestra época más afortunada, en que las Iglesias Cristianas, si no han perdido sus caracteres anti-cristianos, han principiado por todos los medios a encubrirlos. Cristo podría haber vivido sin sufrir las persecuciones de los “escribas y fariseos” quizá sólo en alguna ermita rusa.
Por lo tanto el Nuevo Testamento, así como las enseñanzas cristianas, no pueden ser tomados como un todo. Debe recordarse que cultos posteriores se desviaron radicalmente de las enseñanzas fundamentales de Cristo mismo, que en primer lugar no formaron nunca un culto. Además, no es posible de ningún modo hablar de “pueblos cristianos”, “naciones cristianas”, “cultura cristiana”. En realidad todos estos conceptos tienen solamente un significado histórico-geográfico.
Tomando como base todo lo que hasta aquí se ha dicho, al hablar del Nuevo Testamento tomaré en cuenta en adelante solamente los cuatro Evangelios, y en dos o tres ocasiones el Apocalipsis. Y al hablar del Cristianismo o de la doctrina Cristiana (o evangélica), tomaré en cuenta solamente las enseñanzas que se encuentran contenidas en los cuatro Evangelios. Todas las adiciones posteriores, basadas en las Epístolas de los Apóstoles, en las decisiones de los concilios, en las obras de los Padres de la Iglesia, en las visiones de los místicos y en las ideas de los reformadores, no entrarán dentro de los límites de mis estudios.
El Nuevo Testamento es un libro muy extraño. Está escrito para aquéllos que tienen ya un cierto grado de comprensión, para aquéllos que tienen una llave. Es un gran error pensar que el Nuevo Testamento es un libro sencillo, y que es inteligible para el hombre común y corriente. Es imposible leerlo fácilmente, del mismo modo que es imposible leer fácilmente un libro de matemáticas, lleno de fórmulas, de expresiones sui géneris, de referencias explícitas y tácitas a la literatura matemática, de alusiones a diversas teorías conocidas solamente por los “iniciados”, etc. Al mismo tiempo, hay en el Nuevo Testamento cierto número de pasajes que pueden ser entendidos emocionalmente, es decir, que pueden producir una cierta impresión emocional, diferente según cada gente, y aun para un mismo hombre según distintos momentos de su vida. Pero es completamente erróneo pensar que estas impresiones emocionales explican totalmente el contenido de los Evangelios. Cada frase, cada palabra, contiene ideas ocultas, y sólo cuando estas ideas ocultas empiezan a descubrirse, puede verse el poder de esta obra y su influencia, que ha durado por dos mil años, sobre los hombres.
Es notable que según su actitud hacia el Nuevo Testamento, por el modo como lo lee, por lo que comprende de él, por lo que deduce a partir de él, el hombre se de a conocer. El Nuevo Testamento es un examen general para la humanidad entera. En los países cultos de nuestros días todo el mundo ha oído hablar del Nuevo Testamento, ya que no es necesario ser oficialmente cristiano para esto. Un cierto grado de conocimiento sobre el Nuevo Testamento y el Cristianismo forma parte de la educación general. Y un hombre muestra el nivel de desarrollo de su estado interior según la forma en que lee el Nuevo Testamento, según lo que deduce o no puede deducir de él, según que lo lea o deje de hacerlo.
En cada uno de los cuatro Evangelios hay muchas cosas conscientemente pensadas y basadas en un gran conocimiento y en una profunda comprensión del alma humana. Ciertos pasajes están escritos con la idea definida de que un hombre los entienda de un modo, otro de un modo diferente y un tercero de otro distinto, y de que estos hombres no puedan ponerse nunca de acuerdo en la interpretación y comprensión de lo que han leído; y de que al mismo tiempo todos ellos estén igualmente equivocados, y de que el significado verdadero consista en algo que no se les haya ocurrido nunca por si mismos.
Un simple análisis literario del estilo y contenido de los cuatro Evangelios muestra el inmenso poder de estas narraciones. Fueron escritos conscientemente con un propósito definido por hombres que sabían más de lo que escribieron. Los Evangelios nos hablan de un modo directo y exacto de la existencia del pensamiento esotérico, y ellos mismos son una de las principales evidencias de la existencia de este pensamiento.
¿Qué significado y qué finalidad puede tener este libro si aceptamos que está escrito conscientemente? Probablemente no una sino muchas finalidades; antes que todo, indiscutiblemente, la finalidad o propósito de enseñar a los hombres que sólo hay un camino para el conocimiento oculto, en caso de que ellos quieran o puedan seguirlo y, al enseñarlo, hacer la selección de los que tienen la capacidad de seguirlo, dividir a los hombres en los “a propósito” y los “no a propósito”, desde este punto de vista.
Las enseñanzas cristianas forman una religión muy austera, infinitamente lejana del Cristianismo sentimental creado por los modernos predicadores. A lo largo de todas las enseñanzas cristianas, en su verdadero significado, se encuentra la idea de que el “Reino de los Cielos”, cualquiera que sea el significado de estas palabras, pertenece a los pocos, de que angosta es la puerta y estrecho el camino, y de que sólo unos cuantos pueden pasar y así lograr la “salvación”, y de que aquéllos que no pasan no son sino residuos que habrán de ser quemados.
“Y ahora también la segur está puesta a la raíz de los árboles: así, todo árbol que no hace buen fruto, es cortado y echado al fuego.
“Su aventador en su mano está, y aventará su era; y allegará su trigo en el alfolí, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. (S. Mat. 3.10,12).
La idea de la exclusividad y dificultad de la “salvación” se encuentra tan definida y se subraya tan frecuentemente en los evangelios, que todas las mentiras y la hipocresía del Cristianismo moderno son realmente necesarias para poder olvidarla y para atribuir a Cristo la idea sentimental de la salvación general. Estas ideas se encuentran tan lejos del verdadero Cristianismo como el papel de reformador social, que también se atribuye a Cristo algunas veces, se encuentra de Cristo.
Todavía más lejos del Cristianismo está, desde luego, la religión del “Infierno y el Pecado” adoptada por algunos grupos sectarios de cierta clase particular que de tiempo en tiempo han aparecido en todas las ramas del Cristianismo, pero especialmente en el Protestantismo. Al hablar del Nuevo Testamento es necesario antes que todo exponer, aun cuando sea aproximadamente, el criterio propio en relación con las versiones existentes del texto y de la historia de los Evangelios.
No hay ninguna base para suponer que los Evangelios fueron escritos por las personas a quienes se les atribuyen, es decir, por discípulos inmediatos a Jesús. Debe suponerse, con más visos de probabilidad, que los cuatro Evangelios tienen cada uno una historia muy diferente y que fueron escritos muy posteriormente a las fechas que se aceptan generalmente por la iglesia. Es muy probable que los Evangelios hayan aparecido como el resultado del trabajo conjunto de varias personas, quienes quizá reunieron diversos manuscritos de los que circulaban entre los seguidores de los apóstoles y que contenían relaciones de los hechos milagrosos que habían ocurrido en Judea. Pero al mismo tiempo hay fundadas bases para pensar que estas colecciones de manuscritos fueron editadas por personas que perseguían un objetivo perfectamente definido y que preveían la enorme difusión y significación que habría de alcanzar el Nuevo Testamento.
Los Evangelios difieren mucho uno de otro. El primero, es- decir, el Evangelio de San Mateo, puede ser considerado como el principal. Hay una hipótesis según la cual este Evangelio fue escrito originalmente en arameo, es decir, en el lenguaje en el que se supone que Cristo hablaba, y fue traducido al griego hacia fines del siglo primero. Pero hay también otras hipótesis, por ejemplo, que Cristo impartió sus enseñanzas en griego, ya que igualmente que el arameo, también se hablaba en aquel tiempo el griego. Los Evangelios de San Marcos y San Lucas fueron construidos con el mismo material que sirvió para el Evangelio según San Mateo. Es muy posible, como Renán afirma, que estos dos Evangelios hayan sido escritos en griego.
El Evangelio de San Juan, que fue escrito posteriormente, es de una clase completamente distinta. Fue también escrito en griego y probablemente por un griego, de seguro que no por un judío. Un pequeño rasgo nos demuestra esto. En todos los casos en que en los otros Evangelios se dice “el pueblo”, en el Evangelio de San Juan se dice “los judíos”. Esto puede verse también en la siguiente explicación que de ningún modo pudo haber hecho un judío:
“Tomaron pues el cuerpo de Jesús, y envolviéronlo en lienzos con especias, como es costumbre de los Judíos sepultar”. (San Juan 19-40).
El Evangelio de San Juan es una obra literaria excepcional. Está escrito en un extraordinario estado emocional como de trastorno, y puede producir una impresión absolutamente indescriptible en un hombre que esté a su vez en un agudo estado emocional. No es posible leer el Evangelio de San Juan intelectualmente. Hay también mucho de emocional en los otros Evangelios, pero es posible comprenderlos con la mente. El Evangelio de San Juan no puede de ningún modo comprenderse mentalmente. En él se siente una transportación emocional que llega al éxtasis. En este estado de transportación emocional un hombre rápidamente dice o escribe ciertas palabras o frases llenas de profundo significado para él y para las personas que se encuentran en el mismo estado que él, pero completamente carentes de sentido para quienes las escuchan y las piensan de un modo común y corriente. Es difícil hacer este experimento, pero si cualquiera leyera el Evangelio de San Juan en un agudo estado emocional, comprendería lo que ahí se dice y se convencería de que este Evangelio es una obra literaria excepcional, que no puede ser medida con las normas ordinarias ni juzgada en el mismo nivel que los libros que están escritos intelectualmente y que pueden ser leídos y entendidos intelectualmente.
El texto de los cuatro Evangelios en lenguaje moderno se encuentra considerablemente corrompido, pero, sin embargo, menos de lo que podría esperarse. El texto se corrompió en la transcripción hecha en los primeros siglos, y después, en nuestros días, en la traducción. El texto original auténtico no ha sido conservado, pero si comparamos las presente» traducciones con los textos antiguos existentes. Griego, Latino y Eslavo-eclesiástico, notamos una diferencia de un carácter perfectamente definido. Las alteraciones y deformaciones son todas semejantes en uno y en otros. Su naturaleza psicológica es siempre idéntica, es decir, en todos los casos en los que se nota una alteración puede verse que el traductor o amanuense no comprendió el texto; algo había que le era demasiado difícil, demasiado abstracto. De modo que lo corrigió ligeramente, aumentando una pequeña palabra, y de esta manera dando al texto en cuestión un significado claro y lógico al nivel de su propio entendimiento. Este hecho no da margen para la más ligera duda y puede ser comprobado en las traducciones posteriores.
Los más antiguos textos conocidos, esto es, el texto griego y las primeras traducciones latinas, son mucho más abstractos que las traducciones posteriores. Hay mucho en los textos primitivos que encontrándose ahí en forma de una idea abstracta, en las traducciones posteriores se ha convertido en una imagen concreta, en una figura concreta. La transformación más interesante de esta clase ha ocurrido con el diablo. En muchos pasajes de los Evangelios en que estamos acostumbrados a encontrárnoslo, está completamente ausente de los textos primitivos. En el Padre Nuestro, por ejemplo, que ha entrado profundamente dentro del pensamiento habitual del hombre ordinario, las palabras líbranos del mal” en las traducciones inglesa y alemana corresponden a los textos griego y latino; pero en los textos eslavo-eclesiástico y ruso es “líbranos del malo”; en francés (en algunas traducciones) es: “mais délivre nous du Malin”; y en italiano: “ma liberad dal maligno”.
La diferencia entre la primera traducción latina y la traducción posterior editada por Teodoro Beza (Siglo XVI) es muy característica a este respecto. En la primera traducción la frase se lee “sed libera nos a malo”, y en la segunda, “sed libera nos ab illo improbo”. Hablando en general, toda la mitología evangélica ha sido considerablemente alterada. “El, Diablo”, es decir, el impostor o tentador, era en el texto original simplemente un nombre o descripción que podía aplicarse a cualquier “impostor” o “tentador”. Y es posible suponer que estos nombres se usaban frecuentemente para designar al mundo visible, engañoso, ilusorio, fenoménico, “Maya”. Pero estamos demasiado bajo la influencia de la demonológica medieval, y nos es difícil comprender que en el Nuevo Testamento no haya ninguna idea general del diablo. Existe la idea del mal, la idea de la tentación, la idea de los demonios, la idea del espíritu impuro, la idea del príncipe de los demonios; existe Satán que tentó a Jesús; pero todas estas ideas se encuentran separadas y son distintas una de la otra, siempre alegóricas y muy lejos de la concepción medieval del Diablo.
En el cuarto capítulo del Evangelio de San Mateo, en la escena de la tentación en el desierto, Cristo dice al diablo según el texto griego: ϋπαγε όπίσω μου, “ven tras de mí”, y según el texto eslavo-eclesiástico, “sígueme”. Pero en los textos ruso, inglés, francés, italiano y español ésto se traduce: “Vete de aquí, Satanás”.
En el noveno versículo después de éste (Mat. 4.19) Cristo dice a los pescadores a quienes se encuentra en el lago echando sus redes, casi las mismas palabras: “Venid tras de mi”, o “seguidme”; en griego, δεϋτε όπίσω μου. Esta semejanza en la forma de dirigirse al “diablo” que tentó a Jesús, y a los pescadores a quienes Jesús tomó como sus discípulos y prometió hacer “pescadores de hombres”, debe tener un significado definido. Pero al traductor le pareció ésto por supuesto un absurdo. ¿Por qué habría de querer Cristo que el diablo lo siguiera? El resultado fue la famosa frase “vete de aquí. Satanás”. Satanás en este caso simplemente representaba el mundo visible, fenoménico, que no debe “irse de aquí” de ninguna manera, sino que sólo debe servir al mundo interno, seguirlo, ir detrás de él.
Como un ejemplo más de la deformación del texto evangélico pueden tomarse las bien conocidas palabras acerca del pan diario (el pan de cada día): “danos hoy nuestro pan diario”. El hecho es que la calificación del pan como “nasushnyi”, “diario”, “daily”, “quotidien”, “tâglich”, no existe absolutamente ni en el texto griego ni en el latino. El texto griego dice: “ τόν άθτον ήμών τόν έπιούσιον δός ήμϊν σήμεθον” , el latino: “ panem nostrum supersubstantialem da nobis hodie”.
La palabra griega έπιούσιος; (que se traduce por la palabra latina supersubstantialis) de acuerdo con la explicación de Orígenes no existía en la lengua griega y fue inventada especialmente para la traducción del término arameo correspondiente. Pero el texto arameo del Evangelio de San Mateo, si alguna vez existió, no ha sido conservado, y es imposible saber cuál fue la palabra traducida por έπιούσιος; u super-substantíalis. De cualquier modo esta palabra no fue “necesario”, ni tampoco “diario”, ya que έπιούσιος o supersubstantialis significa “sobre-existente”, “sobre-substancial”; una idea desde luego muy lejana de “necesario”, “diario”. Al mismo tiempo ¿cómo podemos saber lo que la palabra eslava “nasushnyi”, significaba en la época en que fue creada? Esta palabra muy probablemente no existía en el antiguo búlgaro, como tampoco la palabra έπιούσιος existía en griego. Su significado pudo haber cambiado más tarde y entró al lenguaje hablado con un sentido completamente diferente. En un principio “nasushnyi” pudo haber significado supersubstantial, y más tarde se convirtió en “necesario para la vida”.
La posibilidad de la traducción de eniovaioc; como “necesario” o “diario” se explica también por un juego de palabras. Hay un intento de explicar la palabra έπιούσιος derivándola no de εϊμι “ser”, sino de εϊμί “ir”. En este caso έπιούσιος; significaría “viniendo”. Esta traducción es adoptada en las nuevas traducciones revisadas del Nuevo Testamento. Pero contradice a la primera traducción latina, en la que encontramos la palabra supersubstantialis (“sobreexistente”), para cuyo uso hubo evidentemente alguna razón.
La deformación del sentido en la traducción, originada por el hecho de que el traductor no pudo comprender el profundo significado abstracto de algún pasaje, es especialmente evidente en una alteración muy característica del sentido en la traducción francesa de un pasaje en la Epístola a los Efesios.
“...para que, arraigados y fundados en amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, y la longura, y la profundidad, y la altura”. (A los Efesios 3.17,18).
Estas extrañas palabras, de indudable origen esotérico, que hablan del conocimiento de las dimensiones del espacio, fueron seguramente no entendidas por el traductor, y en la traducción francesa insertó la pequeña palabra en que dio el siguiente significado: “...et qu’étant enracinés dans la chanté vous puissiez comprendre, avec tous les saints, quelle en est la largueur, la longueur, la profondeur, et la hauteur”. “... para que, arraigados y fundados en amor, podáis comprender con todos los santos cuál es su anchura, y longura, y profundidad y altura.”
Los ejemplos anteriores muestran el carácter de las deformaciones de los textos evangélicos en las traducciones. Pero en general estas deformaciones no son muy importantes. La idea que se encuentra algunas veces en las enseñanzas ocultistas modernas, de que el texto existente de los Evangelios no está completo y de que hay (o hubo) otro texto, completo, en realidad no tiene fundamento y no será tomado en consideración en lo que sigue.
Al estudiar el Nuevo Testamento es necesario separar el elemento legendario, que con frecuencia se toma de las leyendas sobre la vida de otros Mesías y Profetas, de la narración de la verdadera vida de Jesús, y luego separar las leyendas y sucesos descritos en él de las enseñanzas.
Nos hemos referido ya al “drama de Cristo” y a su relación con los Misterios; Al principio de este drama aparece la enigmática figura de Juan Bautista. Los pasajes más obscuros en el Nuevo Testamento son los que se refieren a Juan Bautista. Hay doctrinas que lo consideran como la figura principal en el drama entero y que relegan a Cristo a un lugar secundario. Pero se conoce muy poco acerca de estas doctrinas para que se puede basar algo sobre ellas, y, además, del drama que ocurrió en Judea se hablará como del “drama de Cristo”.
Los sucesos de Judea que terminaron con la muerte de Jesús ocuparon un lugar muy pequeño en la vida de los pueblos de aquel tiempo. Es un hecho bien sabido que nadie, excepto los inmediatos protagonistas, supieron de estos sucesos. No hay ninguna evidencia histórica, fuera de los Evangelios, sobre la existencia real de Jesucristo. La tragedia evangélica adquirió su significado, importancia y magnitud sólo gradualmente, a medida que la doctrina de Cristo se desarrollaba y expandía. En esto jugaron un papel muy importante las opresiones y persecuciones. Pero evidentemente hubo algo en ella, que distinguía tanto a una como a otra de los movimientos ordinarios. Este algo era la conexión con los Misterios.
El aspecto legendario introduce en la vida de Cristo muchas figuras completamente convencionales y, por así decirlo, lo estiliza como un profeta, un maestro o un Mesías. Estas leyendas adaptadas a Cristo son tomadas de las más diversas fuentes. Hay leyendas hindúes, budistas y del Viejo Testamento, y hay elementos tomados de la mitología griega.
La “matanza de los inocentes” y la “huida a Egipto” son elementos tomados de la vida de Moisés. La “Anunciación”, es decir, la aparición del ángel que anunció el próximo nacimiento de Cristo, es un elemento de fa vida de Buda. En la historia de Buda fue un elefante blanco el que descendió de los cielos y anunció a la Reina Maya el próximo nacimiento del Príncipe Gautama.
Luego está la leyenda del viejo Simeón esperando al niño Jesús en el templo y diciendo que ahora podría morir puesto que ha visto al reden nacido “Salvador del mundo: “Ahora deja que tu siervo parta en paz”. Este es un episodio tomado completamente de la historia de la vida de Buda.
“Cuando Buda nació, Asita, un anciano ermitaño, bajó del Himalaya a Kapílavastu. Al llegar a la corte hizo sacrificios a los pies del niño. Luego Asita dio tres vueltas alrededor del niño y tomándolo en sus manos, reconoció en él los 32 signos del Buda, que él vio con su amplia mirada interna.” (Jatahamala, por M. M. Higgins, Colombo, 1914, pág. 305).
La leyenda más extraña en relación con Cristo, que por mucho tiempo constituyó un punto de desacuerdo entre las diferentes escuelas y sectas del creciente Cristianismo y que finalmente se convirtió en la base de los dogmas de casi todos los credos cristianos, es la leyenda del nacimiento de Jesús de la Virgen María directamente de Dios mismo. Esta leyenda apareció más tarde que el texto de los Evangelios. Cristo se llamó a sí mismo el hijo de Dios o el hijo del hombre; frecuentemente habló de Dios como su padre; dijo que él y el padre eran uno; que quien quiera que lo obedecía, obedecía también a su padre, etc.
Sin embargo las propias palabras de Cristo no originan la leyenda, no originan el mito; pueden entenderse alegórica y místicamente en el sentido de que Cristo sentía la unidad con Dios, o sentía a Dios dentro de sí. Y sobre todo sus palabras pueden entenderse en el sentido de que todo hombre puede ser el hijo de Dios si obedece la voluntad y las leyes de Dios.
En el Sermón de la Montana, Cristo dice: “Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios” (S. Mat. 5.9).
Y en otro lugar:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen; Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.” (S.Mat. 5.43-45).
Esta traducción concuerda con las traducciones griega, latina, francesa y rusa. En la Versión Inglesa Autorizada, y también en la alemana, se encuentra “los hijos de Dios” y “los hijos de vuestro padre”. Pero éste es el resultado de la adaptación que los teólogos hicieron del texto evangélico para sus propios propósitos.
Estos textos muestran que originalmente la expresión “Hijo de Dios” tenía un significado completamente distinto del que se le dio más tarde. El mito de Cristo como hijo de Dios en el sentido literal fue creado poco a poco durante varios siglos. Y aun cuando el cristiano dogmático negará con toda seguridad el origen pagano de esta idea, está tomada indudablemente de la mitología griega.
En ninguna otra religión hay relaciones tan definidas entre dioses y hombres como en los mitos griegos. Todos los semi-dioses. Titanes y héroes de Grecia fueron siempre hijos directos de dioses. En la India los dioses mismos encarnaban en los mortales, o bajaban a la tierra y tomaban por algún tiempo la forma de hombres o de animales. Pero el considerar a los grandes hombres como hijos de dioses es una forma de pensamiento puramente griega (que posteriormente pasó a Roma) sobre la relación entre los dioses y sus mensajeros en la tierra. Y extraña como es, esta idea de los mitos griegos pasó al Cristianismo y se convirtió en su dogma principal.
En el Cristianismo dogmático Cristo es el hijo de Dios exactamente en el mismo sentido en que Hércules fue el hijo de Zeus o Esculapio el hijo de Apolo.
El elemento erótico, que en los mitos griegos se encuentra muy acentuado en la idea del nacimiento de hombres y semi-dioses de los dioses, no se halla en el mito cristiano, como tampoco se halla en el mito del nacimiento del Príncipe Gautama. Este hecho se relaciona con la “negación del sexo” muy característica en el Budismo y en el Cristianismo, cuyas causas están muy lejos de ser claras.
Pero está fuera de toda duda que Cristo se ha convertido en el hijo de Dios de acuerdo con la idea “pagana”. Además de la influencia de los mitos griegos, Cristo tuvo que convertirse en dios de acuerdo con la idea general de los Misterios. La muerte del dios y su resurrección eran las ideas fundamentales de los Misterios.
En nuestros días hay intentos de explicar la idea de la muerte del dios en los Misterios como una supervivencia de la costumbre todavía más antigua del “asesinato de los reyes”. (La Rama Dorada, de Sir J. G. Frazer. Parte III). Estas explicaciones se relacionan con la tendencia general del pensamiento “evolucionista” de buscar el origen de manifestaciones complejas e incomprensibles en manifestaciones o expresiones que son más simples, primitivas o aún patológicas. De todo lo que se ha dicho antes acerca del esoterismo, sin embargo, se ve con claridad que esta tendencia no conduce a ninguna parte y que, por el contrario, costumbres más simples y primitivas, y aún criminales, son muy frecuentemente una forma degenerada de antiguos sacramentos y ritos, ya olvidados, de un alto origen.
El segundo lugar en importancia en el Cristianismo “teológico”, después de la idea de Cristo como hijo de Dios y de su divinidad, lo ocupa la idea de la redención y del sacrificio de Cristo.
La idea de la redención y el sacrificio, que se convirtió en la base de los dogmas cristianos, aparece en el Nuevo Testamento en las siguientes palabras:
“El siguiente día ve Juan a Jesús que venia a él, y dice: He aquí al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. (S. Juan 1.29).
De modo que Jesús fue asociado con el cordero pascual, que era un voto propiciatorio. En donde más se habla del sacrificio de Cristo en los Evangelios es en el Evangelio de San Juan. Los otros evangelistas también hacen referencia al sacrificio y a la redención, por ejemplo, las palabras de Cristo:
“Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mat. 20.28).
Pero todos estos pasajes y los otros semejantes que empiezan con las palabras de Juan Bautista y terminan con las palabras de Cristo mismo, tienen un significado ampliamente alegórico y abstracto.
La idea se concretó sólo en las Epístolas, especialmente en la Epístola del Apóstol Pablo. Fue necesario explicar la muerte de Jesús, y fue necesario explicar su muerte al mismo tiempo indicando que fue el hijo de Dios, y él mismo Dios. La idea de los Misterios y del “drama de Cristo” no pudo hacerse nunca propiedad común, porque para su explicación no había ni palabras ni comprensión, ni aun en los que tendrían que explicarlo. Fue necesario encontrar una idea más cercana, más comprensible, que pudiera ofrecer la posibilidad de explicar a la multitud por qué Dios había permitido que gentes indignas y criminales lo torturaran y lo mataran. La explicación se encontró en la idea de la redención real. Se dijo que Jesús hizo ésto por los hombres, que habiéndose sacrificado, salvó a los hombres de sus pecados; más tarde se aumentó: del pecado original, del pecado de Adán.
La idea del sacrificio redentor fue incomprensible para los judíos, debido a que jugó un papel muy importante en el Viejo Testamento en los sacrificios y ceremonias rituales. Había un rito que se celebrara en el “día de Expiación”, en el que se mataba un macho cabrío como voto propiciatorio por los pecados de los hombres, y se untaba a otro macho cabrío con la sangre del que había sido muerto, para abandonarlo después en el desierto o arrojarlo a un precipicio.
La idea de Dios sacrificándose a sí mismo para la salvación de los hombres también existe en la mitología hindú. El dios Shiva bebió el veneno que debía envenenar a la humanidad entera, de ahí que muchas de sus estatuas tengan la garganta pintada de azul. Las ideas religiosas viajaban de un país a otro, y este elemento, es decir, el sacrificio efectivo por los hombres, pudo haber sido atribuido a Jesús de la misma manera que los elementos de la vida de Buda que han sido mencionados antes.
La conexión de la idea de la redención con la idea de la transferencia del mal, como lo hace el autor del libro antes mencionado, La Rama Dorada, no tiene absolutamente ningún fundamento.
La ceremonia mágica de la transferencia o transmisión del mal no tienen psicológicamente nada de común con la idea del sacrificio voluntario. Pero por supuesto esta distinción puede no tener ningún significado para el pensamiento evolucionista, que no entra en tan sutiles distinciones.
La idea de expiación del Viejo Testamento contradice al pensamiento esotérico. En las enseñanzas esotéricas se pone perfectamente en claro que nadie puede ser liberado del pecado por coacción y sin su propia participación. Ha habido hombres y los hay aún en tal situación, a quienes sin llevar a cabo un gran sacrificio, no es posible enseñarles el camino de la liberación. Cristo enseñó el camino de la liberación, (salvación).
Y él lo dice directamente:
“Yo soy el camino.” (S. Juan 14.6).
“Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (S. Juan 10.9).
“Y sabéis a dónde voy yo; y sabéis el camino.
“Dicele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mi”. (S. Juan 14.4, 5.6).
“Y decíanle: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: El que al principio también os he dicho.” (S. Juan 8.25).
Para poder empezar a comprender los Evangelios y la doctrina evangélica es necesario en primer lugar comprender lo que significa el Reino de los Cielos o el Reino de Dios.
Estas expresiones son la clave para la parte más importante de la doctrina evangélica. Nada puede entenderse si primero no se comprende su significado. Pero al mismo tiempo estamos tan acostumbrados a la interpretación eclesiástica común, según la cual el Reino de los Cielos significa el lugar o el estado en el que las almas de los justos se encontrarán después de la muerte, que no nos imaginamos la posibilidad de otro significado de estas palabras.
Las palabras del Evangelio “El Reino de los Cielos está en vosotros” suenan en nuestros oídos huecas e ininteligibles, y no sólo no explican la idea principal, sino que parecen obscurecerla más. Los hombres no comprenden que dentro de ellos se encuentra el camino para el Reino de los Cielos y que el Reino de los Cielos no se encuentra necesariamente tras el umbral de la muerte.
El Reino de los Cielos, el Reino de Dios, significa esoterismo, es decir, el Círculo Interno de la humanidad, y también el conocimiento y las ideas de este círculo.
El escritor ocultista francés, Abbé Constant, el extraño y a veces muy agudo Eliphas Lévi, escribe en su libro Dogme et Rituel de la Haute Magie (1861): “Después de habernos pasado la vida buscando el Absoluto en la religión, en la ciencia y en la justicia; después de estar dando vueltas en el círculo de Fausto, hemos llegado a la doctrina primordial y al libro primero de la Humanidad. Al llegar a este punto nos detenemos, habiendo descubierto el secreto de la omnipotencia humana y del progreso indefinido, la llave de todos los simbolismos, la doctrina primera y final: hemos llegado a comprender lo que quiere decir la expresión que se usa con tanta frecuencia en el Evangelio: El Reino de Dios.” (Magia Trascendental. Traducción al inglés de A. E. Waite. Pág. 27, Ed. 1933).
Y en otro lugar del mismo libro Eliphas Lévi dice: “La Magia a la que los antiguos denominaron el Sanctum Regnum, el Santo Reino o Reino de Dios, Regnum Dei, existe sólo para los reyes y los sacerdotes. ¿Sois vosotros sacerdotes? ¿Sois vosotros reyes?
“El sacerdocio de la Magia no es un sacerdocio vulgar y su realeza no compite con la de los príncipes de este mundo. Los monarcas de la ciencia son los príncipes de la verdad y su soberanía está oculta para la multitud, como también lo están sus oraciones y sus sacrificios. Los reyes de la ciencia son los hombres que conocen la verdad y a quienes la verdad ha hecho libres, de acuerdo con la promesa específica hecha por el más poderoso de todos los iniciadores (S. Juan 8.32).”
Más adelante dice:
“Para alcanzar el Sanctum Regnum, en otras palabras, el conocimiento y el poder de los Magos, son indispensables cuatro condiciones: una inteligencia iluminada por el estudio, una intrepidez a la que nada pueda detener, una voluntad inquebrantable y una prudencia a la que nada pueda corromper y nada embriagar. SABER, ATREVERSE, QUERER, GUARDAR SILENCIO, tales son las cuatro palabras de los Magos... que pueden combinarse de cuatro maneras y explicarse cuatro veces una por la otra.”
Eliphas Lévi descubrió algo que ha asombrado a muchos que han estudiado el Nuevo Testamento, tanto antes como después de él, a saber, que el Reino de los Cielos o el Reino de Dios significa el esoterismo, el círculo interno de la humanidad.
Esto no quiere decir que el Reino sea un Reino en el Cielo, sino un Reino bajo el poder del Cielo, bajo las leyes del Cielo. La expresión el “Reino del Cielo (o de los Cielos) “tiene, en relación con el círculo esotérico, exactamente el mismo significado que tenía el viejo título oficial de China, “El Celeste Imperio”. Esto no quería decir que fuera un Imperio en el Cielo, sino un Imperio bajo el poder directo del Cielo, bajo las leyes del Cielo. Los teólogos han tergiversado el significado de “el Reino del Cielo”, lo han conectado con la idea del Paraíso, “el Cielo”, es decir, del lugar en el que, según ellos, las almas de los justos habrán de encontrarse después de la muerte. En realidad puede verse muy claramente en los Evangelios que Cristo en sus prédicas hablaba del Reino de Dios en la tierra, y en los Evangelios hay pasajes muy concretos que muestran que, como él enseñaba, el Reino del Cielo (o de los Cielos) puede alcanzarse en la vida.
“De cierto os digo: hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su reino”. (Mat. 16.28).
Es muy interesante notar aquí que Cristo habla de su “reino” y al mismo tiempo se llama a sí misma el “Hijo del Hombre”, es decir, simplemente un hombre.
Más adelante, en San Marcos dice: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios que viene con potencia”. (Mar. 9.1).
Y en San Lucas:
“Y os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que vean el reino de Dios”. (Lucas 9.27).
Estos pasajes fueron entendidos en el sentido de la proximidad del segundo advenimiento. Pero todo su significado en este sentido se perdió naturalmente cuando todos los discípulos personales de Cristo hubieron muerto. Pero desde el punto de vista del pensamiento esotérico estos pasajes han conservado en nuestro tiempo el mismo significado que tuvieron en tiempo de Cristo.
El Nuevo Testamento es una introducción al conocimiento oculto o a la sabiduría secreta. En él pueden verse muy claramente varias líneas definidas de pensamiento. Todo lo que sigue se refiere a las dos líneas principales.
Una línea de pensamiento expone los principios del Reino del Cielo o del círculo esotérico y su conocimiento; esta línea subraya la dificultad y la exclusividad en la aprehensión de la verdad. Y la otra línea muestra qué es lo que los hombres deben hacer para poder llegar a la verdad, y qué es lo que no deben hacer, esto es, qué es lo que puede ayudarlos y qué lo que puede obstaculizarlos; los métodos y las reglas de estudio y trabajo en uno mismo; las reglas ocultas y las de la escuela.
A la primera línea pertenece lo que se refiere a que el alcanzar la verdad requiere esfuerzos excepcionales y condiciones excepcionales. Sólo unos cuantos pueden alcanzar la verdad. Ninguna frase se repite tanto en el Nuevo Testamento como la que dice “sólo los que tienen oídos pueden oír”. Estas palabras se repiten nueve veces en los Evangelios, y ocho veces en la Revelación de San Juan, diez y siete veces en total.
La idea de que es necesario saber oír y ver, y poder oír y ver, y de que no todos pueden oír y ver, aparece también en los siguientes pasajes:
“Por eso les habla por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis y no miraréis. Porque el corazón de este pueblo está engrosado, y de los oídos oyen pesadamente, y de sus ojos guiñan: para que no vean de los ojos, y oigan de los oídos, y del corazón entiendan, y se conviertan y yo os sane. Mas bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron: y oír lo que oís, y no lo oyeron.” (Mat. 13. 13-17).
“Para que viendo, vean y no echen de ver; y oyendo, oigan y no entiendan: porque no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.” (Marcos 4.12).
“¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿y no os acordáis?”! (Marcos 8.18).
“Y él dijo: A vosotros es dado conocer los misterios del reino de Dios; mas a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.” (Lucas 8.10).
“¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oír mi palabra.
“El que es de Dios, las palabras de Dios oye: por ésto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.” (Juan 8.43, 47).
“Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar.” (Juan 16.12).
Todos estos pasajes se refieren a la primera línea del pensamiento, que explica el significado del Reino del Cielo como perteneciendo a unos cuantos, es decir, explica la idea del círculo interno de la humanidad o la idea del esoterismo.
En el Nuevo Testamento la idea esotérica ocupa el lugar principal en los cuatro Evangelios. Lo mismo puede decirse de la Revelación de San Juan. Pero, con la excepción de varios pasajes, las ideas esotéricas en el Apocalipsis se encuentran “en clave”, más aún que en los Evangelios, y sus partes en esta forma no entran en el siguiente estudio. Los Hechos y las Epístolas son obras de un peso específico completamente diferente al de los cuatro Evangelios. Se encuentran en ellas ideas esotéricas, pero estas ideas no ocupan ahí un lugar predominante, y podrían existir sin estas ideas.
Los cuatro Evangelios están escritos por los pocos, por los muy pocos, por los discípulos de las escuelas esotéricas. Por inteligente y educado, en el ordinario sentido de la palabra, que un hombre pueda ser, no podrá entender los Evangelios sin recibir indicaciones especiales y sin tener conocimientos esotéricos especiales. Al mismo tiempo es necesario recordar que los cuatro Evangelios son la .única fuente por la que sabemos de Cristo y de sus enseñanzas. Los Hechos y las “Epístolas” de los Apóstoles añaden varios datos esenciales, pero también introducen muchas cosas que no se encuentran en los Evangelios y que contradicen a los Evangelios. En todo caso, de las Epístolas no sería posible reconstruir ni la persona de Cristo, ni el drama del Evangelio, ni la esencia de las enseñanzas evangélicas.
Las Epístolas de los Apóstoles, y especialmente las Epístolas del Apóstol Pablo, son la construcción de la Iglesia. Son la adaptación de las ideas de los Evangelios, la materialización de ellas, la aplicación de ellas a la vida, a menudo una aplicación que va contra la idea esotérica.
La adición de los Hechos y de las Epístolas a los cuatro Evangelios en el Nuevo Testamento tiene un doble significado Primero (desde el punto de vista de la Iglesia), da la posibilidad a la Iglesia, que de hecho se origina de las Epístolas, de establecer una conexión con los Evangelios y con el “drama de Cristo”. Y, segundo, (desde el punto de vista del esoterismo) da la posibilidad a unos cuantos hombres, que principian con el Cristianismo de la Iglesia, pero que pueden entender la idea esotérica, de ponerse en contacto con la fuente original y quizá de poder encontrar la verdad oculta.
Históricamente, el papel principal en la formación del Cristianismo lo jugaron no las enseñanzas de Cristo sino las enseñanzas de Pablo. El Cristianismo eclesiástico desde un principio contradijo en muchos aspectos a las ideas de Cristo mismo. Más tarde, la divergencia se hizo más grande. No es de ningún modo una idea nueva el que Cristo, de haber aparecido en la tierra posteriormente, no sólo no podría ser el jefe de la Iglesia Cristiana, sino probablemente no podría siquiera pertenecer a ella, y en los periodos más brillantes de fuerza y poder de la Iglesia habría sido declarado, muy posiblemente, un hereje y habría sido quemado en la pira. Aun en nuestra época más afortunada, en que las Iglesias Cristianas, si no han perdido sus caracteres anti-cristianos, han principiado por todos los medios a encubrirlos. Cristo podría haber vivido sin sufrir las persecuciones de los “escribas y fariseos” quizá sólo en alguna ermita rusa.
Por lo tanto el Nuevo Testamento, así como las enseñanzas cristianas, no pueden ser tomados como un todo. Debe recordarse que cultos posteriores se desviaron radicalmente de las enseñanzas fundamentales de Cristo mismo, que en primer lugar no formaron nunca un culto. Además, no es posible de ningún modo hablar de “pueblos cristianos”, “naciones cristianas”, “cultura cristiana”. En realidad todos estos conceptos tienen solamente un significado histórico-geográfico.
Tomando como base todo lo que hasta aquí se ha dicho, al hablar del Nuevo Testamento tomaré en cuenta en adelante solamente los cuatro Evangelios, y en dos o tres ocasiones el Apocalipsis. Y al hablar del Cristianismo o de la doctrina Cristiana (o evangélica), tomaré en cuenta solamente las enseñanzas que se encuentran contenidas en los cuatro Evangelios. Todas las adiciones posteriores, basadas en las Epístolas de los Apóstoles, en las decisiones de los concilios, en las obras de los Padres de la Iglesia, en las visiones de los místicos y en las ideas de los reformadores, no entrarán dentro de los límites de mis estudios.
El Nuevo Testamento es un libro muy extraño. Está escrito para aquéllos que tienen ya un cierto grado de comprensión, para aquéllos que tienen una llave. Es un gran error pensar que el Nuevo Testamento es un libro sencillo, y que es inteligible para el hombre común y corriente. Es imposible leerlo fácilmente, del mismo modo que es imposible leer fácilmente un libro de matemáticas, lleno de fórmulas, de expresiones sui géneris, de referencias explícitas y tácitas a la literatura matemática, de alusiones a diversas teorías conocidas solamente por los “iniciados”, etc. Al mismo tiempo, hay en el Nuevo Testamento cierto número de pasajes que pueden ser entendidos emocionalmente, es decir, que pueden producir una cierta impresión emocional, diferente según cada gente, y aun para un mismo hombre según distintos momentos de su vida. Pero es completamente erróneo pensar que estas impresiones emocionales explican totalmente el contenido de los Evangelios. Cada frase, cada palabra, contiene ideas ocultas, y sólo cuando estas ideas ocultas empiezan a descubrirse, puede verse el poder de esta obra y su influencia, que ha durado por dos mil años, sobre los hombres.
Es notable que según su actitud hacia el Nuevo Testamento, por el modo como lo lee, por lo que comprende de él, por lo que deduce a partir de él, el hombre se de a conocer. El Nuevo Testamento es un examen general para la humanidad entera. En los países cultos de nuestros días todo el mundo ha oído hablar del Nuevo Testamento, ya que no es necesario ser oficialmente cristiano para esto. Un cierto grado de conocimiento sobre el Nuevo Testamento y el Cristianismo forma parte de la educación general. Y un hombre muestra el nivel de desarrollo de su estado interior según la forma en que lee el Nuevo Testamento, según lo que deduce o no puede deducir de él, según que lo lea o deje de hacerlo.
En cada uno de los cuatro Evangelios hay muchas cosas conscientemente pensadas y basadas en un gran conocimiento y en una profunda comprensión del alma humana. Ciertos pasajes están escritos con la idea definida de que un hombre los entienda de un modo, otro de un modo diferente y un tercero de otro distinto, y de que estos hombres no puedan ponerse nunca de acuerdo en la interpretación y comprensión de lo que han leído; y de que al mismo tiempo todos ellos estén igualmente equivocados, y de que el significado verdadero consista en algo que no se les haya ocurrido nunca por si mismos.
Un simple análisis literario del estilo y contenido de los cuatro Evangelios muestra el inmenso poder de estas narraciones. Fueron escritos conscientemente con un propósito definido por hombres que sabían más de lo que escribieron. Los Evangelios nos hablan de un modo directo y exacto de la existencia del pensamiento esotérico, y ellos mismos son una de las principales evidencias de la existencia de este pensamiento.
¿Qué significado y qué finalidad puede tener este libro si aceptamos que está escrito conscientemente? Probablemente no una sino muchas finalidades; antes que todo, indiscutiblemente, la finalidad o propósito de enseñar a los hombres que sólo hay un camino para el conocimiento oculto, en caso de que ellos quieran o puedan seguirlo y, al enseñarlo, hacer la selección de los que tienen la capacidad de seguirlo, dividir a los hombres en los “a propósito” y los “no a propósito”, desde este punto de vista.
Las enseñanzas cristianas forman una religión muy austera, infinitamente lejana del Cristianismo sentimental creado por los modernos predicadores. A lo largo de todas las enseñanzas cristianas, en su verdadero significado, se encuentra la idea de que el “Reino de los Cielos”, cualquiera que sea el significado de estas palabras, pertenece a los pocos, de que angosta es la puerta y estrecho el camino, y de que sólo unos cuantos pueden pasar y así lograr la “salvación”, y de que aquéllos que no pasan no son sino residuos que habrán de ser quemados.
“Y ahora también la segur está puesta a la raíz de los árboles: así, todo árbol que no hace buen fruto, es cortado y echado al fuego.
“Su aventador en su mano está, y aventará su era; y allegará su trigo en el alfolí, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará”. (S. Mat. 3.10,12).
La idea de la exclusividad y dificultad de la “salvación” se encuentra tan definida y se subraya tan frecuentemente en los evangelios, que todas las mentiras y la hipocresía del Cristianismo moderno son realmente necesarias para poder olvidarla y para atribuir a Cristo la idea sentimental de la salvación general. Estas ideas se encuentran tan lejos del verdadero Cristianismo como el papel de reformador social, que también se atribuye a Cristo algunas veces, se encuentra de Cristo.
Todavía más lejos del Cristianismo está, desde luego, la religión del “Infierno y el Pecado” adoptada por algunos grupos sectarios de cierta clase particular que de tiempo en tiempo han aparecido en todas las ramas del Cristianismo, pero especialmente en el Protestantismo. Al hablar del Nuevo Testamento es necesario antes que todo exponer, aun cuando sea aproximadamente, el criterio propio en relación con las versiones existentes del texto y de la historia de los Evangelios.
No hay ninguna base para suponer que los Evangelios fueron escritos por las personas a quienes se les atribuyen, es decir, por discípulos inmediatos a Jesús. Debe suponerse, con más visos de probabilidad, que los cuatro Evangelios tienen cada uno una historia muy diferente y que fueron escritos muy posteriormente a las fechas que se aceptan generalmente por la iglesia. Es muy probable que los Evangelios hayan aparecido como el resultado del trabajo conjunto de varias personas, quienes quizá reunieron diversos manuscritos de los que circulaban entre los seguidores de los apóstoles y que contenían relaciones de los hechos milagrosos que habían ocurrido en Judea. Pero al mismo tiempo hay fundadas bases para pensar que estas colecciones de manuscritos fueron editadas por personas que perseguían un objetivo perfectamente definido y que preveían la enorme difusión y significación que habría de alcanzar el Nuevo Testamento.
Los Evangelios difieren mucho uno de otro. El primero, es- decir, el Evangelio de San Mateo, puede ser considerado como el principal. Hay una hipótesis según la cual este Evangelio fue escrito originalmente en arameo, es decir, en el lenguaje en el que se supone que Cristo hablaba, y fue traducido al griego hacia fines del siglo primero. Pero hay también otras hipótesis, por ejemplo, que Cristo impartió sus enseñanzas en griego, ya que igualmente que el arameo, también se hablaba en aquel tiempo el griego. Los Evangelios de San Marcos y San Lucas fueron construidos con el mismo material que sirvió para el Evangelio según San Mateo. Es muy posible, como Renán afirma, que estos dos Evangelios hayan sido escritos en griego.
El Evangelio de San Juan, que fue escrito posteriormente, es de una clase completamente distinta. Fue también escrito en griego y probablemente por un griego, de seguro que no por un judío. Un pequeño rasgo nos demuestra esto. En todos los casos en que en los otros Evangelios se dice “el pueblo”, en el Evangelio de San Juan se dice “los judíos”. Esto puede verse también en la siguiente explicación que de ningún modo pudo haber hecho un judío:
“Tomaron pues el cuerpo de Jesús, y envolviéronlo en lienzos con especias, como es costumbre de los Judíos sepultar”. (San Juan 19-40).
El Evangelio de San Juan es una obra literaria excepcional. Está escrito en un extraordinario estado emocional como de trastorno, y puede producir una impresión absolutamente indescriptible en un hombre que esté a su vez en un agudo estado emocional. No es posible leer el Evangelio de San Juan intelectualmente. Hay también mucho de emocional en los otros Evangelios, pero es posible comprenderlos con la mente. El Evangelio de San Juan no puede de ningún modo comprenderse mentalmente. En él se siente una transportación emocional que llega al éxtasis. En este estado de transportación emocional un hombre rápidamente dice o escribe ciertas palabras o frases llenas de profundo significado para él y para las personas que se encuentran en el mismo estado que él, pero completamente carentes de sentido para quienes las escuchan y las piensan de un modo común y corriente. Es difícil hacer este experimento, pero si cualquiera leyera el Evangelio de San Juan en un agudo estado emocional, comprendería lo que ahí se dice y se convencería de que este Evangelio es una obra literaria excepcional, que no puede ser medida con las normas ordinarias ni juzgada en el mismo nivel que los libros que están escritos intelectualmente y que pueden ser leídos y entendidos intelectualmente.
El texto de los cuatro Evangelios en lenguaje moderno se encuentra considerablemente corrompido, pero, sin embargo, menos de lo que podría esperarse. El texto se corrompió en la transcripción hecha en los primeros siglos, y después, en nuestros días, en la traducción. El texto original auténtico no ha sido conservado, pero si comparamos las presente» traducciones con los textos antiguos existentes. Griego, Latino y Eslavo-eclesiástico, notamos una diferencia de un carácter perfectamente definido. Las alteraciones y deformaciones son todas semejantes en uno y en otros. Su naturaleza psicológica es siempre idéntica, es decir, en todos los casos en los que se nota una alteración puede verse que el traductor o amanuense no comprendió el texto; algo había que le era demasiado difícil, demasiado abstracto. De modo que lo corrigió ligeramente, aumentando una pequeña palabra, y de esta manera dando al texto en cuestión un significado claro y lógico al nivel de su propio entendimiento. Este hecho no da margen para la más ligera duda y puede ser comprobado en las traducciones posteriores.
Los más antiguos textos conocidos, esto es, el texto griego y las primeras traducciones latinas, son mucho más abstractos que las traducciones posteriores. Hay mucho en los textos primitivos que encontrándose ahí en forma de una idea abstracta, en las traducciones posteriores se ha convertido en una imagen concreta, en una figura concreta. La transformación más interesante de esta clase ha ocurrido con el diablo. En muchos pasajes de los Evangelios en que estamos acostumbrados a encontrárnoslo, está completamente ausente de los textos primitivos. En el Padre Nuestro, por ejemplo, que ha entrado profundamente dentro del pensamiento habitual del hombre ordinario, las palabras líbranos del mal” en las traducciones inglesa y alemana corresponden a los textos griego y latino; pero en los textos eslavo-eclesiástico y ruso es “líbranos del malo”; en francés (en algunas traducciones) es: “mais délivre nous du Malin”; y en italiano: “ma liberad dal maligno”.
La diferencia entre la primera traducción latina y la traducción posterior editada por Teodoro Beza (Siglo XVI) es muy característica a este respecto. En la primera traducción la frase se lee “sed libera nos a malo”, y en la segunda, “sed libera nos ab illo improbo”. Hablando en general, toda la mitología evangélica ha sido considerablemente alterada. “El, Diablo”, es decir, el impostor o tentador, era en el texto original simplemente un nombre o descripción que podía aplicarse a cualquier “impostor” o “tentador”. Y es posible suponer que estos nombres se usaban frecuentemente para designar al mundo visible, engañoso, ilusorio, fenoménico, “Maya”. Pero estamos demasiado bajo la influencia de la demonológica medieval, y nos es difícil comprender que en el Nuevo Testamento no haya ninguna idea general del diablo. Existe la idea del mal, la idea de la tentación, la idea de los demonios, la idea del espíritu impuro, la idea del príncipe de los demonios; existe Satán que tentó a Jesús; pero todas estas ideas se encuentran separadas y son distintas una de la otra, siempre alegóricas y muy lejos de la concepción medieval del Diablo.
En el cuarto capítulo del Evangelio de San Mateo, en la escena de la tentación en el desierto, Cristo dice al diablo según el texto griego: ϋπαγε όπίσω μου, “ven tras de mí”, y según el texto eslavo-eclesiástico, “sígueme”. Pero en los textos ruso, inglés, francés, italiano y español ésto se traduce: “Vete de aquí, Satanás”.
En el noveno versículo después de éste (Mat. 4.19) Cristo dice a los pescadores a quienes se encuentra en el lago echando sus redes, casi las mismas palabras: “Venid tras de mi”, o “seguidme”; en griego, δεϋτε όπίσω μου. Esta semejanza en la forma de dirigirse al “diablo” que tentó a Jesús, y a los pescadores a quienes Jesús tomó como sus discípulos y prometió hacer “pescadores de hombres”, debe tener un significado definido. Pero al traductor le pareció ésto por supuesto un absurdo. ¿Por qué habría de querer Cristo que el diablo lo siguiera? El resultado fue la famosa frase “vete de aquí. Satanás”. Satanás en este caso simplemente representaba el mundo visible, fenoménico, que no debe “irse de aquí” de ninguna manera, sino que sólo debe servir al mundo interno, seguirlo, ir detrás de él.
Como un ejemplo más de la deformación del texto evangélico pueden tomarse las bien conocidas palabras acerca del pan diario (el pan de cada día): “danos hoy nuestro pan diario”. El hecho es que la calificación del pan como “nasushnyi”, “diario”, “daily”, “quotidien”, “tâglich”, no existe absolutamente ni en el texto griego ni en el latino. El texto griego dice: “ τόν άθτον ήμών τόν έπιούσιον δός ήμϊν σήμεθον” , el latino: “ panem nostrum supersubstantialem da nobis hodie”.
La palabra griega έπιούσιος; (que se traduce por la palabra latina supersubstantialis) de acuerdo con la explicación de Orígenes no existía en la lengua griega y fue inventada especialmente para la traducción del término arameo correspondiente. Pero el texto arameo del Evangelio de San Mateo, si alguna vez existió, no ha sido conservado, y es imposible saber cuál fue la palabra traducida por έπιούσιος; u super-substantíalis. De cualquier modo esta palabra no fue “necesario”, ni tampoco “diario”, ya que έπιούσιος o supersubstantialis significa “sobre-existente”, “sobre-substancial”; una idea desde luego muy lejana de “necesario”, “diario”. Al mismo tiempo ¿cómo podemos saber lo que la palabra eslava “nasushnyi”, significaba en la época en que fue creada? Esta palabra muy probablemente no existía en el antiguo búlgaro, como tampoco la palabra έπιούσιος existía en griego. Su significado pudo haber cambiado más tarde y entró al lenguaje hablado con un sentido completamente diferente. En un principio “nasushnyi” pudo haber significado supersubstantial, y más tarde se convirtió en “necesario para la vida”.
La posibilidad de la traducción de eniovaioc; como “necesario” o “diario” se explica también por un juego de palabras. Hay un intento de explicar la palabra έπιούσιος derivándola no de εϊμι “ser”, sino de εϊμί “ir”. En este caso έπιούσιος; significaría “viniendo”. Esta traducción es adoptada en las nuevas traducciones revisadas del Nuevo Testamento. Pero contradice a la primera traducción latina, en la que encontramos la palabra supersubstantialis (“sobreexistente”), para cuyo uso hubo evidentemente alguna razón.
La deformación del sentido en la traducción, originada por el hecho de que el traductor no pudo comprender el profundo significado abstracto de algún pasaje, es especialmente evidente en una alteración muy característica del sentido en la traducción francesa de un pasaje en la Epístola a los Efesios.
“...para que, arraigados y fundados en amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura, y la longura, y la profundidad, y la altura”. (A los Efesios 3.17,18).
Estas extrañas palabras, de indudable origen esotérico, que hablan del conocimiento de las dimensiones del espacio, fueron seguramente no entendidas por el traductor, y en la traducción francesa insertó la pequeña palabra en que dio el siguiente significado: “...et qu’étant enracinés dans la chanté vous puissiez comprendre, avec tous les saints, quelle en est la largueur, la longueur, la profondeur, et la hauteur”. “... para que, arraigados y fundados en amor, podáis comprender con todos los santos cuál es su anchura, y longura, y profundidad y altura.”
Los ejemplos anteriores muestran el carácter de las deformaciones de los textos evangélicos en las traducciones. Pero en general estas deformaciones no son muy importantes. La idea que se encuentra algunas veces en las enseñanzas ocultistas modernas, de que el texto existente de los Evangelios no está completo y de que hay (o hubo) otro texto, completo, en realidad no tiene fundamento y no será tomado en consideración en lo que sigue.
Al estudiar el Nuevo Testamento es necesario separar el elemento legendario, que con frecuencia se toma de las leyendas sobre la vida de otros Mesías y Profetas, de la narración de la verdadera vida de Jesús, y luego separar las leyendas y sucesos descritos en él de las enseñanzas.
Nos hemos referido ya al “drama de Cristo” y a su relación con los Misterios; Al principio de este drama aparece la enigmática figura de Juan Bautista. Los pasajes más obscuros en el Nuevo Testamento son los que se refieren a Juan Bautista. Hay doctrinas que lo consideran como la figura principal en el drama entero y que relegan a Cristo a un lugar secundario. Pero se conoce muy poco acerca de estas doctrinas para que se puede basar algo sobre ellas, y, además, del drama que ocurrió en Judea se hablará como del “drama de Cristo”.
Los sucesos de Judea que terminaron con la muerte de Jesús ocuparon un lugar muy pequeño en la vida de los pueblos de aquel tiempo. Es un hecho bien sabido que nadie, excepto los inmediatos protagonistas, supieron de estos sucesos. No hay ninguna evidencia histórica, fuera de los Evangelios, sobre la existencia real de Jesucristo. La tragedia evangélica adquirió su significado, importancia y magnitud sólo gradualmente, a medida que la doctrina de Cristo se desarrollaba y expandía. En esto jugaron un papel muy importante las opresiones y persecuciones. Pero evidentemente hubo algo en ella, que distinguía tanto a una como a otra de los movimientos ordinarios. Este algo era la conexión con los Misterios.
El aspecto legendario introduce en la vida de Cristo muchas figuras completamente convencionales y, por así decirlo, lo estiliza como un profeta, un maestro o un Mesías. Estas leyendas adaptadas a Cristo son tomadas de las más diversas fuentes. Hay leyendas hindúes, budistas y del Viejo Testamento, y hay elementos tomados de la mitología griega.
La “matanza de los inocentes” y la “huida a Egipto” son elementos tomados de la vida de Moisés. La “Anunciación”, es decir, la aparición del ángel que anunció el próximo nacimiento de Cristo, es un elemento de fa vida de Buda. En la historia de Buda fue un elefante blanco el que descendió de los cielos y anunció a la Reina Maya el próximo nacimiento del Príncipe Gautama.
Luego está la leyenda del viejo Simeón esperando al niño Jesús en el templo y diciendo que ahora podría morir puesto que ha visto al reden nacido “Salvador del mundo: “Ahora deja que tu siervo parta en paz”. Este es un episodio tomado completamente de la historia de la vida de Buda.
“Cuando Buda nació, Asita, un anciano ermitaño, bajó del Himalaya a Kapílavastu. Al llegar a la corte hizo sacrificios a los pies del niño. Luego Asita dio tres vueltas alrededor del niño y tomándolo en sus manos, reconoció en él los 32 signos del Buda, que él vio con su amplia mirada interna.” (Jatahamala, por M. M. Higgins, Colombo, 1914, pág. 305).
La leyenda más extraña en relación con Cristo, que por mucho tiempo constituyó un punto de desacuerdo entre las diferentes escuelas y sectas del creciente Cristianismo y que finalmente se convirtió en la base de los dogmas de casi todos los credos cristianos, es la leyenda del nacimiento de Jesús de la Virgen María directamente de Dios mismo. Esta leyenda apareció más tarde que el texto de los Evangelios. Cristo se llamó a sí mismo el hijo de Dios o el hijo del hombre; frecuentemente habló de Dios como su padre; dijo que él y el padre eran uno; que quien quiera que lo obedecía, obedecía también a su padre, etc.
Sin embargo las propias palabras de Cristo no originan la leyenda, no originan el mito; pueden entenderse alegórica y místicamente en el sentido de que Cristo sentía la unidad con Dios, o sentía a Dios dentro de sí. Y sobre todo sus palabras pueden entenderse en el sentido de que todo hombre puede ser el hijo de Dios si obedece la voluntad y las leyes de Dios.
En el Sermón de la Montana, Cristo dice: “Bienaventurados los pacificadores: porque ellos serán llamados hijos de Dios” (S. Mat. 5.9).
Y en otro lugar:
“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, y orad por los que os persiguen; Para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos; que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.” (S.Mat. 5.43-45).
Esta traducción concuerda con las traducciones griega, latina, francesa y rusa. En la Versión Inglesa Autorizada, y también en la alemana, se encuentra “los hijos de Dios” y “los hijos de vuestro padre”. Pero éste es el resultado de la adaptación que los teólogos hicieron del texto evangélico para sus propios propósitos.
Estos textos muestran que originalmente la expresión “Hijo de Dios” tenía un significado completamente distinto del que se le dio más tarde. El mito de Cristo como hijo de Dios en el sentido literal fue creado poco a poco durante varios siglos. Y aun cuando el cristiano dogmático negará con toda seguridad el origen pagano de esta idea, está tomada indudablemente de la mitología griega.
En ninguna otra religión hay relaciones tan definidas entre dioses y hombres como en los mitos griegos. Todos los semi-dioses. Titanes y héroes de Grecia fueron siempre hijos directos de dioses. En la India los dioses mismos encarnaban en los mortales, o bajaban a la tierra y tomaban por algún tiempo la forma de hombres o de animales. Pero el considerar a los grandes hombres como hijos de dioses es una forma de pensamiento puramente griega (que posteriormente pasó a Roma) sobre la relación entre los dioses y sus mensajeros en la tierra. Y extraña como es, esta idea de los mitos griegos pasó al Cristianismo y se convirtió en su dogma principal.
En el Cristianismo dogmático Cristo es el hijo de Dios exactamente en el mismo sentido en que Hércules fue el hijo de Zeus o Esculapio el hijo de Apolo.
El elemento erótico, que en los mitos griegos se encuentra muy acentuado en la idea del nacimiento de hombres y semi-dioses de los dioses, no se halla en el mito cristiano, como tampoco se halla en el mito del nacimiento del Príncipe Gautama. Este hecho se relaciona con la “negación del sexo” muy característica en el Budismo y en el Cristianismo, cuyas causas están muy lejos de ser claras.
Pero está fuera de toda duda que Cristo se ha convertido en el hijo de Dios de acuerdo con la idea “pagana”. Además de la influencia de los mitos griegos, Cristo tuvo que convertirse en dios de acuerdo con la idea general de los Misterios. La muerte del dios y su resurrección eran las ideas fundamentales de los Misterios.
En nuestros días hay intentos de explicar la idea de la muerte del dios en los Misterios como una supervivencia de la costumbre todavía más antigua del “asesinato de los reyes”. (La Rama Dorada, de Sir J. G. Frazer. Parte III). Estas explicaciones se relacionan con la tendencia general del pensamiento “evolucionista” de buscar el origen de manifestaciones complejas e incomprensibles en manifestaciones o expresiones que son más simples, primitivas o aún patológicas. De todo lo que se ha dicho antes acerca del esoterismo, sin embargo, se ve con claridad que esta tendencia no conduce a ninguna parte y que, por el contrario, costumbres más simples y primitivas, y aún criminales, son muy frecuentemente una forma degenerada de antiguos sacramentos y ritos, ya olvidados, de un alto origen.
El segundo lugar en importancia en el Cristianismo “teológico”, después de la idea de Cristo como hijo de Dios y de su divinidad, lo ocupa la idea de la redención y del sacrificio de Cristo.
La idea de la redención y el sacrificio, que se convirtió en la base de los dogmas cristianos, aparece en el Nuevo Testamento en las siguientes palabras:
“El siguiente día ve Juan a Jesús que venia a él, y dice: He aquí al Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. (S. Juan 1.29).
De modo que Jesús fue asociado con el cordero pascual, que era un voto propiciatorio. En donde más se habla del sacrificio de Cristo en los Evangelios es en el Evangelio de San Juan. Los otros evangelistas también hacen referencia al sacrificio y a la redención, por ejemplo, las palabras de Cristo:
“Como el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos.” (Mat. 20.28).
Pero todos estos pasajes y los otros semejantes que empiezan con las palabras de Juan Bautista y terminan con las palabras de Cristo mismo, tienen un significado ampliamente alegórico y abstracto.
La idea se concretó sólo en las Epístolas, especialmente en la Epístola del Apóstol Pablo. Fue necesario explicar la muerte de Jesús, y fue necesario explicar su muerte al mismo tiempo indicando que fue el hijo de Dios, y él mismo Dios. La idea de los Misterios y del “drama de Cristo” no pudo hacerse nunca propiedad común, porque para su explicación no había ni palabras ni comprensión, ni aun en los que tendrían que explicarlo. Fue necesario encontrar una idea más cercana, más comprensible, que pudiera ofrecer la posibilidad de explicar a la multitud por qué Dios había permitido que gentes indignas y criminales lo torturaran y lo mataran. La explicación se encontró en la idea de la redención real. Se dijo que Jesús hizo ésto por los hombres, que habiéndose sacrificado, salvó a los hombres de sus pecados; más tarde se aumentó: del pecado original, del pecado de Adán.
La idea del sacrificio redentor fue incomprensible para los judíos, debido a que jugó un papel muy importante en el Viejo Testamento en los sacrificios y ceremonias rituales. Había un rito que se celebrara en el “día de Expiación”, en el que se mataba un macho cabrío como voto propiciatorio por los pecados de los hombres, y se untaba a otro macho cabrío con la sangre del que había sido muerto, para abandonarlo después en el desierto o arrojarlo a un precipicio.
La idea de Dios sacrificándose a sí mismo para la salvación de los hombres también existe en la mitología hindú. El dios Shiva bebió el veneno que debía envenenar a la humanidad entera, de ahí que muchas de sus estatuas tengan la garganta pintada de azul. Las ideas religiosas viajaban de un país a otro, y este elemento, es decir, el sacrificio efectivo por los hombres, pudo haber sido atribuido a Jesús de la misma manera que los elementos de la vida de Buda que han sido mencionados antes.
La conexión de la idea de la redención con la idea de la transferencia del mal, como lo hace el autor del libro antes mencionado, La Rama Dorada, no tiene absolutamente ningún fundamento.
La ceremonia mágica de la transferencia o transmisión del mal no tienen psicológicamente nada de común con la idea del sacrificio voluntario. Pero por supuesto esta distinción puede no tener ningún significado para el pensamiento evolucionista, que no entra en tan sutiles distinciones.
La idea de expiación del Viejo Testamento contradice al pensamiento esotérico. En las enseñanzas esotéricas se pone perfectamente en claro que nadie puede ser liberado del pecado por coacción y sin su propia participación. Ha habido hombres y los hay aún en tal situación, a quienes sin llevar a cabo un gran sacrificio, no es posible enseñarles el camino de la liberación. Cristo enseñó el camino de la liberación, (salvación).
Y él lo dice directamente:
“Yo soy el camino.” (S. Juan 14.6).
“Yo soy la puerta: el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.” (S. Juan 10.9).
“Y sabéis a dónde voy yo; y sabéis el camino.
“Dicele Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas: ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dice: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mi”. (S. Juan 14.4, 5.6).
“Y decíanle: ¿Tú quién eres? Entonces Jesús les dijo: El que al principio también os he dicho.” (S. Juan 8.25).
Para poder empezar a comprender los Evangelios y la doctrina evangélica es necesario en primer lugar comprender lo que significa el Reino de los Cielos o el Reino de Dios.
Estas expresiones son la clave para la parte más importante de la doctrina evangélica. Nada puede entenderse si primero no se comprende su significado. Pero al mismo tiempo estamos tan acostumbrados a la interpretación eclesiástica común, según la cual el Reino de los Cielos significa el lugar o el estado en el que las almas de los justos se encontrarán después de la muerte, que no nos imaginamos la posibilidad de otro significado de estas palabras.
Las palabras del Evangelio “El Reino de los Cielos está en vosotros” suenan en nuestros oídos huecas e ininteligibles, y no sólo no explican la idea principal, sino que parecen obscurecerla más. Los hombres no comprenden que dentro de ellos se encuentra el camino para el Reino de los Cielos y que el Reino de los Cielos no se encuentra necesariamente tras el umbral de la muerte.
El Reino de los Cielos, el Reino de Dios, significa esoterismo, es decir, el Círculo Interno de la humanidad, y también el conocimiento y las ideas de este círculo.
El escritor ocultista francés, Abbé Constant, el extraño y a veces muy agudo Eliphas Lévi, escribe en su libro Dogme et Rituel de la Haute Magie (1861): “Después de habernos pasado la vida buscando el Absoluto en la religión, en la ciencia y en la justicia; después de estar dando vueltas en el círculo de Fausto, hemos llegado a la doctrina primordial y al libro primero de la Humanidad. Al llegar a este punto nos detenemos, habiendo descubierto el secreto de la omnipotencia humana y del progreso indefinido, la llave de todos los simbolismos, la doctrina primera y final: hemos llegado a comprender lo que quiere decir la expresión que se usa con tanta frecuencia en el Evangelio: El Reino de Dios.” (Magia Trascendental. Traducción al inglés de A. E. Waite. Pág. 27, Ed. 1933).
Y en otro lugar del mismo libro Eliphas Lévi dice: “La Magia a la que los antiguos denominaron el Sanctum Regnum, el Santo Reino o Reino de Dios, Regnum Dei, existe sólo para los reyes y los sacerdotes. ¿Sois vosotros sacerdotes? ¿Sois vosotros reyes?
“El sacerdocio de la Magia no es un sacerdocio vulgar y su realeza no compite con la de los príncipes de este mundo. Los monarcas de la ciencia son los príncipes de la verdad y su soberanía está oculta para la multitud, como también lo están sus oraciones y sus sacrificios. Los reyes de la ciencia son los hombres que conocen la verdad y a quienes la verdad ha hecho libres, de acuerdo con la promesa específica hecha por el más poderoso de todos los iniciadores (S. Juan 8.32).”
Más adelante dice:
“Para alcanzar el Sanctum Regnum, en otras palabras, el conocimiento y el poder de los Magos, son indispensables cuatro condiciones: una inteligencia iluminada por el estudio, una intrepidez a la que nada pueda detener, una voluntad inquebrantable y una prudencia a la que nada pueda corromper y nada embriagar. SABER, ATREVERSE, QUERER, GUARDAR SILENCIO, tales son las cuatro palabras de los Magos... que pueden combinarse de cuatro maneras y explicarse cuatro veces una por la otra.”
Eliphas Lévi descubrió algo que ha asombrado a muchos que han estudiado el Nuevo Testamento, tanto antes como después de él, a saber, que el Reino de los Cielos o el Reino de Dios significa el esoterismo, el círculo interno de la humanidad.
Esto no quiere decir que el Reino sea un Reino en el Cielo, sino un Reino bajo el poder del Cielo, bajo las leyes del Cielo. La expresión el “Reino del Cielo (o de los Cielos) “tiene, en relación con el círculo esotérico, exactamente el mismo significado que tenía el viejo título oficial de China, “El Celeste Imperio”. Esto no quería decir que fuera un Imperio en el Cielo, sino un Imperio bajo el poder directo del Cielo, bajo las leyes del Cielo. Los teólogos han tergiversado el significado de “el Reino del Cielo”, lo han conectado con la idea del Paraíso, “el Cielo”, es decir, del lugar en el que, según ellos, las almas de los justos habrán de encontrarse después de la muerte. En realidad puede verse muy claramente en los Evangelios que Cristo en sus prédicas hablaba del Reino de Dios en la tierra, y en los Evangelios hay pasajes muy concretos que muestran que, como él enseñaba, el Reino del Cielo (o de los Cielos) puede alcanzarse en la vida.
“De cierto os digo: hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su reino”. (Mat. 16.28).
Es muy interesante notar aquí que Cristo habla de su “reino” y al mismo tiempo se llama a sí misma el “Hijo del Hombre”, es decir, simplemente un hombre.
Más adelante, en San Marcos dice: “De cierto os digo que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte hasta que hayan visto el reino de Dios que viene con potencia”. (Mar. 9.1).
Y en San Lucas:
“Y os digo en verdad, que hay algunos de los que están aquí, que no gustarán la muerte, hasta que vean el reino de Dios”. (Lucas 9.27).
Estos pasajes fueron entendidos en el sentido de la proximidad del segundo advenimiento. Pero todo su significado en este sentido se perdió naturalmente cuando todos los discípulos personales de Cristo hubieron muerto. Pero desde el punto de vista del pensamiento esotérico estos pasajes han conservado en nuestro tiempo el mismo significado que tuvieron en tiempo de Cristo.
El Nuevo Testamento es una introducción al conocimiento oculto o a la sabiduría secreta. En él pueden verse muy claramente varias líneas definidas de pensamiento. Todo lo que sigue se refiere a las dos líneas principales.
Una línea de pensamiento expone los principios del Reino del Cielo o del círculo esotérico y su conocimiento; esta línea subraya la dificultad y la exclusividad en la aprehensión de la verdad. Y la otra línea muestra qué es lo que los hombres deben hacer para poder llegar a la verdad, y qué es lo que no deben hacer, esto es, qué es lo que puede ayudarlos y qué lo que puede obstaculizarlos; los métodos y las reglas de estudio y trabajo en uno mismo; las reglas ocultas y las de la escuela.
A la primera línea pertenece lo que se refiere a que el alcanzar la verdad requiere esfuerzos excepcionales y condiciones excepcionales. Sólo unos cuantos pueden alcanzar la verdad. Ninguna frase se repite tanto en el Nuevo Testamento como la que dice “sólo los que tienen oídos pueden oír”. Estas palabras se repiten nueve veces en los Evangelios, y ocho veces en la Revelación de San Juan, diez y siete veces en total.
La idea de que es necesario saber oír y ver, y poder oír y ver, y de que no todos pueden oír y ver, aparece también en los siguientes pasajes:
“Por eso les habla por parábolas; porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden. De manera que se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dice: De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis y no miraréis. Porque el corazón de este pueblo está engrosado, y de los oídos oyen pesadamente, y de sus ojos guiñan: para que no vean de los ojos, y oigan de los oídos, y del corazón entiendan, y se conviertan y yo os sane. Mas bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos porque oyen. Porque de cierto os digo, que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron: y oír lo que oís, y no lo oyeron.” (Mat. 13. 13-17).
“Para que viendo, vean y no echen de ver; y oyendo, oigan y no entiendan: porque no se conviertan, y les sean perdonados los pecados.” (Marcos 4.12).
“¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís? ¿y no os acordáis?”! (Marcos 8.18).
“Y él dijo: A vosotros es dado conocer los misterios del reino de Dios; mas a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.” (Lucas 8.10).
“¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oír mi palabra.
“El que es de Dios, las palabras de Dios oye: por ésto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.” (Juan 8.43, 47).
“Aún tengo muchas cosas que deciros, mas ahora no las podéis llevar.” (Juan 16.12).
Todos estos pasajes se refieren a la primera línea del pensamiento, que explica el significado del Reino del Cielo como perteneciendo a unos cuantos, es decir, explica la idea del círculo interno de la humanidad o la idea del esoterismo.
v:.A:. P. OUSPENSKY
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