En el Evangelio de San Marcos hay una interesante parábola que explica las leyes según las cuales el círculo interno de la humanidad ejerce su influencia sobre el circulo externo.
“Decía más: Así es el reino de Dios, como si un hombre echa simiente en la tierra; Y duerme, y se levanta de noche y de día, y la simiente brota y crece como él no sabe. Porque de suyo fructifica la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. Y cuando el fruto fuera producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada.”(Marcos 4. 26-29).
“Y con mucho tales parábolas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin la parábola no les hablaba; mas a sus discípulos en particular declaraba todo.” (Mar. 4. 33-34)
La continuación de esta idea de la “siega” se encuentra en el Evangelio de San Lucas.
“La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.” (Lucas 10.2).
En el Evangelio de San Juan se desarrolla la misma idea en una forma todavía más interesante.
“Y el que siega, recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembre también goce, y el que siega. Porque en esto es el dicho verdadero: Que uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis: otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.” (Juan 4. 36-38).
En los pasajes anteriores, en relación con la idea de la siega, se tocan varias leyes cósmicas. La “siega” puede llevarse a cabo sólo en una época determinada, cuando el trigo está maduro, y Jesús subraya esta característica especial de la época o tiempo de la siega, y también la idea general de que cada cosa debe hacerse a su tiempo. Los procesos esotéricos requieren tiempo. Momentos diferentes requieren acciones diferentes en relación con ellos.
“Entonces los discípulos de Juan vienen a él, diciendo: ¿Por qué nosotros y los Fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Y Jesús les dijo: ¿Pueden los que son de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Mas vendrán días cuando el esposo será quitado de ellos, y entonces ayunarán.” (Mat. 9. 14, 15).
La misma idea del diferente significado de momentos diferentes y de cierto trabajo esotérico que es posible sólo en una época o tiempo definido, se encuentra en el Evangelio de San Juan.
“Conviéneme obrar las obras del que me envió, entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede obrar.” (Juan 9.4).
Más adelante se habla de la oposición entre la vida ordinaria y el camino que conduce al esoterismo. La vida sostiene al hombre. Pero aquéllos que entren en el camino hacia el esoterismo deben olvidarse de todo lo demás.
“Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; mas déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto para el Reino de Dios.” (Lucas 9. 61-62).
Más adelante se desarrolla la misma idea en un sentido especial. En la mayor parte de los casos la vida domina. Los medios se convierten en fines. Los hombres dejan perder sus grandes posibilidades por el insignificante presente.
“Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya está todo aparejado. Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y necesito salir y verla, te ruego que me des por excusado. Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.” (Lucas 14. 16-20).
En el Evangelio de San Juan se introduce la idea del “nuevo nacimiento” como explicación de los principios del esoterismo.
“...El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3.3).
Después sigue la idea de la resurrección, resucitación. La vida sin la idea del esoterismo se considera como la muerte.
“Porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.” (Juan 3.21).
“De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán... No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz.” (Juan 5. 2-5, 28).
“De cierto, de cierto os digo, que el que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre.” (Juan 8.51).
Estos últimos pasajes están completamente equivocados en su interpretación en las doctrinas pseudo-cristianas existentes. “Los que están en los sepulcros” no quiere decir los muertos que están sepultados en la tierra, sino, por el contrario, los que están vivos en el sentido ordinario, pero muertos desde el punto de vista del esoterismo.
Esta idea en la que se compara a los hombres con los sepulcros o tumbas, se encuentra repetidas veces en los Evangelios. La misma idea se expresa en el maravilloso himno de Pascua de la Iglesia Ortodoxa : “ Cristo se levantó de los muertos; ha conquistado la muerte con la muerte, y dado vida a aquéllos que estaban en las tumbas”.
“Aquéllos en las tumbas” son precisamente aquéllos a los que se considera como vivos. Esta idea se expresa muy claramente en la Revelación: “...que tienes nombre que vives, y estás muerto.” (Ap. 3.1).
La comparación de los hombres con los sepulcros o tumbas se encuentra varias veces en los Evangelios de San Mateo y San Lucas:
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas de dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad.” (Mat. 23.27).
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben.” (Lucas 11.44).
La misma idea se desarrolla más adelante en la Revelación. El esoterismo da vida. En el círculo esotérico no hay muerte.
“El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios... El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venderé, no recibirá daño de la muerte segunda.” (Ap. 2.7 y 11).
También a ésto se refieren las palabras del Evangelio de San Juan que relacionan las enseñanzas de los Evangelios con las enseñanzas de los Misterios.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, mucho fruto lleva.” (Juan 12.24).
En la Revelación o Apocalipsis hay unas notables palabras en el tercer capítulo que adquieren especial significación en conexión con el significado que el mismo Jesús atribuía a las palabras “rico” y “pobre”, “ciego” y “el que ve”.
“Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo; Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y de vestiduras blancas seas vestido, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” (Ap. 3.17,18).
De los “ciegos” y de “los que pueden ver” Cristo habla en el Evangelio de San Juan.
“Yo, para juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, sean cegados. Y ciertos de los Fariseos que estaban con él oyeron esto, y dijéronle: ¿Somos nosotros también ciegos? Díjoles Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado: mas ahora porque decís, Vemos, por tanto vuestro pecado permanece.” (Juan 9. 39, 41).
Las expresiones “ciegos” y “ceguera” tienen generalmente varios significados en el Nuevo Testamento. Y es menester entender que la ceguera puede ser exterior y física, o puede ser una ceguera interior, de la misma manera que puede haber una lepra interior y una muerte” interior, que son mucho más graves que las exteriores.
Esto nos lleva a la cuestión de los “milagros”. Todos los “milagros”, la curación de los ciegos, el sanamiento de los leprosos, la expulsión de los demonios, la resurrección de los muertos, pueden explicarse de dos maneras si la terminología de los Evangelios se entiende correctamente, o bien como milagros físicos externos o como milagros internos, la curación de la ceguera interna, el sanamiento o purificación interna y la resurrección interna.
El hombre que era ciego, a quien Jesús cura, usa notables palabras cuando los Fariseos y Saduceos tratan de convencerlo de que según ellos Jesús no tenía derecho de curarlo.
“Así que, volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y dijéronle: Da gloria a Dios: nosotros sabemos que este hombre es pecador. Entonces él respondió, y dijo: Si es pecador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.” (Juan 9. 24, 25).
La idea del milagro interior y la convicción interna del milagro están íntimamente conectadas con las palabras concretas de Cristo sobre el significado del Reino de los Cielos en el pasaje siguiente:
“Y preguntado por los Fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia; Ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está.” (Lucas 17. 20, 21).
Todo lo que se ha dicho hasta ahora y todos los pasajes que se han citado corresponden a una línea de pensamiento que va a lo largo de toda la doctrina evangélica, a saber, la línea que desarrolla la idea del significado del esoterismo o del Reino de los Cielos. La otra línea, que también va a todo lo largo de los Evangelios, trata acerca de los métodos del trabajo oculto o de escuela. En primer lugar, expone el significado del trabajo oculto en relación con la vida.
“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.” (Mat. 4.19).
Estas palabras significan que aquél que entre en el camino del esoterismo debe tener presente que tiene que trabajar para el esoterismo, y trabajar en un sentido muy definido, es decir, buscando hombres que puedan ingresar en el mismo camino del esoterismo y preparándolos para ello. Las gentes no nacen dentro del “círculo interno”. El círculo interno se nutre del circulo externo. Pero sólo muy pocos hombres del círculo externo pueden ingresar al círculo esotérico. Por lo tanto, el trabajo de preparar a los hombres para que entren a formar parte del círculo interior, el trabajo de los “pescadores de hombres”, es una parte muy importante del trabajo esotérico.
Las palabras “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”, como otras muchas, no pueden referirse naturalmente a todos los hombres.
“Ellos entonces, dejando luego las redes, le siguieron.” (Mat. 4.20).
Más adelante dice Jesús, dirigiéndose también solamente a los discípulos y explicando el significado del esoterismo y el papel y el lugar de los que pertenecen al esoterismo:
“Vosotros sois la sal de la tierra: y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres. Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelera, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos.” (Mat. 5. 13-16).
Después de esto, Jesús explica los requisitos a que deben ajustarse aquéllos que quieran ingresar al esoterismo.
“Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat. 5.20).
En la interpretación común de los Evangelios esta segunda línea, que se refiere solamente a los discípulos, se toma tan equivocadamente como la primera, que se refiere al Reino de los Cielos o esoterismo. Todo lo que expresa la primera línea de pensamiento se toma, en la interpretación común, como refiriéndose a la vida futura. Todo lo que expresa la segunda línea de pensamiento se toma, en la misma interpretación, como enseñanza moral para todos los hombres en general. Pero en realidad, la segunda línea, contiene reglas para los discípulos.
También a los discípulos, se refiere todo lo que se dice acerca de la vigilancia o el estar alerta, es decir, acerca de la constante atención y observación que se requiere de ellos. Esta idea se encuentra por primera vez en la parábola de las diez vírgenes.
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Y las cinco de ellas eran prudentes, y las cinco fatuas. Las que eran fatuas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite, mas las prudentes tomaron aceite en sus vasos, juntamente con sus lámparas. Y fardándose el esposo, cabecearon todas, y se durmieron. Y a la media noche fue oído un clamor: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y aderezaron sus lámparas. Y las fatuas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron, diciendo: Porque no nos falte a nosotras y a vosotras, id antes a los que venden, y comprad para vosotras. Y mientras que ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban apercibidas, entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Mas respondiendo él, dijo, De cierto os digo, que no os conozco. “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir.” (Mat. 25. 1-13).
La idea de que los discípulos no pueden saber cuándo habrá de pedírseles que realicen trabajo activo y de que deben estar listos en todo momento se subraya en las siguientes palabras: “Velad pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. “Esto empero sabed, que si el padre de la familia supiese a cuál vela el ladrón había de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis.” (Mat. 24. 42-44).
Más adelante se menciona la tarea del maestro mismo así como la escasa ayuda que puede recibir, aún de sus discípulos.
“Entonces Jesús les dice: Mi alma está muy triste hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Y vino a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu a la verdad está presto, mas la carne enferma…Entonces vino a sus discípulos, y diceles: Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores.” (Mat. 26.38, 40, 41, 45).
Una gran importancia se atribuye evidentemente a la idea de “vigilar” (o “velar”), que se repite muchas veces en todos los Evangelios. En San Marcos:
“Mirad, velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo. Como el hombre que partiéndose lejos, dejó su casa, y dio facultad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase: Velad, pues, porque no sabéis cuándo el señor de la casa vendrá; si a la tarde, o a la media noche, o al canto del gallo, o a la mañana; Porque cuando viniere de repente, no os halle durmiendo. Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo: Velad.” (Marcos 13. 33-37)
En San Lucas se subraya nuevamente la necesidad de estar preparados en todo momento y la imposibilidad de saber de antemano.
“Estén ceñidos vuestros lomos y vuestras antorchas encendidas. Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, y los hallare así, bienaventurados son tales siervos. Esto empero sabed, que si supiese el padre de familia a qué hora había de venir el ladrón, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros “pues también, estad apercibidos; porque a la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá.” (Lucas 12.35.37-40).
Y más adelante:
“Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos’ de evitar todas estas cosas que han de venir, y de estar en pie delante del Hijo del hombre.” (Lucas 21,36).
Todos los pasajes anteriores se refieren a la “vigilancia”. Pero esta palabra tiene muchos significados diferentes. Es absolutamente, insuficiente entenderla en el simple sentido ordinario, estar listo o alerta. La palabra “vigilancia” comprende toda una doctrina de psicología esotérica que se explica sólo en las escuelas ocultistas.
Los preceptos de Cristo sobre la vigilancia son muy pareados a. los, de Buda sobre la misma cuestión. Pero en las enseñanzas de Buda la finalidad y el significado de la vigilancia son todavía más claros. Buda resume todo el trabajo interno de un “monje” en la vigilancia, y señala, la necesidad de un continuo entrenamiento en la vigilancia como mejor medio para lograr una conciencia clara, para sobreponerse al sufrimiento y para alcanzar la liberación. (Die Reden Gotismo Buddhos aus der mittteren Sammiung Majihimamkayo des Pali-Kanons, ubersetzt von Kari Eugen Neumann (R. Piper & Co., Munchen, igaa);" Vol. I, pags. 122-123 & 634-635.
Siguiendo adelante en esta línea, el segundo requisito importante dentro de las “reglas ocultas” es el que se refiere al conocimiento y a la capacidad de guardar secretos, es decir, el conocimiento y la capacidad de guardar silencio.
Cristo atribuye una especial importancia a esto, y la necesidad del silencio se repite en los Evangelios en una forma literal también diez y siete veces (como las palabras, sólo los que tienen oídos pueden oír).
“Y luego su lepra fue limpiada. “Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie.” (Mat. 8.3, 4).
“Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad, que nadie lo sepa.” (Mat. 9.30).
“Y como descendieron del monte, les mandó Jesús, diciendo: No digáis a nadie la visión”. (Mat. 17. 9, Marcos 9. 9).
“Y había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, el cual dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Y Jesús le riñó, diciendo: Enmudece, y sal de él.” (Marcos 1. 23-25; Lucas 4. 33-35).
Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba decir a los demonios que le conocían.” (Marcos 1.34; Lucas 4.41).
“Y así que hubo él hablado, la lepra se fue luego de aquél, y fue limpio. Entonces le apercibió, y despidióle luego. “Y le dice; Mira, no digas a nadie nada; sino ve.” (Marcos 1.42-44; Lucas 5.13-14).
“Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Mas él les reñía mucho que no le manifestase.” (Marcos 3.11-12).
“Y luego la muchacha se levantó, y andaba... Mas él les mandó que nadie lo supiese.”(Marcos 5. 42-43).
“Y luego fueron abiertos sus oídos, y fue desatada la ligadura de su lengua, y hablaba bien. Y les mandó que no lo dijesen a nadie.” (Marcos 7. 35-36).
“Luego le puso otra vez las manos sobre sus ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio lejos y claramente a todos. Y envióle a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.” (Marcos 8. 25-26).
“Entonces él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les apercibió que no hablasen de él a ninguno.” (Marcos 8. 29,30; Lucas 9. 20-21; Mat. 16. 20).
La idea de guardar los secretos está relacionada en el esoterismo con la idea de conservar la energía. El silencio, el secreto, crean un círculo cerrado, es decir, un “acumulador”. Esta idea se encuentra en todos los sistemas ocultos. La habilidad de guardar silencio o de decir sólo lo que es necesario y cuando es necesario, es el primer grado de control sobre uno mismo. Dentro de la tarea de la escuela la habilidad de guardar silencio constituye un grado definido de superación. La habilidad de guardar silencio constituye un grado definido de superación.
La habilidad de guardar silencio incluye el arte de ocultarse, de no exhibirse. El “iniciado” se encuentra siempre oculto para el “no iniciado”, aun cuando el no iniciado puede engañarse creyendo que ve o puede ver los motivos y las acciones del “iniciado”. El “iniciado”, conforme a las reglas esotéricas, no tiene el derecho y no debe descubrir el aspecto positivo de su actividad o el de su persona sino sólo a aquéllos cuyo nivel está cerca del suyo, que han pasado ya la prueba y que han demostrado que su actitud y su comprensión son las correctas.
“Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando pues haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de tí, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para ser estimados de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha; para que sea tu limosna en secreto: y tu Padre que ve en secreto, él te recompensará en público.
“Y cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público. Y orando, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos.” (Mat. 6.1-7).
Una de las principales reglas ocultas, uno de los principios fundamentales en el trabajo esotérico, que deben aprender los discípulos, se resume en las siguientes palabras de Cristo:
“No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha.”
El estudio del significado teórico y práctico de este principio constituye uno de los aspectos más importantes del trabajo esotérico en todas las escuelas esotéricas sin excepción. El secreto era un elemento de gran importancia en las comunidades cristianas de los primeros siglos. Y el requisito del secreto no estaba basado en el temor a la persecución, como se piensa generalmente hoy en día, sino en las tradiciones todavía existentes de las escuelas esotéricas, con las que las comunidades cristianas estaban indudablemente conectadas en un principio. ("Nada puede ser tan enérgico como el lenguaje de los Padres de la Iglesia hacia el Siglo Quinto al hablar del secreto en que debía guardarse el credo. Este debía haberse tomado del santo y seña que utilizaban los cristianos para reconocerse entre si. Esta es la explicación mas probable. San Agustin dice: 'No debeis escribir nada sobre nuestro credo porque Dios dijo: "Pondré mi ley en sus corazones y en sus mentes la escribiré". Por eso el credo se aprende escuchándolo, y no se escribe en tablas ni en ninguna substancia material, sino en el corazón. Por lo tanto no es de extrañar que no haya ninguna prueba de algún credo religioso sino hasta fines del Siglo Tercero". (Fragmento de La Historia de los Credos Religiosos, de J. R. Lumby. D. D '(Deighton Bell & Co). 1887, pags. 2 & 3.)
Después de ésto siguen conversaciones con los discípulos, en las que lo que Cristo dice se refiere solamente a los discípulos y no puede referirse a nadie más.
“Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido: ¿qué pues tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo, que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna. Mas muchos primeros serán postreros, y postreros primeros.” (Mat. 19.27-30).
Es también a los discípulos a quienes se refiere el principio del capítulo siguiente, es decir, la parábola de los labradores en la viña. La parábola perdería todo su significado si se aplicara a todos los hombres.
“Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a ajustar obreros para su viña. Y habiéndose concertado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Y saliendo cerca de la hora de las tres, vio otros que estaban en la plaza ociosos; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que fuere justo. Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y nona, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima, halló otros que estaban ociosos; y díceles: ¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos? Dícenle: Porque nadie nos ha ajustado. Díceles: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que fuere justo.
“Y cuando fue la tarde del día, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. Y viniendo los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno su denario.
“Y viniendo también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y tomándolo, murmuraban contra el padre de la familia, diciendo: Estos postreros sólo han trabajado una hora, y los han hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día. Y él respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete; mas quiero dar a este postrero, como a tí.
“¿No me es lícito a mí hacer lo que quiero con lo mío? o ¿es malo tu ojo, porque yo soy bueno?
Así los primeros serán postreros, y los postreros primeros: porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.” (Mat. 20.1-16).
Más adelante, hay en el Evangelio de San Lucas un pasaje interesante que explica que los discípulos no deben esperar una recompensa especial por lo que hacen, pues es su deber hacerlo.
“¿Y quién de vosotros tiene un siervo que ara o apacienta, que vuelto del campo le diga luego: Pasa, siéntate a la mesa?
“¿No le dices antes: Adereza qué cene, y arremángate, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come tú y bebe? ¿Da gradas al siervo porque hizo lo que le había sido mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hubiereis hecho todo lo que os he mandado, decid: Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, ‘hicimos.” (Lucas 17. 7-10).
Todos estos pasajes se refieren sólo a los “discípulos”. Habiendo explicado a quienes se dirige. Jesús en los pasajes siguientes señala su propia posición en relación con la “Ley”, es decir, con aquellos principios del esoterismo que se conocían ya antes de él por las enseñanzas de los profetas:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir.” (Mat. 5, 17)
Estas palabras tienen otro significado. Cristo subrayó con toda claridad que él no era un reformador social y que no era su propósito cambiar las leyes viejas o señalar los puntos débiles de ellas. Por el contrario, él siempre las puso de relieve y las reforzó, es decir, encontró los requerimientos del Viejo Testamento insuficientes sólo en lo que se refería al aspecto externo.
En algunos casos algunas reglas para los discípulos surgieron así. Lo cual puede verse, por ejemplo, en los pasajes siguientes:
“Oísteis que fue dicho: No adulterarás: Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mat. 5. 27-28).
Esto quiere decir desde luego que los discípulos no podían justificarse nunca de ser formalmente inocentes de algo de lo que interiormente eran culpables.
En otros casos. Jesús, al comentar las viejas leyes, simplemente repetía o reafirmaba algunos preceptos sobre la vida, como por ejemplo, el precepto que se refiere al divorcio, que en realidad no tenía ninguna relación con su doctrina, a no ser como indicaciones sobre la necesidad de la veracidad interna y de la insuficiencia de la veracidad externa.
“También fue dicho: Cualquiera que repudiare a su mujer, déle carta de divorcio. Mas yo os digo, que el que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio.” (Mat. 5. 31- 32).
El propósito en este caso era formar con estos preceptos, junto con las reglas para los discípulos, un “contexto” que permitiera a Jesús decir lo que deseaba y que no podía ser dicho sin una introducción previa. De modo que los pasajes citados antes, tanto los que expresan reglas para los discípulos como los que expresan preceptos como el relativo al divorcio, son necesarios en los Evangelios sólo para conducir a los dos versículos siguientes, y al mismo tiempo, parcialmente, para desviar la atención de estos versículos.
“Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
“Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala y échala de tí: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mat. 5. 29-30).
Estos dos versículos, al igual que un versículo del Capítulo 19 del Evangelio de San Mateo, han dado origen probablemente a más interpretaciones falsas que todos los Evangelios juntos. Y en realidad se prestan a todas las malas interpretaciones posibles. Para la correcta comprensión psicológica de ellos es necesario, en primer lugar, separarlos de las ideas de cuerpo y sexo. Se refieren a diferentes “yoes”, a diferentes personalidades del hombre. Al mismo tiempo tienen otro significado oculto o esotérico. Los discípulos pueden haber entendido el significado de estas palabras. Pero en los Evangelios ciertamente que permanecieron totalmente incomprensibles.
La presencia de los preceptos sobre el divorcio en los Evangelios tampoco se entendió nunca. Estos preceptos entraron a formar parte del Nuevo Testamento y originaron múltiples comentarios sobre su autenticidad como palabras de Cristo. El Apóstol Pablo y otros predicadores posteriores de la nueva religión basaron códigos enteros de leyes en estos pasajes, rehusándose absolutamente a ver que estos pasajes eran solamente pantallas y no podían tener un significado independiente dentro de la doctrina de Cristo.
Al mismo tiempo Cristo dice que no basta para los discípulos con cumplir la ley, que están sujetos a una disciplina más rígida, basada en principios más sutiles.
“...Que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y la de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; mas cualquiera que matare, será culpado del juicio. Mas yo os digo, que cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio; y cualquiera que dijera a su hermano, Raca, será culpado del concejo; y cualquiera que dijere. Fatuo, será culpado del infierno del fuego.
“Por tanto, si trajeres tu presente al altar y allí te acordares de qué tu hermano tiene algo contra tí, deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente.” (Mat 5. 20-24).
Después de ésto siguen los pasajes más difíciles e intrincados de los Evangelios, porque estos pasajes no pueden comprenderse correctamente sino sólo en conexión con la idea esotérica. Pero ordinariamente son entendidos como normas morales, constituyendo lo que se considera como moralidad cristiana y virtud cristiana, aun cuando, al mismo tiempo, la conducta de todos los hombres viola estas reglas.
Los hombres no pueden cumplir estas reglas y ni siquiera pueden entenderlas. El resultado es un engaño y un autoengaño pavoroso. Las enseñanzas cristianas están basadas en los Evangelios, pero el orden y la estructura enteros de la vida de los pueblos cristianos van contra los Evangelios.
Y es característico en este caso que toda esta hipocresía y toda esta falsedad sean completamente inútiles. Cristo nunca enseñó a todos los hombres a no resistir al mal, a poner la mejilla izquierda cuando son heridos en la derecha, y a dar la capa a los que quieren quitarles la ropa. Estos pasajes de ningún modo constituyen reglas morales generales ni forman un código de virtudes cristianas. Son reglas para los discípulos y no reglas generales de conducta. El verdadero significado de estas reglas puede ser explicado sólo en una escuela oculta. La clave para encontrar este significado se encuentra en las siguientes palabras:
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mat. 3, 48).
Más adelante se encuentran las explicaciones:
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente. Mas yo os digo: No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra. Y al que quisiere ponerte a pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa. Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de tí prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.
“Porque si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen también así los Gentiles?
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mat. 5. 38-40, 42-46, 48).
Cada uno de estos pasajes constituye el contenido de una enseñanza especial, compleja y práctica. Estas enseñanzas prácticas, tomadas en conjunto, forman un sistema oculto o esotérico de auto-entrenamiento y auto-educación basado en principios desconocidos fuera de las escuelas ocultas.
Nada puede ser tan inútil e ingenuo como el esforzarse por comprender su contenido sin una instrucción adecuada.
Después de esto sigue la oración dada por Cristo, que resume todo el contenido de la doctrina evangélica y puede ser considerada como una sinopsis de ella, el Padre Nuestro. Las deformaciones en el texto de esta oración se han mencionado ya. El origen de la oración es desconocido, pero en el Segundo Alcíbiades de Platón, Sócrates cita una oración que tiene un gran parecido con el Padre Nuestro y que es muy probablemente la forma original de esta oración. Se cree que su origen es pitagórico.
“Zeus Rey, danos todo lo que es bueno lo pidamos o no, mas ordena que todo lo malo se aleje de nosotros aun cuando te lo pidamos”.
El parecido es tan obvio que no necesita comentarios. Esta oración citada por Sócrates explica un punto incomprensible del Padre Nuestro, a saber, la palabra “más” después de las palabras “no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal.” Este más corresponde a palabras que continuaban la frase pero que faltan en la oración del Evangelio. Estas palabras que faltan —”aun cuando te las pidamos (las cosas malas)”— explica el “más” en la oración precedente.
Después siguen las reglas internas, también para los discípulos, y que no pueden estar dirigidas a todos los hombres.
“Por tanto os digo: No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas? Mas ¿quién de vosotros podrá, congojándose, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido ¿por qué os congojáis? Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; mas yo os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos.
“Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno. Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os congojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los Gentiles buscan todas estas cosas: que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os congojéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su fatiga: basta al día su afán.” (Mat. 6.25-34).
Más adelante siguen las reglas que se refieren a las relaciones entre los “discípulos” y que tampoco atañen a todos los hombres.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida que medís, os volverán a medir.
“Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo? O ¿cómo dirás a tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí la viga en tu ojo? “¡Hipócrita! Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano.” (Mat. 7. 1-5).
La tendencia general de las interpretaciones comunes es, también, el considerar estos pasajes como reglas de moralidad cristiana y al mismo tiempo pensarlas como un ideal inalcanzable. Pero Cristo era mucho más práctico; él no enseñaba cosas impracticables. Las reglas que daba era para que se llevaran a cabo, pero no por todos, sólo por aquéllos para quienes su observancia podía beneficiar y que eran capaces de llevarlas a cabo.
Hay una semejanza interesante entre ciertos pasajes muy conocidos de los Evangelios y ciertos pasajes de los libros Budistas.
Por ejemplo, en El Catecismo Budista se encuentran las siguientes palabras: “Las faltas de los otros se ven fácilmente, pero las propias se ven con dificultad. El hombre hace alarde de las faltas ajenas, pero las suyas las oculta, como el tramposo oculta el dado malo en el juego”.
“Decía más: Así es el reino de Dios, como si un hombre echa simiente en la tierra; Y duerme, y se levanta de noche y de día, y la simiente brota y crece como él no sabe. Porque de suyo fructifica la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga. Y cuando el fruto fuera producido, luego se mete la hoz, porque la siega es llegada.”(Marcos 4. 26-29).
“Y con mucho tales parábolas les hablaba la palabra, conforme a lo que podían oír. Y sin la parábola no les hablaba; mas a sus discípulos en particular declaraba todo.” (Mar. 4. 33-34)
La continuación de esta idea de la “siega” se encuentra en el Evangelio de San Lucas.
“La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.” (Lucas 10.2).
En el Evangelio de San Juan se desarrolla la misma idea en una forma todavía más interesante.
“Y el que siega, recibe salario, y allega fruto para vida eterna; para que el que siembre también goce, y el que siega. Porque en esto es el dicho verdadero: Que uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis: otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.” (Juan 4. 36-38).
En los pasajes anteriores, en relación con la idea de la siega, se tocan varias leyes cósmicas. La “siega” puede llevarse a cabo sólo en una época determinada, cuando el trigo está maduro, y Jesús subraya esta característica especial de la época o tiempo de la siega, y también la idea general de que cada cosa debe hacerse a su tiempo. Los procesos esotéricos requieren tiempo. Momentos diferentes requieren acciones diferentes en relación con ellos.
“Entonces los discípulos de Juan vienen a él, diciendo: ¿Por qué nosotros y los Fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? Y Jesús les dijo: ¿Pueden los que son de bodas tener luto entre tanto que el esposo está con ellos? Mas vendrán días cuando el esposo será quitado de ellos, y entonces ayunarán.” (Mat. 9. 14, 15).
La misma idea del diferente significado de momentos diferentes y de cierto trabajo esotérico que es posible sólo en una época o tiempo definido, se encuentra en el Evangelio de San Juan.
“Conviéneme obrar las obras del que me envió, entre tanto que el día dura: la noche viene, cuando nadie puede obrar.” (Juan 9.4).
Más adelante se habla de la oposición entre la vida ordinaria y el camino que conduce al esoterismo. La vida sostiene al hombre. Pero aquéllos que entren en el camino hacia el esoterismo deben olvidarse de todo lo demás.
“Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; mas déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano al arado mira atrás, es apto para el Reino de Dios.” (Lucas 9. 61-62).
Más adelante se desarrolla la misma idea en un sentido especial. En la mayor parte de los casos la vida domina. Los medios se convierten en fines. Los hombres dejan perder sus grandes posibilidades por el insignificante presente.
“Un hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. Y a la hora de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya está todo aparejado. Y comenzaron todos a una a excusarse. El primero le dijo: He comprado una hacienda, y necesito salir y verla, te ruego que me des por excusado. Y el otro dijo: Acabo de casarme, y por tanto no puedo ir.” (Lucas 14. 16-20).
En el Evangelio de San Juan se introduce la idea del “nuevo nacimiento” como explicación de los principios del esoterismo.
“...El que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.” (Juan 3.3).
Después sigue la idea de la resurrección, resucitación. La vida sin la idea del esoterismo se considera como la muerte.
“Porque como el Padre levanta los muertos, y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.” (Juan 3.21).
“De cierto, de cierto os digo: Vendrá hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que oyeren vivirán... No os maravilléis de esto; porque vendrá hora, cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz.” (Juan 5. 2-5, 28).
“De cierto, de cierto os digo, que el que guardare mi palabra, no verá muerte para siempre.” (Juan 8.51).
Estos últimos pasajes están completamente equivocados en su interpretación en las doctrinas pseudo-cristianas existentes. “Los que están en los sepulcros” no quiere decir los muertos que están sepultados en la tierra, sino, por el contrario, los que están vivos en el sentido ordinario, pero muertos desde el punto de vista del esoterismo.
Esta idea en la que se compara a los hombres con los sepulcros o tumbas, se encuentra repetidas veces en los Evangelios. La misma idea se expresa en el maravilloso himno de Pascua de la Iglesia Ortodoxa : “ Cristo se levantó de los muertos; ha conquistado la muerte con la muerte, y dado vida a aquéllos que estaban en las tumbas”.
“Aquéllos en las tumbas” son precisamente aquéllos a los que se considera como vivos. Esta idea se expresa muy claramente en la Revelación: “...que tienes nombre que vives, y estás muerto.” (Ap. 3.1).
La comparación de los hombres con los sepulcros o tumbas se encuentra varias veces en los Evangelios de San Mateo y San Lucas:
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que de fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas de dentro están llenos de huesos de muertos y de toda suciedad.” (Mat. 23.27).
“¡Ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas! que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan encima no lo saben.” (Lucas 11.44).
La misma idea se desarrolla más adelante en la Revelación. El esoterismo da vida. En el círculo esotérico no hay muerte.
“El que tiene oído oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios... El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venderé, no recibirá daño de la muerte segunda.” (Ap. 2.7 y 11).
También a ésto se refieren las palabras del Evangelio de San Juan que relacionan las enseñanzas de los Evangelios con las enseñanzas de los Misterios.
“De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, él solo queda; mas si muriere, mucho fruto lleva.” (Juan 12.24).
En la Revelación o Apocalipsis hay unas notables palabras en el tercer capítulo que adquieren especial significación en conexión con el significado que el mismo Jesús atribuía a las palabras “rico” y “pobre”, “ciego” y “el que ve”.
“Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo; Yo te amonesto que de mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y de vestiduras blancas seas vestido, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” (Ap. 3.17,18).
De los “ciegos” y de “los que pueden ver” Cristo habla en el Evangelio de San Juan.
“Yo, para juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, sean cegados. Y ciertos de los Fariseos que estaban con él oyeron esto, y dijéronle: ¿Somos nosotros también ciegos? Díjoles Jesús: Si fuerais ciegos, no tuvierais pecado: mas ahora porque decís, Vemos, por tanto vuestro pecado permanece.” (Juan 9. 39, 41).
Las expresiones “ciegos” y “ceguera” tienen generalmente varios significados en el Nuevo Testamento. Y es menester entender que la ceguera puede ser exterior y física, o puede ser una ceguera interior, de la misma manera que puede haber una lepra interior y una muerte” interior, que son mucho más graves que las exteriores.
Esto nos lleva a la cuestión de los “milagros”. Todos los “milagros”, la curación de los ciegos, el sanamiento de los leprosos, la expulsión de los demonios, la resurrección de los muertos, pueden explicarse de dos maneras si la terminología de los Evangelios se entiende correctamente, o bien como milagros físicos externos o como milagros internos, la curación de la ceguera interna, el sanamiento o purificación interna y la resurrección interna.
El hombre que era ciego, a quien Jesús cura, usa notables palabras cuando los Fariseos y Saduceos tratan de convencerlo de que según ellos Jesús no tenía derecho de curarlo.
“Así que, volvieron a llamar al hombre que había sido ciego, y dijéronle: Da gloria a Dios: nosotros sabemos que este hombre es pecador. Entonces él respondió, y dijo: Si es pecador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.” (Juan 9. 24, 25).
La idea del milagro interior y la convicción interna del milagro están íntimamente conectadas con las palabras concretas de Cristo sobre el significado del Reino de los Cielos en el pasaje siguiente:
“Y preguntado por los Fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia; Ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios entre vosotros está.” (Lucas 17. 20, 21).
Todo lo que se ha dicho hasta ahora y todos los pasajes que se han citado corresponden a una línea de pensamiento que va a lo largo de toda la doctrina evangélica, a saber, la línea que desarrolla la idea del significado del esoterismo o del Reino de los Cielos. La otra línea, que también va a todo lo largo de los Evangelios, trata acerca de los métodos del trabajo oculto o de escuela. En primer lugar, expone el significado del trabajo oculto en relación con la vida.
“Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres.” (Mat. 4.19).
Estas palabras significan que aquél que entre en el camino del esoterismo debe tener presente que tiene que trabajar para el esoterismo, y trabajar en un sentido muy definido, es decir, buscando hombres que puedan ingresar en el mismo camino del esoterismo y preparándolos para ello. Las gentes no nacen dentro del “círculo interno”. El círculo interno se nutre del circulo externo. Pero sólo muy pocos hombres del círculo externo pueden ingresar al círculo esotérico. Por lo tanto, el trabajo de preparar a los hombres para que entren a formar parte del círculo interior, el trabajo de los “pescadores de hombres”, es una parte muy importante del trabajo esotérico.
Las palabras “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”, como otras muchas, no pueden referirse naturalmente a todos los hombres.
“Ellos entonces, dejando luego las redes, le siguieron.” (Mat. 4.20).
Más adelante dice Jesús, dirigiéndose también solamente a los discípulos y explicando el significado del esoterismo y el papel y el lugar de los que pertenecen al esoterismo:
“Vosotros sois la sal de la tierra: y si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No vale más para nada, sino para ser echada fuera y hollada de los hombres. Vosotros sois la luz del mundo: una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, mas sobre el candelera, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras buenas, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los Cielos.” (Mat. 5. 13-16).
Después de esto, Jesús explica los requisitos a que deben ajustarse aquéllos que quieran ingresar al esoterismo.
“Porque os digo, que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat. 5.20).
En la interpretación común de los Evangelios esta segunda línea, que se refiere solamente a los discípulos, se toma tan equivocadamente como la primera, que se refiere al Reino de los Cielos o esoterismo. Todo lo que expresa la primera línea de pensamiento se toma, en la interpretación común, como refiriéndose a la vida futura. Todo lo que expresa la segunda línea de pensamiento se toma, en la misma interpretación, como enseñanza moral para todos los hombres en general. Pero en realidad, la segunda línea, contiene reglas para los discípulos.
También a los discípulos, se refiere todo lo que se dice acerca de la vigilancia o el estar alerta, es decir, acerca de la constante atención y observación que se requiere de ellos. Esta idea se encuentra por primera vez en la parábola de las diez vírgenes.
“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Y las cinco de ellas eran prudentes, y las cinco fatuas. Las que eran fatuas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite, mas las prudentes tomaron aceite en sus vasos, juntamente con sus lámparas. Y fardándose el esposo, cabecearon todas, y se durmieron. Y a la media noche fue oído un clamor: He aquí, el esposo viene; salid a recibirle. Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y aderezaron sus lámparas. Y las fatuas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron, diciendo: Porque no nos falte a nosotras y a vosotras, id antes a los que venden, y comprad para vosotras. Y mientras que ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban apercibidas, entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Y después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: Señor, Señor, ábrenos. Mas respondiendo él, dijo, De cierto os digo, que no os conozco. “Velad, pues, porque no sabéis ni el día ni la hora en que el Hijo del hombre ha de venir.” (Mat. 25. 1-13).
La idea de que los discípulos no pueden saber cuándo habrá de pedírseles que realicen trabajo activo y de que deben estar listos en todo momento se subraya en las siguientes palabras: “Velad pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor. “Esto empero sabed, que si el padre de la familia supiese a cuál vela el ladrón había de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir a la hora que no pensáis.” (Mat. 24. 42-44).
Más adelante se menciona la tarea del maestro mismo así como la escasa ayuda que puede recibir, aún de sus discípulos.
“Entonces Jesús les dice: Mi alma está muy triste hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo. Y vino a sus discípulos, y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: ¿Así no habéis podido velar conmigo una hora? Velad y orad, para que no entréis en tentación: el espíritu a la verdad está presto, mas la carne enferma…Entonces vino a sus discípulos, y diceles: Dormid ya, y descansad: he aquí ha llegado la hora, y el Hijo del hombre es entregado en manos de pecadores.” (Mat. 26.38, 40, 41, 45).
Una gran importancia se atribuye evidentemente a la idea de “vigilar” (o “velar”), que se repite muchas veces en todos los Evangelios. En San Marcos:
“Mirad, velad y orad: porque no sabéis cuándo será el tiempo. Como el hombre que partiéndose lejos, dejó su casa, y dio facultad a sus siervos, y a cada uno su obra, y al portero mandó que velase: Velad, pues, porque no sabéis cuándo el señor de la casa vendrá; si a la tarde, o a la media noche, o al canto del gallo, o a la mañana; Porque cuando viniere de repente, no os halle durmiendo. Y las cosas que a vosotros digo, a todos las digo: Velad.” (Marcos 13. 33-37)
En San Lucas se subraya nuevamente la necesidad de estar preparados en todo momento y la imposibilidad de saber de antemano.
“Estén ceñidos vuestros lomos y vuestras antorchas encendidas. Bienaventurados aquellos siervos, a los cuales cuando el Señor viniere, hallare velando: de cierto os digo, que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y pasando les servirá. Y aunque venga a la segunda vigilia, y aunque venga a la tercera vigilia, y los hallare así, bienaventurados son tales siervos. Esto empero sabed, que si supiese el padre de familia a qué hora había de venir el ladrón, velaría ciertamente, y no dejaría minar su casa. Vosotros “pues también, estad apercibidos; porque a la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá.” (Lucas 12.35.37-40).
Y más adelante:
“Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos’ de evitar todas estas cosas que han de venir, y de estar en pie delante del Hijo del hombre.” (Lucas 21,36).
Todos los pasajes anteriores se refieren a la “vigilancia”. Pero esta palabra tiene muchos significados diferentes. Es absolutamente, insuficiente entenderla en el simple sentido ordinario, estar listo o alerta. La palabra “vigilancia” comprende toda una doctrina de psicología esotérica que se explica sólo en las escuelas ocultistas.
Los preceptos de Cristo sobre la vigilancia son muy pareados a. los, de Buda sobre la misma cuestión. Pero en las enseñanzas de Buda la finalidad y el significado de la vigilancia son todavía más claros. Buda resume todo el trabajo interno de un “monje” en la vigilancia, y señala, la necesidad de un continuo entrenamiento en la vigilancia como mejor medio para lograr una conciencia clara, para sobreponerse al sufrimiento y para alcanzar la liberación. (Die Reden Gotismo Buddhos aus der mittteren Sammiung Majihimamkayo des Pali-Kanons, ubersetzt von Kari Eugen Neumann (R. Piper & Co., Munchen, igaa);" Vol. I, pags. 122-123 & 634-635.
Siguiendo adelante en esta línea, el segundo requisito importante dentro de las “reglas ocultas” es el que se refiere al conocimiento y a la capacidad de guardar secretos, es decir, el conocimiento y la capacidad de guardar silencio.
Cristo atribuye una especial importancia a esto, y la necesidad del silencio se repite en los Evangelios en una forma literal también diez y siete veces (como las palabras, sólo los que tienen oídos pueden oír).
“Y luego su lepra fue limpiada. “Entonces Jesús le dijo: Mira, no lo digas a nadie.” (Mat. 8.3, 4).
“Y los ojos de ellos fueron abiertos. Y Jesús les encargó rigurosamente, diciendo: Mirad, que nadie lo sepa.” (Mat. 9.30).
“Y como descendieron del monte, les mandó Jesús, diciendo: No digáis a nadie la visión”. (Mat. 17. 9, Marcos 9. 9).
“Y había en la sinagoga de ellos un hombre con espíritu inmundo, el cual dio voces, diciendo: ¡Ah! ¿qué tienes con nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres, el Santo de Dios. Y Jesús le riñó, diciendo: Enmudece, y sal de él.” (Marcos 1. 23-25; Lucas 4. 33-35).
Y sanó a muchos que estaban enfermos de diversas enfermedades, y echó fuera muchos demonios; y no dejaba decir a los demonios que le conocían.” (Marcos 1.34; Lucas 4.41).
“Y así que hubo él hablado, la lepra se fue luego de aquél, y fue limpio. Entonces le apercibió, y despidióle luego. “Y le dice; Mira, no digas a nadie nada; sino ve.” (Marcos 1.42-44; Lucas 5.13-14).
“Y los espíritus inmundos, al verle, se postraban delante de él, y daban voces, diciendo: Tú eres el Hijo de Dios. Mas él les reñía mucho que no le manifestase.” (Marcos 3.11-12).
“Y luego la muchacha se levantó, y andaba... Mas él les mandó que nadie lo supiese.”(Marcos 5. 42-43).
“Y luego fueron abiertos sus oídos, y fue desatada la ligadura de su lengua, y hablaba bien. Y les mandó que no lo dijesen a nadie.” (Marcos 7. 35-36).
“Luego le puso otra vez las manos sobre sus ojos, y le hizo que mirase; y fue restablecido, y vio lejos y claramente a todos. Y envióle a su casa, diciendo: No entres en la aldea, ni lo digas a nadie en la aldea.” (Marcos 8. 25-26).
“Entonces él les dice: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Y respondiendo Pedro, le dice: Tú eres el Cristo. Y les apercibió que no hablasen de él a ninguno.” (Marcos 8. 29,30; Lucas 9. 20-21; Mat. 16. 20).
La idea de guardar los secretos está relacionada en el esoterismo con la idea de conservar la energía. El silencio, el secreto, crean un círculo cerrado, es decir, un “acumulador”. Esta idea se encuentra en todos los sistemas ocultos. La habilidad de guardar silencio o de decir sólo lo que es necesario y cuando es necesario, es el primer grado de control sobre uno mismo. Dentro de la tarea de la escuela la habilidad de guardar silencio constituye un grado definido de superación. La habilidad de guardar silencio constituye un grado definido de superación.
La habilidad de guardar silencio incluye el arte de ocultarse, de no exhibirse. El “iniciado” se encuentra siempre oculto para el “no iniciado”, aun cuando el no iniciado puede engañarse creyendo que ve o puede ver los motivos y las acciones del “iniciado”. El “iniciado”, conforme a las reglas esotéricas, no tiene el derecho y no debe descubrir el aspecto positivo de su actividad o el de su persona sino sólo a aquéllos cuyo nivel está cerca del suyo, que han pasado ya la prueba y que han demostrado que su actitud y su comprensión son las correctas.
“Mirad que no hagáis vuestra justicia delante de los hombres, para ser vistos de ellos; de otra manera no tendréis merced de vuestro Padre que está en los cielos. Cuando pues haces limosna, no hagas tocar trompeta delante de tí, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las plazas, para ser estimados de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su recompensa. Mas cuando tú haces limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha; para que sea tu limosna en secreto: y tu Padre que ve en secreto, él te recompensará en público.
“Y cuando oras, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en las sinagogas, y en los cantones de las calles en pie, para ser vistos de los hombres: de cierto os digo, que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando oras, éntrate en tu cámara, y cerrada tu puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en secreto, te recompensará en público. Y orando, no seáis prolijos, como los Gentiles; que piensan que por su parlería serán oídos.” (Mat. 6.1-7).
Una de las principales reglas ocultas, uno de los principios fundamentales en el trabajo esotérico, que deben aprender los discípulos, se resume en las siguientes palabras de Cristo:
“No sepa tu izquierda lo que hace tu derecha.”
El estudio del significado teórico y práctico de este principio constituye uno de los aspectos más importantes del trabajo esotérico en todas las escuelas esotéricas sin excepción. El secreto era un elemento de gran importancia en las comunidades cristianas de los primeros siglos. Y el requisito del secreto no estaba basado en el temor a la persecución, como se piensa generalmente hoy en día, sino en las tradiciones todavía existentes de las escuelas esotéricas, con las que las comunidades cristianas estaban indudablemente conectadas en un principio. ("Nada puede ser tan enérgico como el lenguaje de los Padres de la Iglesia hacia el Siglo Quinto al hablar del secreto en que debía guardarse el credo. Este debía haberse tomado del santo y seña que utilizaban los cristianos para reconocerse entre si. Esta es la explicación mas probable. San Agustin dice: 'No debeis escribir nada sobre nuestro credo porque Dios dijo: "Pondré mi ley en sus corazones y en sus mentes la escribiré". Por eso el credo se aprende escuchándolo, y no se escribe en tablas ni en ninguna substancia material, sino en el corazón. Por lo tanto no es de extrañar que no haya ninguna prueba de algún credo religioso sino hasta fines del Siglo Tercero". (Fragmento de La Historia de los Credos Religiosos, de J. R. Lumby. D. D '(Deighton Bell & Co). 1887, pags. 2 & 3.)
Después de ésto siguen conversaciones con los discípulos, en las que lo que Cristo dice se refiere solamente a los discípulos y no puede referirse a nadie más.
“Entonces respondiendo Pedro, le dijo: He aquí, nosotros hemos dejado todo, y te hemos seguido: ¿qué pues tendremos? Y Jesús les dijo: De cierto os digo, que vosotros que me habéis seguido, en la regeneración, cuando se sentará el Hijo del hombre en el trono de su gloria, vosotros también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel. Y cualquiera que dejare casas, o hermanos, o hermanas, o padre, o mujer, o hijos, o tierras, por mi nombre, recibirá cien veces tanto, y heredará la vida eterna. Mas muchos primeros serán postreros, y postreros primeros.” (Mat. 19.27-30).
Es también a los discípulos a quienes se refiere el principio del capítulo siguiente, es decir, la parábola de los labradores en la viña. La parábola perdería todo su significado si se aplicara a todos los hombres.
“Porque el reino de los cielos es semejante a un hombre, padre de familia, que salió por la mañana a ajustar obreros para su viña. Y habiéndose concertado con los obreros en un denario al día, los envió a su viña. Y saliendo cerca de la hora de las tres, vio otros que estaban en la plaza ociosos; y les dijo: Id también vosotros a mi viña, y os daré lo que fuere justo. Y ellos fueron. Salió otra vez cerca de las horas sexta y nona, e hizo lo mismo. Y saliendo cerca de la hora undécima, halló otros que estaban ociosos; y díceles: ¿Por qué estáis aquí todo el día ociosos? Dícenle: Porque nadie nos ha ajustado. Díceles: Id también vosotros a la viña, y recibiréis lo que fuere justo.
“Y cuando fue la tarde del día, el señor de la viña dijo a su mayordomo: Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando desde los postreros hasta los primeros. Y viniendo los que habían ido cerca de la hora undécima, recibieron cada uno su denario.
“Y viniendo también los primeros, pensaron que habían de recibir más; pero también ellos recibieron cada uno un denario. Y tomándolo, murmuraban contra el padre de la familia, diciendo: Estos postreros sólo han trabajado una hora, y los han hecho iguales a nosotros, que hemos llevado la carga y el calor del día. Y él respondiendo, dijo a uno de ellos: Amigo, no te hago agravio; ¿no te concertaste conmigo por un denario? Toma lo que es tuyo y vete; mas quiero dar a este postrero, como a tí.
“¿No me es lícito a mí hacer lo que quiero con lo mío? o ¿es malo tu ojo, porque yo soy bueno?
Así los primeros serán postreros, y los postreros primeros: porque muchos son llamados, mas pocos escogidos.” (Mat. 20.1-16).
Más adelante, hay en el Evangelio de San Lucas un pasaje interesante que explica que los discípulos no deben esperar una recompensa especial por lo que hacen, pues es su deber hacerlo.
“¿Y quién de vosotros tiene un siervo que ara o apacienta, que vuelto del campo le diga luego: Pasa, siéntate a la mesa?
“¿No le dices antes: Adereza qué cene, y arremángate, y sírveme hasta que haya comido y bebido; y después de esto, come tú y bebe? ¿Da gradas al siervo porque hizo lo que le había sido mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hubiereis hecho todo lo que os he mandado, decid: Siervos inútiles somos, porque lo que debíamos hacer, ‘hicimos.” (Lucas 17. 7-10).
Todos estos pasajes se refieren sólo a los “discípulos”. Habiendo explicado a quienes se dirige. Jesús en los pasajes siguientes señala su propia posición en relación con la “Ley”, es decir, con aquellos principios del esoterismo que se conocían ya antes de él por las enseñanzas de los profetas:
“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir.” (Mat. 5, 17)
Estas palabras tienen otro significado. Cristo subrayó con toda claridad que él no era un reformador social y que no era su propósito cambiar las leyes viejas o señalar los puntos débiles de ellas. Por el contrario, él siempre las puso de relieve y las reforzó, es decir, encontró los requerimientos del Viejo Testamento insuficientes sólo en lo que se refería al aspecto externo.
En algunos casos algunas reglas para los discípulos surgieron así. Lo cual puede verse, por ejemplo, en los pasajes siguientes:
“Oísteis que fue dicho: No adulterarás: Mas yo os digo, que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón.” (Mat. 5. 27-28).
Esto quiere decir desde luego que los discípulos no podían justificarse nunca de ser formalmente inocentes de algo de lo que interiormente eran culpables.
En otros casos. Jesús, al comentar las viejas leyes, simplemente repetía o reafirmaba algunos preceptos sobre la vida, como por ejemplo, el precepto que se refiere al divorcio, que en realidad no tenía ninguna relación con su doctrina, a no ser como indicaciones sobre la necesidad de la veracidad interna y de la insuficiencia de la veracidad externa.
“También fue dicho: Cualquiera que repudiare a su mujer, déle carta de divorcio. Mas yo os digo, que el que repudiare a su mujer, fuera de causa de fornicación, hace que ella adultere; y el que se casare con la repudiada, comete adulterio.” (Mat. 5. 31- 32).
El propósito en este caso era formar con estos preceptos, junto con las reglas para los discípulos, un “contexto” que permitiera a Jesús decir lo que deseaba y que no podía ser dicho sin una introducción previa. De modo que los pasajes citados antes, tanto los que expresan reglas para los discípulos como los que expresan preceptos como el relativo al divorcio, son necesarios en los Evangelios sólo para conducir a los dos versículos siguientes, y al mismo tiempo, parcialmente, para desviar la atención de estos versículos.
“Por tanto, si tu ojo derecho te fuere ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.
“Y si tu mano derecha te fuere ocasión de caer, córtala y échala de tí: que mejor te es que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mat. 5. 29-30).
Estos dos versículos, al igual que un versículo del Capítulo 19 del Evangelio de San Mateo, han dado origen probablemente a más interpretaciones falsas que todos los Evangelios juntos. Y en realidad se prestan a todas las malas interpretaciones posibles. Para la correcta comprensión psicológica de ellos es necesario, en primer lugar, separarlos de las ideas de cuerpo y sexo. Se refieren a diferentes “yoes”, a diferentes personalidades del hombre. Al mismo tiempo tienen otro significado oculto o esotérico. Los discípulos pueden haber entendido el significado de estas palabras. Pero en los Evangelios ciertamente que permanecieron totalmente incomprensibles.
La presencia de los preceptos sobre el divorcio en los Evangelios tampoco se entendió nunca. Estos preceptos entraron a formar parte del Nuevo Testamento y originaron múltiples comentarios sobre su autenticidad como palabras de Cristo. El Apóstol Pablo y otros predicadores posteriores de la nueva religión basaron códigos enteros de leyes en estos pasajes, rehusándose absolutamente a ver que estos pasajes eran solamente pantallas y no podían tener un significado independiente dentro de la doctrina de Cristo.
Al mismo tiempo Cristo dice que no basta para los discípulos con cumplir la ley, que están sujetos a una disciplina más rígida, basada en principios más sutiles.
“...Que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y la de los Fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; mas cualquiera que matare, será culpado del juicio. Mas yo os digo, que cualquiera que se enojare locamente con su hermano, será culpado del juicio; y cualquiera que dijera a su hermano, Raca, será culpado del concejo; y cualquiera que dijere. Fatuo, será culpado del infierno del fuego.
“Por tanto, si trajeres tu presente al altar y allí te acordares de qué tu hermano tiene algo contra tí, deja allí tu presente delante del altar, y vete, vuelve primero en amistad con tu hermano, y entonces ven y ofrece tu presente.” (Mat 5. 20-24).
Después de ésto siguen los pasajes más difíciles e intrincados de los Evangelios, porque estos pasajes no pueden comprenderse correctamente sino sólo en conexión con la idea esotérica. Pero ordinariamente son entendidos como normas morales, constituyendo lo que se considera como moralidad cristiana y virtud cristiana, aun cuando, al mismo tiempo, la conducta de todos los hombres viola estas reglas.
Los hombres no pueden cumplir estas reglas y ni siquiera pueden entenderlas. El resultado es un engaño y un autoengaño pavoroso. Las enseñanzas cristianas están basadas en los Evangelios, pero el orden y la estructura enteros de la vida de los pueblos cristianos van contra los Evangelios.
Y es característico en este caso que toda esta hipocresía y toda esta falsedad sean completamente inútiles. Cristo nunca enseñó a todos los hombres a no resistir al mal, a poner la mejilla izquierda cuando son heridos en la derecha, y a dar la capa a los que quieren quitarles la ropa. Estos pasajes de ningún modo constituyen reglas morales generales ni forman un código de virtudes cristianas. Son reglas para los discípulos y no reglas generales de conducta. El verdadero significado de estas reglas puede ser explicado sólo en una escuela oculta. La clave para encontrar este significado se encuentra en las siguientes palabras:
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mat. 3, 48).
Más adelante se encuentran las explicaciones:
“Oísteis que fue dicho a los antiguos: Ojo por ojo, y diente por diente. Mas yo os digo: No resistáis al mal; antes a cualquiera que te hiriere en tu mejilla diestra, vuélvele también la otra. Y al que quisiere ponerte a pleito y tomarte tu ropa, déjale también la capa. Al que te pidiere, dale; y al que quisiere tomar de tí prestado, no se lo rehúses. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Mas yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos: que hace que su sol salga sobre malos y buenos, y llueva sobre justos e injustos.
“Porque si amareis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿no hacen también así los Gentiles?
“Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto.” (Mat. 5. 38-40, 42-46, 48).
Cada uno de estos pasajes constituye el contenido de una enseñanza especial, compleja y práctica. Estas enseñanzas prácticas, tomadas en conjunto, forman un sistema oculto o esotérico de auto-entrenamiento y auto-educación basado en principios desconocidos fuera de las escuelas ocultas.
Nada puede ser tan inútil e ingenuo como el esforzarse por comprender su contenido sin una instrucción adecuada.
Después de esto sigue la oración dada por Cristo, que resume todo el contenido de la doctrina evangélica y puede ser considerada como una sinopsis de ella, el Padre Nuestro. Las deformaciones en el texto de esta oración se han mencionado ya. El origen de la oración es desconocido, pero en el Segundo Alcíbiades de Platón, Sócrates cita una oración que tiene un gran parecido con el Padre Nuestro y que es muy probablemente la forma original de esta oración. Se cree que su origen es pitagórico.
“Zeus Rey, danos todo lo que es bueno lo pidamos o no, mas ordena que todo lo malo se aleje de nosotros aun cuando te lo pidamos”.
El parecido es tan obvio que no necesita comentarios. Esta oración citada por Sócrates explica un punto incomprensible del Padre Nuestro, a saber, la palabra “más” después de las palabras “no nos dejes caer en tentación, más líbranos del mal.” Este más corresponde a palabras que continuaban la frase pero que faltan en la oración del Evangelio. Estas palabras que faltan —”aun cuando te las pidamos (las cosas malas)”— explica el “más” en la oración precedente.
Después siguen las reglas internas, también para los discípulos, y que no pueden estar dirigidas a todos los hombres.
“Por tanto os digo: No os congojéis por vuestra vida, qué habéis de comer, o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir: ¿no es la vida más que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni allegan en alfolíes; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No sois vosotros mucho mejores que ellas? Mas ¿quién de vosotros podrá, congojándose, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido ¿por qué os congojáis? Reparad los lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; mas yo os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria fue vestido así como uno de ellos.
“Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana es echada en el horno. Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os congojéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o con qué nos cubriremos? Porque los Gentiles buscan todas estas cosas: que vuestro Padre celestial sabe que de todas estas cosas habéis menester. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os congojéis por el día de mañana; que el día de mañana traerá su fatiga: basta al día su afán.” (Mat. 6.25-34).
Más adelante siguen las reglas que se refieren a las relaciones entre los “discípulos” y que tampoco atañen a todos los hombres.
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida que medís, os volverán a medir.
“Y ¿por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu ojo? O ¿cómo dirás a tu hermano: Espera, echaré de tu ojo la mota, y he aquí la viga en tu ojo? “¡Hipócrita! Echa primero la viga de tu ojo, y entonces mirarás en echar la mota del ojo de tu hermano.” (Mat. 7. 1-5).
La tendencia general de las interpretaciones comunes es, también, el considerar estos pasajes como reglas de moralidad cristiana y al mismo tiempo pensarlas como un ideal inalcanzable. Pero Cristo era mucho más práctico; él no enseñaba cosas impracticables. Las reglas que daba era para que se llevaran a cabo, pero no por todos, sólo por aquéllos para quienes su observancia podía beneficiar y que eran capaces de llevarlas a cabo.
Hay una semejanza interesante entre ciertos pasajes muy conocidos de los Evangelios y ciertos pasajes de los libros Budistas.
Por ejemplo, en El Catecismo Budista se encuentran las siguientes palabras: “Las faltas de los otros se ven fácilmente, pero las propias se ven con dificultad. El hombre hace alarde de las faltas ajenas, pero las suyas las oculta, como el tramposo oculta el dado malo en el juego”.
v:.a:. P. Ouspensky
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