sábado, 3 de abril de 2010

El Misterio de la Resurrección y Ascensión

Las doctrinas de la Resurrección y de la Ascensión de Cristo forman también parte de los Misterios Menores, y constituyen elementos integrales del "Mito Solar" y de la narración de la vida del Cristo en el hombre.
Es fundamento histórico de estas doctrinas, por lo que al mismo Cristo se refiere, el hecho de haber continuado enseñando a Sus apóstoles después de Su muerte física. Lo es asimismo Su aparición en los Grandes Misterios como Hierofante, desde que cesaron Sus instrucciones directas, hasta que Jesús ocupó Su puesto. En las leyendas míticas, la resurrección del héroe y su glorificación constituían invariablemente el remate de la relación de su muerte. En los Misterios el cuerpo del candidato sufría siempre en transición semejante a la muerte, mientras él, como un alma libre, recorría el mundo invisible, tornando a los tres días, y haciendo revivir su cuerpo. Por último, los dramas de la Resurrección y de la Ascensión se repiten en la vida del hombre que está a punto de ser un Cristo, según veremos al estudiarla.
Mas para comprender este asunto, es indispensable que nos demos cuenta de la constitución humana, y adquiramos el conocimiento de lo que es el cuerpo natural y el espiritual del hombre. "Hay cuerpo animal, y hay cuerpo espiritual", dice el Apóstol en I Corintios, XV, 44.
Algunas gentes indoctas consideran todavía al hombre como mero dualismo formado de "alma" y "cuerpo", y emplean las palabras "alma" y "espíritu" como sinónimos, hablando igualmente de "alma y cuerpo" o de "espíritu y cuerpo"; con lo que dan a entender que el hombre está compuesto de dos constituyentes, de los cuales uno perece en la muerte, mientras el otro le sobrevive. Tosca división es ésta, suficiente para el hombre sencillo e ignorante; mas con ella no podemos profundizar los misterios de la Resurrección y de la Ascensión.
Todo cristiano que haya estudiado, aunque superficialmente, la constitución del hombre, reconoce en ella tres distintos elementos: Espíritu, Alma y Cuerpo. Esta división, si bien requiere una subdivisión para estudios más profundos, es correcta, y San Pablo la empleó en su plegaria, donde dice: "para que vuestro espíritu y alma y cuerpo sean guardados enteros sin reprensión " (1). Triple división aceptada en la teología cristiana.
El Espíritu mismo es realmente una Trinidad, reflexión e imagen de la Trinidad Suprema. El hombre verdadero, el inmortal, que es el Espíritu, es la Trinidad en el hombre. Es a la vida y a la conciencia, a quienes corresponde el cuerpo espiritual: y cada aspecto de la Trinidad tiene su cuerpo apropiado. El alma es dual: comprende la mente y la naturaleza emotiva, con sus respectivas vestiduras. El Cuerpo es el instrumento material del Espíritu y del Alma.
Hay un punto de vista cristiano que considera al hombre un ser duodécuplo, con seis modificaciones formando otro punto de vista que le atribuye catorce divisiones: siete correspondientes a modificaciones de la conciencia y siete a tipos de la forma. Esta última concepción es prácticamente idéntica a la estudiada por los Místicos, la cual se expone comúnmente como séptuple, pues consta en realidad de siete divisiones, cada una doble, respondiendo al aspecto de la forma.
Algo confusas y perplejas son tales divisiones y subdivisiones para los entendimientos rudos, por donde Orígenes y Clemente dieron gran importancia a la necesidad del desarrollo intelectual en todos aquellos que deseaban ser gnósticos.
Después de todo, los que las encuentren dificultosas, pueden omitirlas sin censurar por eso al estudiante entusiasta, que las considera, no sólo luminosas, sino absolutamente indispensables para entender con claridad los Misterios de la Vida y del Hombre.
La palabra Cuerpo significa vehículo, o instrumento de la conciencia: es decir, o que es como un vehículo que conduce a la conciencia, o que es el medio que la conciencia emplea para ponerse en contacto con el mundo externo, al modo que un mecánico emplea un instrumento. Ahora bien; nosotros podemos representárnoslo como un vaso en que la conciencia está contenida, al igual de un receptáculo que contenga un líquido.
Es una forma usada por una vida; y, a la verdad, nosotros no conocemos nada de la conciencia, salvo en su conexión con las formas. Puede estar la forma construida de los materiales más raros y sutiles, puede ser tan diáfana que sólo nos demos cuenta de la vida que en ella mora; sin embargo, la forma existe, y está compuesta de Materia. Por el contrario, puede ser tan densa que oculte la vida que la habita, y entonces solamente nos daremos cuenta de la forma; sin embargo, la vida está allí, y está compuesta del opuesto de la Materia: Espíritu. El estudiante debe considerar una y otra vez este hecho fundamental: la dualidad de toda la existencia manifestada, la inseparable coexistencia del Espíritu y la Materia, así en un grano de polvo, como en el Logos, el Dios manifestado. Debe identificarse con esta idea; de lo contrario, haría mejor en abandonar el estudio de los Misterios Menores.
El Cristo, como Dios y Hombre, exhibe en la escala cósmica el mismo hecho de dualidad que la naturaleza repite en todas partes. Conforme a esta dualidad originaria está construido todo en el universo.
El hombre tiene un "cuerpo natural", formado de cuatro partes distintas y separables, y sujeto a la muerte. Dos de estas partes se componen de materia física, y nunca se separan; sin embargo, pueden causar su separación parcial los anestésicos o una enfermedad. A las dos reunidas se las puede llamar el Cuerpo Físico. En él ejerce el hombre su actividad consciente durante la vigilia; expresándonos en términos técnicos: es el vehículo de la conciencia en el mundo físico.
La parte tercera es el Cuerpo de Deseos, así llamado porque los sentimientos y la naturaleza pasional del hombre tienen en él su vehículo especial. Durante el sueño el hombre abandona el cuerpo físico, y muestra su actividad consciente en este otro cuerpo, el cual funciona en el mundo invisible inmediato a nuestra tierra visible. Es, por lo tanto, el vehículo de la conciencia en el mundo inferior de los suprafísicos, que es también el primer mundo a que pasa el hombre después de la muerte.
La cuarta parte es el Cuerpo Mental, llamado así porque en él funciona la naturaleza intelectual del hombre, siempre que se ejercite en el concreto. Es vehículo de la conciencia en el segundo de los mundos suprafísicos, que es a la vez el mundo celeste inferior, al que pasa el hombre después de la muerte, cuando ha quedado libre del mundo indicado anteriormente.
Estas cuatro partes de la forma que envuelve al hombre, compuesta por el doble cuerpo físico: el cuerpo de deseos y el cuerpo mental, constituyen el cuerpo natural de que habla San Pablo.
Este análisis científico no cabe dentro de la enseñanza cristiana ordinaria, la cual es vaga y confusa sobre este punto.
Esto no quiere decir que las iglesias lo hayan desconocido en todos los tiempos; muy al contrario, la constitución del hombre, así formulada, era parte de las enseñanzas de los Misterios Menores. La simple división de Espíritu, Alma y Cuerpo era exotérica: noción primera, superficial y de fácil comprensión para la enseñanza ordinaria, más a propósito como punto de partida. La subdivisión relativa al "Cuerpo" se daba en el curso de las instrucciones subsiguientes, como preliminar de la enseñanza que tenía por objeto adquirir el poder de separar un cuerpo de otro, y usar de cada cual como vehículo de conciencia en su región propia.
No es difícil entender este concepto. Cuando un hombre necesita viajar por tierra, emplea un carruaje o un tren. Si quiere viajar por mar, cambia de vehículo y acude al barco. Y si necesita andar por el aire, hace un nuevo cambio, y adopta el globo. En cualquiera de los tres casos el hombre es el mismo, sólo que hace uso de tres vehículos diferentes, según la clase de materia a través de la cual tenga que andar. La analogía es tosca e inadecuada, mas no por eso induce a error.
Cuando el hombre actúa en el mundo físico, su vehículo es el cuerpo físico, y en él y por medio de él obra la conciencia.
Cuando pasa durante el sueño y después de la muerte al mundo que está inmediato al físico, es su vehículo el cuerpo de deseos, del que puede aprender a usar conscientemente, a la manera con que usa con pleno conocimiento de su cuerpo físico.
Todos los días de su vida los emplea, sin saberlo, siempre que siente y desea; y asimismo se sirve de él todas las noches mientras duerme. Cuando después de la muerte entre en el mundo celeste, tiene por vehículo el cuerpo mental, del que usa también diariamente al pensar, pues no se produciría pensamiento alguno en el cerebro, si antes no se originase en el cuerpo mental.
Tiene el hombre además “un cuerpo espiritual”, formado de tres partes separables, que corresponden y departen a las tres Personas de la Trinidad espiritual humana. San Pablo habla de uno que "fue arrebatado hasta el tercer cielo", "donde oyó palabras secretas que el hombre no puede decir" (2). Estas diversas regiones de los supremos mundos invisibles son conocidas de los Iniciados, quienes saben muy bien que los que pasan más allá del primer cielo, necesitan del verdadero cuerpo espiritual como vehículo, y que, según sea el desarrollo de las tres divisiones de éste, así será el cielo a donde puedan llegar.
De estas tres divisiones, la inferior se llama comúnmente Cuerpo Causal, por razones que sólo podrá entender del todo el que haya estudiado la doctrina de la Reencarnación -enseñada por la Primitiva Iglesia- en la que se da cuenta de cómo la evolución humana requiere muchas vidas sucesivas en la tierra, para que el alma en germen del salvaje pueda convertirse en el alma perfecta de un Cristo, y ya perfecta, como el “Padre que está en los Cielos es perfecto”, (3), pueda realizar la unión del Hijo con el Padre (4). Es un cuerpo que persiste de vida en vida, y en él se acumula toda la memoria del pasado.
De él salen las causas que construyen los cuerpos inferiores. Es el receptáculo de la experiencia humana, traje de las cosechas de nuestras vidas, asiento de la Conciencia, centro de la Voluntad.
De la segunda de las tres divisiones del cuerpo espiritual hace alusión San Pablo con estas significativas palabras: "Tenemos de Dios un edificio, una casa eterna en los cielos que no ha sido hecha de manos" (5). Este es el cuerpo de Felicidad, el cuerpo glorificado del Cristo, "el Cuerpo de Resurrección." No es cuerpo "hecho de manos", por el funcionamiento de la conciencia en los vehículos inferiores; no es obra de la experiencia, ni construcción de materiales que el hombre haya reunido en su larga peregrinación. Es un cuerpo que pertenece a la vida del Cristo, a la vida de la Iniciación, al desarrollo divino del hombre; es construcción de Dios mediante la actividad del Espíritu, y crece a través de las vidas del Iniciado, hasta hacerse perfecto en la "Resurrección."
La tercera división del cuerpo espiritual es fina película de materia sutil que separa el Espíritu individual como un Ser, y, no obstante, permite la compenetración de su totalidad por el todo, siendo así expresión de la unidad fundamental. En el día en que "el mismo Hijo se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas en todos" (6), esta película será trascendida, mas para nosotros seguirá siendo la suprema división del cuerpo espiritual, en la cual subiremos al Padre y nos uniremos a Él.
El Cristianismo ha reconocido siempre la existencia de tres mundos o regiones por las que ha de pasar el hombre: primero, el mundo físico; segundo, un estado intermedio a donde pasa después de la muerte; y tercero, el mundo celeste. Los cristianos instruidos generalmente creen en estos tres mundos; no así los indoctos, que imaginan que el hombre va derecho desde su lecho de muerte a un estado definitivo de beatitud. Pero hay algunas discrepancias en cuanto a la naturaleza del mundo intermedio. Los católicos romanos le llaman Purgatorio, y creen que todas las almas van a él, excepto los Santos, o los hombres que han alcanzado la perfección, y también aquellos que mueren en "pecado mortal." La gran masa de la humanidad pasa a una región purificadora, donde se permanece durante un período que varía según sean los pecados cometidos, y de donde se sale para entrar en el mundo celeste, una vez obtenida la purificación. Las diversas comunidades denominadas protestantes discrepan en sus enseñanzas en cuanto a los detalles, y la mayor parte rechaza la idea de una purificación post mortem; pero generalmente concuerdan en la existencia de un estado intermedio, a veces llamado "Paraíso", a veces “período de espera”.
El mundo celeste es considerado casi universalmente en la moderna Cristiandad como una posición definitiva pero sin que se dé una idea muy determinada o general respecto a los progresos o situación estacionaria de los que allí arriban. En el Cristianismo primitivo se consideraba al cielo como lo es en realidad: una etapa del progreso del alma; en el bien entendido ya, en una forma o en otra, se hallaba entonces generalizada la enseñanza de la reencarnación y de la preexistencia del alma. Resulta de ello, por de contado, que la estancia celeste era tenida por temporal, aunque muy larga en ocasiones, puesto que duraba "una edad", según se consigna en el texto griego del Nuevo Testamento; edad que concluía con el retorno del hombre, para emprender la nueva etapa de su vida y progreso no interrumpidos. Tal estancia, pues, no era eterna como se lee en la equivocada traslación inglesa, que corre con autoridad (7).
A fin de completar el bosquejo que se requiere para una mayor inteligencia de la Resurrección y de la Ascensión, tenemos que ver cómo se desarrollan estos diversos cuerpos, en la evolución superior.
El cuerpo físico está en constante estado de flujo y de reflujo, sus moléculas se renuevan sin cesar, su fábrica es continua. y como quiera que se construye del alimento que comemos, de los líquidos que bebemos, del aire que respiramos y de las partículas que atraemos de cuanto nos rodea, así de los seres animados como de las cosas, podremos purificarlo con la buena elección de los materiales, y convertirlo así en vehículo cada vez más a propósito vara actuar por su medio, cada vez más receptivo a las vibraciones sutiles, cada vez más apto para responder a los deseos puros y a los pensamientos nobles y elevados. Por esto los que aspiraban a alcanzar los Misterios, quedaban sujetos a determinadas reglas para las comidas, abluciones, etc., y se les recomendaba un cuidado exquisito en lo tocante a las personas con que se reunían y a los sitios que frecuentaban.
De modo análogo cambia a su vez el cuerpo de deseos; mas los materiales que entran en su composición, se atraen y se expelen por el funcionamiento de los deseos que proceden de sentimientos, pasiones y emociones. Si éstos son groseros, groseros serán también los materiales constitutivos de dicho cuerpo, mientras que si aquéllos se purifican, cambiando los materiales, se hará el último más sutil, y más sensible a las influencias superiores, En proporción al dominio que el hombre ejerce sobre su naturaleza inferior, al desinterés de las aspiraciones y sentimientos, y a la medida del amor que experimente por cuantos le rodean, se verifica la purificación de este vehículo más elevado de la conciencia. El resultado será que cuando esté fuera del cuerpo físico durante el sueño, obtendrá experiencias más puras, altas e instructivas; y cuando a la hora de la muerte lo abandone de un modo definitivo, pasará velozmente por el estado intermedio, pues el cuerpo de deseos se desintegrará con rapidez, y no podrá detenerle en su viaje hacia otras regiones.
El cuerpo mental se constituye de idéntica manera por los pensamientos. Será vehículo de la conciencia en las regiones celestiales; mas su construcción en la tarea actual de la imaginación, de la razón, del juicio, de las facultades artísticas, de las aspiraciones, y, en general, de todos los poderes mentales en ejercicio. Tal lo usa el hombre, cual la hace; por lo que la duración y esplendor de la estancia celeste dependen de la clase de cuerpo mental que se haya construido en la vida terrestre.
Conforme el hombre ingresa en la evolución más elevada, cobra este cuerpo actividad independiente aun del lado de acá de la muerte, y en medio del tumulto de la existencia mundana, va ganando por grados la conciencia de su vida celeste.
Conviértese entonces en "el Hijo del hombre que está en el cielo" (8), el cual puede hablar sobre las cosas celestiales con la autoridad del conocimiento. Cuando el hombre comienza a vivir la vida de Hijo, vive en el cielo, aun estando en la tierra, pues ha entrado en el Sendero de Santidad y ha adquirido la posesión y el uso conscientes de su cuerpo celeste. Y como quiera que el cielo no está lejos de nosotros, sino que por el contrario, nos envuelve por todos lados, hallándonos sólo apartados de él por razón de nuestra incapacidad para recibir sus vibraciones, no por su lejanía, y como quiera que esas vibraciones actúan sobre nosotros en todos los momentos de nuestras vidas, lo que necesitamos para estar en el cielo es hacernos conscientes de tales vibraciones, lo cual conseguiremos, organizando, vivificando y desarrollando este cuerpo mental que, constituido de materiales celestes, es apto para responder a las vibraciones de la materia de aquel mundo. De aquí que el "Hijo del hombre" esté siempre en los cielos. Mas nosotros sabemos que el "Hijo del hombre" es término que se aplica al Iniciado: no al Cristo ascendido y glorificado, sino al Hijo cuando todavía “se está perfeccionando”. La primera división del cuerpo espiritual, o sea el Cuerpo Causal, se desarrolla rápidamente durante las etapas de la evolución que conducen al Sendero Probatorio y las que en éste se comprenden, y así le es posible al hombre, después de la muerte, elevarse al segundo cielo. Después del Segundo Nacimiento, esto es, el nacimiento del Cristo en el hombre, tiene principio la formación del Cuerpo de Felicidad "en los cielos."
Este es el cuerpo del Cristo, que se desarrolla en el tiempo de Su servicio en la tierra, y, a medida que se desarrolla, la conciencia del "Hijo de Dios" se hace más y más determinada, sintiéndose iluminado el Espíritu, en tal estado de desenvolvimiento, por la futura unión con el Padre.
En los Misterios cristianos, así como en los egipcios y caldeos antiguos y en varios otros, había un simbolismo externo que expresaba las etapas por los que el hombre iba pasando. Se le llevaba a la cámara de Iniciación, y se le colocaba en el suelo con los brazos extendidos, algunas veces sobre una cruz de madera, y otras simplemente sobre las losas del pavimento, quedando en la postura de un hombre crucificado. Entonces se le tocaba en el corazón con el tirso -la "lanza" de la crucifixión- y abandonando el cuerpo, que caía en profundo trance -la muerte del crucificado- pasaba a los mundos del más allá. El cuerpo se metía en un sarcófago de piedra, y allí quedaba cuidadosamente guardado. Entretanto, el hombre real recorría primeramente las extrañas y oscuras regiones llamadas "el corazón de la tierra", y después la celeste montaña, donde se revestía del cuerpo de felicidad perfectamente organizado ya del todo para ser vehículo de la conciencia, y en él volvía al cuerpo carnal para reanimarlo. La cruz en que este cuerpo se había colocado, y, en el caso de no haberse empleado cruz, el cuerpo mismo, rígido y en estado de trance, se sacaba del sarcófago, y se ponía en una superficie inclinada, mirando al Oriente, en el instante de la salida del sol al tercer día.
En el momento en que los rayos del sol le daban en la cara, el Cristo, el Iniciado perfecto, o Maestro, entraba otra vez en el cuerpo, y lo glorificaba con el cuerpo de felicidad que traía, cambiándolo con este contacto, comunicándole nuevos poderes, aptitudes y propiedades distintas; en una palabra, transmutándolo en un cuerpo semejante al Suyo. Era esto la Resurrección del Cristo; en adelante el mismo cuerpo de carne transformado adquiría una nueva naturaleza.
Por esto el sol se ha tomado siempre como símbolo del Cristo que resucita; por esto en los himnos de la Pascua de Resurrección se hace constante referencia al naciente Sol de Justicia. También está escrito del Cristo triunfante: "Yo soy el que vivo, y he sido muerto; y he aquí que vivo por los siglos de los siglos. Amén. Y tengo las llaves del infierno y de la muerte" (9). Todos los poderes de los mundos inferiores han quedado bajo el dominio del Hijo que ha triunfado gloriosamente. La muerte no tiene ya poder sobre El. El tiene vida y muerte en Su potente diestra" (10). El es el Cristo resucitado, el Cristo triunfante.
La Ascensión del Cristo en el Misterio de la tercera parte del cuerpo espiritual, la adquisición de la Vestidura de Gloria que prepara la unión del Hijo con el Padre, del hombre con Dios, cuando el Espíritu recobra aquella gloria que tuvo "antes que el mundo fuese" (11). Entonces el triple Espíritu se hace uno, se reconoce eterno, y el Dios Oculto es encontrado. Esto es lo que se representa en la doctrina de la Ascensión, por lo que al individuo se refiere.
La Ascensión de la humanidad se llevará a cabo cuando toda la raza humana haya logrado la condición de Cristo, el estado de Hijo, y este Hijo se haya hecho uno con el Padre, y todo Dios esté en toda la humanidad. Esta es la meta, figurada de antemano en el triunfo del Iniciado, pero alcanzada solamente cuando la especie humana sea perfecta, cuando "la gran huérfana Humanidad" no sea ya tal huérfana, sino que, se reconozca en plena conciencia como el Hijo de Dios. Estudiando así las doctrinas de la Redención, de la Resurrección y de la Ascensión, lograremos las verdades declaradas que en los Misterios Menores a ellas se refieren, y empezaremos a entender toda la realidad de la enseñanza apostólica sobre que el Cristo no era una personalidad única, sino "primicias de los que durmieron" (12), y que todo hombre habrá de ser un Cristo. En aquellos tiempos no se consideraba al Cristo como un Salvador externo, cuyos merecimientos debían salvar a los hombres de la cólera divina. Era doctrina corriente en la Iglesia la elevada e inspiradora enseñanza de que El era las primicias de la humanidad, el modelo que todos debían imitar, la vida que todos habían de compartir. Los Iniciados han sido siempre tenidos por tales primicias, como promesa del primitivo y viviente símbolo de su propia divinidad, el fruto glorioso de la semilla que llevaba en su propio seno. La enseñanza del Cristianismo esotérico, o de los Misterios Menores, no era el ser salvado por un Cristo externo, sino el ser glorificado en un Cristo Interno. Del estado de discípulo debía pasarse al estado de Hijo. La vida del Hijo debía pasarla entre los hombres, hasta que fuese rematada por la Resurrección, y el Cristo glorificado se convirtiese en uno de los perfectos Salvadores del Mundo.
¡Cuánto más sublime es este Evangelio que el de los tiempos presentes! ¡Cuán estrecha y mezquina la doctrina exotérica de las iglesias, frente a este grandioso ideal del Cristianismo esotérico!
v:.a:. Annie Besant
Notas del presente post
(1) I. Tesal, v. 23.
(2) II. Cor., XII, 2, 4.
(3) San Mateo, v. 48.
(4) San Juan, XVII, 21-23.
(5) II. Cor., V. I.
(6) I. Cor., XV, 28.
(7) La equivocación era natural, pues se hizo el traslado en el sigla XVII, cuando toda idea sobre la preexistencia y evolución del alma había desaparecido de la Cristiandad desde mucho tiempo antes, exceptuando las enseñanzas de algunas sectas, que la Iglesia Católica Romana perseguía, considerándolas heréticas.
(8) San Juan, III, 13.
(9) Apoc., 1. 18.
(10) The Voice of the Silence, pág. 90, 5a edición, por H. Blavatsky.
(11) San Juan, XVII, 5.
(12) I Cor, XV, 20.

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