En Nicolás de Cusa (Nicolaus von Cusa)
el hombre pregunta por Dios e intenta entenderse partiendo de esto. Pero la divinidad de un
Nicolás de Cusa está separada del engranaje que la uniera con la historia de la
redención. Es el Dios en sí mismo, y en calidad de tal es concebido en su carácter
distinto comparado con todos los seres. Es lo infinito frente a lo finito.
Así se separan Dios y el mundo
cognoscible, experimentable. Ya no existe la unidad del sentimiento medieval
del mundo que había logrado relacionarlos entre sí de un modo directo. Dios ha
perdido su nombre. Dios ha pasado a ser anónimo. De este Dios, ya no cabe seguir diciendo y refiriendo: Separat enim
murus omnia quae dici aut cogitari possunt a te (De visione Dei. Op., 1565.
Cap. 13, pág. 193). Dios ha pasado a ser ininteligible. Intelligere enim
infinitatem, est compraehendre incomprahensible (ibid.). Entre este Dios y el
Dios de la historia de la redención, que
interviene en el acaecer del mundo,
determinando el destino de la humanidad y preocupándose del hombre, de tal o
cual hombre en particular, no parece que haya ya relación alguna. El hombre ya
no puede tener relaciones personales con este Dios. Ya no conoce a Dios, ni
Dios le conoce a él. Este Dios ya no es
el Tú personal para el yo amante del
hombre. Bien, es verdad que no hay en este caso seres superiores que separen al
hombre de Dios, pues todo se halla a una distancia infinita con respecto a la
divinidad; pero él mismo, el hombre, solo puede sentir a Dios en un afán
infinito, como lo desconocido que rebasa todo lo cognoscible, experimentable.
¿Cómo puede seguir dirigiéndose a este Dios, cómo puede Dios existir para él?
¿Qué es, pues, el hombre en este mundo infinito para que Dios haya de ocuparse
de él? ¿Qué derecho habría de tener a que este
Dios inconcebible se apiadara de él? Es más, ¿ qué cosa especial es
propiamente el hombre en este mundo para que se obstine en permanecer en sí
mismo?
Así se contraponen en este autor
el hombre y Dios, lo humano-finito y lo divino infinito. Entonces el hombre
busca en el Dios infinito a “su” Dios, al Dios que vuelve a conducirle a sí
mismo, al Dios ante cuya presencia pueda él seguir siendo hombre, detenerse en
sí mismo. Sabe que no puede captar al
Dios infinito, que en la contemplación del Dios inconcebible había de perderse a sí mismo. Y quiere seguir siendo el que es:
un hombre. De ahí que busque al Dios del hombre, al Dios que él puede entender.
Es Dios del hombre es para él una imagen del Dios infinito, el Dios infinito
visto en perspectivas humanas, finitas. De esta suerte vuelve a encontrar a
Dios como “su” Dios, como el Dios del hombre, como el Dios del género de la
humanidad.
¿Cómo debe el hombre rezar al
Dios infinito, inaccesible? ¿Cómo puede esperar de este Dios, que es todo en
todo, que se le dé a él, el hombre? Cum
sic in silentio contemplationis quiesco,
tu Domine, intra praecordia mea respondes, dicens: sis tu tuus, et ergo ero
tuus. (De visione Deis, Cap. VII. Op. Pág. 187). Dios habla humanamente al
hombre; tiene relaciones directas con el
hombre. Precisamente porque Dios se halla a igual distancia de todos los seres,
no necesita el hombre, para llegar a Dios, recorrer una serie de seres superiores. Dios pertenece a otro plan de
conocimiento distinto de todo cuanto es
accesible al pensamiento. Entre Dios y la criatura no hay comparación posible.
(Cfs. Apología de docta ignorantia. Op., pág. 69). Por lo tanto, el problema de
Dios puede plantearse desde un principio partiendo del hombre.
Esto es esencial porque con ello
se plantea el problema en términos religiosos y no cósmico-míticos. El hombre
teme no volver a encontrar a “su” Dios en el Dios inefable, infinito. Pero Dios
le habla: Yo no soy para ti el Dios infinito, yo soy para ti el Dios del
hombre, tu Dios. Es el hombre tal como existe para sí mismo, tal como siente su
humanidad, el que se dirige a Dios y el que recibe de éste contestación a su
angustiosa pregunta..
Dios se presenta al hombreen una
forma que sea comprensible para él. Tu autem omnipotens Deus, potes te qui omni
menti invisibilis es, modo quo capi quaes, cuivi visibilem ostendere (De pace
fidei. Op., pág. 863). Por lo tanto, los
distintos grupos humanos pueden tener su Dios. Dios puede recibir nombres
distintos (cfs. Ibid., pág. 62). Todos aluden al Dios infinito. Y lo esencial
es la unidad de este intención de significado que apunta al Dios de la
ignorancia.
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