Silencio del alma
A ese sosiego del espíritu se refiere el cántico de la Misa
que comienza: "Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía" (Sb
18,14). En pleno silencio, toda la creación callaba en la más alta paz de media
noche. Entonces, oh Señor, la palabra omnipotente dejó su trono por acampar en
nuestra tienda.
Ser entonces, en el cenit del silencio, cuando todas las
cosas quedan sumergidas en la calma, sólo entonces se hará sentir la realidad
de esta Palabra. Porque, si quieres que Dios hable, hace falta que tú calles.
Para que El entre, todas las cosas deberán haber salido.
Al encuentro del Señor
Así nos habremos dispuesto para salir al encuentro del
Señor. Salgamos ahora fuera y avancemos por encima de nosotros mismos hasta
Dios. Se necesita renunciar a todo querer, desear o actuar propio. Nada más que
la intención pura y desnuda de buscar sólo a Dios, sin el mínimo deseo de
buscarse a sí mismo ni cosa alguna que pueda redundar en su provecho. Con
voluntad plena de ser exclusivamente para Dios, de concederle la morada más
digna, la más íntima para que El nazca allí y lleve a cabo su obra en nosotros,
sin sufrir impedimento alguno.
En efecto, para que dos cosas se fusionen es necesario que
una sea paciente y la otra se comporte como agente. Unicamente cuando est
limpio el ojo podrá ver un cuadro colgado en la pared o cualquier otro objeto.
Imposible si hubiera otra pintura grabada en la retina. Eso mismo ocurre con el
oído: mientras que un ruido le ocupa est impedido para captar otro. En
conclusión, el recipiente es tanto más útil cuanto más puro y vacío.
A esto se refiere San Agustín cuando dice: "Vacíate
para llenarte, sal para entrar". Y en otro lugar: "Oh tú, alma noble,
noble criatura, ¿por qué buscas fuera a quien est plena y manifiestamente
dentro de ti? Eres partícipe de la naturaleza divina ¿por qué, pues,
esclavizarte a las criaturas? ¿qué tienes tú que ver con ellas?".
Vacío y plenitud
Si de tal modo el hombre preparase su morada, el fondo del
alma, Dios lo llenaría sin duda alguna, lo colmaría. Romperíanse, sino, los
cielos para llenar el vacío.
La naturaleza tiene horror al vacío, dicen. ¡Cuanto más
sería contrario al Creador y su divina justicia a abandonar a un alma así
dispuesta!. Elige pues una de dos. Callar tú y hablar Dios o hablar tú para que
El calle. Debes hacer silencio.
Entonces ser otra vez pronunciada la palabra que tú podrás
entender y nacer Dios en el alma. En cambio, ten por cierto que si tú insistes
en hablar nunca oír s su voz. Lograr nuestro silencio, aguardando a la escucha
del Verbo es el mejor servicio que le podemos prestar. Si sales de ti
completamente, Dios de nuevo, se te dará en plenitud. Porque en la medida que
tu sales, el entra. Ni más ni menos.
Voces de silencio
Se podría bien probar la existencia de este estado de alma
por muchas citas de escritos que dejaron los santos de todos los tiempos. David
dice así: «Me acuesto en paz y enseguida me duermo, pues tú solo, Señor, me
asientas en seguro» (Sal 4,9). San Pablo: «Paz de Dios que supera todo
conocimiento» (Flp 4,7). San Juan: «Se hizo un silencio grande en el cielo,
como de media hora» (Ap 8,1). Otros grandes santos de la Iglesia, San Dionisio
y San Gregorio y muchos otros han escrito detenidamente a este propósito.
Hagamos lugar a esta contemplación y apliquémonos a ella como advierte San
Agustín: «Cuando Dios quiere actuar hay que esperar atentamente su operación».
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