sábado, 3 de marzo de 2012

El Dios Desconocido y el Dios del hombre en Nicolás de Cusa


En Nicolás de Cusa (Nicolaus von Cusa) el hombre pregunta por Dios e intenta entenderse  partiendo de esto. Pero la divinidad de un Nicolás de Cusa está separada del engranaje que la uniera con la historia de la redención. Es el Dios en sí mismo, y en calidad de tal es concebido en su carácter distinto comparado con todos los seres. Es lo infinito frente a lo finito.
Así se separan Dios y el mundo cognoscible, experimentable. Ya no existe la unidad del sentimiento medieval del mundo que había logrado relacionarlos entre sí de un modo directo. Dios ha perdido su nombre. Dios ha pasado a ser anónimo. De este Dios, ya no cabe  seguir diciendo y refiriendo: Separat enim murus omnia quae dici aut cogitari possunt a te (De visione Dei. Op., 1565. Cap. 13, pág. 193). Dios ha pasado a ser ininteligible. Intelligere enim infinitatem, est compraehendre incomprahensible (ibid.). Entre este Dios y el Dios de la  historia de la redención, que interviene  en el acaecer del mundo, determinando el destino de la humanidad y preocupándose del hombre, de tal o cual hombre en particular, no parece que haya ya relación alguna. El hombre ya no puede tener relaciones personales con este Dios. Ya no conoce a Dios, ni Dios le conoce a él.  Este Dios ya no es el Tú personal  para el yo amante del hombre. Bien, es verdad que no hay en este caso seres superiores que separen al hombre de Dios, pues todo se halla a una distancia infinita con respecto a la divinidad; pero él mismo, el hombre, solo puede sentir a Dios en un afán infinito, como lo desconocido que rebasa todo lo cognoscible, experimentable. ¿Cómo puede seguir dirigiéndose a este Dios, cómo puede Dios existir para él? ¿Qué es, pues, el hombre en este mundo infinito para que Dios haya de ocuparse de él? ¿Qué derecho habría de tener a que este  Dios inconcebible se apiadara de él? Es más, ¿ qué cosa especial es propiamente el hombre en este mundo para que se obstine en permanecer en sí mismo?
Así se contraponen en este autor el hombre y Dios, lo humano-finito y lo divino infinito. Entonces el hombre busca en el Dios infinito a “su” Dios, al Dios que vuelve a conducirle a sí mismo, al Dios ante cuya presencia pueda él seguir siendo hombre, detenerse en sí mismo.  Sabe que no puede captar al Dios infinito, que en la contemplación del Dios inconcebible había de perderse  a sí mismo. Y quiere seguir siendo el que es: un hombre. De ahí que busque al Dios del hombre, al Dios que él puede entender. Es Dios del hombre es para él una imagen del Dios infinito, el Dios infinito visto en perspectivas humanas, finitas. De esta suerte vuelve a encontrar a Dios como “su” Dios, como el Dios del hombre, como el Dios del género de la humanidad.

¿Cómo debe el hombre rezar al Dios infinito, inaccesible? ¿Cómo puede esperar de este Dios, que es todo en todo, que se le dé a él, el hombre?  Cum sic in  silentio contemplationis quiesco, tu Domine, intra praecordia mea respondes, dicens: sis tu tuus, et ergo ero tuus. (De visione Deis, Cap. VII. Op. Pág. 187). Dios habla humanamente al hombre; tiene relaciones directas  con el hombre. Precisamente porque Dios se halla a igual distancia de todos los seres, no necesita el hombre, para llegar a Dios, recorrer una serie de seres  superiores. Dios pertenece a otro plan de conocimiento distinto de  todo cuanto es accesible al pensamiento. Entre Dios y la criatura no hay comparación posible. (Cfs. Apología de docta ignorantia. Op., pág. 69). Por lo tanto, el problema de Dios puede plantearse desde un principio partiendo del hombre.
Esto es esencial porque con ello se plantea el problema en términos religiosos y no cósmico-míticos. El hombre teme no volver a encontrar a “su” Dios en el Dios inefable, infinito. Pero Dios le habla: Yo no soy para ti el Dios infinito, yo soy para ti el Dios del hombre, tu Dios. Es el hombre tal como existe para sí mismo, tal como siente su humanidad, el que se dirige a Dios y el que recibe de éste contestación a su angustiosa pregunta..
Dios se presenta al hombreen una forma que sea comprensible para él. Tu autem omnipotens Deus, potes te qui omni menti invisibilis es, modo quo capi quaes, cuivi visibilem ostendere (De pace fidei. Op., pág. 863).  Por lo tanto, los distintos grupos humanos pueden tener su Dios. Dios puede recibir nombres distintos (cfs. Ibid., pág. 62). Todos aluden al Dios infinito. Y lo esencial es la unidad de este intención de significado que apunta al Dios de la ignorancia.

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